Reproducimos un reportaje extenso de la revista Playboy, firmado por Sam Venis. Es un viaje por una Jaula de los Locos, llena de excéntricos entusiastas del bitcoin, creyentes de teorías de conspiración y "pensadores" de la nueva derecha extrema con visiones apocalípticas, que se concentran en El Salvador. Locos siempre hay, pero el reportaje demuestra que están bien conectados con el poder en El Salvador y llegan hasta la familia presidencial. Son círculos y relaciones secretas que el reportero solo pudo penetrar (y relevar), haciéndose pasar por uno de ellos.
Reproducimos la traducción con explicación de la jerga de estos círculos, con apoyo de ChtGTP. Tal vez tengan tiempo de leerlo en las vacaciones, a pesar de su extensión y el lenguaje torcido. Sirvanse un trago y ríanse de las locuras que reporta Playboy de nuestro país - y su gobierno. El original pueden leer en este link: Playboy
Paolo Luers
El país que apuesta por el bitcoin
El Salvador se transforma en un polo para entusiastas del bitcoin y pensadores de ultraderecha con visiones apocalípticas.
De Sam Venis/Playboy
Situada en una colina aproximadamente a mitad de camino del volcán El Boquerón, en San Salvador, la Casa Palestra es una mansión art déco de color naranja, de estilo colonial español, con tres pisos, seis dormitorios y una gran piscina infinita con vista al valle de San Salvador. Originalmente fue concebida, entre quienes estaban al tanto, como una especie de cruce entre una iglesia cristiana de “espiritualidad en red” y una casa hacker para un proyecto de software esotérico llamado Urbit: una extensa start-up convertida en red social centrada en el ambicioso y bastante literal objetivo de reconstruir internet desde cero, iniciada por el “elfo oscuro” de la llamada Ilustración Oscura (Dark Enlightenment), Curtis Yarvin. [Curtis Yarvin (aka Mencius Moldbug) es un Programador y ensayista estadounidense. Figura clave de la derecha intelectual radical online. Defiende reemplazar democracias por corporaciones soberanas o monarquías. Influye indirectamente en círculos políticos y tecnológicos conservadores. En el texto, su cercanía con Bukele sugiere una posible influencia ideológica.]
[Dark Enlightenment (Ilustración Oscura): Es una corriente intelectual marginal surgida en internet, asociada a pensadores como Curtis Yarvin y Nick Land. Rechaza la democracia liberal, el igualitarismo y el progreso ilustrado tradicional.
Propone ideas como: gobiernos autoritarios “eficientes”; estados gestionados como empresas; monarquías tecnocráticas; desconfianza hacia los medios, las universidades y el Estado moderno. Cuando el artículo llama a Yarvin el “elfo oscuro”, es una forma irónica de señalar su estatus casi mítico dentro de estos círculos.]
“Originalmente se suponía que sería algo así como, no sé, una especie de troll anómimo obsesionado con una estética hipermasculina y paramilitar”, dice Jake Hamilton, un ingeniero políglota y biohacker [Biohacker como identidad cultural: En el artículo, biohacker no es solo alguien que toma suplementos, sino presenta un rechazo a la medicina institucional (Big Pharma); creencia en la autosuficiencia biológica: desconfianza hacia el Estado y la regulación: afinidad con ideas libertarias o tecnoutópicas. Por eso se conecta con: criptomonedas (autonomía financiera); criptografía (autonomía digital); Estados paralelos (autonomía política)] de treinta y tantos años que vive en la Casa Palestra. Bronceado, de piel rojiza y con rasgos afilados escoceses-irlandeses, Hamilton terminó la universidad con un título en filosofía, pero tras tomar en 2015 un curso en línea con el filósofo tecnológico Nick Land sobre la filosofía del bitcoin, cambió el rumbo de su vida y empezó a enseñarse a programar por su cuenta: “En el momento en que [Land] dijo: ‘Bitcoin es una crítica monetaria’… que al eliminar la necesidad de un tercero de confianza, bitcoin desarrolla un espejo artificial de la ontología, fue como: lo entendí. Decidí, prácticamente en ese instante, que esto era lo que significaba seguir haciendo filosofía”.
Después de conseguir algunos trabajos básicos de programación mientras trabajaba como barman en Nueva York, Hamilton llegó a Urbit [Urbit: Un proyecto tecnológico alternativo que busca reconstruir internet desde cero, con una identidad digital soberana (no dependiente de Google, Meta, etc.); con redes privadas descentralizadas y con control total del usuario sobre datos y comunicación. Para sus seguidores, Urbit no es solo software, sino una filosofía política y existencial: una forma de escapar del control estatal y corporativo.] a través de los escritos de Yarvin, como muchos en la órbita de Palestra. Luego llegó la pandemia. Junto con un pequeño grupo de expatriados convencidos del colapso inminente de Estados Unidos, llegó a El Salvador en 2021 en busca de una salida, o como él lo llama, una “grieta” en el sistema (“Bitcoin es una grieta, Centroamérica es una grieta, y El Salvador es la grieta dentro de la grieta”). “Había una noción original muy específica, artificial y agresiva, que en realidad no se concretó”, dice, sonriendo y encogiéndose de hombros. “Fue la pandemia”.
Como muchos de los proyectos más excéntricos de la derecha disidente, la Casa Palestra llegó por primera vez a mi radar en línea, específicamente en Instagram, a través de una escritora de Nueva York que estaba saliendo con uno de los miembros originales de la casa. El rumor era que, en una visita reciente, había cenado con el actual presidente de El Salvador, Nayib Bukele, y que Yarvin estaba allí junto con un personaje de la escena derechista conocido en internet como Future Moldovan Citizen. Moldovan, como se le conoce socialmente, dirige la programación de eventos de un lugar llamado Sovereign House, una especie de club social de facto para estafadores de derecha y poetas quemados en el Lower East Side de Manhattan.
