Cuando hablan del “milagro alemán”, se
refieren a la resurrección de Alemania Occidental como nación industrial luego
de su destrucción física, social y moral al final de la Segunda Guerra Mundial
y de la dictadura nazi.
Es correcto ver esta resurrección como
“milagro” y que es resultado de un enorme esfuerzo de los alemanes, pero no es
correcto llamarlo “el milagro alemán”. Fue el milagro del mundo occidental
liderado por Estados Unidos que, al callarse las armas, se unió para levantar a
Europa Occidental, incluyendo Alemania Occidental, en democracia, cooperación y
solidaridad. Esto fue el verdadero milagro de la posguerra, y fue el marco indispensable para que los alemanes,
trabajando duro, lograran levantar su país, su economía, su industria y su
democracia. A Alemania Oriental y los otros satélites soviéticos en Europa
Oriental Moscú no les dejó recibir la ayuda del Plan Marshall, ofrecido por
Estados Unidos a toda Europa - con las conocidas consecuencias nefastas para su
desarrollo.
El verdadero “milagro alemán” fue la
unificación, que comenzó con la caída del muro de Berlin en noviembre del 1989
(precisamente en los mismos días que en San Salvador, con la ofensiva
guerrillera y la muerte de los jesuitas, comenzara el camino a la paz) y que se
formalizó hoy hace 25 años con integración de Alemania Oriental a la República
Federal de Alemania y su orden económico, político y constitucional.
Ya el proceso de las negociaciones entre
los dos estados alemanes (uno parte del bloque comunista y del Pacto de
Varsovia, el otro parte de la OTAN y de la Comunidad Europea) y entre las dos
Alemanias y los 4 aliados, incluyendo la Unión Soviética, fue tan complicado
que al final parecía un verdadero milagro que tanto Margaret Thatcher como
Mikael Gorbachov firmaran el histórico convenio “2+4” que otorgaba a Alemania
el derecho de unificarse, la plena soberanía que había perdido en 1945, y el
derecho de incorporar al territorio de Alemania Oriental a la OTAN y la
Comunidad Europea. Pero esto tampoco fue el verdadero “milagro alemán”, sino
más bien el milagro del fin de la guerra fría.
El verdadero “milagro alemán” consiste en
la obra, a los 25 años casi completada, de integrar en un país, una economía,
un sistema de valores, a dos países que durante 45 años habían sido exponentes
de la división del mundo en capitalismo y comunismo. Cuando Alemania se unificó
en una sola República, el 3 de octubre del 1990, era un país profundamente
dividido en casi todos los aspectos: dos sistemas de producción incompatibles;
dos sistemas de educación, salud y derecho marcadamente diferentes; una
diferencia abismal en las condiciones de vida e ingresos entre los 17 millones
alemanes del Este y los 65 millones del Oeste. Y al principio, al solo implementar
la unidad monetaria, las diferencias en el standard de vida, lejos de
disminuirse, se profundizaron. Casi la totalidad de la industria de Alemania
del Este inmediatamente colapsó y dejó millones de trabajadores, pero también
de ingenieros, en el desempleo.
Desde este punto crítico lograr la
paulatina integración de las dos Alemanias, exclusivamente financiado por los
mismos alemanes con una carga extraordinaria de impuestos especiales y transferencias
de miles de millones de marcos del Oeste al Este – esto es el verdadero
“milagro alemán”. Alemania no sólo tuvo que asumir los enormes costos de la
reconstrucción de Alemania Oriental, sino al mismo tiempo buena parte de los
costos de la integración de las economías débiles del Sur y Oriente de Europa a
la Unión Europea. Sin mencionar los enormes pagos a la Unión Soviética (luego
la Federación Rusa) para la repatriación e inserción económica del caso medio
millón de tropas soviéticas estacionadas en Alemania Oriental.
El costo total de la integración de
Alemania Oriental al sistema económico social de la República Federal es
estimado en unos 2.500.000.000.000 Euros, o sea 2.5
millones de millones. Corresponde más o menos al presupuesto anual de El
Salvador multiplicado por 500, o 8 veces el propio presupuesto anual de
Alemania.
Durante años, la integración social y
económica de Alemania Oriental a la República Federal causó enormes tensiones,
conflictos y resentimientos. Obviamente, se cometieron errores, algunos graves.
La integración exigió a ambos, los alemanes del Este y los del Oeste, enormes
sacrificios. Pero hoy, a 25 años de este proceso, la división de Alemania está
superada. Hoy los salarios y las pensiones son casi idénticas en el Oeste y el
Este. Hoy la parte Oriental dispone de la mejor infraestructura de Europa. Hoy,
la brecha entre las condiciones de vida en el Este y en el Oeste casi se ha
cerrado, hasta poder compararse con las brechas que existen entre diversas
regiones, en cuanto al bienestar y el desarrollo industrial. Queda mucho por
hacer, pero hoy el reto principal que enfrentan los alemanes ya no es la
conclusión de su unificación, sino enfrentar, juntos con sus socios, los nuevos
desafíos europeos de la integración europea.
Con orgullo hoy los alemanes pueden
decir: milagro cumplido, hoy somos un país normal, con problemas y conflictos
normales. Tipo Volkswagen. Desde esta tierra caliente de El Salvador, mis felicitaciones
a mis hermanos.