sábado, 2 de mayo de 2009

Carta a la alcaldesa y al ex-alcalde de Nejapa

El reto de Fredy Cristiani

Al fin alguien tomó el partido en sus manos. Y no cualquiera, sino Freddy Cristiani. Al mismo hombre que ya condujo exitosamente una difícil transformación de ARENA (de partido paramilitar en partido civil, de oposición radical en partido de gobierno; de fuerza beligerante en administradora del proceso de paz), ahora le toca nuevamente transformar su partido. Esta vez de partido de gobierno en fuerza de oposición.

Esta vez la misión que encargaron a Cristani es más difícil, por el desgaste, las deformaciones y los abusos que se han acumulado en 20 años de funcionar como partido oficial. Hoy se trata de construir un partido motor de la reforma democrática sobre el cascarón de una organización que no tiene vida democrática, ni siquiera vida partidaria, sino que es una maquinaria electoral y de repartición de beneficios estatales.

Tamaño bulto que se ha echado encima Freddy Cristiani. Quiere valor.
Pero no había de otra: Esta transformación requiere de un liderazgo extraordinario. Habrá que ver con qué liderazgo nuevo Don Freddy hará equipo para enfrentar este reto. No conocemos el nuevo Coena.

Pero una cosa es clara: Cristiani solamente puede tener éxito apostando por un liderazgo nuevo, audaz, y comprometido con la democracia interna y las reformas del estado. Porque por muy atinado que es la decisión de ARENA de delegar la dirección a un hombre emblemático de su historia, esta función tiene que ser transitoria.

La tarea de Cristiani es de partera: en momentos de crisis garantizar el nacimiento de un liderazgo nuevo y fuerte; instalarlo en el poder; cubrirle las espaldas contra cualquier tipo de francotiradores (que no faltarán) - y entregar a otra generación el partido y la misión de reformar al país.

En este sentido da mucha confianza el hecho que toma el poder en el partido el hombre que menos lo ha buscado.

Habrá voces -críticas como entusiastas- que interpretan el regreso de Cristiani como el regreso de ARENA a su pasado. Nada menos cierto: El único camino abierto para ARENA es hacia adelante, hacía más democracia, más reformas, más apertura.

El hecho que para encontrar este camino llamen a Freddy Cristiani significa que están claros de los obstáculos y de los riesgos. Por eso recurren al tal vez único hombre que en esta situación de crisis interna de ARENA sabrá unir al partido y al mismo tiempo limpiarlo.

En este cambio de mando en ARENA no se trata de que un grupo sustituya a otro para gobernar de igual forma, sino de usar el poder para redefinir el carácter de la alianza y sus fundamentos ideológicos. Para esa tarea se necesita mucha autoridad, sin ser autoritario. También en este sentido, Freddy Cristiani parece el más indicado para dirigir el complejo proceso de renovación de ARENA.

Como suele a pasar con todos los golpes del estado, hay que estar muy claro cómo y cuando volver a la institucionalidad. ARENA necesitaba un golpe de estado, pero no necesita un régimen autoritario. Necesita una autoridad fuerte que construya institucionalidad, legitimidad, democracia interna.

Si ARENA se equivoca en esta crisis y no se enrumba hacia la construcción de un partido democrático de ciudadanos, ni siquiera la figura de Freddy Cristiani lo puede salvar de la suerte de convertirse en minoritario y obsoleto.

(El Diario de Hoy, Observador)

miércoles, 29 de abril de 2009

¿Quién embaucó a quién?

No cesan las paradojas en el nuevo mundo valiente de la crisis. Todos, absolutamente todos, se felicitaron por el tenor de la Cumbre de las Américas, celebrada en Trinidad hace dos semanas, por la nueva política hacia América Latina de Barack Obama y por la nueva dignidad latinoamericana.

Todos, salvo dos: la derecha estadounidense y Fidel Castro, extraños compañeros de trinchera. Para entender este sorprendente giro geopolítico es preciso explicar lo que sucedió durante el periplo del nuevo presidente norteamericano, o por lo menos sugerir un par de hipótesis. Ya después veremos por qué Fidel y conservadores como Newt Gingrich comparten el mismo descontento.

Una de dos: o bien Obama pecó de una increíble ingenuidad en su trato con los líderes latinoamericanos reunidos en el Caribe (y antes de ello, con el presidente Felipe Calderón en la capital mexicana), o bien les tomó perfectamente la medida.

La primera posibilidad es la más obvia, y menos verosímil. Debido a su bisoñez, Obama se habría comprometido con la guerra optativa de Calderón contra el narco, con la probidad, eficacia y perseverancia de sus colaboradores, con la comentocracia mexicana que se deshizo en elogios al nuevo ocupante de la Casa Blanca. No habría entendido que así como Calderón emprendió su cruzada por motivos estrictamente políticos, la puede suspender por los mismos; que al igual que con sus predecesores, los "valientes y honestos" luchadores contra la droga de hoy pueden resultar ser los cómplices de mañana, y que el anti-americanismo proverbial de las élites mexicanas (intelectuales incluidos) volverá por sus fueros a la menor provocación.

En cuanto al llamado eje del bien (Chávez, Morales, Ortega, Correa y Lugo), habría sucedido lo mismo. Le dieron a Obama por su lado, después, por supuesto, de haberle leído la cartilla sobre todos los pecados habidos y por haber cometidos por Estados Unidos en América Latina. Chávez no se comprometió a dejar de apoyar -según fuentes oficiales colombianas, más que nunca- a las FARC en Colombia y al FMLN en El Salvador (mas no a Mauricio Funes), ni a restaurar los programas de cooperación con Washington en la lucha antinarco, ni a dejar de nacionalizar a empresas nacionales y extranjeras sin compensación (el caso de la mexicana Cemex, entre otras), ni a cesar de cerrar medios de comunicación, ni a perseguir a opositores, ni a pervertir al poder judicial. Morales no se comprometió a suspender su apoyo al cultivo de hoja de coca, ni a volver a acoger en Bolivia a un embajador de Estados Unidos y al equipo antidrogas de la DEA; Correa, de Ecuador, noaceptó mantener la base de la DEA en Manta. Y Ortega ni sueña con detener su persecución de opositores, su involucramiento con los salvadoreños y sus diatribas antiamericanas.

Y sobre todo, ninguno de los mencionados, ni los más sensatos como Lula, Calderón, Bachelet, etcétera, jamás le pedirán a La Habana que ponga su parte en la danza de concesiones mutuas con Washington: ni que abrogue el impuesto sobre remesas, ni que libere a los presos políticos, ni que suprima la tarjeta blanca y la prohibición de viajar, ni mucho menos que negocie la devolución o compensación de las propiedades americanas expropiadas en 1959-1962. Nunca aceptarán que, de la misma manera que presionan, con razón, a Obama para que levante unilateralmente el embargo a Cuba, deben hacerlo con Castro para que por fin se establezca un régimen democrático en la isla. En esta hipótesis, los latinoamericanos le habrían visto la cara a Obama, y éste, con toda inocencia, se habría dejado embaucar.

Huelga decir que la hipótesis alternativa se antoja mucho más creíble. Consiste en pensar que fue Obama quien les tomó el pelo a los latinoamericanos, al comprender que por muy izquierdosos que sean unos, y muy modernos que parezcan otros, esta camada de líderes de la región conserva el perfil ortodoxo, incluso clásico, del político tercermundista. Con algunas palmaditas en la espalda, algunas palabras consabidas y fatigadas, y un lenguaje corporal apropiado, se dan por muy bien servidos.

Como dijo Teodoro Petkoff, el ex guerrillero venezolano, "Chávez terminó calificando la reunión como 'casi perfecta'. Y todo porque Obama le dio la mano y cruzó unas palabras con él. Está visto que Chacumbele no aguanta una picada de ojos de un presidente gringo". Desde tiempos inmemoriales, los iberoamericanos le profesan una verdadera reverencia a "lo dicho" y a las formas, al contrario de los norteamericanos, para quienes "prometer no empobrece". Para los nuestros, la sustancia es secundaria; los ritos, todo. Obama los observó con creces. Dijo cuantas veces fue necesario que venía a escuchar y a aprender; que no había socios menores ni mayores en la zona, sino iguales, y que él buscaba ante todo brindarle respeto a sus colegas, aun cuando no coincidiera con ellos.

Claro: no se comprometió con Lula a levantar el embargo a Cuba, o el arancel sobre el etanol, o a apoyar su pretensión de ocupar un escaño permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU; no se comprometió con Álvaro Uribe a buscar la aprobación del Acuerdo de Libre Comercio con Colombia; no se comprometió con Calderón a restaurar la prohibición de la venta de fusiles de asalto o a incrementar la Iniciativa Mérida; ni con los centroamericanos y caribeños a proponer una reforma migratoria integral. Es decir, se limitó a sonreír para la foto con Chávez, a escuchar impávido y estoico la arenga de Ortega, a recibir libros del siglo antepasado, y a solidarizarse con Evo en la denuncia de atentados indemostrables. Nada más.

Gracias a todo ello, fue fuertemente aplaudido por los latinoamericanos y severamente criticado por su derecha interna... y por el único líder latinoamericano que ha superado, a un costo inaudito para su país, los tradicionales complejos de los políticos del área: Fidel Castro.

La oposición conservadora de Estados Unidos le ha reclamado a Obama dejar pasar insultos y ofensas contra sus predecesores (desde Bush hasta Kennedy, y a diferencia de Zapatero y Juan Carlos I), ser demasiado cordial con Chávez sin plantear un solo tema de la agenda propia, y permitir que lo sermonearan ad náuseam sin jamás responder. Fidel Castro, por su parte, le enmendó vigorosamente la plana a Obama... y al boquisuelto de su hermano, que cometió varios pecados discursivos imperdonables. Éste es el meollo del asunto.