Esto me hizo preguntarme: ¿qué tenía que ver Dimes Square [“Dimes Square”: un microambiente cultural de Nueva York: escritores, podcasters, artistas y provocadores. El artículo conecta este nicho cultural con Bukele, sugiriendo una alianza extraña entre bohemia digital y poder estatal.] con El Salvador y, en particular, con Yarvin? ¿Era coincidencia que el monárquico más famoso del mundo —conocido por abogar por que los países destruyan “los gobiernos mediocres que heredamos de la historia” y los reemplacen por corporaciones de capital conjunto gestionadas como empresas familiares— supuestamente estuviera confraternizando con el joven presidente de El Salvador, un advenedizo hiperconectado que recientemente había encarcelado a 80 000 personas y cambiado la constitución del país para eliminar los límites a la reelección presidencial? Cuando Bukele se describió en Twitter como el “CEO dictador de El Salvador”, ¿era un juego de roles irónico —una broma interna— o una referencia a una teoría política práctica?
A juzgar por los tuits de Bukele (su biografía en X dice “Rey Filósofo”), lo que ocurría en El Salvador sugería lo segundo. Cuando modificó la constitución para adoptar el bitcoin como moneda de curso legal, lanzó un mensaje amplificado al mundo tecnológico de que estaba abierto a “nuevas ideas” (también el nombre de su nuevo partido político). Cortejó a celebridades cripto como Samson Mow y CZ, el fundador multimillonario de Binance. Convenció a un proveedor de stablecoins llamado Tether para trasladar sus oficinas a San Salvador y construir una torre en el corazón de la ciudad. Y sin embargo, a pesar de su estilo autoritario (o quizá debido a él), Bukele tenía un índice de aprobación del 90 % en su país. Controlaba los tres poderes del Estado y mantenía a raya a las pandillas. Su rostro estaba en vallas publicitarias por toda Centroamérica. Una encuesta incluso sugirió que era más popular que el papa. “El modelo Bukele” se había convertido en un meme aspiracional para líderes de toda América Latina. Donald Trump lo había calificado como su presidente favorito.
Al aterrizar en San Salvador en un Airbus repleto, yo quería saber cómo funcionaba todo esto en la práctica. ¿Qué sucede cuando un “network state” deja de ser una apuesta política incipiente y se convierte en el Estado mismo? ¿El modelo Bukele era realmente funcional, como parecía en la superficie, o simplemente había amortiguado el sonido de la disidencia?
[Network State (Estado en red): Concepto popularizado por Balaji Srinivasan: Comunidades digitales con valores compartidos, que luego adquieren territorio físico y funcionan como estados paralelos. El artículo se pregunta si El Salvador se está convirtiendo en un “network state real”, pasando de experimento digital a Estado soberano.]
Por supuesto, para entender la transformación de El Salvador bajo Bukele, hay que entender su historia de violencia. Hasta hace unos tres años —cuando Bukele inició una guerra contra las pandillas, arrestando a cerca de 80 000 personas y encerrándolas en megaprisiones ampliamente cubiertas por los medios occidentales—, El Salvador era considerado el lugar más peligroso del mundo. Tal vez por eso mi madre estaba aterrorizada cuando le dije que iba a hacer este viaje.
La versión abreviada de la historia de la guerra civil salvadoreña es que El Salvador fue una víctima de la Guerra Fría. Un levantamiento rural a finales de los años setenta condujo a una represión brutal. Los soviéticos armaron a los campesinos comunistas; los estadounidenses armaron a los represores: el gobierno y otras fuerzas guerrilleras anticomunistas. Las estimaciones comunes del total de muertos en este período de 13 años oscilan entre 75 000 y 100 000, aunque es probable que las cifras reales sean mayores.
Más de un millón de salvadoreños huyeron del país durante este período, principalmente a Canadá y Estados Unidos —y en particular a Los Ángeles—: casi uno de cada seis salvadoreños de un país de seis millones de habitantes. Allí, algunos de ellos formaron, o fueron reclutados, en dos pandillas principales: Barrio 18 y Mara Salvatrucha (MS-13), ambas nombradas por los vecindarios de Los Ángeles donde se originaron. Pero cuando la guerra contra las drogas en EE. UU. comenzó a intensificarse a principios de los años noventa, el Departamento de Estado decidió que era hora de limpiar las calles estadounidenses de pandillas extranjeras. Negoció el fin de la guerra civil y comenzó a deportar refugiados de regreso al país. Las afiliaciones pandilleras regresaron con ellos.
De vuelta en un país devastado por la guerra y lleno de armamento militar, sin oportunidades económicas claras, las pandillas comenzaron a reclutar. En 2004 había alrededor de 30 000 pandilleros; en 2012 eran 60 000; en 2022, 80 000 o más. En 2015, la tasa de homicidios de El Salvador alcanzó su nivel más alto desde la guerra civil, con más de 6 650 homicidios registrados ese año. A diferencia de los cárteles mexicanos, las pandillas salvadoreñas no son principalmente narcotraficantes: sus principales fuentes de ingresos son la extorsión y el robo. Esto significaba que, en la práctica, prácticamente todas las personas en El Salvador quedaban absorbidas en la órbita de las pandillas de una u otra forma: para los ricos, como un costo básico de hacer negocios, similar a pagar una factura de agua o electricidad; para todos los demás, como una fuente constante de miedo.
