"A El Salvador no le sirve para nada acusar y condenar de asesinato a los 3 ex oficiales del ejército, 42 años después. Mucho menos con un sistema de justicia como el actual, que ha perdido su independencia e imparcialidad, sino actúa por órdenes del gobierno."
Sé que muchos de mis amigos me van a odiar por esta columna. Pero hay que apostar a la verdad, no a los mitos.
La muerte de 4 periodistas holandeses en el año 1982 será sujeto de un juicio penal ante la justicia salvadoreña. Esto queda confirmado por la Cámara de lo Penal de Santa Tecla, que ratificó la decisión del Juzgado de Primera Instancia de Dulce Nombre de María, departamento Chalatenango, que abrió juicio contra tres ex militares, entre ellos el general JoséGuillermo García, ministro de Defensa entre 1979 y 1983.
Desde los años oscuros 1980-1982 en El Salvador, cuando mataron a opositores, sindicalistas, maestros, curas y también periodistas, existe en el gremio periodístico una discusión incómoda. Unos han asumido y denunciado todas las muertes de periodistas durante la guerra civil como asesinatos, otros hemos intentado de diferenciar entre periodistas víctimas de asesinatos y periodistas que murieron como bajas en enfrentamientos militares. Es un problema que sigue ocupando el medio de reporteros de guerra hasta la fecha, siempre cuando han muerto colegas en Irak, Afganistán, Siria, Gaza u otros conflictos bélicos.
Los reporteros de guerra, sobre todo los fotógrafos y camarógrafos, siempre están expuestos a múltiples peligros. Uno de ellos es convertirse en blancos de uno u otro bando en un conflicto, con riesgo de ser detenidos o incluso asesinados. Pero esto es sólo uno de los riesgos, también pueden verse en situaciones de fuego cruzado y resultar heridos o muertos. El peligro se multiplica si los periodistas se movilizan en zonas de conflicto con unidades de uno de los bandos enfrentados. Difícilmente estas unidades tienen la capacidad de garantizar la seguridad de los periodistas acompañantes. En el momento de un choque directo con fuerzas del otro bando, los periodistas pueden ser alcanzados por el fuego de fusilería o artillería, igual que los combatientes. Las balas no distinguen.
El dilema del reportero de guerra
Cada reportero de guerra, si es profesional y no un aficionado aventurero, sabe de estos riesgos cuando decide acompañar a una unidad militar en una zona conflictiva o en disputa. Los 4 colegas holandeses, dos de ellos con amplia experiencia como reporteros en zonas de conflicto, tienen que haber tenido conciencia del riesgo que asumieron, cuando decidieron entrar en una de las zonas de control guerrillero en Chalatenango, escoltados por miembros de la insurgencia. Yo hice este tipo de movimientos frecuentemente durante la guerra, y nunca tuve duda que iba a correr el mismo riesgo que cualquiera de los combatientes que me acompañaron. Entrar en una zona de guerra no es un juego; marchar en una montaña junto a una columna guerrillera, mucho menos. Es un riesgo calculado que uno como periodista toma en base de su confianza en los combatientes que acompaña y en la confianza en su propia capacidad de reaccionar en caso de un enfrentamiento.
Koos Koster |
Son situaciones, en los cuales uno como reportero hace un cálculo de beneficio y riesgo. ¿Vale la pena arriesgar su vida para obtener una entrevista o algunas fotos y tomas de combates? Koos Koster y su equipo tienen que haber hecho estos cálculos. También tienen que haber evaluado si podían confiar en la capacidad, experiencia y responsabilidad de sus contactos con las FPL, que organizaron su entrada a sus campamentos en Chalatenango. En base de todo lo que se sabe de su caso, ello hicieron mal estos cálculos y estas valoraciones.
La ONG salvadoreña ‘Fundación Comunicándonos’, que representa a los familiares de los 4 periodistas holandeses, ha promovido el juicio, acusando a los 3 ex militares de asesinato. Para preparar el terreno en la opinión pública, la fundación ha publicado un libro llamado ‘La Emboscada’.
