lunes, 24 de marzo de 2025

Carta a una lectora: Si detesta a Bukele no puede adorar a Trump – y vice versa. De Paolo Luers (+ capítulo 10 de DOBLE CARA / Libro II)

 

"Si detesta a Bukele no puede adorar a Trump – y quien detesta a Trump no puede apoyar a Bukele. Representan lo mismo: el menosprecio a la democracia y sus instituciones; su ansiedad de control que los hace dinamitar el orden constitucional; su violencia contra quienes piensan diferente; su egomania."

En la voz del autor: 

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Publicado en MAS!  y DIARIO DE HOY, martes 25 marzo 2025

Estimada amiga:


Usted ha sido mi fiel lectora desde los tiempos que fue de las señoras guardianes de del legado del major Roberto D’abuisson y yo un izquierdista que criticaba ambos,  ARENA y el FMLN. Éramos amigos improbables, pero amigos nos hicimos y quiero pensar que aprendimos algo uno del otro. Ahora su amor por mi es aun más grande, porque le encanta la manera como yo critiqué a Nayib Bukele desde el principio de su carrera política, cuando era candidato a alcalde de Nuevo Cuscatlán.

 

“Usted está diciendo lo que nosotros ya no nos atrevemos a decir”, me escribió recientemente, “aunque no estoy de acuerdo con su rechazo poco objetivo al presidente Trump.”

 

Le pongo ejemplos de lo peligroso que es un personaje como Trump en el poder – usted compárelo con lo que vive en El Salvador bajo el poder de Bukele.

 

·      Trump amenaza con tomar posesión de Groenlandia, el canal de Panamá, Canadá y la franja de Gaza - “de una u otra manera”, sin descartar el uso de fuerza militar. No es broma sino una amenaza seria que repite casi todos los días.

 

·      Extorsiona a Ucrania con suspenderle la ayuda militar, a menos que le ceda sus recursos naturales y sus plantas de energía eléctrica.

 

·      Con su política de America First, con sus ataques a las organizaciones internacionales y con su uso de tarifas para extorsionar a sus socios comerciales rompe las reglas de convivencia mundial establecidas luego de la Segunda Guerra Mundial. Con esto pone en peligro la paz y en crisis la economía mundial.

 

·      Deporta a inmigrantes venezolanos, violando la orden de un juez federal. Su intención es imponer que en general las acciones de Casa Blanca dejen de ser sujetas de control judicial.

 

·      Manda a inmigrantes venezolanos a una carcel para terroristas en El Salvador, basado en un pacto con Nayib Bukele que no corresponde a derecho internacional. 

 

·      Amenaza con procesos de remover de sus cargos a jueces que tratan de parar acciones ilegales de su gobierno. 

 

·      Extorsiona con amenzas contra sus clientes corporativos a bufetes de abogados que han presentado demandas contra decretos ejecutivos presidenciales – no solo para que se abstengan a demandar su administración sino para que acepten casos pro bono por valor de millones de dólares para demandar instituciones o empresas que no asumen los lineamientos ideológicos de su movimiento MAGA.

 

·      Extorsiona a las universidades, retirándoles el financimiento federal para proyectos de investigación para obligarlos a restringuir la libertad de expresión y de enseñanza de sus estudiantes y profesores.

 

·      Ordenó al Departamento de Justicia a despidir y enjuiciar a los fiscales y agentes del FBI que antes de su regreso al poder lo investigaron por diversos delitos. 

 

·      Ordenó el desmantelamiento de la Agencia Internacional de Desarrollo AID, del Departamento de Educación y otras dependencias federales sin la autorización necesaria del Congreso. La intención es que la Casa Blanca no dependa de las decisiones del Congreso.

 

·      Autoriza que agentes de Migración ordenen la deportación de residentes y turistas por  tener en sus teléfonos o laptops indicios de opiniones adversas sobre él y su gobierno.

 

·      Etcétera, etcétera, etcétera...

