viernes, 18 de marzo de 2016

Columna transversal: El alma buena de Suchitoto



Luego de los terremotos del 2001, estuve harto de ver casas derrumbadas, harto de oler el maldito polvito de adobe pulverizado. Había pasado 5 semanas de pueblo herido en pueblo herido, tomando fotos de la destrucción.

En Semana Santa, fuimos a Suchitoto. Y no lo podía creer: un pueblo entero, con orgullosas casas coloniales, con muros de adobe de pie. Gente viviendo con las puertas abiertas. Decidimos con Daniela que queríamos ser parte de este pueblo, alquilamos una preciosa casa con paredes de adobe y vista al lago, en el barrio Concepción.

Y comenzamos a conocer la gente más extraordinaria.

Por ejemplo: Frank Cummings. Primero conocimos a Carol, su esposa, que hacía deliciosas galletas para recibir en su casa el flamante comité del barrió al que nos invitaron a participar la pupusera del barrio, la peluquera del barrio, el tendero del barrio,  el panadero del barrio, la trabajadora social de la alcaldía, la gerente del Hospital Nacional...

Frank, un retirado profesor de química de la Universidad de Atlanta, que luego de pensionarse decidió construir una nueva vida en Suchitoto, no se incorporó al comité, por que este señor flaco de pocas palabras fue, él solito, todo un comité de múltiples tareas comunales: organizaba círculos de inglés y matemáticas en las escuelas de Suchitoto, dando clases, consiguiendo libros, capacitando instructores; lanzó su programa personal de becas, poniendo y consiguiendo fondos para mandar a más de 150 alumnos a estudiar a San Salvador, acompañando su carrera con programas de tutoría; llenó de vida, contenido y rumbo el trabajo con jóvenes de la parroquia Santa Lucía…

A Frank no le gustaba mucho conversar, y no era fácil hacerse amigo de él. Siempre tenía cara de enojado, mucha gente le tenía miedo. En esta pareja, la que  asumió el departamento de relaciones sociales y amistades fue Carol – y lo hizo con una gracia que rápido se ganó el cariño de todo el barrio. Frank, en cambio, se ganó el respeto. Porque siempre cumplía, nunca prometía en vano. Exigía mucho a los bichos, pero siempre cumplía su parte. Aunque era difícil hacerse amigo de él, la gente comenzó a amarlo... de cierta distancia.

Cuando de repente, en el año 2006, sin aviso ninguno, murió Carol, Frank se quedó devastado. Se puso más flaco, habló aun menos, proyectaba una desgarradora imagen de soledad. Pero siguió trabajando en sus proyectos…

La gente de Concepción decía: “Frank se está devastando, la soledad lo está matando.” Lo que nadie sabía, ni él: Estaba desarrollando una rara, incurable y fatal enfermedad de la sangre. Cuando se dio cuenta, dijo a unos amigos: “Carol murió sin tiempo para despedirse de nadie. Cuando la muerte viene tocando, yo le abriré la puerta felizmente, pero yo estaré controlando la manera como moriré.”

Y así lo hizo Frank. Fue para Atlanta, le hicieron todos los exámenes y algunos tratamientos, pero cuando se dio cuenta que no funcionaban, los suspendió y planificó, metódicamente como era, su despedida de este mundo. Fue a decir adiós a sus amigos en Suchitoto y en varias partes de Estados Unidos. Y al fin, dijo: Ya estuvo. Se fue a la casa de uno de sus hijos, reunió la familia, y se murió.

Carol y Frank ya no caminan las calles del barrio Concepción. Pero su obra sigue. Frank dejó un testamento que permitirá continuar su proyecto prioritario, el programa de becas, por varios años.

En un artículo dedicado a la vida y muerte de Frank Cummings, el periódico Atlanta Journal-Constitution escribió: “Frank Cummings ahora tiene 75 años, pero hace mucho llegó a la conclusión que su vida no era simplemente la suya, que estamos aquí no solo por nuestro propio placer. Esta idea le vino cuando en 1951 sus padres fueron a vivir y trabajar en Indonesia. Solo tenía 11 años, pero realizó que uno podía cambiar el mundo, y que de hecho estamos obligados a por lo menos intentarlo.”

Esto resuma al Frank Cummings que tuvimos la dicha de conocer en Suchitoto. Un hombre que, sin muchas palabras y teorías, día a día hizo algo para cambiar, tal vez no el mundo, pero la vida de los jóvenes en su vecindario.

Frank murió en febrero 2016 en Eugene, Oregon, rodeado de sus hijos y nietos.
(El Diario de Hoy)