El 3 de septiembre de 2007 Federico Hernández Aguilar publica en el periódico digital El Faro una columna titulada “De Sartre al desastre” para rebatir el articulo mio “El hombre frente a Dios, un debate siempre actual”, a su vez surgido para refutar el artículo titulado “Esa creciente inquietud por Dios” de Luis Fernández Cuervo, en el cual hay un punto donde se establece que los problemas sociales “no vienen de vivir como manda la religión cristiana sino todo lo contrario, del permisivismo moral en el que desemboca, tarde o temprano, el ateísmo”.
Federico Hernández Aguilar en su artículo concluye que “el problema del ideario sartreano y, en general, de todos los ateísmos filosóficos, no es tanto que nos lleven forzosamente a la debacle moral del mundo, pero sí constituyen a generar el ambiente que produce las causas de esa permisividad”.
Más bien, es nuestro modelo de sociedad el que genera el ambiente para esa permisividad [moral], una sociedad donde la economía está por encima de la ética, de la política (bien entendida, aquella que se preocupa por la convivencia armónica dentro de la comunidad), donde lo que se busca es el sueño americano, donde el lema es tanto tienes tanto vales, una sociedad ambiciosa y codiciosa que confunde la necesidades humanas (que tenemos unas pocas: alimento, salud, vivienda, vestido, educación, cultura), con los deseos.
Esta sociedad, donde la opción para muchos es preferir morir en el desierto camino al sueño americano que morirse de asco en su propio país, es esta sociedad la que genera la insolidaridad a través de la exaltación del individuo; al poner al hombre por encima de todo, le hace creer que al obrar sólo se compromete a sí mismo, por tanto, puede hacer todo aquello que le plazca [permisividad moral].
Sartre, en su sistema filosófico, el existencialismo ateo, coherentemente (ojo, sin comillas) supera el individualismo al establecer que en el cogito (yo pienso) nos captamos a nosotros mismos frente al otro, y el otro es tan cierto para nosotros como nosotros mismos; es decir, cuando el hombre da cuenta que está pensando, implica necesariamente la existencia del yo que piensa y este yo da cuenta de que no puede ser nada salvo si los otros lo reconocen como tal. En suma, el hombre sabe de sí mismo sólo gracias al reconocimiento en los otros.
Además, el hombre, al estar arrojado (no huérfano) en el mundo descubre su realidad, su libertad. El hombre es libertad, libertad de elección, sin que esté determinado por condicionamientos genéticos o biológicos. Ni siquiera Dios puede determinar el destino del hombre, por tanto, está condenado a inventarse a sí mismo a cada instante, y al elegir libremente es responsable de su existencia. Ahora bien, esta libertad no se convierte en un hacer todo aquello que me plazca, sino una libertad comprometida con los otros; se es responsable de todo lo que se hace; por tanto, no hay gratuidad, en la elección hay compromiso.
Antes que la coherencia atribuida al existencialismo ateo cause escozor en algunos, debo decir que el existencialismo no es la única forma de pensamiento que ha superado coherentemente el individualismo: La religión cristiana lo ha hecho a su manera, apelando al amor al prójimo y, sobre todo, a través del ejemplo de la vida de Jesús. Así hay otros sistemas religiosos (budismo, hinduismo, etc.,) y filosóficos (Xavier Zubiri, Emmanuel Lévinas) que con coherencia han dado sus aportes a la humanidad.
En otro párrafo Federico Hernández dice: “… [se] sustituye una generalización por otra, puesto que [se] atribuye ‘mala fe’ a quienes culpabilizan de todos los desastres morales al ateísmo”. Sartre entiende por mala fe cuando un hombre se excusa y disimula su responsabilidad, por ejemplo, cuando alguien dice que no ha escrito grandes libros porque las circunstancias han estado en su contra, porque no ha tenido la oportunidad de hacerlo. Es claro que está argumentando excusas y en fraseología sartreana esta persona está actuando de mala fe, ya que se está excusando y disimulando su responsabilidad; por tanto, vuelvo a escribir que todos aquellos que culpan de los desastres morales al ateísmo actúan de mala fe, ya que se están lavando las manos atribuyendo la responsabilidad a otros, cuando esta permisividad es nuestra responsabilidad, es producto del modelo de sociedad que antes he descrito y que nosotros configuramos día a día con nuestros actos y de los cuales somos profundamente responsables. De otra manera, atribuir la permisividad moral y con ello todos los problemas sociales al ateísmo es estar viendo la paja en el ojo del vecino y obviar la biga que hay en el ojo propio.
