Aunque como columnista y ciudadano no soy
sujeto al “silencio electoral”, lo voy a respetar. De todos modos, todo está
dicho sobre los candidatos, sus programas, sus limitaciones y fortalezas. Y lo
que no está dicho queda en lo oscuro, simplemente porque los candidatos y sus
partidos no han querido revelarlo. Por ejemplo, sus futuros gabinetes...
Hablemos de la Crimea. Una península en
el Mar Negro, entre Rusia y Ucrania. En este remota zona de Europa, donde el
continente se encuentra con el mundo de los países musulmanes, de repente, a
100 años del inicio de la Primera Guerra Mundial, parece nuevamente el fantasma
de la guerra que Europa pensaba superado por siempre.
No es la primera vez que esta península
un poco más grande que El Salvador, pero con solo 2 millones de habitantes,
está en el centro de un conflicto internacional. En 1853 comenzó la Guerra de
Crimea, hecho inmortal en los Relatos de Sebastopol de Leon Tolstoi. Los imperios de Rusia y de Turquía se disputaron
el control de Crimea, luego intervinieron, del lado del imperio otomano de
Turquía, los ingleses, franceses e italianos. Pero en el fondo, igual que hoy,
el pleito fue sobre el control de Ucrania – y del Mar Negro.
El actual conflicto de La Crimea surge a
raíz del derrocamiento del gobierno ucraniano pro-ruso de Viktor Yanukovych,
por un movimiento ciudadano que lucha por la apertura del país hacia la
democracia y el proceso de integración europeo. En el conflicto interno de
Ucrania interviene, por una parte Rusia que quiere mantener su tradicional
influencia política, militar y económica en Ucrania; por otra parte, los países
de la Unión Europea, que quieren asociar Ucrania con el proceso de integración
europea.
El gobierno aliado con Moscú pierde el
control ante la fuerza del movimiento ciudadano, recurre a sangrienta
represión, y termina colapsando. La oposición forma un gobierno de transición
pro-europeo. En el conflicto se fortalece un minoritario movimiento
nacionalista anti-ruso, que a su vez despierta miedos y rechazos en la
población étnicamente rusa que representa un 17% de la población ucraniana.
Miedos fundamentadas en las permanentes, y muchas veces sangrientas, luchas
étnicas durante toda la historia de esta región.
Cuando los países europeos intervienen en
el conflicto interno de Ucrania, mediando la salida del presidente y la
formación de un gobierno de transición, no toman en cuenta que el presidente
ruso
Vladimir Putin (y ningún líder ruso) no puede permitir que su vecino
Ucrania, y mucho menos la península Crimea caiga bajo control de un gobierno
anti-ruso y se incorpore a una Europa todavía percibida por los rusos como una
potencia enemiga. Crimea alberga una población mayoritariamente rusa, y además
la Flota de la Marina Rusa en el Mar Negro, basado en el convenio que ratificó
la disolución de la Unión Soviética y sus Fuerzas Armadas.
Ucrania no puede ser parte de Rusia y
tampoco parte de la Unión Europea. Cualquiera de las dos asociaciones posibles
provocaría la oposición de una parte de la población y expondría al país a
divisiones internas que fácilmente terminan en conflictos bélicos. Ucrania
tiene que ser un país puente entre los dos gigantes: Rusia y la Unión Europa,
es la única manera de mantener su unidad interna.
En la actual crisis, Rusia inmediatamente
tomó control militar de Crimea, para proteger su población rusa, sus bases
navales y su dominio del Mar Negro. La única salida pacífica posible es la
consolidación de una nueva democracia plural en Ucrania que integra a todos los
grupos étnicos y sus intereses. Si Estados Unidos y Europa siguen promoviendo
una Ucrania anti-rusa, con la perspectiva de integración geopolítica y militar en la OTAN, y
económica y política en la Unión Europea, el fantasma de una nueva guerra
europea puede hacerse realidad. Para entender todo esto, recomiendo leer los Relatos
de Sebastopol de Tolstoi. Alguien debería
regalare a Obama este clásico.
(El Diario de Hoy)