Morenatti ha perdido un pie, pero no las ganas: era él quien animaba a su mujer, Marta Ramoneda, tan fotógrafa como él, en una conversación telefónica poco antes de su evacuación a Dubai. Su empresa, Associated Press (AP), ha anunciado que no escatimará en su recuperación y que Emilio tendrá acceso al mejor tratamiento ortopédico. Hace bien AP, pues necesita de grandes reporteros en tiempos en los que no sobra el talento. Mejorar la sensibilidad ha costado varias desgracias. Ocho entre los españoles: Juantxu Rodríguez (Panamá), Jordi Pujol (Bosnia-Herzegovina), Luis Valtueña (República Democrática de Congo), Miguel Gil (Sierra Leona), Julio Fuentes (Afganistán), Julio Anguita Parrado (Irak), José Couso (Irak) y Ricardo Ortega (Haití).
Hay tres formas de estar en una guerra como periodista: por libre, empotrado con uno de los combatientes y en un hotel bebiendo whisky y zapeando por las televisiones globales. De estos hay poco que decir. De los que pisan la calle, todo; los plumillas buscan historias y los fotógrafos y camarógrafos, imágenes. No hay otra opción. Pero nadie, ni los que van por su cuenta ni los que viajan con una parte, que también son libres, tienen acceso a la película completa. Solo hay que ser honesto y reconocer las limitaciones.
Siempre han existido empotrados. Algunos, como Ernie Pyle, escribieron crónicas maravillosas en la II Guerra Mundial, y dejaron frases que son el resumen exacto de lo que significa este oficio: "Yo no sé nada de la gran película, sólo veo a soldados cansados y sucios que están vivos y tienen miedo a morir", escribía en Brave Men.
Cada guerra tiene sus héroes. A veces son soldados; las más, civiles, y el trabajo de gente como Morenatti es estar allí. Ser testigo. Aunque cueste.
En Irak, y sobre todo en Afganistán, donde las condiciones de seguridad son escasas y las carreteras peligrosas, el empotramiento garantiza excelentes historias e imágenes y un cierto grado de protección. ¿Una forma de control? La era de Internet es el antídoto. Solo es información veraz desde más ángulos.
Los norteamericanos son extremadamente profesionales con la prensa. Entienden su trabajo y su responsabilidad como militares ante la sociedad civil que les paga y sostiene. Vietnam les enseñó cómo se pierde una guerra desde la información. Todos los periodistas que se empotran eligen a los estadounidenses y, a veces, a los británicos. Los otros ejércitos con tropas en Afganistán prefieren mantenerse lejos de las miradas de los periodistas y ocultarse ante sus opiniones públicas. Sabrán por qué.
(El País; el autor es corresponsal de guerra de El País en Afganistán. La foto de Moranatti es de Oded Balilty/AP)