En el artículo “De Sartre al desastre”, Federico Hernández Aguilar establece una serie de juicios que no son correctos, uno de ellos es: “Esos a los que llamo los otros tienen el valor que yo decido que tengan para mí”; según él, como el hombre elige el sentido de los signos por analogía, el hombre elige el valor de los demás y su propio valor, y olvida que el valor del hombre es la libertad fruto de estar arrojado y desamparado en el mundo. Otro juicio incorrecto es: “Al final es cada individuo quien define cuándo alcanza o no la plenitud de su propio ser.” Mas bien, el hombre es ante todo un proyecto el cual nunca alcanza fin, ya que es un continuo hacerse. Por último, establece que soy incongruente con Sartre al afirmar que el relativismo es una postura filosófica perjudicial, esto me lleva a especular que Federico Hernández cree que el pensamiento de Sartre cae en un relativismo. Las posturas relativistas resultan insostenibles ya que si no permanece nada firme, eterno, desaparece la inteligibilidad del mundo; de esta manera, Sartre busca a partir de la duda metódica encontrar una idea resistente a cualquier sospecha, de modo que pudiera convertirse en fundamento firme de nuestra concepción del mundo, y la primera idea que resiste toda duda es la existencia del sujeto.
Federico Hernández Aguilar, a partir de una serie de interrogantes, establece uno de los problemas filosóficos más antiguos: ¿A qué debe apelar el hombre para actuar con justicia, para hacer lo correcto o para saber qué está bien? Concluye que la ética sartreana no parece obligar a ninguna responsabilidad. Tiene razón, pero no sólo la ética sartreana, sino cualquier sistema ético carece de un método o una manera que obligue a las personas a actuar de acuerdo a lo que ese sistema considera lo correcto. No hay ningún sistema ético (ética de la virtud, ética cristiana, ética centrada en el otro, moralismo legal, etc.,) con el poder de coacción tal que haga que los hombres actúen de una forma u otra, pero lo que siempre vamos a encontrar es la posibilidad de elegir a que marco ético adscribirse y a partir del cual asumir la responsabilidad de los actos. Hay que tener claro que la responsabilidad (compromiso) es inherente a la libertad.
La ética es como las ecuaciones de primer grado con dos incógnitas como x + y = 5. Donde hay infinitas soluciones correctas, con una interdependencia entre “x” e “y”. Por tanto, lo que le queda al hombre es elegir libremente un valor para “y” para luego saber el valor de “x”, es decir, elegir y concretar su marco ético para poder dar una respuesta sobre que es lo correcto.
Por ende tiene razón Federico Hernández Aguilar cuando escribe que “el ateísmo sartreano no conduce a ninguna propuesta plena de sentido de la vida”, porque lo que se plantea en el existencialismo ateo es que la vida, a priori, no tiene sentido, ya que son los hombres los que deben darle un sentido. De ahí que de acuerdo al sentido que elijamos para nuestra vida, así será el marco ético al cual nos adscribamos. Nuevamente somos libres, lo que nos toca es inventarnos en la elección.
Por último, el hombre debe aprender a ser humano, debe reencontrarse a sí mismo y convencerse de que nada puede salvarlo de sí mismo salvo el hombre mismo.
Federico Hernández Aguilar en su artículo concluye que “el problema del ideario sartreano y, en general, de todos los ateísmos filosóficos, no es tanto que nos lleven forzosamente a la debacle moral del mundo, pero sí constituyen a generar el ambiente que produce las causas de esa permisividad”.
Más bien, es nuestro modelo de sociedad el que genera el ambiente para esa permisividad [moral], una sociedad donde la economía está por encima de la ética, de la política (bien entendida, aquella que se preocupa por la convivencia armónica dentro de la comunidad), donde lo que se busca es el sueño americano, donde el lema es tanto tienes tanto vales, una sociedad ambiciosa y codiciosa que confunde la necesidades humanas (que tenemos unas pocas: alimento, salud, vivienda, vestido, educación, cultura), con los deseos.
Esta sociedad, donde la opción para muchos es preferir morir en el desierto camino al sueño americano que morirse de asco en su propio país, es esta sociedad la que genera la insolidaridad a través de la exaltación del individuo; al poner al hombre por encima de todo, le hace creer que al obrar sólo se compromete a sí mismo, por tanto, puede hacer todo aquello que le plazca [permisividad moral].
Sartre, en su sistema filosófico, el existencialismo ateo, coherentemente (ojo, sin comillas) supera el individualismo al establecer que en el cogito (yo pienso) nos captamos a nosotros mismos frente al otro, y el otro es tan cierto para nosotros como nosotros mismos; es decir, cuando el hombre da cuenta que está pensando, implica necesariamente la existencia del yo que piensa y este yo da cuenta de que no puede ser nada salvo si los otros lo reconocen como tal. En suma, el hombre sabe de sí mismo sólo gracias al reconocimiento en los otros.
Además, el hombre, al estar arrojado (no huérfano) en el mundo descubre su realidad, su libertad. El hombre es libertad, libertad de elección, sin que esté determinado por condicionamientos genéticos o biológicos. Ni siquiera Dios puede determinar el destino del hombre, por tanto, está condenado a inventarse a sí mismo a cada instante, y al elegir libremente es responsable de su existencia. Ahora bien, esta libertad no se convierte en un hacer todo aquello que me plazca, sino una libertad comprometida con los otros; se es responsable de todo lo que se hace; por tanto, no hay gratuidad, en la elección hay compromiso.
