Más claro no puede ser el mensaje a Estados Unidos: No nos empujen a odiarlos.
Entre los miles de jóvenes que están manifestándose en las calles de las ciudades de Egipto se ven muy pocos que llevan pancartas anti-americanas o anti-israelíes.
Los que han hecho temblar al régimen de Mubarak no son los militantes radicales de la Hermandad Islámica sino estudiantes, jóvenes de clase media, la generación Facebook.
Lo que estamos presenciando en El Cairo, Alejandría y Suez no es la revolución islámica. Es la revolución democrática. Las manifestaciones en Egipto se parecen mucho más a las manifestaciones de los estudiantes iraníes contra el fraude electoral del régimen islámico que a las manifestaciones de los islamistas contra la democracia laica en el Líbano.
El error más fatal que Estados Unidos puede cometer es tratar de salvar a Hosni Mubarak, para que luego de 30 años de ejercer el poder quede gobernando unos años más o pueda pasar el trono a su hijo o al jefe de la policía secreta (a quien acaba de nombrar vicepresidente). Si Washington sigue viendo a los Mubarak del mundo como “hijueputas, pero hijueputas nuestros” (así como lo hicieron con Somoza en Nicaragua, Marcos en Filipinas, Pinochet en Chile, Sukarno en Indonesia, el Sha de Irán y decenas de otro dictadores en el mundo), estarían empujando a los movimientos anti-autoritarios de los países árabes al islamismo radical, al odio a Estados Unidos, y a hacer alianzas con Irán. Y estarían poniendo en peligro la existencia de Israel...
Luego de Túnez, donde el movimiento democrático ya derrocó al dictador Ben Ali, y Egipto, donde difícilmente sobrevivirá Mubarak, este movimiento se va reproducir, en diferente forma y con diferente fuerza, en todo el mundo árabe. Apoyarlo es una oportunidad histórica de canalizar el descontento con los gobiernos despóticos (que igualmente existen en Yemen, Sudán, Argel, Siria y Saudi Arabia) hacia la democracia y no hacia el islamismo tipo Irán, Hezbolá, Hamás, Al-Qaeda...
Por esto sería importante que los gobiernos de Europa, Estados Unidos y del resto del mundo democrático se pongan, sin ambivalencia, del lado de la democratización de Egipto y del mundo árabe. Alemania, Francia e Inglaterra ya se pronunciaron, pero se quedaron cortos: no han expresado su voluntad de aislar a Mubarak y así acelerar su caída y evitar más víctimas de la represión.
Estados Unidos, hasta la fecha, ha guardado un silencio. Es peligroso, porque puede interpretarse como silencio de los cómplices. En este tipo de conflictos no hay neutralidad. No se vale esperar quien sobrevive y apoyar a quien resulta al final obteniendo el poder.
Todo el mundo no solamente está viendo a El Cairo, sino también observando a Washington. Si Obama no apuesta a la democracia en Egipto, el siguiente movimiento (en Siria, en Argel o en Saudi Arabia) de una sola vez nacerá anti-americano y anti-occidental.
Esto es lo quería decir el estudiante egipcio que gritó al reportero de CNN: “¡Obama, no apoye a Mubarak! No queremos odiar a Estados Unidos”.
(El Diario de Hoy)