Esta era la situación que Bukele heredó cuando se postuló para alcalde de San Salvador en 2015. Desde el principio, su enfoque fue la transformación, tanto simbólica como material: cambiar los nombres de las calles para borrar la memoria de la guerra civil y nombrar a familiares en cargos administrativos. Instaló alumbrado público y videovigilancia en territorios controlados por pandillas. Inició programas de becas para niños y comenzó a renovar el corredor del centro de San Salvador. En 2017, Bukele fue expulsado de su partido y luego anunció su intención de postularse a la presidencia con uno nuevo, llamado Nuevas Ideas. Tuitero prolífico y estrella de las redes sociales, recurrió a internet para presentar su caso, reclutando un ejército de blogueros, youtubers y trolls digitales.
“Políticamente, es un genio”, dice Leonor Selva, una ejecutiva salvadoreña que asesora a organizaciones como el FMI y el Banco Mundial sobre cómo navegar las inversiones en el país. Conocí a Selva en una cafetería y espacio de coworking en el centro de la ciudad. Como muchos establecimientos de lujo en San Salvador, el café está escondido detrás de un gran muro de concreto cubierto de alambre de púas, vigilado por un guardia armado en la entrada. Hace apenas unos años, me cuenta Selva, había guardias armados en casi cada esquina de la ciudad, una “mentalidad de sitio”.
Bukele ganó la presidencia en 2019, y una de sus promesas centrales fue controlar a las pandillas. Cuando era alcalde, había negociado con ellas para reducir la violencia, como lo habían hecho administraciones anteriores. “Pero las pandillas se volvieron codiciosas y lo traicionaron”, dice Selva. La forma en que negociaban, continúa, era que “cada vez que querían más dinero o algo, aumentaban los homicidios”. Esto ocurrió tres veces. La tercera, en marzo de 2022, las pandillas asesinaron a 87 personas en un solo fin de semana. Días después, Bukele decretó un estado de emergencia a nivel nacional —un estado de excepción— y comenzó a arrestar pandilleros, usando tatuajes como identificadores. Según algunas estimaciones, casi 85 000 personas están ahora en prisiones salvadoreñas, la gran mayoría sin juicio (ni siquiera cargos formales).
Una cosa que los occidentales dan por sentada, dice Selva, es que el gobierno tenga el monopolio de la violencia: “Durante casi 50 años en este país, no lo tuvo. Lo que tuvimos fue un liderazgo político que no quería cambios, que estaba muy cómodo con esta dinámica estancada”. El problema, dice Selva, es que la popularidad que Bukele ganó al limpiar el país tiene fecha de caducidad, y no es posible replicar ese tipo de transformación repentina en los niveles de vida. “Siempre digo que su desafío es que tiene grandes sueños, pero está atrapado con este país pequeño y poco sofisticado”, dice Selva. En 2024, el PIB de El Salvador era de poco más de 35 000 millones de dólares, aproximadamente una décima parte de los ingresos anuales de CVS. [Se refiere, de manera comparativa, a los ingresos de CVS Health, una de las empresas más grandes de Estados Unidos]
“Todo lo que tiene es la estrategia del club nocturno”, dice Selva. Antes de entrar en política, Bukele tuvo mucho éxito gestionando un club nocturno en San Salvador, y así es como gobierna el país. “La forma en que funcionan los clubes nocturnos es que gastas mucho dinero atrayendo gente, haciendo mucho ruido, trayendo chicas guapas”, dice. “Porque el cliente que realmente quieres atraer es una gran ballena que va a pagar las bebidas de todos”. En la práctica, esto ha significado hacer anuncios llamativos: establecer el bitcoin como moneda de curso legal, abrir un centro turístico en la costa, anunciar el desarrollo de un nuevo aeropuerto, restablecer la posibilidad de minería en el país, que antes estaba prohibida. Pero la gran ballena no ha llegado. “Quiero decir, vienen a explorar”, dice Selva. “No es que no funcione. Pero no se quedan. No compran la botella”.
Había oído algo parecido cuando hablé con uno de los otros fundadores de la Casa Palestra, un exingeniero de Urbit llamado Philip Galebach, hijo de Stephen Galebach, quien fue subsecretario adjunto del Departamento de Justicia durante la administración Reagan y, en el año 2000, responsable principal de una de las mayores salidas a bolsa en la historia de Estados Unidos. Junto con el resto de su familia, Phil y Stephen llegaron a El Salvador en 2022 en busca de un contexto político en el que los líderes estuvieran trabajando activamente para aplicar enfoques nuevos. En Estados Unidos, era casi imposible reunirse con funcionarios de alto nivel —y, aunque lo lograras, crear un cambio significativo era poco probable—. Pero cuando Phil llegó a El Salvador, la impresión fue que podías acceder a quien quisieras.
«El precio mínimo para tener acceso en Washington D. C. es de 100 millones de dólares», dice Phil, citando conversaciones de su padre con consultores de la capital. «El precio mínimo para tener acceso en El Salvador es casi nada… Solo hay un grado de separación respecto a la cúspide del poder. Y eso es bastante divertido».
Cuando los Galebach llegaron, se les unieron muchos otros empresarios de alto perfil, incluidos CZ, de Binance; Brian Armstrong, de Coinbase; y muchas empresas punteras tanto del mundo cripto como del sector tecnológico “normal”, como Google. Phil dice: «Podías organizar una fiesta y, literalmente, aparecía el príncipe exiliado de Serbia». Y también el hermano del presidente, Yusef Bukele, uno de los asesores más cercanos de Nayib.
