La ofensiva guerrillera de noviembre 1989 no fue, como lo pintan algunos dirigentes del FMLN actual, la madre de su victoria electoral en el 2009. Lo que transformó el país de manera que 17 años más tarde fuera posible que ganara la presidencia un candidato del FMLN, fueron los Acuerdos de Paz. O sea, una obra conjunta de izquierda y derecha con la sociedad civil. No fue un acto unilateral de guerra que transformó el país y abrió los espacios políticos, sino el subsiguiente ejercicio de negociación y concertación. La ofensiva guerrillera fue necesaria para servir la mesa para la negociación, pero nada más. La paz, la desmilitarización, la democratización son obras conjuntas – y sólo como tales eran posibles. Ni el FMLN ni ARENA tienen derecho de adjudicarse estos logros históricos.
Rediseñar la historia de otra manera es irresponsable, porque equivale a suspender el acuerdo básico del año 1992: que a partir de esta fecha ya no se trataba de imponerse un bando al otro, sino de construir conjuntamente, independiente de las contradicciones ideológicas o de intereses. En 1992 se estableció un nuevo sistema político plural, donde todos los partidos, independiente de su rol durante la guerra, son socios y garantes.
Declararse ‘antisistema’ luego de los Acuerdos de Paz y sus transformaciones del sistema político, es declararse contrario al pluralismo y los acuerdos alcanzados en el proceso de paz.
Si altos dirigentes del FMLN, en el contexto de los 20 años de la ofensiva del 1989, expresan que los Acuerdos de Paz sólo cambiaron ‘la forma de la lucha’, pero no su finalidad, una sociedad socialista, están rompiendo con los Acuerdos del 1992.
Es en este contexto que siempre he señalado que es peligroso e irresponsable cuando los nuevos gobernantes declaran que ‘el cambio’ del 2009, más que un cambio de gobierno, para ellos equivale a una ‘refundación de la República’. La República fue refundada en 1992, con la legitimidad de una concertación de toda la sociedad - no en 2009, con una raspada victoria electoral.
Así que, por más necesaria que fue la ofensiva guerrillera del 1989 para facilitar la salida política a la guerra, el evento a celebrar es la firma de la paz, no la ofensiva al tope...
Pero hay otro mito sobre la ofensiva guerrillera de noviembre del 1989 que hay que desenmascarar: “El episodio de la ofensiva fue un acto de guerra en el que miles de ciudadanos sufrimos el rebalse de un conflicto, en el que los civiles fueron EL PRINCIPAL BLANCO de las balas de ambos lados...”
Palabras de Gabriel Trillos, director editorial de La Prensa Gráfica, en su columna del día 15 de noviembre 2009. Cuidado, estimado colega, los escritores debemos de tener mucho cuidado con las palabras y sus significados. Lo que Trillos afirma, históricamente no es cierto. Ninguna institución con credibilidad e independencia ha acusado a las fuerzas guerrilleras de haber escogido civiles como blanco principal durante la ofensiva del 1989. No fue la guerrilla que bombardeó colonias en la franja nororiental de San Salvador. Fue la Fuerza Armada. No fueron combatientes del FMLN que ejecutaron a los padres jesuitas. Fueron efectivos del Atlacatl.
Ya es bastante problemático querer hacer juicios sumarios a un sólo bando. No me atrevería a decir que ‘la Fuerza Armada’ o ‘el gobierno’ escogió a civiles como principal blanco de sus balas. Más absurdo es el intento de un juicio sumario a ambos bandos, independientemente de que existieron marcadas diferencias en su comportamiento con la población civil.
Si los guerrilleros hubieran tratado, en la ofensiva del 1989, a la población civil como ‘principal blanco’, jamás hubieran llegado a sentarse en una mesa de negociación. Simplemente, se hubieran destapado, ante el pueblo salvadoreño y el mundo, como terroristas. Y nadie les hubiera reconocido el status de fuerza beligerante, indispensable para una negociación auspiciada por Naciones Unidas.