La Policía de Hacienda
Leyendo este libro, que es un resumen de las diferentes investigaciones que se han hecho del caso, llego a la conclusión contraria de la de los autores: No se trata de un asesinato, sino de muertes en el contexto de un enfrentamiento militar. Y hay que decirlo: también en el contexto de una actuación irresponsable de los militantes de las FPL que organizaron la llegada de los holandeses a la zona de guerra.
El libro argumenta que la Fuerza Armada puso a los periodistas una emboscada para matarlos. Puede ser cierto. O puede ser que simplemente pusieron una emboscada a una columna guerrillera. Una unidad guerrillera que se mueve en una zona en disputa, sabe que, si es detectada, será atacada, tal vez emboscada. Lo mismo es cierto para una patrulla del ejército. Y lo mismo es cierto para una unidad guerrillera que se moviliza con el propósito de llevar a unos periodistas a los campamentos guerrilleros. Si el responsable de la acción, llamado ‘comandante Oscar’, quien acompañó personalmente a los periodistas desde San Salvador, no explicó esto a los holandeses, era un irresponsable.
La emboscada
El ‘comandante Oscar’ cometió otro error fatal al no suspender el viaje clandestino, sabiendo que el día anterior los holandeses habían sido citados al cuartel de la Policía de Hacienda. Resulta que este cuerpo de seguridad tuvo en su posesión un papelito decomisado a un guerrillero muerto, que tenía escrito el nombre, el teléfono y el hotel de Koos Koster. Si Koster no tenía los criterios de seguridad, que le tenían que haber obligado de suspender el viaje, ya que estaban bajo observación policial, el cuadro guerrillero tuvo que haber tomado esta decisión.
En la emboscada, en la cual cayó la unidad que escoltaba a los holandeses, murieron los 4 periodistas y todos sus acompañantes, incluyendo el ‘comandante Oscar’. El único sobreviviente fue Martin, el jefe de la unidad logística, que tenía que guiar a los periodistas a los campamentos. No sabemos si la unidad del Batallón Atonal tenía órdenes de interceptar a los periodistas, o si su orden era simplemente interceptar cualquier movimiento logístico de la guerrilla.
Los dos errores de la guerrilla
Los guerrilleros cometieron un error fatal: Trataron de introducir a los periodistas por una ruta que ya estaba ‘quemada’. Tenían demasiado tiempo de usarla para su logística, y tanto la población civil como el ejército ya la conocían.
La otra irresponsabilidad de la guerrilla de Chalatenango: Mandaron como escolta para los periodistas un equipo logístico, no una unidad de combatientes capaz de repeler ataques enemigas. Tenían escasas armas y un sólo combatiente. Cuando yo entré al frente de guerra en Morazán con otros colegas, el ERP mandó a recogernos un pelotón de combatientes experimentados, dirigido por un jefe de fuerzas especiales. En cada una de mis numerosas entradas me sentícon la escolta tan protegido que en una guerra es posible sentirse. Los combatientes harán lo posible -y hasta lo imposible- para evadir enfrentamientos y emboscadas, y en caso de un choque, tendrán la capacidad de resistir.
En última instancia es irrelevante si los militares sabían o no sabían que se iban a encontrar con periodistas. Cualquier unidad del adversario es blanco de ataque. Si se puede emboscarla, se hace. Si se puede aniquilarla, se hace. No importa si ahí van periodistas, curas o quien sea. Es la regla de este tipo de guerras que no tienen fronteras claras.
A El Salvador no le sirve para nada acusar y condenar de asesinato a los 3 ex oficiales del ejército, 42 años después. Mucho menos con un sistema de justicia como el actual, que ha perdido su independencia e imparcialidad, sino actúa por órdenes del gobierno.