«Pero al cabo de un tiempo, quedó claro que [los Bukele] no eran realmente capaces de implementar un sistema al estilo Emiratos Árabes Unidos, Hong Kong o Singapur», continúa Phil. «Me cansé un poco de la distancia entre el discurso y la creación real de las condiciones necesarias para la tecnología».
La metáfora preferida de Phil para describir el modelo Bukele es la de una start-up. Bukele es descrito como si dirigiera El Salvador como una startup tecnológica: mucho marketing; mucha visibilidad; poco seguimiento estructural. Metáforas como “top of funnel”, “API integration” vienen del mundo tech y sirven para criticar la falta de ejecución real.] Bukele ha sido excepcional en la generación de oportunidades en la parte superior del embudo: cuando llegan nuevos interesados, es muy bueno filtrándolos y dándoles acceso a las personas adecuadas. Los Bukele también han permitido que extranjeros redacten legislación: «Estuvimos muy involucrados en la ley de activos digitales que aprobaron», dice Phil. Y otro estadounidense del círculo de Palestra fue responsable de escribir la nueva ley de salud del país.
Bukele puede aprobar estas leyes porque ha consolidado el control sobre las instituciones políticas de El Salvador. Sus hermanos actúan como guardianes del acceso, canalizando la información hacia arriba. Pero cuando se trata de la ejecución —lo que Phil llama la “integración de APIs”— el desempeño ha sido bastante mediocre. Y gobernar el país como una monarquía genera otro problema: en su esfuerzo por consolidar poder, los Bukele han priorizado la lealtad por encima de la competencia y de las ideas divergentes.
Phil menciona a Stacy Herbert y Max Keiser, la llamada “pareja poderosa del bitcoin”, ambos asesores de la administración Bukele. Tras una pelea a gritos con Herbert —y después de quedar excluido de la toma de decisiones— Phil decidió abandonar el país en 2024. Su familia lo siguió poco después.
Ahora está en la Argentina de Javier Milei, el «reflejo exacto de El Salvador», donde el bitcoin no es moneda de curso legal, pero todo el mundo lo usa. «He hablado con uno de los principales asesores de Milei», continúa Phil. «Están súper interesados en lo del network state».
Hamilton y yo salimos de la ciudad rumbo a Bitcoin Beach, el centro de la escena cripto del país, en una Ford Explorer. En el asiento trasero van Matt Lizak, alias Deng, un exbecario de Urbit que ayudó a organizar el Foro Palestra, y Eleanor, alias Ellie, una administradora británica de páginas de memes convertida en trader petrolera, que habla ruso perfecto y a la que constantemente le preguntan si es una agente federal (lo niega, aunque también me pide que no use su apellido).
«Nick Fuentes es, definitivamente, una fuente», dice Deng. «Piensa en lo valioso que sería ese conjunto de datos… incluso solo desde el punto de vista de recursos humanos». [Nick Fuentes: comentarista y activista político estadounidense de extrema derecha; nacionalista cristiano, que también ha sido descrito como nacionalista blanco.]
Una de las cosas más impactantes de estar rodeado de gente de la derecha disidente es descubrir lo estrechamente conectadas que están las más altas esferas del poder con personas aparentemeente normales. Mientras lucha por atravesar una rotonda caótica de San Salvador, Hamilton dice: «Usamos a Balaji [Srinivasan] para conectar a Nayib [Bukele] con Elon [Musk] hace un par de años. Fue bastante genial».
Hamilton explica que Srinivasan, exdirector técnico de Coinbase y autor de The Network State, había estado en el consejo de Urbit, así que cuando el presidente quiso contactar con Musk, pidió a alguien de Urbit que hiciera el enlace. «Al final no fue para nada», dice Hamilton con una sonrisa irónica. «Copromoción entre El Salvador y las empresas de Elon… Pero todos nos dimos un pequeño festín. Como… Urbit son los putos masones». (Se refiere al misterioso gremio de canteros que ha contribuido al ascenso y caída de imperios a lo largo de la historia).
La historia fundacional de Bitcoin Beach dice que comenzó después de que un bitcoiner anónimo donara alrededor de un millón de dólares en bitcoin para sembrar una economía local basada en esa moneda en El Salvador. Un surfista californiano llamado Mike Peterson, que se mudó allí a principios de los años 2000, recibió el pago anónimo y se puso a trabajar para crear un pueblo donde el bitcoin pudiera funcionar realmente como moneda: desde el hotel boutique hasta la carnicería. Empezó a pagar a salvadoreños en bitcoin para limpiar la playa y a convencer a agricultores locales de aceptar pagos en bitcoin por sus productos. Crearon una organización llamada Bitcoin Beach Initiative para atraer bitcoiners de todo el mundo.
Hoy viven unas 3.000 personas en los alrededores de Bitcoin Beach, una zona conocida como El Zonte. Situada en la costa del Pacífico, a una hora en coche de San Salvador, la playa está cubierta de arena volcánica negra, con olas de tres a cuatro metros, perfectas para surfear. El centro social de la escena bitcoiner es un mercado agrícola quincenal, donde la gente compra pupusas y velas de cera pagando en bitcoin (aunque también se acepta efectivo o tarjeta). La Bitcoin Hardware Store vende billeteras criptográficas de almacenamiento en frío y todo lo necesario para minar y guardar bitcoin, además de gorras con lemas como End the Fed y un juego de mesa llamado HODL UP.