En su reflexión del 22 de abril, el Castro mayor subrayó que "el presidente interpretó mal la declaración de Raúl" al pensar que cuando dijo en Venezuela, el 15 de abril, que "todo está sobre la mesa", incluyendo derechos humanos, presos políticos, migración, narcotráfico, etcétera, hablaba en serio.

Obviamente, no: la mera mención por Raúl de "presos políticos", por exaltado que se encontrara (basta ver las imágenes de los ocho minutos de su discurso en YouTube para entenderme), constituye una herejía para Fidel. Jamás ha aceptado la existencia de presos políticos en Cuba, ni piensa hacerlo. Tampoco, por supuesto, aceptó eliminar el impuesto sobre las remesas, ni, según portavoces oficiosos, la llamada "tarjeta blanca" para salir de Cuba. En otras palabras, le recetó a Obama lo que los franceses llaman "une fin de non-recevoir": nada de nada.

Para los latinoamericanos, bastaron carisma, cordialidad y cariño; para Fidel, sólo bastará que Obama se rinda, se disculpe, y pague la penitencia por los pecados de sus predecesores. El mandatario estadounidense sedujo a sus colegas presentes en Puerto España, salvo al que no es su colega, y que estaba ausente.

(El País, Madrid)

Our Reality Has Not Been Magical

An interview with Horacio Castellanos Moya

With a newly-elected leftist government in El Salvador, exiled Salvadoran novelist Horacio Castellanos Moya is optimistic about the future of a country that once responded to his novels with death threats.

moya250sq.jpgOne night in the summer of 1997—a week after the publication of his third novel, Revulsion: Thomas Bernhard in San Salvador—Horacio Castellanos Moya’s mother received a midnight phone call: “We’re going to kill your son.”

The message was a wake-up call not just for Castellanos Moya’s mother, but also for a writer who, like many of his peers, had hoped the conclusion of his country’s civil war might usher in a new era of dialogue and peace. In twelve years of violence, from 1980 to 1992, armed conflict between leftist guerrillas, the Farabundo Martí National Liberation Front (FMLN), and an arch-conservative party of merchants and military men, Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), had nearly beaten the nation’s collective head into a coma: right-wing death squads raped nuns and gunned downed priests in their pulpits; college students dropped their books so they could shoot at each other with automatic rifles; revolutionary leaders, in a paroxysm of passion and confusion, executed the country’s beloved revolutionary poet, Roque Dalton; the tortured bodies of peasants who’d supported the wrong side appeared regularly on rural roads. Seventy-five thousand graves were dug during those twelve years.

Despite the signing of peace accords in 1992, in the years following the civil war many more bodies were still to be buried—a result of soaring poverty, rampant crime, and gang violence, one of the most corrupt military and police forces in the world, and politicians who still seemed trapped in a state-of-siege mentality. Receiving threatening phone calls in the years after the war, says Castellanos Moya, “did not make you special.”

Born in 1957 in Tegucigalpa, Honduras, Castellanos Moya moved to San Salvador at the age of four and lived there until 1979, when he left to attend York University in Toronto. On a visit home to his mother in 1980, he got his first real taste of the violence of war. In downtown San Salvador one day, he recalls, he found himself at a demonstration of unarmed students and workers. He watched the massive procession from the sidewalk. Suddenly, snipers—government “security” officers—appeared on rooftops and opened fire on the marchers. At least twenty-one people were killed. Like many in the crowd, Castellanos Moya ran. He left El Salvador that March and did not go back to Canada to resume his studies. Instead, he traveled to Costa Rica and Mexico, where he found work as a journalist, writing sympathetically about the student and worker organizations that had joined forces to form the FMLN in the wake of the January massacre. But soon, as he supported the guerrillas and their rebellion from afar, he became disillusioned by violent in-fighting within the party and what he describes as its gradual “Stalinization.” In 1991, he returned to El Salvador to start a magazine, hoping to take advantage of the new space for dialogue he imagined would be opened by the end of the civil war. The right hated the publication, the left wanted nothing to do with it, he says. The magazine eventually folded.

In nine novels, written in rented rooms and friends’ apartments as he worked as a journalist abroad, Castellanos Moya has voiced the sense of loss and frustration felt by an entire generation of Latin Americans in the aftermath of the revolutionary conflicts of the nineteen eighties. From Senselessness, a twisted and poetic descent into one man’s confrontation with the recent history of genocide in Central America (published in English by New Directions last May), to The She-Devil in the Mirror, which follows the murder of a high-society Salvadoreña into the shadowy corners of political power (to be published in English this September, also by New Directions), to Revulsion: Thomas Bernhard in San Salvador, in which the Thomas Bernhard-esque main character, Edgardo Vega, returns to El Salvador after eighteen years to deliver a 119-page diatribe against his country of birth—Castellanos Moya has captured the disappointment of post-war El Salvador. “Human stupidity has no limits, particularly in this country,” says Vega, in an especially vitriolic section of Revulsion, in which the founder of ARENA is a “criminal psychopath killer of archbishops turned into a heroic forefather,” FMLN politicians are “rats that traded their preaching about justice for any crumbs that fell from the table of the rich,” and the national university is a “turd expelled from the rectum of the militaries and the communists.”

It was lines like these, in fact, that so enraged some Salvadorans they took to the nation’s op-ed pages and demanded the book be banned. They threw the novel out windows and into fires and onto trash heaps. They called up Castellanos Moya’s mother and told her they would kill her son. They convinced the author, finally, that in El Salvador there could be neither saviors nor critics. Nothing, Castellanos Moya thought, would ever change. And so once again he left the country, this time for good.

But this March 16, in an historic presidential election, something did change in El Salvador. Led by former journalist Mauricio Funes—a man who wears sleek sport coats in place of olive combat fatigues and who has commented on other nations’ civil wars as a wildly popular CNN en Español host, but has never fought in one himself—the FMLN accomplished what they were never able to do with guns: take power from ARENA. Now, Funes and the FMLN will inherit a country in which the terror of war has been replaced by the terror of constant crime, where gangs and political death squads slay civilians on the streets of San Salvador regularly, and the implementation of free-market policies like CAFTA have done little to bolster a national economy that provides less than half of the country’s population with adequate food or shelter. Will the party be able to save the country this time? What has changed since the civil war? What will the future hold for El Salvador?

I spoke with the acclaimed author by telephone the night after the election, from his apartment in Pittsburgh, where he’s lived since 2006 as part of a city-sponsored “Writer-In-Exile” program. When I called, he answered in a jovial voice that seemed at odds with the glowering author photos adorning the backs of his books. He was on a long-distance call with his mother in El Salvador, he said, could he call me back in twenty minutes? When I spoke with him later, he apologized and explained that even after twelve years of her son living in exile, “She still worries when the phone rings late at night.”

-Wes Enzinna for Guernica

Guernica: What was your mother’s reaction to the elections?

Horacio Castellanos Moya: Oh, she doesn’t care about politics.

Guernica: What was your reaction?

Horacio Castellanos Moya: I think the fact that ARENA accepted the results is incredible. I mean, wow. I was shocked they accepted defeat so easily.

Guernica: You were worried they might stage a coup, you mean? Or try to rig the results?

Horacio Castellanos Moya: Yes, it would not have surprised me. I mean, you’ve got to remember the history of ARENA. They’ve ruled the country for the past twenty years. The party was created by the core group of people responsible for creating the death squads; it was a kind of fascist party from the beginning. Of course, it’s changed a lot, they’ve brought in new faces, a lot of younger people, technicians, newer politicians with different ways of thinking… They’ve evolved a lot, but there is a kind of ideological element in the party that is still very fascist… I mean, have you heard their anthem? [Singing] El Salvador will be the tomb where the Reds meet their end!… I mean, that’s their anthem to this day.

Guernica: And what about the FMLN? They’re not exactly “reds” anymore, are they?

Horacio Castellanos Moya: Well, no. You have to remember that the FMLN was originally created as a kind of defensive organization. Any time there was an opposition party that wanted to fight for power through democratic means, the military destroyed this party, their leaders were tortured, their leaders were killed. This was the story in the thirties, in the forties, in the fifties and sixties. So it was very natural that in the seventies, after so many decades of not having any possibility of participation or winning an election, it was very normal when the new movement decided, okay, here there is no democratic way, the only way is to take weapons against these guys, because these guys only understand the language of weapons.

Guernica: But you were eventually disillusioned with the FMLN. How did that happen?

Horacio Castellanos Moya: The killing! ARENA, of course, was responsible for a lot more violence on the whole, but the FMLN committed their share, too. They were a guerilla army. And of course, you start to read… I started to learn about the history of the communism and all the killing of Stalin and how this system didn’t work… but, at the same time, you see that inside the FMLN, they had all these crises in their own ranks. In 1983, with what happened between [Ana Melinda] Montes and [Salvador Cayetano] Carpio [in January of that year, these two high-level FMLN commanders were killed in a bizarre murder/suicide after a doctrinal dispute within the party], I say, fuck, these guys are crazy. So that’s when I thought, wow, this is very easy to just to get the same kind of shit that you are criticizing of your enemy.

Guernica: And what about Roque Dalton? Were you aware of who he was before he was murdered? You had read his poetry already?

Horacio Castellanos Moya: Yes, of course. I mean the big contradiction for the Salvadoran writer of the seventies and eighties was the fact of belonging to the left and knowing that the left had—well, “the left” is a really general way of saying it—the left had an armed organization that had killed Dalton in a very horrible way, without any common sense around the killing, just passion and rivalry.