Los acusados
No me entiendan mal: Ninguno de los tres acusados es inocente. Condujeron la parte más sucia de la guerra, con miles de civiles víctimas de represión. Pero el caso de los 4 colegas holandeses es el menos idóneo para juzgarlos como asesinos. Es un caso de una fatal mezcla de ingenuidades, decisiones equivocadas, irresponsabilidades, incapacidades - y mala suerte. Al general García, a quien en Radio Venceremos le bautizamos ‘La chancha loca’, no lo necesitamos juzgar en este caso, ni siquiera en el caso de El Mozote, en el cual ya se hizo justicia durante la guerra, castigando al responsable principal, el teniente coronel Monterrosa. A García la historia y la memoria de los salvadoreños ya lo han juzgado.
No todos los periodistas que no sobreviven los riesgos inherentes a su trabajo son víctimas de asesinatos. Todos son víctimas de una guerra cruel que no perdona errores. Los reporteros de guerra tampoco son héroes. Son profesionales que calculan sus riesgos, saben que pueden equivocarse - y no culpan a otros cuando les toca mal.
1. Toque de queda (10 de enero de 1981)
“Enano, despertate, vamos a la guerra.” Con estas palabras me levanta a las 5 de la mañana Maravilla. Está bolo, pienso, y me doy la vuelta en mi cama. Me había acostado, luego de una de estas grandes fiestas con mucho Flor de Caña, que los venezolanos tenían fama de improvisar, en la Managua de pocas diversiones de 1981.
“Enano, te vas a perder la guerra. Sin nosotros no pueden empezar, alguien tiene que filmar esta vaina.” Y me pone unos boletos de avión bajo las narices. “Nuestro vuelo a San Salvador sale a las 8 de la mañana, y la guerra comienza a las 5 de la tarde. Apurate, chele.”
Agarro el boleto y leo: “Pasajero Richard Lüers, vuelo Aeronica. 8.05 a.m. Llegada 8.50 a.m.”
“Pero yo no tengo pasaporte, Hernán, se lo entregué a Aníbal. ¿Y quién me compró el boleto?”
“Aquí Aníbal te manda boleto y pasaporte. Revisá bien los sellos, para que no te enchibolés si te preguntan.”
Mi pasaporte alemán, recién estrenado con sellos de Houston, México, Guatemala, El Salvador y Nicaragua, —el viaje de mi llegada a Centroamérica— ahora llevaba sellos de Costa Rica y Panamá, países donde jamás he estado.
“¿Quién me puso estos sellos, Hernán? ¿Son falsos?”
“¿Te parecen falsos, enano? Son perfectos, cortesía de Aníbal, director de migración del ERP. Son originales. Los corresponsales viajan mucho. No se quedan tres semanas en Nicaragua. ¿No sabías?”, me dice Maravilla y me da un tazón de café. “En el avión te explico todo. Voy a recoger mis cosas y te recojo en media hora. Llevate todo lo que necesitás para un mes, o un año, ¿qué sé yo? ¿Tu equipo está listo, cámaras, rollos, credenciales? Vamos a trabajar, al fin...”
Sentado en el avión, le digo: “Está bueno este chiste de que hoy a las 5 de la tarde comienza la guerra. Casi me lo creí. Ahora contame: ¿Qué vamos a hacer?”
“¿Y no te acordás de la reunión con Atilio? ‘Esta guerra será diferente: guerrilla, política y comunicación.’ Bueno, nosotros seremos los que filmamos, escribimos, tomamos fotos, hacemos radio. ¿Y no viniste para esto? ‘This revolution will be televised’—vos mismo les tiraste esta paja y todos quedaron bien impresionados.” Hernán acaricia su cámara Umatic: “Esta belleza necesita ver acción.”
“Esperáte, Hernán, pero estábamos hablando de un plan complicado, con equipos de foto y video en los diferentes frentes de guerra, que hay que prepararlos, entrenarlos. Somos dos pelones…”
“Bienvenido al ERP, enano. Aquí todo se hace sobre la marcha. Si esto te parece muy rápido, hubieras ido mejor con las FPL, ellos andan al ritmo de la ‘guerra popular prolongada’. O con la RN, donde todo se discute durante meses, científicamente… Nosotros somos los pequeños burgueses insurreccionales. Pero te prometo, chele: Nunca te vas a aburrir con el ERP…”
“¿Pero realmente la ofensiva comienza hoy?”
