Sigo soñando con un país que tenga partidos políticos civiles. Integrados por ciudadanos. Partidos que tengan miembros, no militantes.
Aquí los partidos -todos, sin excepción, pero sobre todo los dos grandes- siguen reclutando, indoctrinando, uniformando a sus miembros, convirtiéndolos en activistas, hinchas, barras. Hay partidos que más que asociaciones de individuos libres, autónomos y soberanos para buscar fines comunes parecen organizaciones paramilitares: verticales, uniformados, organizadas en brigadas, disciplinadas, entrenadas para “misiones” y “tareas”, incluyendo de seguridad.
Basta ver las asambleas o convenciones de los partidos. En otras partes del mundo son eventos meramente civiles, donde a nadie se le ocurre uniformarse con camisetas, chalecos, binchas, gorras y pañuelos con los colores de su partido. Llegan en traje, en jeans y tenis, en moño, en ropa deportiva, en traje folclórico – cada uno según su costumbre, su profesión o su gusto. Aquí las convenciones de los partidos son eventos de hinchas, no sólo por lo uniformado, sino por los gritos, la bulla, las consignas, el confeti, los insultos, los empujones, las vivas con que reciben a sus candidatos y los chiflidos con que rechazan a otros. Última demostración: la barra móvil arenera que el sábado pasado puso en escena el espectáculo “Las masas quieren a René”, interludio tragicómico en la obra “No hay candidatos hasta que yo diga” de Tony Saca.
La cultura política salvadoreña es una rara mezcla, en la cual se funde la tradición estadounidense de poner en escena convenciones partidarias como eventos deportivos con cachiporras y desfiles con los orígenes paramilitares de los partidos salvadoreños. Ver a empresarios, ministros del Estado, damas de la alta sociedad, ex-jefes de Estado parados en fila, disfrazados de boy scouts, gritando consignas estúpidas y cantando himnos de guerra, puede parecer cómico. Pero en el fondo es una muestra triste del pobre estado del partido de gobierno. De la falta de civilismo. De la falta de creatividad. No es realmente un partido político, es la maquinaria electoral, el cuerpo de activistas y operadores políticos de una élite de poder que normalmente no se quiere meter directamente en el negocio de la política.
El otro partido, el que quiere convertirse en gobierno, da la misma triste y bélica imagen, con otros colores y otros actores. Amas de casa, vendedoras del mercado, estudiantes, trabajadores, profesores, campesinos forrados de trapos rojos. Ya no permiten barras enfrentadas en sus asambleas, solo expresiones orquestadas de unidad, entusiasmo colectivo y disciplina revolucionaria. Y así los otros partidos, unos de verde, otros de azul o amarillo.
Lo más llamativo en este circo y lo más revolucionario en este escenario político sería un partido que no tenga uniforme. Donde cada uno sigue siendo quien es y viste como acostumbra. El show se lo llevaría un dirigente o candidato que no se pone trapos sino aparece en traje; que no pone ni la derecha en el pecho ni la izquierda en el aire; que se hace acompañar de integrantes de la orquesta sinfónica juvenil en vez de bandas de guerra o conjuntos llorones de protesta.
Sigo soñando que algún día, después del 2009 -o sea después de 17 meses de campañas de hinchas, barras, grupos paramilitares que ensucian las ciudades, las carreteras, hasta los cerros y las rocas en nuestros paisajes, que gritan consignas, cantan barbaridades militaristas o cursilerías revolucionarias-, que después de este sufrimiento surja, como alternativa, movimientos civiles, partidos de ciudadanos. Partidos deliberantes, tolerantes, abiertos, donde es prohibido gritar consignas. Imagínate un partido del cual te expulsan no por disidente, nunca por desobediente, tampoco por independiente, sino por falta de tolerancia. ¿Te puedes imaginar un partido político en cuya cultura la palabra más negativa no es “traidor” sino “conformista”?
Las imágenes de la semana pasada -la foto de la Comisión Política del FMLN, que para hacer una conferencia de prensa se viste de rojo; y la otra foto de tres jefes de Estado (uno actual, dos retirados) disfrazados de hinchas y cubiertos de confeti me hacen dudar de la capacidad intelectual de nuestros liderazgos. Seriamente. Es tiempo que seamos gobernados no por payazos ni por cachiporristas, mucho menos por hinchas y paramilitares, sino por ciudadanos.
Con gusto me dejo sorprender. Tal vez por Mauricio Funes, si decide que no tiene porque disfrazarse con trapos rojos. O por Arturo Zablah, si se queda fiel a su concepto de movimiento ciudadano. O por un candidato de ARENA que decide correr por la presidencia, pero simbolizando con su traje (o vestido) civil el viraje que quiere producir desafiando la descultura de las barras, hinchas y grupos de choque paramilitares.