Guernica: And how has the FMLN changed between then and now?

Horacio Castellanos Moya: Well, the FMLN was created as a socialist organization, to build socialism—and by and large, the idea of socialism was defeated when the Soviet Union collapsed. It was a boon. Not only for them, it was a problem for all of the Latin American left. Their political identity, to say the least, was in crisis. Besides that, the FMLN has had so many factions, so many splits, and people have defected. For a long time, the party was controlled by a group of leaders that, for me, represented the worst creation of the old communist ideology, in the sense that these leaders were educated in the time of Brezhnev and they represented that old Stalinism. So I think the fact that in this election, the FMLN had the intelligence and the audacity of proposing Funes as their candidate, that could only happen because the old communists have died out. It’s a renovation of the party, a new attitude, a new openness. They are becoming a much more modern, contemporary leftist party. Now they are a lot more like Lula [da Silva] in Brazil or [Michelle] Bachelet in Chile, for example, than like Castro.

Guernica: Does this mean they’ve given up their effort to really change Salvadoran society, to redistribute wealth in some substantial way, for example? I was just listening to Funes’s acceptance speech and was surprised to hear him invoking liberation theology, talking about how the country was going to follow the “preferential option for the poor.”

Horacio Castellanos Moya: I don’t think there is going to be any attempt to redistribute wealth, no. The liberation theology stuff, I think, is just rhetoric. Of course, a big challenge for Funes is going to be with his own party, with the old guard members who are still committed to some of the revolutionary ideals of the civil war. But I think now they are a minority. What we’ll probably see instead is that [the FMLN] will actually try to tax the rich in the country. This is the big challenge for many societies that have been ruled by rightwing parties, fiscal reform, tax reform, because in those societies, rich people don’t pay taxes... I don’t know if you remember a couple years ago when all the Salvadoran banks were sold to international banks? They didn’t pay a single cent in taxes, because all the assets of the Salvadoran banks were registered as the property of entities in these little islands in the Caribbean. That’s the idea of “nation” these people have.

Guernica: What about Revulsion? What prompted you to write it? And why did you think Thomas Bernhard would be a suitable voice for describing these things about El Salvador, all these things you were frustrated with?

Horacio Castellanos Moya
: This was the thing with Revulsion. I didn’t do any planning, just one day, the last day of 1995, it was six o’clock and I was just in a very bad mood, expecting to go to a New Year’s Eve party, and I was in Mexico at that moment and this kind of, this frustration that we were talking about, I started to write and at the time I had been reading Thomas Bernhard, and his voice had infected me, had infected my mind, so I thought, I’ll get it all out. So I wrote that book, in three weeks or something like that, and then I put it in my drawer. Three years later it was published. But I was not thinking about it; it wasn’t that I decided, “Bernhard is the voice for El Salvador!”

Guernica: But Vega’s criticisms of the country are so vivid, they’re sort of maniacally specific. I mean, it seems like they must have come easy to you as you were writing the book.

Horacio Castellanos Moya: Okay, well, when I was writing, I suddenly discovered not only that I had all these ideas in my head, but I discovered I had this character through whom I could tell all the biased prejudices, all the phobias, that I heard in El Salvador. This character is a kind of cocktail of every complaint I’ve ever had or heard about El Salvador. But people think that because of that book that I don’t like pupusas [a thick corn tortilla snack popular in El Salvador, which Vega describes as tasting like feces]. I like pupusas. Or they think I don’t eat chuco de canchas. I love chuco de canchas.

Guernica: What about your disappointment in the failure of the revolutionary promises of the eighties, especially your disappointment over the relationship between, I don’t know what you’d call it, the cultural and political left? I mean, that’s a theme in El asco [Revulsion], and in lots of your other books too, especially your first one [La diáspora, which tells the story of a group of young exiled Salvadoran intellectuals living in Mexico City].

Horacio Castellanos Moya: Yes, that is a great concern. For me and for others, we thought that the creation of new political movements, new political institutions, would open up the possibility of having democracy after the civil war. And at the same time, we thought this meant there was going to lead to a creation of cultural institutions that were going to create a new kind of society, right? We thought we could do that; we started a newspaper [Primera Plana, which ran from 1994-1995]. But after a few years, we discovered that Salvadoran society was just exhausted, there was nothing new in a cultural way. We tried to do things in a new way, but the political forces, on the left and the right, they ignored us, they didn’t want to have anything to do with us. They just wanted to share the cake. So all the things we thought about how peoples’ consciousnesses might be changed, well, it wasn’t true, not only in El Salvador, but everywhere—it doesn’t happen like that in society. I think we were very naïve. So that’s the frustration.

Guernica: That seems to be a core experience of your generation of Latin American writers… I’m thinking of Élmer Mendoza or Rafael Menjívar Ochoa, who seem to have similar experiences of political disenchantment or exile. And Roberto Bolaño, too, of course. You were friends with Bolaño, right?

Horacio Castellanos Moya: Yes, a little bit. We exchanged letters. He said some very nice things about my books. Of course, his books are incredible.

Guernica: Would you say that you feel like part of a particular generation of Latin American writers? And what are the primary concerns of your generation?

Horacio Castellanos Moya: Yes, I think that I am part of that generation of Latin American writers who still had a kind of political approach to our societies, we supported the forces of change in those societies. For us, we wanted to create a new kind of society but politics were just a little bit of that, politics was just a little part. We were very disappointed that the political revolutions didn’t mean that, well, they didn’t mean the total change of society we wanted, they didn’t mean the change of peoples’ mentalities. After all these political conflicts ended, we said, why? What was all this for?

Guernica: How do you respond to that in literary terms?

Horacio Castellanos Moya: Well, that’s the big challenge, I don’t know. Everyone tries to do their own work on that. It just happens to you, you have to have your own way…

Guernica: But what about in specific ways? I mean, specific attempts to deal with the new political realities, or the loss of old political ideas, in formal terms—for instance, the turn in recent years away from testimonio literature, or the turn away from magical realism? How were these shifts an attempt to deal with the failure of revolutionary politics, or how did they come out of your experience of disillusionment, how were they formal responses?

Horacio Castellanos Moya: That was very important. In terms of magical realism, I think that the Latin American writers of my generation, we are much closer to American writers in the sense of how we understand the world and what we talk about, than we are to magical realism. The universe or the world that García Márquez describes, for me it’s like he’s talking about Africa or Persia. I’m much closer to literature that has to do with Los Angeles or some other American city than I am to Macondo. I mean, what does our reality have to do with magical realism? Our reality has not been magical.

But testimonio literature [the most famous example of which is probably I, Rigoberta Menchú, an autobiography written by the indigenous Guatemalan guerrilla, Rigoberta Menchú], of course, was a very important genre of the seventies and eighties. But for my generation of writers, we thought that testimonio had become a kind of new church, a new genre, that you were supposed to write if you were political, and you were supposed to believe in the truth of these novels, the literal truth… Why? Because the backbone of testimonio is historical truth. You know, “I was the victim, and I suffered that, and you have to hear me, and once you hear me, you will accept or adopt my political position, and my story is the truth.” And what was our reaction? We rejected all this. We rejected this type of narrative.

Guernica: But what was the problem you saw with it? Did you think there was some connection between this type of writing, this claim to truth-telling and the way it was being used, and the way revolutionary politics were done in the eighties, the way parties put forth their own narratives, revolutionary parties trying to sell you, trying to convince you, with their ideology? Did they seem like they were trying to tell the same types of narratives?

Horacio Castellanos Moya: Yes. Exactly. What we realized was that reality is more complex… There is not one true narrative… It’s when you believe that there is, believe it totally, that’s when you end up with problems.

Guernica: And this, for you, was a new problem in literature, right? I mean, at this time, there was plenty of suspicion about the truth-telling narratives that were represented by something like testimonio, and maybe by modernism in general, and yet you weren’t trying to not do it in an apolitical fashion, or removed from immediate political concerns, in the way that the American postmodernists like maybe Barth or Coover or whoever were doing it. So you were trying to respond in your work to the problems created by the crisis in modernism and realism, but also trying to do it with some of the immediate political concerns still intact?

Horacio Castellanos Moya: That’s the challenge for me, yes, because what I’m trying to say in my work is, we have this kind of society, we have these kinds of political problems, with this kind of deep injustice, this is the kind of society we have. And I’m going to create fiction based on this kind of society, but who are the goods and who are the bads, it doesn’t depend on which party they belong to… In fiction, you deal with each character as a human being, you value them because of their particular motivations and passions, and not just because of ideology. Testimonio wanted to assign value to people based on their ideology. The value of testimonio is based on ideology. And it was the same with revolutionary politics. Both were ways of understanding reality and there was a problem with the way we interpreted reality in our literature, and the way we interpreted reality with our politics, and the way we interpreted reality in our heads… They were all connected.

Guernica: And so does Funes’s election in some way represent a break with this old way of understanding things, a break with the old ideologies? Is there some correspondence there, between what’s happened in the literature and what’s happened in politics?

Horacio Castellanos Moya: Well, maybe. Salvadoran society has experienced two different historical periods in the last thirty years. Twelve years of civil war, and then eighteen years of post-war malaise—I don’t know exactly what you’d call it—but not democracy. Remember, ARENA was created in order to fight communism, not to create democracy. And the FMLN was formed to make socialism, not to create democracy. Funes is, I suppose, a sort of compromise—he’s trying to open a new kind of stage of history, maybe doing away with ideology. He represents, I hope, a new way of looking at things. A new way, maybe, of being plural. But you’ve got to take into account that, in this election, 51 percent voted for Funes, but 49 percent voted against him. So we shouldn’t overestimate how much things have changed.