“¿Qué tiene de malo el 10 de enero 1981? ¿No es buen día para iniciar una guerra? Mira qué maravilla este mar verde ahí abajo. Esto a la derecha, al otro lado del río, es Morazán. Ya nos están esperando los compas. Santiago ya está ahí. De paso sea dicho: La Venceremos inicia su primera emisión desde Morazán hoy a las 5 en punto.”
En el taxi del aeropuerto a la ciudad, sobre la autopista de Comalapa a San Salvador, todo lo que veo es normal y tranquilo. ¿Cómo va a estallar una guerra un día tan tranquilo? Tengo que haber pensado en voz alta, porque Maravilla me dice: “¿Y qué pensabas? ¿Vallas que digan: Bienvenido a la guerra?”
“¿Pero ni siquiera hay muchos soldados, no están patrullando, todo está tranquilo…”
“Esperáte, enano, mañana vas a ver cuilios por todos lados —y te juro que no van a estar tranquilos…”
Entramos a San Salvador. Ya había pasado aquí un día, en el camino de Houston a Managua, con la misma sensación de calma. ¿Calma antes de la tormenta? Hoy igual. Pocos policías y soldados, pero ahora que sé lo que sé, veo que andan con el fusil listo y el dedo en el gatillo. Un retén en el Bulevar de los Héroes; “¿Adónde se dirigen?”
“Aquí nomás, al Camino Real. Somos periodistas.” Hernán saca su carnet de prensa. “¿Cómo va todo? Tengo un mes de no venir, ¿me perdí algo?”
“¿Y este, no tiene carnet?”
“No, él es nuevo. Primera vez aquí. Mañana lo llevo al COPREFA a sacar su carnet. Dale tu pasaporte, Richard.”
Primera vez que alguien ve mi pasaporte, página por página, con desconfianza y con cara de ‘aquí mando yo.’ “Pasen, tengan cuidado, que en la noche puede ser peligroso.”
Entramos al Camino Real. “A saludar a la mara. Aquí están todos los periodistas,” me explica Hernán. “Arriba en el segundo piso están las oficinas de las agencias. Tremendas fiestas que hay aquí en las noches.”
Hernán me presenta a los reporteros: gringos, salvadoreños, mexicanos, franceses, un surafricano. Almorzamos con Harry Mattison, fotógrafo del Times. Hernán me presenta: “Este es Paolo, es nuevo, va a trabajar conmigo. Cualquier cosa, échenle una mano.”
“Bienvenido, man.” Ve mi equipo. “¿Sos fotógrafo?”
“Yo escribo, pero también hago fotos.”
Me cuenta que anda detrás de una historia con escuadroneros. “Cualquier día me van a invitar a la boda de la hija de uno de los jefes, les ofrecí hacerles las fotos. ¿Quieres ir conmigo?”
Luego en el carro reclamo a Hernán: “Puta, le diste mi seudónimo. Yo aquí tengo que ser Richard, como en mis papeles.”
“No te preocupés. Harry es de confianza. Si andás conmigo, ya sabe que sos del ERP.”
Llegamos a la casa del Dr. Melitón Barba, en la colonia Layco. Queda a dos cuadras del cuartel San Carlos. A Melitón, viejo zorro del MNR del doctor Ungo, lo conocí en Managua: médico prominente, escritor de cuentos, gran conversador. La casa está llena de libros de medicina y literatura. Por lo menos tendré lectura. Dudo si habrá tiempo para leer…
Nos saluda El Seco Gustavo. En Managua, en el COMIN, ya me han hablado de él: fotógrafo, viejo militante de las LP 28, quien trabaja en San Salvador con cobertura de la agencia AP. El plan es trabajar con él en la capital. Hernán, en cambio, sólo va a cubrir la ofensiva desde San Salvador y luego entrar al frente de Morazán.
