jueves, 15 de enero de 2009

La Rosa Roja

Los militares sofocaron sangrientamente un levantamiento de obreros en Alemania y se regodearon de ello, pero Rosa Luxemburgo les advirtió: «¡El orden reina en Berlín! ¡Ah! ¡Estúpidos e insensatos verdugos! No os dais cuenta de que vuestro orden está levantado sobre arena”.

Días después, un grupo de soldados la apresó junto a Karl Liebknecht detrás del Hotel Eden, en Berlín. De 48 años, tenía un aspecto avejentado y los cabellos descuidados, cuando uno de los soldados, de nombre Runge, le dio un salvaje culatazo que le rompió el cráneo, ella se desplomó, y en el suelo el bruto le dio un segundo golpazo en la sien. Sangrante, la subieron a un camión verde olivo y cuando éste ya estaba en marcha, se escuchó un balazo. Esa noche triste la botaron en un río. Meses después sería recuperado lo que quedaba de su cadáver descompuesto e irreconocible. El vestido, los guantes y un pendiente de oro la identificaron.

Hoy 15 de enero se conmemora la muerte en 1919 de “La Rosa Roja”, como llamaban a Rosa Luxemburgo, la más preclara y brillante analista de la historia revolucionaria después de Carlos Marx y Federico Engels, y ejemplo excepcional de intransigente independencia de criterio y de constante revisión crítica de las ideas, incluyendo las suyas. Fue una encrespada y acérrima defensora de la libertad y la democracia, criticó con fuerza a la revolución Bolchevique y sus perfiles dictatoriales, tuvo encendidos debates con Lenin y Trotsky, y profetizó la instauración de “la máquina infernal” como llamó Bujarin al régimen de terror de Stalin.

Las revoluciones son fenómenos tan especiales y únicos que sus protagonistas y seguidores las cuidan como la niña de sus ojos, por eso ha sido común a todas ellas, incluyendo la cubana y la fenecida de Nicaragua de los años 80, que se trate de impedir la crítica (porque supuestamente favorece al enemigo). A los entusiastas y embelesados periodistas de la revolución sandinista, esto nos llevó de buena fe al craso error de la autocensura. Por la misma razón, amigos revolucionarios de Rosa Luxemburgo la exhortaron a que no publicara el formidable documento que escribió en la cárcel “La Revolución Rusa”.

Rosa Luxemburgo acogió con entusiasmo la revolución rusa de 1905 y su desarrollo hasta la Revolución Bolchevique de 1917, y con ello la toma del poder por parte de los obreros y la instauración del gobierno de los soviets. Pero desde 1916, desde la cárcel, ya advertía los rasgos dictatoriales que se iban definiendo en el partido bolchevique, vanguardia de la revolución. Bajo el seudónimo de “Junius” logró sacar de la cárcel su documento, que sólo fue publicado después de su muerte.

Criticó la teoría de la dictadura de Lenin y Trotsky que partía del supuesto de que el socialismo consistía en aplicar una fórmula prefabricada del partido revolucionario. Para Rosa Luxemburgo la construcción del socialismo como sistema económico, social y jurídico “yace totalmente oculta en las nieblas del futuro” y depende de una práctica constante, en una y otra dirección.

Al respecto, escribió: “Lo negativo, la destrucción, puede decretarse; lo constructivo, lo positivo no. Territorio nuevo. Miles de problemas. Sólo la experiencia puede corregir y abrir nuevos caminos. Sólo la vida sin obstáculos, efervescente, lleva a miles de formas nuevas e improvisaciones, saca a luz la fuerza creadora, corrige por su cuenta todos los intentos equivocados. La vida pública de los países con libertad limitada está tan golpeada por la pobreza, es tan miserable, tan rígida, tan estéril, precisamente porque, al excluirse la democracia, se cierran las fuentes vivas de toda riqueza y progreso espirituales”.

En “La Revolución Rusa”, Rosa Luxemburgo reivindica la democracia como un elemento estratégico, insustituible para la construcción revolucionaria. Sin ella, dijo, no se podrían limitar los errores inevitables de toda dirección política. El control público, señalaba, se requiere para evitar la corrupción. Se adhiere resueltamente a las tesis de Lenin sobre el clave papel de la iniciativa de las masas, pero lo critica por los medios que utiliza: “Los decretos, la fuerza dictatorial del supervisor de fábrica, los castigos draconianos, el dominio por el terror, todas estas cosas son sólo paliativos. El único camino al renacimiento pasa por la escuela de la misma vida pública, por la democracia y opinión pública más ilimitadas y amplias. Es el terror lo que desmoraliza”.

En lugar de instancias representativas producto de elecciones populares, Lenin y Trotski implantaron los soviets como única expresión verdadera de la sociedad (aquí la borrosa y desfigurada caricatura de los CPC). Rosa advertirá que la represión de la vida política del país, también afectaría a los soviets, porque sin irrestricta libertad de prensa y reunión, sin libertad de opinar, las instituciones mueren y sólo queda la burocracia.

“Gradualmente se adormece la vida pública, dirigen y gobiernan unas pocas docenas de dirigentes partidarios de energía inagotable y de experiencia limitada. Entre ellos, en realidad, dirigen sólo una docena de cabezas pensantes, y de vez en cuando se invita a una elite de la clase obrera a reuniones donde deben aplaudir los discursos de los dirigentes, y aprobar por unanimidad las mociones propuestas. En el fondo, entonces, una camarilla. Una dictadura, por cierto: …”, agrega en La Revolución rusa. Cualquier parecido con los nocturnos actos oficiales de tarimas enfloradas, uso de agua Perrier y claque para aprobar, no es sólo una mera coincidencia.

Rosa Luxemburgo acertó, tuvo toda la razón. El llamado régimen socialista se burocratizó y se volvió una maquinaria contra la libertad y la democracia. Se coartaron los derechos humanos fundamentales, se frenaron los procesos sociales y se sustituyeron por controles administrativos y medidas autoritarias y draconianas que conllevaron a un régimen totalitario y a la dictadura. Y “La Rosa Roja” no era contrarrevolucionaria, no era oligarca, enemiga del pueblo, agente de la CIA y del imperialismo, aunque también la calumniaron y la acusaron.

Las críticas de Rosa Luxemburgo previenen contra la tragedia que espera a los pueblos cuando sus gobernantes prescinden de la democracia y la libertad. Por más programas sociales que ejecuten, con todo y la capacidad reproductiva de “Hambre Cero” y los beneficios de “Usura Cero”, “Casas para el Pueblo” y los programas de alfabetización y de educación primaria y secundaria, así como de salud, sin democracia y libertad todo será un terrible fracaso de magnitudes colosales. Otro retroceso histórico de décadas.

Cerraré este homenaje a “La Rosa Roja” con su frase espectacular (también tomada de “La Revolución Rusa”), que parece dicha específicamente para la realidad actual de Nicaragua: “La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que éste sea), no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente”.

*Editor de la Revista Medios y Mensajes.