(Entrevista de Wes Enzinna. Publicado en Guernica-a magazine of art and politics)

martes, 28 de abril de 2009

TACA y la gripe porcina

Francamente estoy indignado. Ahora resulta que hay una emergencia de salud internacional, que varios gobiernos están pidiendo a sus ciudadanos que no viajen a México, que están cerrando teatros, cines, estadios y bares en el Distrito Federal; y TACA penaliza a sus usuarios por cambiar de fecha.

TACA sacó un memorándum interno que dice lo siguiente:

Estimados todos:

Debido al brote de fiebre porcina, principalmente en algunas regiones de México, se autoriza waiver de cambios sin penalidades COD y COT en todas las tarifas de acuerdo a las siguientes consideraciones:

1.     1.-   Aplica a pasajeros con origen y destino MEX en el rango de fechas del 24 de Abril y 03 de mayo.

2.    2.-    La nueva fecha de vuelo deberá ser a más tardar el 31 de mayo de 2009, después de esta fecha no aplican cambios sin penalidad.

3.      3.-  Etc.

En conclusión yo estoy arruinado, porque aunque cumplo el requisito uno de las fechas de viaje, casi a cabalidad, el requisito dos es imposible. Primero porque mi viaje no dependía de mí, ahora solo puedo viajar el próximo mes y como yo quien sabe cuantos más. Por lo cual tengo que pagar 113 dólares de recargo más el cambio de tarifa. Porque sí TACA ha cambiado sus tarifas para junio y posterior, aprovechando la emergencia internacional le subió de precio a los pasajes. Vaya, total que tengo que pagar 150 dólares más (35% más del valor original) o ir al D.F. en medio de la crisis.

Este tipo de cosas son las que dan indignación a todos los ciudadanos, cuando no tenemos protección, cuando nos cobrar 40% de comisión en la tarjeta, más una comisión de quien sabe que cosas y de paso si uno no esta vivo le cobran hasta tres seguros distintos. Bueno TACA se une al club de la vergüenza de las empresas, aprovecha una crisis para subir precios, disfraza una solución que no soluciona, por lo menos a personas como yo. Y este supone ser el orgullo de los salvadoreños, esta es la empresa salvadoreña por excelencia, donde quedó la solidaridad y la seguridad para nosotros. Porque a fin de cuentas es protección para los salvadoreños que se realicen la menor cantidad de viajes en estas fechas.

Simplemente indignante.  Por una emergencia médica internacional TACA se ganó 35% más del precio de mi pasaje. ¡Esto es una compañía! ¡Esto es pensamiento empresarial! 

Desde Chalatenango: “hoy no nos pueden quedar mal”

Hace unos días me encontré con un señor que me ha hecho confirmar lo que pienso sobre el país. Don Gregorio (pongamos que se llama así) vive en Arcatao (pero pudiera vivir en cualquier parte de El Salvador rural), tiene 76 años. Pasó por la guerra con Honduras, la guerra civil, la paz, el primer alcalde de Arcatao, la reconciliación, las promesas, la esperanza y la victoria del partido político FMLN. Un poco me platicó de todo, pero no me olvidará su primera frase al preguntarle que esperaba del siguiente gobierno: “que no me decepcione”.

Don Gregorio pasó por mucho y tuvo cinco hijos, dos murieron en la guerra. Crió a dos nietos, pero tiene 15 en total. Nunca tubo educación formal pero él reconoce que lee mucho, todo lo que le ha caído en sus manos en todos estos años. Ahora le cuesta leer mucho, sus pesados lentes estilo setentas no le ayudan mucho. Don Gregorio siempre estuvo del lado de los “muchachos”, “cuando podía les pasaba mensajes y les vendía víveres, bueno antes de que nos mandaran al exilio, en Honduras estuvimos viviendo. Cuando regresamos siempre les ayudé. Yo ya no me animaba ha andar por los montes, pero tres de mis hijos si se fueron con ellos, otro es militar”. Tiene mil y una historias sobre los montes, se los conoce todos y sabe todos los nombres de los árboles y animales. Cuenta historias de seres mitológicos e historias de héroes de leyenda.

De los gobiernos de ARENA no tiene un mal recuerdo: “miré como voy a tener un mal recuerdo, si no hicieron nada por mi”. Y es que lo dice en comparación de los que antes traban de ayudarlos mandándoles militares. Se siente feliz en el abandono y la incomunicación de su pueblo. “Donde llevan carreteras se meten los mañosos”, esa fue su opinión cuando le hablé de la Longitudinal del Norte. Esa misma preocupación tiene muchos habitantes de la zona, escuchan irresponsabilidades en muchas partes, desde los responsables de gobierno que les hablan de los empleos y el desarrollo que tendrán. “Ya me han prometido eso tantas veces” dice Don Gregorio y luego se queja: “Y a fin de cuentas, qué es el mentado desarrollo pues”. También los han visitado innumerables veces los irresponsables de las ONGs, que les hablan de los beneficios del desarrollo sostenible y les cuentas historias de los demonios que les llegaran a robar todo, TODO. Don Gregorio me cuenta que una vez, él no, porque él ya sabe, que esas historias no pueden ser ciertas. Dos personas se encerraron en su casa porque el gigante de las transnacionales se los podía comer. Después de una reunión con una ONG ellos se imaginaron literalmente al gigante que comía hombres.

Historias como esa tiene a miles Don Gregorio. Por eso él ya no cree en el gobierno y en las ONG porque engañan, siempre. De naturaleza desconfiada le cuesta mucho contar los nombres reales de los personajes de sus historias, pero habla de coroneles y comandantes. Habla de la vez que pasó por ahí un candidato a Presidente y le regaló una gaseosa en bolsa: “viera que agradecido estaba el don”. Pero no hubo manera que me contara cual fue. Me contó que él siempre ha tratado de votar, unas veces lo ha logrado otras no. También hay muchas historias al respecto. Él voto con toda la ilusión por Duarte y fue una de sus mayores decepciones. Él pensaba que la reforma agraria traería beneficios “y miré solo cooperativas quebradas hay por todas partes, lo bueno es que aquí en Chalate siempre hemos sido pequeño propietarios y toda la vida nos hemos puesto de acuerdo, pero miré los ingenios ahí en el embalse, ninguno sirve”.

Siempre ha querido lo mejor para El Salvador y esta vez, como en las últimas cuatro elecciones votó por el FMLN, “y para donde más pues”. Le pregunté si le ilusionaba que ganara el Frente: “miré con Zamora era la primera vez, yo no tenía ilusiones, pero con Facundo ahí si, si miré “Esteban” vivía a dos casas de la mía antes de que se fuera y ese muchacho iba a ser mi presidente, como no me iba a ilusionar. Ah, con Schafik la cosa se puso sería, miré los muchachos de por acá me decían que no había que votar por él, porque era de los comunistas, pero yo lo vi pasar por acá con las botas puestas”. Hasta ahí Don Gregorio me parecía interesante, pero su análisis de Schafik me deslumbró.

Luego de eso le tenía que pedir su impresión de Mauricio Funes. “Miré el salía mucho en televisión, pero por acá, yo nunca he tenido, me dicen que siempre ha estado de nuestro lado, yo nunca lo vi”. Esas fueron las primeras palabras para describir al presidente electo. Le pregunté que si no le gustaba: “claro que me gusta es el candidato del Frente, no lo conozco, pero si me gusta”. Y no vino a Arcatao le pregunté. “Pues se que hizo una fiesta en Chalate” No lo noto muy convencido de los resultados le tuve que decir. “No, no es eso es que Mauricio quien sabe, al rato es o no es, lo que si se yo es que es que el compañero Leonel no nos va a defraudar, Don Mauricio al final, ni se entera que uno existe, pero el compañero Leonel no nos puede fallar, hemos pasado por tanto para que llegara acá, miré ganó un partido, pero yo se que no es lo mismo que el Frente de antes, pero ganó la izquierda y hoy no nos pueden defraudar, hoy no puede salir mal, hoy después de tantos desastres no pueden quedar mal con nosotros, miré si ya comienzan a decir que no los van a dejar a hacer nada… no señor hoy no nos pueden quedar mal”

Y es que con la esperanza de la gente no se puede jugar. Que responsabilidad tiene el nuevo gobierno, de ser un gobierno que no juegue con la esperanza de la gente. No hay nada peor que un pueblo sin esperanza, sin la alegría de que su vida puede ser mejor. Cuando el pueblo se transforma en sínico, el país recibe una estocada moral que puede catapultarnos a las peores situaciones. Ahora el Frente tiene la responsabilidad de escuchar a Don Gregorio y estar haciendo jueguitos de si socialismos del siglo XXI o si don Mauricio lo aprueba o no. Esta es la hora de que demuestren su opción preferencial por los pobres, comenzando por escucharlos, no por ideologizarlos. Señores del Frente ustedes tienen que aprender del pueblo, no ellos de ustedes. 

Carta a Fernando Lugo, ex-obispo y presidente de Paraguay

Señor presidente:

¡Felicidades! En un mes te salieron tres hijos. Nada mal para un obispo. Para un presidente que predica cambio, justicia y verdad, es incomparable. ¡Entraste al libro Guinness de records mundiales!

Lo que más me fascina es que nunca pierdes la compostura. Te sale un primer hijo y hablas de ‘la verdad’. Aparece el segundo, y hablás de ‘la justicia’. Te sacan al tercero y hablás de ‘el amor’...