La cuestión de si el experimento de El Salvador con bitcoin ha sido un éxito depende en gran medida de lo que uno crea que intenta lograr. Los medios occidentales suelen enfatizar que cuando Bukele empezó a usar la tesorería del país para comprar bitcoin, expuso las finanzas nacionales —ya volátiles— a un grado aún mayor de inestabilidad. Cuando el precio del bitcoin cayó en 2022, los críticos señalaron que, como inversión, la política no había generado retornos. Argumentaron que el experimento de la billetera —en el que el gobierno distribuyó unos 30 dólares en bitcoin a cada ciudadano— había fracasado, ya que la mayoría dejó de usarlo tras gastar el dinero inicial. También afirmaron que, al posicionarse como Estado bitcoiner, Bukele había reducido la viabilidad del país como receptor de ayuda financiera tradicional, como préstamos del FMI o del Banco Mundial. Sus detractores sostenían que El Salvador solo se estaba convirtiendo en otro paraíso fiscal, como Panamá o las Bahamas, atrayendo inversores que toman mucho y dejan poco.
Como es de esperar, los insiders como Hamilton lo ven de otro modo. Primero, aunque el precio del bitcoin cayó en 2022, cuando yo estaba en el país, había alcanzado máximos históricos de unos 123.000 dólares por bitcoin, lo que significaba que el valor total de las reservas del Estado había aumentado más de un 100 %. Bukele también había logrado asegurar un préstamo del FMI por 1.400 millones de dólares, aunque haciendo concesiones, como volver voluntaria la aceptación de bitcoin en el sector privado. Aunque la adopción nacional fue mínima (menos del 9 % de los salvadoreños reportaron usar bitcoin en 2024), el proyecto generó una serie de externalidades positivas, sostiene Hamilton: desde turismo bitcoiner y el trabajo caritativo hasta el simple valor de poner a El Salvador en el mapa.
Para Hamilton —que ha ganado decenas de millones de dólares con proyectos cripto en los últimos años y usa ese dinero para financiar start-ups de biotecnología y criptografía— el verdadero valor del experimento con bitcoin es filosófico. (Se describe alternativamente como un “bitcoiner heideggeriano” y un “espiritualista del mercado con inclinaciones yarvinianas”). Dice que no se trata tanto de paraísos fiscales o burbujas especulativas, como suele percibirse en Estados Unidos, sino de construir la infraestructura de un mundo paralelo: uno capaz de defenderse frente a la incertidumbre y el caos político que se avecinan.
«La criptografía es el poder inverso de la vigilancia», me dice Hamilton en voz baja mientras caminamos por la playa volcánica, preparándonos para nadar. Señala que, en El Salvador, cripto suele ser una mala palabra, asociada a la cultura estadounidense de estafas con shitcoins. Bitcoin, en cambio, se percibe como algo seguro. Hamilton se quita la camiseta y deja al descubierto una marca cuadrada de bronceado en el bíceps, donde antes llevaba un parche de nicotina. Ellie corre directo hacia el océano. Deng se frota protector solar que se resiste a disolverse.
«Por eso trabajo en Urbit y en biotecnología al mismo tiempo», continúa Hamilton. «La parte cyberpunk de las cripto es la única parte del concepto de network state que tiene algún valor».
Actualmente financia un laboratorio de biotecnología en Austin, Texas, que investiga los mecanismos de la comunicación intercelular. Si no estás familiarizado con estos términos, puede sonar como otra bolsa confusa de neologismos. Pero debajo de la jerga hay una pila tecnológica diseñada para protegerse del avance de gobiernos y corporaciones tiránicas: una especie de tecnología prepper para la polarización política. [Prepper: gente que se "prepara" para una gran catástrofe] Puedes pensarlo de esta manera: actualmente, nuestras identidades en internet —y, siendo honestos, también en la vida real— son provistas por terceros que nos conceden determinados derechos. Una licencia de conducir nos habilita a manejar en ciertos lugares. Una cuenta de Instagram nos permite iniciar sesión fácilmente en determinados sitios web. Pero ¿qué pasa si esos terceros deciden de pronto que eres un enemigo y que ya no tienes derecho a los servicios que ofrecen? ¿Qué ocurre si, como Edward Snowden, revelas secretos de Estado? ¿O si compartes contenido que viola los términos y condiciones de una plataforma? Digamos, una crítica mordaz a Israel o un pezón fuera de lugar. Si se trata de una empresa privada, pierdes tus credenciales y todos los derechos asociados —desde hablar con tus amigos hasta construir tu negocio— sin una vía real de apelación. Si es el Estado, lo pierdes todo: tus bienes, tu derecho a viajar, tu derecho a tener una cuenta bancaria.
Ese es el foco de Urbit y de algunos de los otros proyectos que financia Hamilton. Dada la trayectoria actual de los asuntos mundiales, muchos tecnólogos creen que inevitablemente más personas se convertirán en “criminales del pensamiento” a medida que aumente la polarización. Y en ese escenario, cuando los Estados se vuelvan cada vez más desesperados por retener el control, ¿qué harás para defenderte? ¿Cómo evitarás que te roben el dinero? ¿Que te secuestren la identidad? ¿Que te revoquen el acceso a internet? ¿Cómo protegerás tus opiniones cuando todos los proveedores de software compartan todo con el Estado?
La respuesta a estas preguntas no es hipotética. Está ocurriendo ahora mismo en todo el mundo. Sucede en Palestina y en Ucrania, con inteligencia artificial dedicada a la eliminación de objetivos. Sucede en China, con su sistema de crédito social. Sucede en Estados Unidos, con empresas como Palantir que crean dispositivos de “escucha social” inspirados en (¡y nombrados a partir de!) la monstruosidad de la vigilancia de The Dark Knight, de Christopher Nolan. Ocurrió en Canadá, cuando a los camioneros de la “libertad” se les cerraron las cuentas bancarias.