Antes que la coherencia atribuida al existencialismo ateo cause escozor en algunos, debo decir que el existencialismo no es la única forma de pensamiento que ha superado coherentemente el individualismo: La religión cristiana lo ha hecho a su manera, apelando al amor al prójimo y, sobre todo, a través del ejemplo de la vida de Jesús. Así hay otros sistemas religiosos (budismo, hinduismo, etc.,) y filosóficos (Xavier Zubiri, Emmanuel Lévinas) que con coherencia han dado sus aportes a la humanidad.
En otro párrafo Federico Hernández dice: “… [se] sustituye una generalización por otra, puesto que [se] atribuye ‘mala fe’ a quienes culpabilizan de todos los desastres morales al ateísmo”. Sartre entiende por mala fe cuando un hombre se excusa y disimula su responsabilidad, por ejemplo, cuando alguien dice que no ha escrito grandes libros porque las circunstancias han estado en su contra, porque no ha tenido la oportunidad de hacerlo. Es claro que está argumentando excusas y en fraseología sartreana esta persona está actuando de mala fe, ya que se está excusando y disimulando su responsabilidad; por tanto, vuelvo a escribir que todos aquellos que culpan de los desastres morales al ateísmo actúan de mala fe, ya que se están lavando las manos atribuyendo la responsabilidad a otros, cuando esta permisividad es nuestra responsabilidad, es producto del modelo de sociedad que antes he descrito y que nosotros configuramos día a día con nuestros actos y de los cuales somos profundamente responsables. De otra manera, atribuir la permisividad moral y con ello todos los problemas sociales al ateísmo es estar viendo la paja en el ojo del vecino y obviar la biga que hay en el ojo propio.
En el artículo “De Sartre al desastre”, Federico Hernández Aguilar establece una serie de juicios que no son correctos, uno de ellos es: “Esos a los que llamo los otros tienen el valor que yo decido que tengan para mí”; según él, como el hombre elige el sentido de los signos por analogía, el hombre elige el valor de los demás y su propio valor, y olvida que el valor del hombre es la libertad fruto de estar arrojado y desamparado en el mundo. Otro juicio incorrecto es: “Al final es cada individuo quien define cuándo alcanza o no la plenitud de su propio ser.” Mas bien, el hombre es ante todo un proyecto el cual nunca alcanza fin, ya que es un continuo hacerse. Por último, establece que soy incongruente con Sartre al afirmar que el relativismo es una postura filosófica perjudicial, esto me lleva a especular que Federico Hernández cree que el pensamiento de Sartre cae en un relativismo. Las posturas relativistas resultan insostenibles ya que si no permanece nada firme, eterno, desaparece la inteligibilidad del mundo; de esta manera, Sartre busca a partir de la duda metódica encontrar una idea resistente a cualquier sospecha, de modo que pudiera convertirse en fundamento firme de nuestra concepción del mundo, y la primera idea que resiste toda duda es la existencia del sujeto.
Federico Hernández Aguilar, a partir de una serie de interrogantes, establece uno de los problemas filosóficos más antiguos: ¿A qué debe apelar el hombre para actuar con justicia, para hacer lo correcto o para saber qué está bien? Concluye que la ética sartreana no parece obligar a ninguna responsabilidad. Tiene razón, pero no sólo la ética sartreana, sino cualquier sistema ético carece de un método o una manera que obligue a las personas a actuar de acuerdo a lo que ese sistema considera lo correcto. No hay ningún sistema ético (ética de la virtud, ética cristiana, ética centrada en el otro, moralismo legal, etc.,) con el poder de coacción tal que haga que los hombres actúen de una forma u otra, pero lo que siempre vamos a encontrar es la posibilidad de elegir a que marco ético adscribirse y a partir del cual asumir la responsabilidad de los actos. Hay que tener claro que la responsabilidad (compromiso) es inherente a la libertad.
La ética es como las ecuaciones de primer grado con dos incógnitas como x + y = 5. Donde hay infinitas soluciones correctas, con una interdependencia entre “x” e “y”. Por tanto, lo que le queda al hombre es elegir libremente un valor para “y” para luego saber el valor de “x”, es decir, elegir y concretar su marco ético para poder dar una respuesta sobre que es lo correcto.
Por ende tiene razón Federico Hernández Aguilar cuando escribe que “el ateísmo sartreano no conduce a ninguna propuesta plena de sentido de la vida”, porque lo que se plantea en el existencialismo ateo es que la vida, a priori, no tiene sentido, ya que son los hombres los que deben darle un sentido. De ahí que de acuerdo al sentido que elijamos para nuestra vida, así será el marco ético al cual nos adscribamos. Nuevamente somos libres, lo que nos toca es inventarnos en la elección.
Por último, el hombre debe aprender a ser humano, debe reencontrarse a sí mismo y convencerse de que nada puede salvarlo de sí mismo salvo el hombre mismo.