Y nunca pierdes el profundo sentimiento por la dignidad de las mujeres. En todos tus discursos respetás la equidad de los géneros, hablando de “ministros y ministras”, “sucesor o sucesora”, etc. Incluso ahora, cuando comentás en público tus pecados carnales, te diriges a “los paraguayos y las paraguayas”. Siempre el correcto. Siempre respetando a las mujeres. Menos cuando tienen 17 años y admiran a los sacerdotes revolucionarios.

Aunque te dijeron ‘su excelencia’ y ahora te digan ‘señor presidente’, sos un mentiroso, camarada Lugo.

Paolo Lüers

(Publicado en Más!)

sábado, 25 de abril de 2009

Balance de poder

El poder ejecutivo está al punto de cambiar a manos del FMLN. ¿Es realmente extraño que en esta coyuntura de alteración de la correlación de fuerzas a los partidos no les salga tan fácil negociar la presidencia de la Asamblea, la presidencia de la Corte, cinco nuevos magistrados de la Corte, la composición de la Cámara Constitucional, el fiscal general, el procurador general de la República, el futuro de la Corte de Cuentas y del Tribunal Electoral?

Están en movimiento muchas piezas. Está en juego el balance del poder.

Todos estamos exigiendo a la Asamblea Legislativa que esta vez elija a un fiscal general independiente que no corresponda al interés particular de ningún partido.

Pero hay que tomar en cuenta que en el balance existente de los poderes la fiscalía es una pieza. Removerla del esquema de balances y contra-balances cambia la correlación de fuerzas. Crear una Fiscalía independiente altera la correlación.

Quiere decir: La derecha no va a aceptar a un fiscal general independiente sin que simultáneamente se discutan y redefinan los criterios para la elección de los magistrados, la composición de la Cámara Constitucional y la presidencia de la Corte Suprema.

Esperar que ARENA, que está entregando el ejecutivo, al mismo tiempo esté entregando a la izquierda la fiscalía, es ingenuo. Igual sería ingenuo esperar que ARENA, al tiempo que cede su control de la Fiscalía a favor de un fiscal general realmente independiente, no exija la aplicación del mismo criterio para la Corte.

Es muy común la crítica a los ‘combos’ que arman en la Asamblea para interrelacionar todas estas decisiones. Pero de hecho no son, no pueden ser, decisiones aisladas. Cada decisión, cada elección de los funcionarios de segundo grado, cada reforma a una de las instituciones clave, afecta el equilibrio de poder. Por lo tanto, requiere negociaciones complejas que incluyan las demás instituciones. Porque cada una de esas decisiones altera el equilibrio de poderes. Criticar esto como expresión de una partidocracia, no sirve para nada. Es ingenuo o es cortina de humo quejarse que en una democracia los cargos claves para el equilibrio de poderes sean sujeto a negociaciones entre los partidos. Lo que hay que exigir es que las negociaciones sean transparentes.

El FMLN exige que para la elección del fiscal general se aplique el criterio de la independencia partidaria – pero que a la Corte se elijan magistrados que correspondan a su interés partidario. ¡O todos en la cama o todos en el suelo, camaradas!

Esto no significa que no hay que emprender la tarea de despartidizar las instituciones. Claro que sí. Pero de verdad, bien negociado, tomando en cuenta los intereses y los miedos de todos.

Igual que hay que rechazar el intento de algunos de canjear la Fiscalía, para asegurar la impunidad propia, por el control de la Corte, hay que rechazar el intento de otros de neutralizar la fiscalía y al mismo tiempo aumentar la influencia propia en la Corte, en la directiva de la Asamblea y en el Tribunal Electoral.

Si el FMLN realmente quiere una Fiscalía independiente, quitando influencia indebida a ARENA, que digan claramente dónde van a ceder ellos. Sólo se puede tener Fiscalía independiente si al mismo tiempo todos los partidos renuncian a su ‘derecho acumulado’ de meter magistrados ‘de ellos’ en la Corte.

El FMLN tiene que entender que los demás partidos, sobre todo los de oposición, no están dispuestos a aceptar la consigna ‘winner takes all’ o ‘todo cambia’, pero a nuestro favor. La futura oposición no tiene porque cederle al futuro partido de gobierno el control de la presidencia de la Asamblea + mayor influencia partidaria en la Corte + el tercer magistrado en el Tribunal + mayor influencia o incluso control en la Procuraduría General de la República, al tiempo que se desmonte el control que históricamente han tenido los partidos de derecha sobre Fiscalía y Corte de Cuentas.

Para lograr esto, el FMLN tendría que haber ganado las elecciones de enero en grande, terminando con mayoría clara y facilitando alianzas que le aseguren mayoría calificada. Afortunadamente esto no fue el caso y seguimos en una democracia que mantiene equilibrios y contrapesos.

Y los equilibrios requieren negociaciones. Por más que algunos traten de tildar de ilegítimos las negociaciones, los vetos, los condicionamientos de ciertas decisiones a otras para mantener el equilibrio, seguirán siendo el mecanismo de calibrar los equilibrios.

(El Diario de Hoy, Observador)

viernes, 24 de abril de 2009

Una de dos...

El país necesita un partido reformista. Urge un partido suficientemente amplio y abierto para que quepan todos que estén comprometidos con las reformas políticas, institucionales y sociales que necesita el país para alcanzar prosperidad y equidad.

Donde quepan todos los que están cansados de la estéril polarización entre revolucionarios y conservadores que mantiene inmóvil al país. Para que el país avance, se necesita un partido capaz de romper la polarización y convertir la reforma en el denominador común de los sectores democráticos y progresistas de derecha e izquierda.

Si este partido necesario nace del proceso de renovación de ARENA, bienvenido sea. En este caso podrían seguir con ARENA los sectores desencantados con el conservadurismo y la falta de democracia de su partido, y además podrían acercarse los liberales, socialcristianos, socialdemócratas que nunca se sintieron atraídos por ARENA.

Si ARENA, en cambio, se queda a medias con la limpieza y la reorientación política, o si simplemente busca su salvación en revivir su pasado, posiblemente saldrá un mejor partido de derecha, pero nada más. En este caso, se vuelve impostergable la creación de una tercera fuerza que sea reformista, democrática, amplia, plural.

Miles de gentes antes de las elecciones han dicho: "Es la última vez que voy a apoyar a ARENA, sólo para evitar el mal mayor que es el Frente. O ARENA cambia de verdad, o hay que crear una alternativa". Los que han sostenido esta tesis y mostrado esa frustración, ahora deben actuar. De manera concertada y consecuente.

No deben conformarse con cambios cosméticos ni reformas tibias. Deben seguir insistiendo en un partido nuevo, salga de la transformación interna de ARENA o salga en competencia con ARENA.

La derecha perdió las elecciones y el poder, porque ARENA no tuvo ni la capacidad ni la voluntad de efectuar la apertura democrática necesaria.

Era sólo discurso, y además carente de credibilidad. Ahora que perdieron están en un profundo proceso de reflexión, y muchos empujan que de ahí salga una transformación irreversible de ARENA.

La opción de transformar ARENA a muchos les parece la más conveniente, porque evita los riesgos que significa la creación de una nueva 'marca' política.

Pero implica también seguir cargando con las hipotecas de 20 años de gobierno. Implica también seguir cargando con los sectores conservadores que quieren continuar con la ideología anticomunista y las prácticas autoritarias.

La opción de crear una fuerza nueva es la más radical. Tiene la ventaja de poder competir, sin consideraciones y concesiones a los sectores reaccionarios que siguen fuertes en ARENA, contra el proyecto partidario, con el cual Mauricio Funes (desde la presidencia y en división de trabajo concertada con el FMLN) tratará de llenar el vacío político en el centro de la sociedad.

Esa opción de crear un tercera fuerza tiene la desventaja que arrancaría su organización territorial desde cero, cosa que cuesta mucho dinero y tiempo.

Pero tiempo hay: luego de estas elecciones pasadas hay tres años sin tener que presentarse a elecciones. Y dinero también hay, tomando en cuenta el desencanto de muchos empresarios con ARENA. Sería la primera vez desde la fundación de ARENA que una fuerza nueva nazca con el apoyo de sectores poderosos del capital nacional.

Estoy hablando de los empresarios progresistas que han entendido la necesidad de crear un Estado moderno, transparente y eficiente que asuma su rol de regulación y su compromiso social.

En última instancia no importa si la fuerza política que necesita el país --yo lo llama el partido de la reforma-- nace dentro o fuera de ARENA. Pero su surgimiento es impostergable, porque corresponde a una necesidad de la sociedad, no a la ambición de poder de una clase política.

(El Diario de Hoy, Observador)

Revolución cubana hoy: el sueño de unos pocos

Una pregunta en torno a los 50 años de la Revolución Cubana es si se trata del aniversario de lo ocurrido hace medio siglo o del cumpleaños de algo que aún está vivo. Las revoluciones tienen ambiciones de inmortalidad, vocación de parte aguas, ansias destructivas de lo que hubo antes, prisa por el futuro. Cuando una de ellas se jacta de cumplir medio siglo, en realidad su certificado de defunción se ha firmado muchos años atrás. Prolongarse en el tiempo, aferrarse en el poder, tener sueños de eternidad, es la forma de suicidarse que tienen las revoluciones.

Para la generación que fue testigo consciente del triunfo revolucionario y protagonista de los años fundacionales, la palabra “antes” significa lo previo a 1959. Sin embargo los nacidos entre los 70 y los 80 la interpretan de una manera muy diferente; para ellos la revolución es su pasado. Las conquistas que este proceso logró, especialmente las alcanzadas en la época de la subvención soviética, no produjeron en la nueva generación el efecto de salvación mesiánica, porque ellos nacieron en medio de su mejor momento y fueron testigos de su decadencia. Al no sentirse rescatados de ningún mal del pasado, les cuesta identificarse como beneficiarios del socialismo y esto les permite ser más objetivos, lo que los lleva a ser más críticos. Esa es la generación que tendrá en sus manos la decisión de cómo será el futuro y no podrán contar para ello con la experiencia de un “antes”, que no vivieron.