Le pregunto a Hamilton qué tiene que ver todo esto con la biotecnología. Sus ojos se abren, traga saliva y respira hondo.
—Quiero decir, que eventualmente tenemos que ser capaces de reemplazar nuestro sistema inmunológico por algo artificial, inteligente y conectado al mercado, dice. Dado un futuro inevitable de mayor exposición a químicos, eventos climáticos extremos y difusión de toxinas; deterioro de la función inmunológica; menor efectividad de las vacunas; y creciente resistencia a otros fármacos, nos dirigimos hacia un contexto biológico en el que los sistemas inmunitarios naturales ya no son suficientes… Eso no es satánico. No es maligno. Es un salto evolutivo. Y si podemos descubrir cosas que Pfizer [y otras farmacéuticas tradicionales] son sistemáticamente incapaces de ver… así es como nos preparamos para recuperar el control. Ese es el plan. Recuperarlo.
Sale corriendo hacia el océano a toda velocidad, mientras yo me quedo solo fumando un cigarrillo. La arena negra se enrosca alrededor de mis dedos y siento el aire salado en los dientes. Después de una hora nadando, caminamos por el pueblo, lleno de nuevas obras en construcción, y sacamos fotos de la parafernalia kitsch del bitcoin: un cesto de basura de plástico con la “b” de bitcoin; una puerta de garaje con un cartel que dice Fix the Money, Fix the World.
Este concepto de network state, dice Hamilton, no consiste en salir del sistema solo para demostrar que puedes hacerlo. Se trata de crear sistemas sociales alternativos, empresas y contextos capaces de funcionar fuera de la mirada de los sistemas dominantes. «Las cripto en sí mismas son el network state», dice. «Pero también lo es El Salvador, que tiene un pasaporte tradicional y un líder tradicional». Desde Próspera, en Honduras, hasta las Freedom Cities que Trump planea crear en Estados Unidos, todas estas “zonas”, dice Hamilton, forman parte de una especie de frontera experimental, aceleracionista, cualitativamente heterogénea y casi Frankensteiniana. No está nada claro, añade, cómo “eso va a funcionar como algún tipo de conjunto jurídico coherente”, pero empieza creando puntos de apoyo como El Salvador y trabajando con líderes como Bukele y su hermano Yusef, “que es un wordcel total” (como un incel, pero de palabras). «Estamos de vuelta en la era de las sociedades secretas», dice Hamilton. Y en El Salvador, «Yusef es nuestro tipo».
Finalmente, tropezamos con un gimnasio al aire libre con una estatua plateada al fondo: un hacker informático, sentado con las piernas cruzadas frente a una laptop. «Oh, genial, una estatua de Satoshi», dice Deng, en referencia al fundador anónimo de bitcoin. De perfil, la estatua brilla al sol, con capas de metal reflectante apiladas como dientes en una trituradora industrial. De frente, las capas cuelgan como fichas de dominó, separadas en fila. De lado, el hacker teclea en su computadora. De frente, es invisible: se puede ver directamente la playa a través de él.
Estamos de pie en el balcón del segundo piso del Palacio Nacional, en San Salvador, con haces oblicuos de sol cayendo sobre columnas romanas y pisos de mármol. Un hombre alto, con camisa a cuadros, me explica por qué, cuando una persona es racista, a menudo significa que es estúpida. «Se necesita cierto nivel de IQ para diferenciar entre distintos rasgos», dice, y la gente con un coeficiente intelectual bajo tiende a ver a todos los miembros de una raza como intrínsecamente iguales. Lo cual es estúpido, añade, y por eso el racismo es un buen indicador de inteligencia. «Pero para mí», dice, «es más bien una cuestión de si es un racismo de cloaca o el racismo somalí sofisticado de memorizar mil clanes distintos, que es casi xenofílico».
El hombre de la camisa a cuadros es Benjamin Braddock, editor general de IM-1776, una revista digital de geopolítica y cultura de la derecha disidente. Como casi la mitad de los invitados en el Palacio Nacional, Braddock voló especialmente para el Foro Palestra, un encuentro anual que se ha convertido en una especie de peregrinación para personas cercanas a Urbit. La otra mitad de los asistentes es local: funcionarios salvadoreños, amigos de la familia Bukele y tecnólogos estadounidenses que se mudaron recientemente a El Salvador. El año pasado, cuando Yarvin se dirigió a la conferencia, comenzó con un saludo a Bukele: «Hola, San Salvador… Es un placer estar aquí, en la única monarquía del hemisferio occidental».
Las presentaciones de este año comienzan con una charla de David Rivard, un exmarine estadounidense de casi 80 años que llegó a El Salvador por primera vez a principios de los 2000, después de que un terremoto matara a casi mil personas. En ese viaje conoció a Armando Bukele, padre de Nayib, entonces físico y empresario, y ambos se hicieron amigos y colegas. Cuando Nayib llegó al poder, dice Rivard, le pidió que se mudara a El Salvador para ayudar. Hoy Rivard dirige la Agencia para el Desarrollo y el Diseño de la Nación, encargada de reclutar trabajadores extranjeros, atraer financiación para infraestructura y reformar el sistema agrícola salvadoreño. Actualmente, El Salvador importa alrededor del 93 % de sus verduras, y su principal cultivo de exportación es la caña de azúcar, normalmente rociada con grandes cantidades de pesticidas y herbicidas. El resultado es que, en las regiones agrícolas del país, aproximadamente uno de cada cuatro hombres sufre enfermedad renal crónica.