Aquí los partidos -todos, sin excepción, pero sobre todo los dos grandes- siguen reclutando, indoctrinando, uniformando a sus miembros, convirtiéndolos en activistas, hinchas, barras. Hay partidos que más que asociaciones de individuos libres, autónomos y soberanos para buscar fines comunes parecen organizaciones paramilitares: verticales, uniformados, organizadas en brigadas, disciplinadas, entrenadas para “misiones” y “tareas”, incluyendo de seguridad.
Basta ver las asambleas o convenciones de los partidos. En otras partes del mundo son eventos meramente civiles, donde a nadie se le ocurre uniformarse con camisetas, chalecos, binchas, gorras y pañuelos con los colores de su partido. Llegan en traje, en jeans y tenis, en moño, en ropa deportiva, en traje folclórico – cada uno según su costumbre, su profesión o su gusto. Aquí las convenciones de los partidos son eventos de hinchas, no sólo por lo uniformado, sino por los gritos, la bulla, las consignas, el confeti, los insultos, los empujones, las vivas con que reciben a sus candidatos y los chiflidos con que rechazan a otros. Última demostración: la barra móvil arenera que el sábado pasado puso en escena el espectáculo “Las masas quieren a René”, interludio tragicómico en la obra “No hay candidatos hasta que yo diga” de Tony Saca.
La cultura política salvadoreña es una rara mezcla, en la cual se funde la tradición estadounidense de poner en escena convenciones partidarias como eventos deportivos con cachiporras y desfiles con los orígenes paramilitares de los partidos salvadoreños. Ver a empresarios, ministros del Estado, damas de la alta sociedad, ex-jefes de Estado parados en fila, disfrazados de boy scouts, gritando consignas estúpidas y cantando himnos de guerra, puede parecer cómico. Pero en el fondo es una muestra triste del pobre estado del partido de gobierno. De la falta de civilismo. De la falta de creatividad. No es realmente un partido político, es la maquinaria electoral, el cuerpo de activistas y operadores políticos de una élite de poder que normalmente no se quiere meter directamente en el negocio de la política.
El otro partido, el que quiere convertirse en gobierno, da la misma triste y bélica imagen, con otros colores y otros actores. Amas de casa, vendedoras del mercado, estudiantes, trabajadores, profesores, campesinos forrados de trapos rojos. Ya no permiten barras enfrentadas en sus asambleas, solo expresiones orquestadas de unidad, entusiasmo colectivo y disciplina revolucionaria. Y así los otros partidos, unos de verde, otros de azul o amarillo.
Lo más llamativo en este circo y lo más revolucionario en este escenario político sería un partido que no tenga uniforme. Donde cada uno sigue siendo quien es y viste como acostumbra. El show se lo llevaría un dirigente o candidato que no se pone trapos sino aparece en traje; que no pone ni la derecha en el pecho ni la izquierda en el aire; que se hace acompañar de integrantes de la orquesta sinfónica juvenil en vez de bandas de guerra o conjuntos llorones de protesta.
Sigo soñando que algún día, después del 2009 -o sea después de 17 meses de campañas de hinchas, barras, grupos paramilitares que ensucian las ciudades, las carreteras, hasta los cerros y las rocas en nuestros paisajes, que gritan consignas, cantan barbaridades militaristas o cursilerías revolucionarias-, que después de este sufrimiento surja, como alternativa, movimientos civiles, partidos de ciudadanos. Partidos deliberantes, tolerantes, abiertos, donde es prohibido gritar consignas. Imagínate un partido del cual te expulsan no por disidente, nunca por desobediente, tampoco por independiente, sino por falta de tolerancia. ¿Te puedes imaginar un partido político en cuya cultura la palabra más negativa no es “traidor” sino “conformista”?
Las imágenes de la semana pasada -la foto de la Comisión Política del FMLN, que para hacer una conferencia de prensa se viste de rojo; y la otra foto de tres jefes de Estado (uno actual, dos retirados) disfrazados de hinchas y cubiertos de confeti me hacen dudar de la capacidad intelectual de nuestros liderazgos. Seriamente. Es tiempo que seamos gobernados no por payazos ni por cachiporristas, mucho menos por hinchas y paramilitares, sino por ciudadanos.
Con gusto me dejo sorprender. Tal vez por Mauricio Funes, si decide que no tiene porque disfrazarse con trapos rojos. O por Arturo Zablah, si se queda fiel a su concepto de movimiento ciudadano. O por un candidato de ARENA que decide correr por la presidencia, pero simbolizando con su traje (o vestido) civil el viraje que quiere producir desafiando la descultura de las barras, hinchas y grupos de choque paramilitares.