ImageLa revolución, el sistema, el proceso, esto, o como cada cual quiera llamarle, agotó hace mucho tiempo su combustible, su capacidad renovadora. Ya no le queda nada viejo por destruir, pero le falta mucho por hacer. Cincuenta años después del triunfo revolucionario, el país tiene más tierras improductivas que nunca y el más alto déficit habitacional de la historia. La moneda con que se paga el salario a los trabajadores carece de valor real y los dos renglones de mayor prestigio, la educación y la salud transitan por momentos de verdadera crisis. Se observa un índice demográfico en retroceso y una emigración creciente. La que una vez fuera la ideología oficial, el marxismo leninismo, es hoy una curiosidad arqueológica de la que solo se habla en círculos académicos. El Partido Comunista, el único permitido por las leyes, hace más de una década que no realiza un congreso. Nunca más se ha hablado de planes quinquenales y el sueño de contar en el siglo XXI con un hombre nuevo, fruto de una esmerada formación, no es ni siquiera una quimera, más bien parece una broma. Quien lo desee, puede comprobarlo preguntándole a cualquier adolescente sobre el ansiado arquetipo y ya verá cómo se ríe.

La crisis de los valores preocupa a todos, sobre todo la disminución de la responsabilidad ciudadana, la aceptación de lo ilícito como normal, incluso como forma de sobrevivir. Saltan a la vista la devaluación de las más elementales normas de la decencia, la falta de respeto por lo que es ajeno, sobre todo si es un bien común. Los cubanos convivimos con el vandalismo, el arraigo del racismo, el aumento del regionalismo, el culto creciente a todo lo foráneo, el desprecio desmedido a lo nacional, la falta de escrúpulos con el manejo de los recursos públicos, el soborno como método preponderante para solucionar un problema o cumplir una aspiración, las metástasis de la corrupción a todas las esferas de la sociedad. Campean libremente el nepotismo, el beneplácito popular al mercado negro, la pérdida de confianza en las instituciones y en los procesos de presumible solución que éstas generan. Con una población penal que ronda los 80 mil reclusos, Cuba se ha convertido en un país donde trabajar llega a verse como un absurdo y en el mejor de los casos como una formalidad.

Pero lo peor de todo no es la variedad ni la intensidad de estos problemas, sino la falta de perspectiva que hay para encontrarles solución. La sociedad civil está desmembrada y en los medios de difusión solo se proyecta un país que no tiene referentes con la realidad. No hay un debate estructurado sobre los males que aquejan al país. La oposición política, dispersa, perseguida, satanizada y muchas veces instrumentalizada o infiltrada, poco puede hacer para dar a conocer sus programas y propuestas.

ImageLos cambios que reclama la sociedad cubana son impostergables, pero tienen la dificultad de ser considerados pasos atrás, si se analizan desde el punto de vista estrictamente revolucionario. Esto último trae como consecuencia una enorme resistencia para aplicarlos de una vez por todas, fundamentalmente entre aquellos que emplearon sus mejores años en la construcción de un ideal al que nunca se arribó.

Los cambios que espera la sociedad cubana no se limitan al aspecto económico. En el campo de los derechos ciudadanos, la gente aspira a que el gobierno elimine el humillante trámite de “permiso de salida” que limita los viajes al extranjero. Especialmente que termine de una vez el concepto de “salida definitiva” que convierte a los emigrantes en extranjeros sin poder radicarse nuevamente en su propio país y con sus propiedades confiscadas a la salida. Ya se avanzó algo cuando fue permitido a los cubanos hospedarse en los hoteles y hacer contratos para telefonía celular. A mediados de este año se levantó la veda para la venta de algunos artículos electrodomésticos, como hornos de microondas, reproductores de DVD y computadoras, hasta entonces prohibidos, pero todavía queda mucho por conquistar. Entre las demandas en esa dirección están el hecho de que un ciudadano cubano pueda comprar libremente un auto o contratar servicios de Internet y televisión por cable.

Estas “aspiraciones de clase media” son poca cosa si las comparamos con las más esenciales. La necesidad de expresar libremente criterios y el derecho a asociarse alrededor de cualquier tendencia o preferencia, sin temor a represalias. Este es el punto más candente que coloca a Cuba en la lista de países ajenos a las normas democráticas, comúnmente aceptadas por la mayoría de las naciones civilizadas.

ImageLa revolución cubana cumple su medio siglo como el avión achacoso que logra surcar los aires con el piloto automático encendido. La retirada de su líder histórico y la sensación de indefinición sobre quién lleva realmente las riendas del país, se combina con una nueva administración norteamericana. Obama “amenaza” con desactivar al menos una buena parte de los argumentos tradicionales sobre los que se ha basado la represión a la diferencia.

Si el nuevo presidente demócrata se inclina por la tendencia de aflojar las tensiones con la isla, puede crearse un clima de diálogo que favorecería a los elementos más reformistas dentro del gobierno. La solución del diferendo entre Cuba y los Estados Unidos, o al menos la disminución de su perfil, parece una condición indispensable para sacar del juego a los fundamentalistas. Si a eso se sumara la aparición de una nueva generación de dirigentes políticos, podría desencadenarse algo más dinámico que una perestroika y menos controlado que el modelo chino de hacer el socialismo.

Lo que es hoy la Revolución cubana no se parece al sueño de nadie, ni de los que la construyeron y mucho menos de quienes la heredamos. Al menos ya sabemos que no hay tiempo ni deseos de empezar otra vez por el principio.

(descuba.com; la autora es editora del blog generaciony)

“Con frecuencia me decepciono de mis textos”

Desde hace treinta años, Alma Guillermoprieto —La Señora Crónica— se enfrenta a la vida con un cuaderno y un bolígrafo en la mano. Y desde entonces, también, tiene un vagabundo afán por descifrar a Latinoamérica. Lo hace, diría Kapuscinski, con los cinco sentidos del periodista: estar, ver, oír, compartir y pensar.

Alma se sabe emocionalmente vulnerable pero aprovecha la subjetividad para imprimirle a sus textos ritmo, colores, sabores, olores, murmullos, experiencias, sensaciones. “Si vives en crónica, entonces escribes en crónica. Si vives en declaración de funcionario, entonces escribes en declaración de funcionario”, sostiene.

Ella siempre va más allá de lo aparente. Retrata a la gente común y nos explica cómo sus destinos están regidos por una clase política sin escrúpulos. Si escribe sobre los pepenadores, también habla del subdesarrollo. Nos lleva a la guerrilla para revelarnos las obscenidades de la especie humana. Nos cuenta del tango y perfila una crisis económica.

Es su forma de vida. Es su pasión. Y la disfruta con toda la intensidad posible.

Pero ahora, sentada ante una pequeña mesa de una cafetería en la Ciudad de México, mientras bebe un capuchino descafeinado, Alma Guillermoprieto sufre. Su sonrisa se torna nerviosa y parece estresarse. Sufre porque no le gusta que la entrevisten. Sin embargo, su conciencia profesional y su generosidad pueden más.

***

En México, Alma Guillermoprieto comenzó a estudiar danza moderna a los 12 años. A los 16 se fue a Nueva York con su madre, y siguió bailando. Fue discípula de Martha Graham, Twyla Tharp y Merce Cunningham. Para pagar las clases trabajó como mesera y vendedora de zapatos. Para el otoño de 1969 Merce le dijo que había una oportunidad de ir por un año a dar clases de danza a Caracas o a La Habana. No estaba segura de aceptar y consultó la proposición con Twyla: “Yo que tú, aceptaba. No vas a lograr nada quedándote acá”, le dijo. Lo pensó, decidió irse a Cuba y ese viaje le cambió la vida.

Daría dos clases al día en la Escuela Nacional de Arte Cubanacán durante un año a cambio de 250 dólares mensuales. Pero al final sólo se quedó seis meses en la isla.

Llegó a La Habana el primero de mayo de 1970. Pasó sus primeros días en el hospital por complicaciones en las vías respiratorias. Luego intentó adaptarse a la vida austera de la isla, a la escuela y a sus alumnos. Le costó interesarse en “la Revolución”. Se sentía muy sola e incluso llegó a tener pensamientos suicidas. Todo esto lo cuenta en La Habana en un espejo (Plaza & Janés, 2005), quizá su libro más íntimo.

Un noche, antes de ver Memorias del subdesarrollo en la Cinemateca de La Habana, vio el noticiario del Instituto de Arte e Industria Cinematográfica. Era la primera vez que veía un programa de noticias. Nunca lo había hecho y tampoco había leído un periódico completo (“el mundo de los bailarines es tan absorbente…”, explica ahora). Y era la primera vez, también, que ante sus ojos se proyectaban las imágenes de la guerra de Vietnam: los muertos, los incendios con napalm, la gente huyendo, el estruendo de las bombas al caer... Salió impresionada del cine. “Y yo sin hacer nada”, se reclamaba.

¿Ése fue el origen o la causa de que ahora usted sea periodista?

Yo creo que sí. Sí. Hasta ese momento comprendí que existía un mundo que no era el mundo del arte y que el arte no podía auxiliar y en el cual el arte era irrelevante. Fue un descubrimiento culposo, como tantas veces en mi vida. Y fue un descubrimiento válido, también. Sí, sin eso que me sucedió en La Habana tal vez no me hubiera convertido a este oficio.

