El New York Times publicó una nota sobre El Salvador, que extrañamente no tuvo eco en nuestro país. El Times
no es cualquier periódico, y la nota no fue cualquier noticia, sino un
extenso reportaje investigado y escrito por Azam Ahmed, jefe de la
oficina de este periódico para Centroamérica, el Caribe y México.
El tema: La guerra contra las pandillas. Como el título sugiere, el lector no va a encontrar un diagnóstico cómodo: “La hora de la verdad en El Salvador.” Tal vez por esto no ha tenido eco. ¿Nos asusta la hora de la verdad?
Pocas veces el NY Times dedica tanto espacio a nuestro país. Y pocos periódicos y reporteros trabajan con este método tan exhaustivo de investigación, fuentes contrastantes, y fact checking como lo emplearon el Times y Azam. El diagnóstico de hecho salió devastador, y no nos conviene obviarlo.
El diagnóstico: La guerra que la
administración Sánchez Cerén lleva adelante contra las pandillas no ha
logrado pacificar al país, sino por lo contrario ha empeorado la
situación de derechos humanos, ha creado fuertes tensiones con las
comunidades que supuestamente iban a liberar del control pandillero. Y
la conclusión más importante, aunque diametralmente contraria a la
narrativa oficial: precisamente cuando muchos pandilleros estaban
discutiendo la posibilidad de dar un viraje a su historia y buscar su
reinserción, la política de militarización del conflicto los forzó a
responder con más radicalidad y violencia a un gobierno decidido a
erradicarlos. El gobierno del FMLN, en vez de declarar la guerra a la
violencia, la declaró a los pandilleros, usando cualquier método,
incluyendo ejecuciones extrajurídicas. Y esto tiene su costo.
No voy a contar como el reportaje llega a estas conclusiones. Los interesados lo pueden leer en el New York Times. Sólo voy a poner este reportaje en su contexto.
Tuve la oportunidad de observar, durante un año, la investigación de este periodista del Times, quien antes reportaba desde Afganistán sobre terrorismo y estrategias contrainsurgentes fallidas. Para no reproducir los acercamientos superficiales de muchos medios al tema, Azam Ahmed insistió en poder convivir con comunidades expuestas a las pandillas y a los operativos anti-pandillas de la policía. Vivió durante una semana en Las Palmas, colonia vecina de San Benito; y durante otra en Valle del Sol, una de las colonias más populosas de Apopa. En ambos lugares convivió con pobladores y pandilleros.
Además insistió en tener acceso a una de las figuras claves de las pandillas, no solo para entrevistarlo y recoger sus opiniones, sino para ver cómo vive y cómo interactúa con su familia y con su comunidad. Terminó compartiendo por varios días la vida de Santiago, vocero de la pandilla 18 Sur. Varios periodistas entrevistaron a este pandillero, pero nadie lo vino a conocer como este reportero. No extraña que se convirtiera en el personaje central del reportaje. Solo por esto vale la pena leer el reportaje. Demuestra que el problema no es tan simple y blanco y negro como muchos lo prefirieron pintar.
Santiago no es el típico pandillero. Es el político entre ellos. Lo conozco desde el 2012, cuando la tregua tuvo que dar el paso de la cárcel, donde nació entre las cabezas históricas de las tres pandillas, a la calle, a los barrios, y hacerse sostenible entre las clicas dispersas en todo el país. En este proceso, Santiago jugó un papel clave, y es gracias a su liderazgo que el acuerdo inicial, la suspensión de la guerra entre las pandillas, se mantuvo hasta la fecha, incluso sin la intervención de sus protagonistas iniciales, quienes desde 2015 nuevamente se encuentran en estricto aislamiento en el penal de Zacatecoluca. Y sin la necesidad de una mediación externa, que primero fue desautorizada, luego obstaculizada y finalmente desarticulada y penalizada por el Ministerio de Seguridad, la Fiscalía General y la Asamblea Legislativa.
Fue Santiago quien contra todas las adversidades trató de mantener abiertos canales de comunicación entre las pandillas, para desmontar conflictos y cadenas de venganza, y también con la sociedad civil, los medios de comunicación y las iglesias. Fue Santiago quien no se cansó a activar estos canales para comunicar que las pandillas, aun bajo las condiciones de las medidas extraordinarias en los penales y los operativos masivos en los barrios, querían mantener viva la opción de un diálogo para parar y desmontar la escalada del conflicto. Muchos dentro de las pandillas, sobre todo entre los liderazgos que ganaron poder en ausencia de los protagonistas de la tregua recluidos en Zacatraz, comenzaron a ver a Santiago como un loco, pero también sabían que su autoridad descansaba en el mandato que le habían dejado los históricos. Cuando Santiago trató de construir un mecanismo de incluir, a través de intermediarios, las posiciones de las pandillas en el diálogo propuesto por Naciones Unidas, se enfrentó con mucho escepticismo dentro de las pandillas. Lamentablemente el gobierno, con su veto a esta iniciativa, dio razón a este escepticismo.
Fue también Santiago quien se opuso a las iniciativas del Frente de retomar el diálogo con las pandillas, pero limitado a buscar apoyo electoral. Irónicamente, quien promovió estas iniciativas fue precisamente otro cabecilla, que luego de su captura en la operación Jaque se convertiría en colaborador de la fiscalía y de los organismos de inteligencia, conducidos por cuadros del FMLN. El famoso Piwa.
Fuera de este contexto, las únicas declaraciones de Santiago
que una nota del Diario de Hoy retomó del reportaje del Times suenan
como declaraciones de guerra. Porque dice que antes de que pueda haber
una solución, correrá más sangre. Pero al leer todo el reportaje, los
lectores de darán cuenta que no lo dice para son amenazar, sino para
expresar su resignación ante un gobierno que insiste enenfrentar la
violencia con más violencia.
Resumen: Es necesario leer y reflexionar este reportaje del New York Times. Búsquelo en google, poniendo “NYT, La hora de la verdad en El Salvador”.
(El Diario de Hoy)