«Este es el país, chicos», dice Rivard dirigiéndose a la sala. «Este es el país para echar raíces. Aquí tenemos capacidad de acción. Sus ideas más locas pueden pasar por un proceso adecuado de verificación de verdad y aplicabilidad… Quiero que recuerden que este es el lugar donde el liderazgo está alineado, las estrellas están alineadas. Eso significa más recursos, más oportunidades para todos nosotros».
Las otras charlas son más esotéricas, pero el clima general es triunfalista: consolidar el poder tras una victoria decisiva; MAGA se globaliza y empieza aquí mismo. Un empresario alemán, que dirige un curso en línea para hombres sobre “dominar las nuevas habilidades de defensa cívica”, habla de la actual “ventana de renacimiento” del mundo, entre los sistemas parasitarios del pasado y el amanecer de una nueva era. Un mochilero canadiense convertido en estrella de YouTube relata su transformación de consumidor de drogas con tendencias suicidas a filántropo guiado por Cristo; ahora construye casas en Centroamérica para aldeanos pobres, agregando altillos que luego pueden alquilar por Airbnb. Un ejecutivo millennial del sector minero, cuya start-up busca reducir el costo de la perforación exploratoria de metales preciosos y otros minerales, habla de integrar software en la pila geofísica. Dice que aún no tiene contrato con el gobierno, pero que le interesa. Su presencia parece deliberada: en diciembre de 2024, Bukele publicó en X que «Dios colocó un tesoro gigantesco bajo nuestros pies»: yacimientos de oro valorados en unos 3 billones de dólares.
Así que ahí estaba la sociedad secreta —como la había descrito Hamilton—: los masones emergiendo de las sombras del régimen liberal woke. Una persona dirige un grupo de apoyo para “luchadores por la libertad” canadienses. Dos capitalistas de riesgo volaron desde Dallas, representando un fondo que describen como un based VC. Un bitcoiner de Miami habla de crear “ciudadelas cripto” en las colinas. Un hombre corpulento, con un cuello rojo y grueso como de haber fumado demasiados cigarrillos, se presenta como Elijah Schaffer, un “periodista” nacionalista cristiano con casi un millón de seguidores en X. Hace comentarios constantes sobre la conspiración sionista y, más tarde, me entero de que fue expulsado de Australia por atacar a pueblos indígenas. Lo acompaña Edward Szall, otro nacionalista cristiano y supuesto periodista, conocido por el documental Died Suddenly, sobre los peligros de la vacuna contra la Covid-19 y la teoría conspirativa del Gran Reinicio.
Cuando la conferencia se interrumpe para el almuerzo, pienso en algo que Hamilton me había dicho antes en la semana: que la derecha no está preparada para el poder. «No sabe equilibrar el idealismo y la practicidad con la logística de mantener una coalición», dice. «No sabe gobernar de verdad». Y, sin embargo, a la sombra de Trump 2.0, añade, estas son personas que de repente están «dando vuelta el barco del imperialismo estadounidense». Braddock menciona que está siendo evaluado para un puesto en el Departamento de Estado. Szall fue corresponsal en la Casa Blanca para la cadena de Mike Lindell, LindellTV. A Ellie le pidieron que negociara acuerdos con los Bukele en nombre de los conservadores británicos. En este mundo, las credenciales meritocráticas importan poco: a nadie le interesa tu título de Harvard u Oxford. En su lugar, es la Universidad de Twitter convertida en estrategia de control imperial: improvisar sobre la marcha, ninguna idea es demasiado extravagante mientras sirva para apuntalar el régimen.
En ese momento noto a un hombre flaco, con bigote, vestido completamente de negro, rodeado por una falange de guardaespaldas. La energía de la sala cambia cuando se sienta solo, al fondo, escribiendo en un cuaderno sin líneas. Lo reconozco de inmediato: es Yusef Bukele, el hermano del presidente.
Le digo que estoy escribiendo una nota para Playboy y le pregunto si hablaría conmigo. En cuestión de minutos, el fundador de Palestra, Mike McCluskey (conocido como Clusk), se acerca para asegurarse de que Yusef sepa que soy periodista. También se sienta una mujer salvadoreña mayor, vinculada al gobierno. Bromeo diciendo que me habían enviado a El Salvador para volver based a Playboy. [Based: aprobación irónica dentro de la derecha online (≈ “auténtico”), uno de nosotros] Yusef sonríe y acepta que lo grabe. «Es muy distópico hacia dónde va el mundo», dice. «Como sociedad, estamos casi completamente asimilados… La gente ya no vive realmente».
La palabra asimilados la repite varias veces durante nuestra conversación. No se la he oído a nadie más; me pregunto si se trata de un problema de traducción. Parece significar algo así como una absorción total y acrítica por la voluntad de la máquina. «Los países no desarrollados ahora están por debajo de la tasa de reemplazo», dice Yusef. «¿Por qué? Porque antes había que desarrollarlos para que la cultura moderna pudiera insertarse en la gente. Pero ahora todos están siendo asimilados de una sola vez. Y con la IA será todavía más rápido».
A principios de la semana, Selva me había contado que Yusef y los otros tres hermanos Bukele funcionan como el círculo íntimo del presidente, participando en la mayoría de las decisiones estratégicas importantes. En 2022 fueron el objetivo de una investigación interna por corrupción llamada Operación Catedral (casualmente, o no, con el nombre de una de las teorías centrales de Yarvin). La investigación fue desactivada después de que Bukele nombrara a un nuevo fiscal general. Aunque no ocupa un cargo oficial, Yusef fue clave en la adopción del bitcoin en El Salvador y también creó la agencia de desarrollo nacional que dirige Rivard. A diferencia del presidente, conocido por su gusto por los reflectores, Yusef evita a los medios; su presencia en línea consiste en citas filosóficas y capturas de pantalla de películas del siglo XX. Su página de Wikipedia lo define como empresario y economista (aunque solo tiene un título universitario), pero Selva prefiere describirlo como «el artista de la familia».