Casi ocho años después de aquella experiencia en Cuba, Alma Guillermoprieto cambió las zapatillas por la pluma. En agosto de 1978 se fue a Nicaragua durante los días de la insurrección sandinista contra Anastasio Somoza y empezó a reportear a lado de la fotógrafa Susan Meiselas. Susan captaba imágenes con su cámara y Alma con sus cinco sentidos para luego forjarlas en palabras.

¿Por eso dice que aprendió a reportear como fotógrafa?

Yo nunca fui a una conferencia de prensa y, hasta la fecha, no voy a las conferencias de prensa porque para mí no explican nada esencial. Es como ir a ver a un autor en vez de leer su libro. No entiendo qué se gana con eso. Los fotógrafos solamente pueden producir como material de trabajo lo que ven. Y yo, como reportera, sólo producir como material de trabajo lo que he visto. Dicho lo cual, los fotógrafos llegan al lugar y hacen clic después de lecturas, estudios, entrevistas... no es posible tomar las fotos llegando nada más al lugar. Y yo tampoco. Antes he procurado nadar en el material.

***

Alma Guillermoprieto ha vivido en Los Ángeles, Nueva York, La Habana, Managua, San Salvador, Río de Janeiro y a mediados de los noventa regresó a México para establecer su “base de operaciones” y planear sus constantes viajes. ¿El nomadismo como búsqueda de arraigo? “Vivo aquí y rara vez —y con pésimos resultados— he escrito sobre otra cosa que no sea América Latina, porque si bien hay cosas que me apasionan, no hay nada más que me pertenezca”, contó en el prólogo de su libro Al pie de un volcán te escribo (Plaza & Janés, 2000).

Para hacer sus crónicas, antes de subir al avión lee sobre el lugar al que va. Al llegar camina libremente y sin propósito para atrapar aspectos de la ciudad y de la gente. Entonces define cuál es el camino que podrían andar con ella sus lectores. Así, delimita el tema y comienza a identificar personajes y a reportear.

“Para ir a reportear me levanto más temprano de lo que quisiera. Si me ha ido bien, tengo unas cuatro citas o sé a dónde ir. Veo que tenga suficientes lápices y plumas, que tenga un cuaderno y que no lo haya perdido (alguna vez me ha tocado) y voy al lugar donde tengo que estar. Y si tengo la oportunidad de ir a un lugar que a mí me conmueva pues voy lo más temprano que me acepten y procuro estar ahí hasta que me corran. La pila se me puede acabar a la media hora, pero yo procuro estarme seis. Cuando puedo, me hago a un ladito y escribo todo lo que se me ocurre a lo largo de ese día”.

“A los hechos hay que acercarse con el cuaderno y con el corazón”…

Sí. Yo, como cronista, no puedo escribir si no estoy profundamente conmovida. Por eso estoy muy agradecida con Colombia. Ahí, lo que sucede es siempre profundamente conmovedor. Ése es mi punto de partida. No es nada intelectual ni de observación diletante. Es arriesgar en ocasiones hasta el pellejo. Pero no quiero dramatizar.

En efecto, el país donde se sitúan la mayoría de los textos de Alma Guillermoprieto es Colombia. “Colombia —explica— es un país que amo por muchas razones: por verde, por alucinantemente hermoso en su geografía. Lo amo porque, los bogotanos en específico, son devotos de dos cosas que me fascinan: la rumba y la lectura. Quiero a mucha gente allá y me quieren mucho a mí. Y tal vez lo amo principalmente porque me ha dado material para pensar. Como escritora amo los lugares que me dan ese material como para masticar, elaborar, reflexionar, meditar. El largo proceso de reflexión sobre los fracasos civiles de América Latina se me ha dado más ricamente en Colombia”.

¿Cómo le hace para establecer empatía con sus interlocutores?

Es un conflicto moral eterno: uno no quiere que sus entrevistados queden desprotegidos o sufran. Pero mi problema es el contrario: ¿cómo hago para que no me cuenten todo? Yo tengo una cara de enfermera o no sé... porque me cuentan todo, todo. El gran secreto para un reportero es confiar en que todos queremos contar nuestra historia. Todos. Todos queremos ser comprendidos. Escuchados. Y los reporteros, la mayoría de las veces, no escuchan. Van en busca del entrecomillado y no en busca de la verdadera historia que hay detrás del entrecomillado. Pero si uno va en busca de la verdadera historia, el entrevistado percibe eso y lo agradece más de la cuenta.

En la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, que preside Gabriel García Márquez, dicen que Alma “tiene la virtud de hacer que los lectores avancen por sus historias sin tropezar con palabras mal puestas ni verbos enredados”. Basta leer cualquiera de sus textos para toparse con una prosa llena de ritmo, vocabulario y una musculatura verbal que propicia unos cadenciosos movimientos narrativos.

Desde niña comenzó a “atesorar palabras”. Leía, en la biblioteca de su madre, los libros de Vladimir Nabokov, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Ramón López Velarde, César Vallejo, Octavio Paz… Pero también leía con especial entusiasmo, número tras número, el New Yorker.

¿De ahí proviene su estilo literario?

En gran parte, sí.

¿Quién es su mayor influencia como escritora?

Mi mamá [la periodista Lita Paniagua]. Tardé muchos años en reconocerlo, pero es así… Mi mamá escribía en una revista un poco frívola, digamos. Escribía sobre su vida y lo que le interesaba. Yo creo que hubiera sido una gran bloguera en esta época. Era muy chistosa, muy ocurrente... El registro trágico no lo manejaba. Tenía mucha fluidez. Estudió en Estados Unidos y yo creo que sus grandes lecturas fueron en inglés, antes de descubrir a los hispanoamericanos. En Nueva York era secretaria. Finalmente logró graduarse en la universidad y conseguir la maestría. Sus últimos años en Nueva York trabajó en un programa sobre los barrios marginales de Harlem. Y eso también fue una gran influencia para mí: la cultura negra, el jazz.

Escribió en la revista Kena hasta que murió, a principios de los ochenta. Tenía un estilo muy personal, muy bonito. Yo creo que, inconscientemente, tengo mucho de ella en mi escritura. Y mucho del New Yorker. También gracias a mi mamá, uno de nuestros grandes placeres era la suscripción a The New Yorker. Cuando llegaba, los miércoles, el gran placer era sentarnos juntas primero a ver las caricaturas y luego a leer la entrada de la revista. Pero en ese momento ni siquiera pensaba en ser escritora. La danza para mí era lo único que importaba. Realmente jamás me pasó por la cabeza ser periodista o escritora. Sin embargo, yo creo que esas lecturas que me daban tanto placer se me quedaron grabadas. Los grandes textos de la revista eran reportajes. Ahí leí Hiroshima, A sangre fría... Sin duda eso fue una influencia profunda.

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Durante tres décadas, Alma Guillermoprieto nos ha contado con espíritu etnográfico las tragicomedias latinoamericanas: las guerras de Nicaragua, El Salvador y Colombia; las características de los pepenadores y los mariachis mexicanos; la violencia y la corrupción en Brasil, Argentina, Perú y México; las vidas de Marcos, Evita, el Che, Fidel, Vargas Llosa; nos ha hablado de las muertas de Juárez y de los videoescándalos detonados por un payaso, de las cholitas luchadoras en Bolivia y del culto a la Santa Muerte en México. Cada uno de sus textos es “de largo aliento”: “Tardo como un mes para escribir una historia. Ahora los textos son mucho más cortos de lo que eran antes, pero no soy capaz de hacerlo más rápido. Me tardo tanto porque lo que más me cuesta son los enlaces entre los párrafos. Puede pasar un día y no le encuentro”.

Dice que nunca ha escrito más de cuatro textos al año. Siempre lo ha hecho en inglés, pues los publica en las revistas The New Yorker, The New York Review of Books y National Geographic. Lo único que ha hecho en español es su libro La Habana en un espejo. “Tenía que desenterrar recuerdos muy añejos. Me pareció que si no lo hacía en el idioma en que lo viví, no iba a lograr una buena reconstrucción. Por otro lado, me pareció que si lo escribía en inglés iba a entrar en un debate que me ha parecido siempre imbécil sobre Cuba: si es dictadura o no es dictadura, Fidel o no Fidel y el comunismo... y no fue así como viví esa experiencia. Entonces, obligadamente tenía que escribirlo en español para evitar entrar en ese discurso. Pero fue muy difícil. Creo que no lo volvería hacer. Llevaba 25 años escribiendo en inglés y perfeccionando el idioma con el que trabajo. Al tercer capítulo me quedé sin verbos, sin adjetivos, sin adverbios... era desesperante. No tenía el vocabulario, los recursos, el idioma, para seguir adelante. Yo creo que ésa es una de las fallas de ese libro. Es un libro hecho a hachazos en vez de utilizar un cuchillo de filetear. Me siento más a gusto en inglés. Soy muy irónica y el inglés permite unos vericuetos y unas cuchilladas bajas que quizá el español, más declarativo, no permite”.

Alma tiene sus puntos débiles a la hora de escribir y no le importa descubrirlos: “Siento que me falta estructuración. Muchas veces doy noticias y la gente ni se da cuenta porque lo integro demasiado al texto literario. Tengo una obsesión por los mismos temas. Tengo una cierta tendencia hacia el sentimentalismo. Siempre pienso que tendría que haber reporteado más. Y eso que nos preocupa y nos obsesiona tanto a todos: cómo integrar la información pura y dura en un texto literario... Frecuentemente me decepciono de mis textos. Mi primer libro, Samba, tardé años en quererlo. Me duele el hecho de no haber reporteado nunca bien a los malandros, a los narcotraficantes del barrio... creo que porque me dio miedo. Me falta orden. Y yo creo que mi escritura... carece de esa seguridad que tienen principalmente los hombres, aunque no quiero dividir por género, de decir: yo soy importante, léanme. Siempre tengo entradas sinuosas y yo quisiera poder entrar de una manera más declaratoria. Pero no sé hacerlo. Siempre que empiezo un artículo o que voy a la mitad, siento que no me va a salir. Entonces necesito leer un artículo mío para comprobarme a mí misma que alguna vez pude. Leo, de preferencia, un artículo viejo y digo: caray, no está tan mal... si alguna vez pude, puedo otra vez”.