Poco después de nuestra llegada entra Yderín, cineasta venezolano, igual que Hernán. Ambos se unieron al ERP para televisar la revolución. Yderín es el hombre que hospedé en Berlin en mi casa, le hice los contactos con comités de solidaridad, sindicalistas, cineastas alemanes y él a cambio me reclutó. Yo recién había firmado un contrato con el Servicio de Desarrollo alemán para ir por tres años a Ecuador para ayudar a fundar una escuela vocacional para electromecánicos. Vino Yderín y me dijo: “Hermano, ¡qué desperdicio de tiempo! Ya que vas para Latinoamérica, venite a El Salvador. En Ecuador no pasa nada, la historia se hará en El Salvador. Y alguien como vos: periodista, electromecánico, activista político, cabe perfecto en nuestro proyecto de comunicación.”
Yderín, en largas noches en mi apartamento en Berlin- Wilmersdorf, me contó los planes: La Radio Venceremos en Morazán, un equipo de reporteros en la capital, otros en los frentes de guerra; equipos de cine, fotografía, video que acompañan a la guerrilla; revistas internacionales… Mucho de esto me pareció fantasía, pero una fantasía que no pude resistir. “Mandá el mensaje a Managua. Deciles que voy a ir en diciembre. Que me esperen con su ofensiva…”
Fuimos a Kreuzberg, a las oficinas del periódico TAZ, recién fundado por la oposición antiautoritaria alemana, donde yo colaboraba en la redacción internacional. Yderín se sentó en el télex y comenzó a teclear. “¿Y cómo te vas a llamar? Necesitas un seudónimo, un nombre de guerra.”
Me pareció un poco ridículo, al estilo de John le Carré —pero le dije: “Paolo, Paolo Martin.” Ahí empezó mi nueva vida, aunque aún no lo sabía.
Escribí al Servicio de Desarrollo y renuncié a mi contrato. Agarré los 40 mil marcos que me quedaron del pago que la empresa OSRAM me había dado luego de 7 años de mecánico. Me ofrecieron esta suma para deshacerse de mí. Me fui para Centroamérica, por tres años, según yo. Voy a financiar mi participación en la revolución salvadoreña con una extorsión: la empresa no me podía despedir, porque fui delegado del poderoso sindicato IG Metall en el Consejo de la Empresa (Betriebsrat). Les dije: “O me quedo y me reelijo, esta vez para presidente del Betriebsrat, o me hacen una oferta.” Me ofrecieron 30 mil marcos y terminaron pagándome 60 mil. Con este pisto me voy a la guerra, con el gran privilegio de no tener que depender financieramente de nadie.
La donación de OSRAM era suficiente para costear mi participación, pero obviamente no la guerra. Nació la idea de la campaña Armas para El Salvador (Waffen für El Salvador).
En la TAZ trabajaba Klaus Dieter Tangermann. Fue uno de sus fundadores. Al sólo salir a la calle el periódico, se fue para Nicaragua, y la TAZ nació con sus reportajes, entrevistas y crónicas de la insurrección sandinista. En esos días ya había tenido largas discusiones con Yderín sobre El Salvador, que iba a ser el próximo escenario de insurrección en Centroamérica. Fui con Yderín a hablar con Klaus Dieter. “¿Qué pasa si en la TAZ publicamos un llamado para recoger dinero para armar la guerrilla salvadoreña? Los gringos están armando al ejército, armemos nosotros a la guerrilla.”
Yderín, con quien no había hablado de esa idea, me fue viendo como si hubiera perdido la razón: “Por Dios, ahora sos vos el que anda fantaseando. Esto es ilegal. Nos van a arrestar a todos. Jamás se ha hecho semejante locura. No es así como se recogen fondos, se piden para ayuda humanitaria, para medicina, para refugiados, para sindicatos, y después los canalizamos a la guerra. Pero esto no se dice. Estás loco.”
Berlin, 1980: Yderín (Nelson Arrieta) y Paolo Luers, en la Universidad Técnica, presentando la campaña Armas para El Salvador |
A Klaus Dieter no le pareció tan loco. “Dejame hablar con el colectivo de redacción, y con nuestro abogado. Mientras tanto, vos ponete a escribir el borrador del llamado.”
