El presidente ruso, Dmitri Medvédev ha aprovechado su asistencia a la cumbre de la APEC en Lima, para visitar con medido tiralíneas político, Perú, Brasil, Venezuela y Cuba; un firme aliado occidental, un líder latinoamericano, y dos Estados de la izquierda radical. La recuperación del status de gran potencia había sido ya política del anterior presidente Vladímir Putin y continúa siéndolo hoy que éste ocupa, nominalmente bajo Medvédev, el cargo de primer ministro.
En Venezuela, el mandatario ruso firmó con el presidente Chávez un acuerdo de cooperación nuclear, que debería culminar en la construcción de una central atómica venezolana, para la producción de energía eléctrica, según asegura el líder bolivariano. Las similitudes con el caso de Irán, de quien Estados Unidos y Occidente temen que persiga la obtención del arma nuclear, son evidentes, aunque Caracas aún no haya iniciado ese camino. Y a ello se suma la celebración de maniobras navales conjuntas en el Caribe. Son unos ejercicios relativamente modestos, menos de 10 buques y unos 2.000 efectivos, pero Medvédev no ignora que para Chávez el único enemigo en lontananza es el vecino Estados Unidos.
La visita a Cuba, donde el ruso se ha entrevistado con el presidente Raúl Castro, pero, sobre todo, ha sido recibido por el paterfamilias Fidel, de quien se ha deshecho en unos elogios que no casan con la imagen que Medvédev quiere dar de gobernante liberal y modernista, ha sido en realidad un reencuentro. En el último año, las relaciones comerciales entre los dos países, que habían caído a cero tras la autovoladura de la Unión Soviética en 1989-1991, han recobrado un buen tono que no deja de consolidarse rápidamente.
Moscú, con el viaje, lo que ha hecho es decir aquí estoy y voy a donde quiero; Chávez se ha servido de ello para sus intereses más locales; y los Castro recuperan, quizá, un viejo aliado, pero sabiendo que ya nada puede volver a ser lo mismo.