En cambio, el hecho que el gobierno, bajo la presión militar y política de fuerzas guerrilleras en la mera capital, no tuvo la capacidad de garantizar que sus fuerzas no se volcaran contra civiles, fue instrumental para que el FMLN lograra la apertura de una negociación seria.
Moraleja: Nadie tiene el derecho de usar la amarga experiencia de los combates en la capital como pretexto para tergiversar la historia y crear versiones convenientes.
Rediseñar la historia de otra manera es irresponsable, porque equivale a suspender el acuerdo básico del año 1992: que a partir de esta fecha ya no se trataba de imponerse un bando al otro, sino de construir conjuntamente, independiente de las contradicciones ideológicas o de intereses. En 1992 se estableció un nuevo sistema político plural, donde todos los partidos, independiente de su rol durante la guerra, son socios y garantes.
Declararse ‘antisistema’ luego de los Acuerdos de Paz y sus transformaciones del sistema político, es declararse contrario al pluralismo y los acuerdos alcanzados en el proceso de paz.
Si altos dirigentes del FMLN, en el contexto de los 20 años de la ofensiva del 1989, expresan que los Acuerdos de Paz sólo cambiaron ‘la forma de la lucha’, pero no su finalidad, una sociedad socialista, están rompiendo con los Acuerdos del 1992.
Es en este contexto que siempre he señalado que es peligroso e irresponsable cuando los nuevos gobernantes declaran que ‘el cambio’ del 2009, más que un cambio de gobierno, para ellos equivale a una ‘refundación de la República’. La República fue refundada en 1992, con la legitimidad de una concertación de toda la sociedad - no en 2009, con una raspada victoria electoral.
Así que, por más necesaria que fue la ofensiva guerrillera del 1989 para facilitar la salida política a la guerra, el evento a celebrar es la firma de la paz, no la ofensiva al tope...
Pero hay otro mito sobre la ofensiva guerrillera de noviembre del 1989 que hay que desenmascarar: “El episodio de la ofensiva fue un acto de guerra en el que miles de ciudadanos sufrimos el rebalse de un conflicto, en el que los civiles fueron EL PRINCIPAL BLANCO de las balas de ambos lados...”
Palabras de Gabriel Trillos, director editorial de La Prensa Gráfica, en su columna del día 15 de noviembre 2009. Cuidado, estimado colega, los escritores debemos de tener mucho cuidado con las palabras y sus significados. Lo que Trillos afirma, históricamente no es cierto. Ninguna institución con credibilidad e independencia ha acusado a las fuerzas guerrilleras de haber escogido civiles como blanco principal durante la ofensiva del 1989. No fue la guerrilla que bombardeó colonias en la franja nororiental de San Salvador. Fue la Fuerza Armada. No fueron combatientes del FMLN que ejecutaron a los padres jesuitas. Fueron efectivos del Atlacatl.
Ya es bastante problemático querer hacer juicios sumarios a un sólo bando. No me atrevería a decir que ‘la Fuerza Armada’ o ‘el gobierno’ escogió a civiles como principal blanco de sus balas. Más absurdo es el intento de un juicio sumario a ambos bandos, independientemente de que existieron marcadas diferencias en su comportamiento con la población civil.
Si los guerrilleros hubieran tratado, en la ofensiva del 1989, a la población civil como ‘principal blanco’, jamás hubieran llegado a sentarse en una mesa de negociación. Simplemente, se hubieran destapado, ante el pueblo salvadoreño y el mundo, como terroristas. Y nadie les hubiera reconocido el status de fuerza beligerante, indispensable para una negociación auspiciada por Naciones Unidas.
En cambio, el hecho que el gobierno, bajo la presión militar y política de fuerzas guerrilleras en la mera capital, no tuvo la capacidad de garantizar que sus fuerzas no se volcaran contra civiles, fue instrumental para que el FMLN lograra la apertura de una negociación seria.
Moraleja: Nadie tiene el derecho de usar la amarga experiencia de los combates en la capital como pretexto para tergiversar la historia y crear versiones convenientes.
(El Diario de Hoy)