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Al preguntarle sobre el actual periodismo latinoamericano, Alma comenta: “Los periódicos en América Latina, me da pena decirlo, no son muy buenos. Hay contadísimas excepciones. Los reporteros jóvenes y muchas veces brillantes se quejan de sus editores, del sueldo... con toda razón. Pero tampoco son tremendamente imaginativos a la hora de proponer textos y enfoques para la realidad. La realidad latinoamericana es infinitamente rica, es mágica e increíble. Al periodismo latinoamericano le falta descubrir la forma de transmitir eso. Está el mundo por descubrir y está todo por escribir. Pero no se comprometen plenamente con eso. Tampoco los periódicos latinoamericanos se plantean todos los días cuáles son los seis temas que pueden cambiar un país, una ciudad”.

¿Qué es lo que más hace falta en los medios de la región?

Abordar temas absolutamente pendientes, como la ecología. Eso da para todo: para crónica, para reportaje científico o político. Pero todo el mundo lo asume sólo como un tema que hay que cubrir porque es bueno para la salud y le dedicamos media página. Entonces los lectores perciben eso y dicen: “la ecología es una hueva”. ¿Cómo va a ser una hueva nuestro futuro? Las grandes decisiones de la ciencia se toman fuera de nuestros países y nosotros no estamos ni siquiera en condiciones de entender qué son. Tampoco aparece el narcotráfico más que en su dimensión criminal, y nadie se ocupa del reportaje empresarial... ¿quién le ha hecho el gran reportaje a Carlos Slim? Con esos me quedaría nada más para arrancar.

Hace tiempo también hablaba acerca del periodismo quieto en contraposición al periodismo estridente…

Sí. Fue a raíz de una carta de un amigo mío que fue editor nacional del Washington Post. En América Latina tenemos la tradición del periodismo contestatario que cumplió un papel histórico muy importante en las luchas de independencia o contra las dictaduras... Pero desgraciadamente el periodismo contestatario se hace con la voz muy alzada y lo que queda después es un periodismo gritón. El periodismo gritón aburre a los que les gusta pensar, aturde y crea un público populista acostumbrado a las respuestas extremas siempre. El periodismo callado da explicaciones que permiten reflexionar y pensar, que es un paso necesario para la adultez cívica.

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“Todos mis artículos son bastante apasionados y guardan cierto veneno para con los políticos, porque me parece que la falta de decencia en la política latinoamericana es una tragedia”, dice Alma Guillermoprieto.

Después de 30 años de recorrerla, ¿cómo define hoy a América Latina?

América Latina es una región más próspera. Los pobres son hoy menos pobres que en mi niñez y que hace 30 años, las tasas de mortalidad han descendido, la desnutrición es menos común... América Latina es hoy una región más esperanzadora. ¿Qué es lo que me desespera? Que haya dado a los tumbos con un camino a la modernidad que es en gran parte un camino hacia la cultura chatarra de Estados Unidos. Yo quisiera vernos independientes culturalmente, abocados a la búsqueda de las respuestas importantes y no al consumo en todos los sentidos: el consumo cultural, el consumo comercial de lo fácil, de lo frívolo, del oropel, de lo desechable.

A pesar de que durante algunos años trabajó de planta en el Washington Post y en Newsweek, prefiere ser periodista freelance. “Es que soy una persona complicada y supongo que aventurera, aunque la palabra me disgustó muchísimo durante años. Dependo mucho de mi propia libertad y fácilmente me siento muy encerrada. La rutina de depender de un jefe, de un sueldo, siempre me ha pesado mucho. Como freelance claro que asumo ciertos riesgos que con la edad se vuelven más amenazantes, pero a cambio tengo la libertad de crear. Entre las dificultades de ser freelance está, por supuesto, la económica... Pero levantarse todas las mañanas e inventarse la vida de pe a pa, no es poca cosa. Resolverse existencialmente todos los días, no es poca cosa. Es una gran posibilidad. Yo creo profundamente en las posibilidades de la libertad. Creo que es la manera más plena de vivir como ser humano, para mí. Y ése es el camino que elegí”.

Pero en la vida de Alma Guillermoprieto también hay tiempo para cuidar el jardín de su casa, salir a comer con sus amigos e ir al cine. “Las pelis y el internet son una distracción absorbente… ¡paso horas navegando!”, dice con una sonrisa. Ya han transcurrido casi dos horas desde que comenzó a responder preguntas y cuando contesta la última, mira fijamente al interlocutor y ella misma apaga la grabadora y suspira de alivio. La Señora Crónica ha dejado de sufrir.

(Milenio, México; entrevista hecha por Víctor Núñez Jaime)

The Accountability Question. The right way to deal with torture's legacy

THE APPARENT confusion within the Obama administration about whether to prosecute officials of the previous administration for committing torture is not surprising. Two fundamental principles are colliding in this matter, and it's not easy to achieve a fair outcome that reconciles both.

On one side, you have the sacred American tradition of peacefully transferring power from one party to another every four or eight years without cycles of revenge and criminal investigation. It's one thing to investigate Richard Nixon for authorizing wiretaps and burglaries in secrecy, outside the normal channels of government, for personal political gain. It's another to criminalize decisions authorized through all the proper channels, with congressional approval or at least awareness, for what everyone agrees to be the high purpose of keeping Americans safe from terrorist attack. Once you start down that road, where do you stop? Should Bill Clinton, Sandy Berger and their team have been held criminally or civilly liable for dereliction of duty 3,000 people died in the Sept. 11, 2001, attacks, given that they knowingly allowed Osama bin Laden to flee Sudan for sanctuary in Afghanistan? What if the next administration believes that Barack Obama is committing war crimes every time he allows the Air Force to fling missiles into Pakistan, killing innocent civilians in a country with which we are not at war?

Such concerns are heightened when the country is at war, as we in fact are, though in the daily life of most Americans it might not seem so. Al-Qaeda terrorists still plot to inflict great damage, perhaps on a scale far larger than in 2001, and the country needs its guardians in the armed forces, the CIA and elsewhere to focus on defending the country against that threat, not themselves against legal action. The Obama administration needs to attract the best possible talent into government, and then expect from those who serve unflinching advice on hard calls. Neither will happen if public service routinely is followed by the need to hire private attorneys and empty one's bank account.

AND YET, on the other side, we have this: American officials condoned and conducted torture. Waterboarding, to take the starkest case, has been recognized in international and U.S. law for decades as beyond the pale, and it was used hundreds of times during the Bush years. Eric H. Holder Jr., the attorney general of the United States, has stated flatly that it is illegal. In a country founded on the rule of law, a president can't sweep criminality away for political reasons, even the most noble. When the United States sees torture taking place in other parts of the world, it issues some pretty simple demands: Stop doing that, and punish -- or at least identify, and in some way hold accountable -- those responsible, so that the practice will not be repeated. How can a country that purports to serve as a moral exemplar ask any less of itself?

The answer does not lie with those congressional Democrats who are eager to put the entire Bush administration on trial. Nor, as President Obama has discovered this week, can it be found in his own wishful calls to look forward rather than dwelling on the past. As other nations have discovered, the past will haunt the present until it is investigated and openly dealt with. And although we have misgivings about international justice intruding on the sovereignty of democratic governments, it's also true that if the United States doesn't examine its own record, other nations will have a better claim to do so.

To an extent, such an examination is going on all around us. The Senate intelligence committee is conducting a review. The Senate Armed Services Committee, having been mostly AWOL when it could have made a difference, has issued a useful report. The Justice Department's Office of Professional Responsibility is examing the conduct of Bush administration lawyers. It may seem, after a week of constant news coverage and newly published legal memos, that there isn't much left to learn.

But wide holes remain in public knowledge of how torture came to be official U.S. policy and how that policy was implemented. The efficacy of "enhanced interrogation techniques" remains in dispute. We don't know if some interrogations went beyond even what the Justice Department had approved. The extent of congressional knowledge and approbation remains unclear. And as former defense secretary Donald H. Rumsfeld might note, we don't know what we don't know.

SO THERE remains, as we have long argued, a need for a bipartisan commission composed of respected leaders to conduct a thorough review. Mr. Obama should take the lead in forming such a panel. It should conduct its work deliberately and issue its findings publicly.

In the end, no such panel can answer every question. We will never know what detainees might have disclosed if interrogators had persisted with more humane techniques. We can't measure precisely the damage inflicted on the United States and its soldiers by the fallout from Abu Ghraib and Guantanamo. But a presidential commission could produce the fullest, least-heated account possible.

Once it did so, prosecutions would not be the only option. Based on what we know today, we do not believe they would be the best option. For reasons laid out at the beginning of this editorial, we would be extremely reluctant to go after lawyers and officials acting in what they believed to be the nation's best interest at a time of grave danger. If laws were broken, Congress or the president can opt for amnesty. In gray areas, the government can exercise prosecutorial discretion. But the work of the commission should not be prejudged. And the prudence of not prosecuting, if that proves the wisest course, would earn more respect, here and abroad, if it followed a process of thorough review and calm deliberation.

(The Washington Post)