Ya lo tenía. Lo discutimos, lo pulimos, y lo presentamos. El abogado era Hans—Christian Ströbele, ex defensor de los presos de la RAF, cofundador de la TAZ. Ströbele inmediatamente entendió mi idea: “Esto va a ser una bomba, que va a poner al periódico en el debate nacional —y también la intervención gringa y la represión en El Salvador. Nunca se ha hecho, pero ilegal no es. Hagámoslo.”
Un mes después salió, en la portada de la TAZ, el llamado: “Armas para El Salvador.” Toda la portada. Imprimimos doble tiraje. Llevamos al periódico a todo el país, aun donde todavía no tuvo distribución establecida. Invitamos a Ana Guadalupe Martínez, dirigente del ERP, famosa por el libro sobre su captura y tortura. Estaba escéptica, tuvimos que convencerla de que no era un riesgo para ella. Habló en el Auditorio Máximo de mi alma mater, la Universidad Técnica de Berlin, que estaba repleta como nunca, después del movimiento del 68. Presentamos la campaña y le dimos una cara, la de la ‘comandante María’. El éxito fue total. Y aparte de que a Yderín, sentado con nosotros en el podio, se le cayó la barba postiza con la cual se disfrazaba, todo fue bien. Nadie fue arrestado y la campaña alzó vuelo.
En la TAZ y en los comités de solidaridad había muchos que no creían que esa campaña pudiera tener éxito. O iba a intervenir la justicia, o nadie iba a mandar pisto. Pero antes de concluir el primer mes, la cuenta sobrepasó el millón de marcos, más de medio millón de dólares. Al final, la campaña llegó a casi 4 millones de marcos (2.35 millón de dólares). Donaron sindicatos, iglesias, directivas locales de los socialdemócratas, y miles de personas. Médicos, abogados, ingenieros, profesores, que en los 60 y 70 habían participado en el movimiento estudiantil contra la guerra en Vietnam, que ahora tenían buenos trabajos y estaban desactivados políticamente, de repente vieron la oportunidad de apoyar un movimiento insurgente. Nunca hubiéramos recaudado estas cantidades con campañas humanitarias. La gente tenía sed de revolución.
Un día llegó una señora, de unos 60 años, a mi oficina en la TAZ. Quería que le explicara para qué se iban a usar estos fondos. “¿Usted me puede garantizar que este dinero realmente es para la guerrilla?”
“Sí, señora, yo personalmente con Klaus Dieter lo vamos a entregar.”
“Lo voy a pensar, tal vez puedo aportar algo. Adiós y suerte.” Y se fue. Luego encontré detrás de mi escritorio una bolsa del supermercado con 40 mil marcos. Nunca supe quién era esa señora. Me invitaron a un asilo de ancianas en Berlin-Spandau. Eran unas 20 señoras entre 70 y 80 años. Viudas todas. Me dieron café y Strudel de manzana —yo les di una charla sobre El Salvador y la campaña. Salí con una bolsa con más de 10 mil marcos.
Poco después, en diciembre de 1980, me fui a Centroamérica. Con credenciales de la TAZ y de varios otros periódicos, a nombre de Arnd Richard Lüers. Y con otro nombre postizo, con el cual iba a relacionarme con los guerrilleros.
En Managua me alcanzó Klaus Dieter, quien vía Berlin Oriental, Moscú y La Habana había transportado en una maleta el primer millón de dólares. Entregamos el maletín a unos señores, algunos bastante mal encarados, que se presentaron como la Comandancia General del FMLN. Ahí conocí a Marcial, el Ho Chi Min de El Salvador y líder de las FPL, un tipo que nos encaró a Klaus Dieter y a mí con suma desconfianza, la que tampoco modificó cuando abrimos el maletín con el dinero. También conocí a un joven de 30 años con cara de 20, Joaquín Villalobos, comandante Atilio y jefe del ERP.
Le dije a Tangermann: “Si me tocara trabajar con este viejito, mañana me voy con vos de regreso a Berlin. Me la voy a jugar con el baby face...”