Nuestra conversación transcurre en un inglés perfecto y abarca muchos temas: la caída de las tasas de tabaquismo en París (que desaprueba); la obra de Éric Rohmer y de Jean-Luc Godard, su favorito de la Nueva Ola francesa; el aumento del tiempo frente a pantallas, Big Pharma, el poeta alemán Novalis y la oligarquía salvadoreña tratando de «aplastar [la competencia] usando sus conexiones y poder político». El evento empieza a terminar, así que camino con Yusef hacia la salida del palacio. La Casa Palestra organiza una fiesta, y Yusef me ofrece llevarme en su convoy personal. Dos guardaespaldas —antes hoscos y amenazantes— nos conducen hasta una SUV estacionada frente al edificio, abriendo la puerta con una sonrisa. El vehículo avanza entre el tráfico de la hora pico, pasando por la nueva mega-biblioteca donada por China y el mercado central lleno de gallinas y habas. Pasamos por la embajada estadounidense —la más grande del mundo, utilizada primero para operaciones anticomunistas y luego contra el narcotráfico— y por una zona de juegos infantiles al otro lado de la calle, poéticamente llamada Dreamland.
Le pregunto cómo se involucró con Palestra y explica que a la mayoría los conoció en X. Habla con un tono mecánico, como si recitara una lista de compras. Ahí conoció a Clusk y a Moldovan. Ahí conoció a Dasha Nekrasova, copresentadora del podcast Red Scare. Ahí conoció también a Yarvin, con quien habló el año pasado durante el Foro Palestra. Ahí estaba el vínculo, me doy cuenta: la Ilustración Oscura en el Triángulo Dorado. Dimes Square en el valle de San Salvador. Sigue sin estar claro si la derecha disidente moldeó directamente la política de Nayib; tendría que preguntárselo para saberlo. Pero no hay duda de que lo alcanzaron por intermediación. Yusef fue el conector: el wordcel en jefe de El Salvador. [Wordcel: persona obsesionada con ideas, textos y teoría]
De regreso en la Casa Palestra, estoy de pie junto a Yusef mirando el valle, con el pico afilado de Las Pavas visible tras una lluvia torrencial. «De verdad creo que esto es el apocalipsis», dice. «Las etapas iniciales podrían durar cien o doscientos años… No digo que vaya a haber una guerra y que todos mueran. Es la asimilación». Dice que también «cree que la Edad de Oro no está tan lejos» y que hay buenas razones para pensar que comenzará aquí, en El Salvador.
«Hay varias señales, varias sincronicidades», continúa. Una es la leyenda de Topiltzin, un sacerdote-rey tolteca que, según se dice, abolió tradiciones del pasado y se opuso al sacrificio humano durante su reinado, historia que luego se integró en la mitología azteca. Topiltzin unificó a su pueblo y, supuestamente, se estableció en El Salvador para inaugurar una era de sabiduría (aunque los registros no son concluyentes). Luego desapareció y la leyenda decía que algún día regresaría. Yusef afirma que Topiltzin era de piel clara y barbado, y que llegó a El Salvador en un barco de madera. Está claro a quién tiene en mente. Me pregunto si conoce la otra mitad de la leyenda: que cuando Hernán Cortés llegó a Mesoamérica, aprovechó su piel clara y su barba para fingir que era Topiltzin, usando el engaño para masacrar a los aztecas.
«Está escrito que siempre iba a existir un lugar —incluso durante el apocalipsis— donde se podría adorar a Dios», dice Yusef. Suena como un villano de Bond, pienso. «Puede ser solo un sesgo, pero veo (a El Salvador) como el único lugar donde se puede construir algo así, una especie de arca donde la humanidad sobreviva», dice. «Al menos aquí puedo hacer algo al respecto. En otros lugares no podría».
La gente empieza a llegar a la fiesta y Yusef decide irse. Hamilton me dice que va a pedir comida en “Pepe Burger” y se aleja con una sonrisa burlona. Mañana el grupo irá a la casa de campo de los Bukele, pero los periodistas no están invitados. Un salvadoreño alto llamado Herbert Esmahan, de pelo engominado y chaqueta de cuero ajustada, habla de cómo, cuando da entrevistas en televisión, se siente lleno del Espíritu Santo. Supuestamente, es el próximo en la línea de sucesión presidencial.
Toda esta charla sobre el apocalipsis me hace pensar en la aceleración. Hacia dónde nos dirigimos, me dijo Hamilton antes esa semana, son civilizaciones fragmentadas: «Los sistemas están tan moribundos y son tan imposibles de intervenir… Hay tantos sistemas al borde del colapso o la descomposición… que lo que vemos con las cripto, con los network states, con todo de lo que hablan las élites tecnológicas, es una respuesta de huida: la inteligencia del sistema preparándose para abandonar el cuerpo. No existe tal cosa como gobernar, en un momento de gran crisis de la especie, sin tener que tomar decisiones monstruosas. Pensar lo contrario es infantil». «Podría pasar aquí», dice Hamilton, refiriéndose a El Salvador. «Ya está pasando en Israel. No estamos preparados para las convulsiones inevitables de las próximas décadas». Es difícil no estar de acuerdo.
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