Al día siguiente conocí a Luisa, la mujer de Villalobos y responsable de todo el trabajo que íbamos a hacer de comunicaciones. Todas las dudas se me fueron al solo verla…
Luisa, Mercedes del Carmen Letona |
En la casa de Melitón Barba, a dos cuadras del principal cuartel de la capital salvadoreña, se acerca el reloj a la mágica cifra 5. Yderín ha salido: “Voy a una reunión con Mateo y Clelia. Si me agarra la noche o decretan toque de queda, me quedo con ellos y nos vemos mañana temprano. Traigo desayuno.”
Mateo y Clelia, la hermana de Luisa, me explica El Seco Gustavo, son los máximos jefes de la guerrilla urbana del ERP. Ellos van a coordinar las acciones de la ofensiva en la capital, que supuestamente comenzarán a las 5 de esta tarde.
Salimos un rato y hacemos un par de tomas del vecindario. “Ya sabés,” dice Hernán, “tomas de relleno.” Son las 4. Para hacer algo, preparo café. Luego reviso mis cámaras. Las limpio. Alisto mi maletín de cámaras. Me cuelgo el carnet que dice: PRESS. Gustavo hace lo mismo. Hernán prueba los cables y la grabadora, que a mí me va a tocar cargar cuando filmemos. Por tercera vez me explica todo. “Hay que cubrir un gran desmadre, enano. Todo tiene que funcionar...”
Salgo otra vez a la calle. Ahora ya no veo tan normal el ambiente. No hay gente en la calle, ningún niño jugando. Aun así, no creo que hoy comienza la guerra. Yderín no ha regresado.
La guerra comienza a las 5 con 2 minutos. Primero unos grandes bombazos. La casa tiembla. “El cuartel San Carlos,” dice El Seco. Salimos a la calle y caminamos a la esquina, desde la cual se tiene vista al cuartel. No llegamos lejos. Una patrulla de soldados está apostada en la esquina, nos gritan “¡Váyanse!”
Gustavo contesta: “Prensa Internacional.”
Ellos: “¡Váyanse a la mierda, pendejos! ¿Quieren morir?” Nos apuntan. Regresamos a la casa, con una sola toma grabada. Yo logré hacer 3 fotos. Gustavo se queda atrás disparando su cámara en ráfaga.
En la casa encendemos la tele. Pasan una película mexicana. La interrumpen para dar la noticia. No pasan imágenes, solo repiten un comunicado del Estado Mayor: “Hay ataques terroristas en algunos puntos de la ciudad. Todo bajo control, la gloriosa Fuerza Armada defiende a la ciudadanía...”
Gustavo batalla con el radio para buscar la frecuencia de la Venceremos, pero no la encuentra. “Tienen que estar saliendo a las 5 en punto, así estaba planificado.” De repente, tipo 5 y media, sale la voz de Santiago, con una señal muy débil, pero la compensa con su locución a gritos: “Desde las montañas del heroico departamento de Morazán transmite Radio Venceremos. Hoy a las 5 de la tarde comenzó la ofensiva final de las fuerzas del pueblo, nuestras unidades están combatiendo en Santa Ana, San Salvador, Usulután San Miguel, San Francisco Gotera – y al mismo tiempo nace Radio Venceremos. Búsquenos en esta frecuencia todos los días a las 6 p.m.” Maravilla baila de emoción: La Venceremos está al aire, el primer punto del plan de comunicación está cumplido. “Acordate lo que prometimos a Atilio y Luisa: Nunca vamos a aburrir al pueblo…”
En la tele, un segundo comunicado: Se decreta toque de queda hasta las 6 de la mañana. Nadie puede circular ni caminar en la calle. La Fuerza Armada disparará a quienes no acaten esta orden.
Estamos encerrados en la casa. Ya no hay explosiones, pero se oyen ráfagas por todas partes. A veces más lejos, a veces muy cerca. Sigue la película de Cantinflas, a cada rato interrumpida por los comunicados de la Fuerza Armada. Hernán se instala en un sillón frente al televisor: “Echémonos esta película, enano, nada podemos hacer ahora. Deja de afligirte. Si vas a la guerra, tenés que aprender una lección: No hacerte loco por cosas que no puedes influir. Así que deja de andar como león en jaula…”
Parece que soy el único que está afligido. El Seco está llamando a todos sus contactos para ver qué está pasando y dónde. Hernán viendo tele, y yo asustándome con cada ráfaga que escucho. Gustavo realmente es el más cuerdo en esta situación, se nota que tiene larga trayectoria de batallas callejeras, acciones semiclandestinas, enfrentamientos con la policía o el ejército. Para distraerme, me cuenta de las tomas de iglesias, del local del PDC, de manifestaciones que terminan con muertos. Siempre muerto de risa, lleno de anécdotas. Es el único de los tres que no parece tener miedo, Hernán sólo lo disimula mejor que yo, el novato.
De repente se interrumpe nuevamente la película. Un comunicado nuevo: Fuerzas militares han neutralizado el puesto de mando de los comandos urbanos terroristas, en una casa en San Salvador. Y salen las fotos de los capturados: Clelia, Mateo y —ahora sí brincan Gustavo y Maravilla— nuestro amigo Yderín. “El tercer capturado es el periodista venezolano Nelson Arrieta, encargado de propaganda de la organización terrorista ERP. Hay dos venezolanos más implicados, que aún no han podido ser capturados: Richard Izarra y Hernán Vera.” Richard Izarra está en México, fuera de peligro, pero Hernán Vera está sentado con nosotros en una casa a dos cuadras del cuartel San Carlos.
Clelia, Lilian Mercedes Letona |
La primera reacción de Gustavo: “Puta, Yderín ya cantó.” Pero ahora muestra más control de nervios Maravilla: “Esperáte. Todo el mundo sabe que nosotros tres trabajamos juntos. Si agarran a uno, pueden deducir que los otros dos están implicados. Hasta en el COPREFA nos conocen como equipo. Si hubiera cantado, estuvieran también mencionando a Paolo. No se preocupen, Yderín no va a hablar, él va a jugar la carta de prensa internacional y venezolano, y en tres días lo saca nuestra embajada. Él sabe esto.”
Hubo un silencio. Todos pensando y calculando los riesgos. En este silencio digo: “Pero entonces también conocen esta casa…”
Discutimos nuestras opciones: Con todo y toque de queda, ir al Camino Real. No está lejos, pero el riesgo es incalculable, debe haber retenes por todas partes. O quedarnos en la casa, confiando que nosotros, en esta noche, somos el menor de todos los miles de problemas que tienen la policía y los militares. Ya nos enteramos que se mantenían combates fuertes en varios barrios de San Salvador, Mejicanos y Soyapango. Algo grave había pasado en el cuartel de Santa Ana. Y Gustavo había confirmado que San Miguel está bajo ataque.
“Okay, nos quedamos. Saldremos a las 6 de la mañana en punto para Morazán. Hay que sacar a Maravilla de la ciudad, tiene que adelantar su entrada al frente. Hay que hablar a Izarra en México, él tiene que activar la alerta por la captura de Yderín.” Gustavo, el más experimentado, ha tomado el mando. Nosotros dos felices que alguien toma decisiones.
Hernán habla a Richard. Gustavo intenta contactar a saber a quiénes. Pero hemos perdido nuestro canal para comunicarnos con la organización. Richard va a avisar a Managua, pero aquí, en San Salvador, el primer día de la ofensiva, estamos solos. Y de repente, deja de funcionar el teléfono.
Lo único que nos queda es la tele, con la tercera película de Cantinflas y los comunicados de los militares, y el radio para monitorear noticias internacionales. El Salvador en todos los noticieros: Ofensiva guerrillera, toma del cuartel de Santa Ana, combates en San Miguel, Usulután y la capital, carreteras bloqueadas por militares y guerrilleros.
Lea el martes, 29 octubre, el capítulo 2:
Viaje a las minas (11 de enero 1981)