 

·      Trump, igual que Bukele, es mentiroso compulsivo, inventando en sus discursos o en sus redes sociales cualquier cosa, cualquier calumnia, cualquier distorsión de los hechos. La verdad no es un valor para ellos, sino un obstáculo a remover. Prefieren destruirla hasta que la gente no sepa distinguir entre realidad y propaganda. 

 

·      Trump, igual que Bukele, no tiene ninguna intención de unir la sociedad, sino de profundizar sus divisiones para poder dominarla.

 

Mi respuesta a su carta es, en esencia: Si detesta a Bukele no puede adorar a Trump – y quien detesta a Trump no puede apoyar a Bukele. Representan lo mismo: el menosprecio a la democracia y sus instituciones; su ansiedad de control que los hace dinamitar el orden constitucional; su violencia contra quienes piensan diferente; su egomania.

 

En el pasado usted me ha aguantado opiniones que cuestionaron convicciones que por décadas atesoró. Espero que esta vez tampoco se rompa nuestra mútuo respeto. 


Saludos, 




* * *

El libro Doble Cara está disponible en las librerías de la  UCA, en el campus y en Cascadas/Soho. También lo pueden pedir amazon.com, o desde México en amazon.com.mx y desde Alemania en amazon.de

Ahora puede leer el libro, en tres entregas cada semana, en este blog. Disfrútenlo.




Para Raúl Mijango.

Como todo prisionero político, para sobrevivir 

pasó escribiendo, siempre y cuando no le nieguen

papel y lápiz. 

Si existiera su libro, quizás no hubiera escrito 

esta segunda parte del mío. 

Raúl murió el 28 de agosto 2023, 

luego de que durante años de encarcelamiento 

le negaron la debida atención médica.



Capítulo 10: El espacio se estrecha


A partir de esta experiencia y su inesperado impacto en toda la población del penal de Ciudad Barrios, comenzamos a planificar cómo darle continuidad: Los del Teatro del Azoro comienzan a preparar el workshop de teatro; trato también de involucrar a bailarines de la Compañía Nacional de Danza; soñamos con ampliar este programa a otras cárceles y con las otras pandillas. Tanto los reos como los artistas están entusiasmados. Hicieron clic. 


Tiberio discutiendo con el director de Azoro los alcances
de los talleres de teatro. Foto: Paolo Luers


Pero el arte, una vez que sale de los salones, tiene dos poderosos enemigos: la política y el miedo. Ambos, en este caso, muy entrelazados. En el país empieza a ganar terreno una contraofensiva contra todo lo que tiene que ver con la tregua, con el trabajo con las pandillas, con la mediación, con la sola idea del diálogo con criminales. Políticos, fiscales, y medios comienzan a cuestionar ‘los privilegios’, que según ellos se le están dando a los pandilleros en las cárceles: “Son criminales, ¿por qué́ de repente les entran a los penales televisores, libros, grupos musicales y de teatro, curas que celebran misas, bodas y bautizos?” El entusiasmo de muchos de los artistas se comienza a desinflar: ¿Vale la pena arriesgarse a que le relacionen a uno con pandilleros y con la tregua, tan diabolizada en la opinión pública? 




Al gobierno también le está entrando pánico: En unos meses vamos a elecciones presidenciales, la oposición ataca con un discurso de mano dura. ¿No será́ mejor bajar de perfil la tregua? Por presiones del gobierno, la Dirección General de Centros Penales comienza a restringir el acceso a los penales, prefieren que ya no lleguen espectáculos, artistas, instructores. La prensa habla de ‘fiestas porno’ en los penales. Consiguieron fotos y videos de estas fiestas, pero no explican que tuvieron lugar antes de la tregua, cuando la regla en los penales era la corrupción y todo se podía comprar: celulares, sexo, drogas. En esta situación política, a los artistas les entra el miedo, la precaución. Se suspende el workshop.

La pregunta del millón que en el equipo de mediación discutimos una y otra vez: ¿Cómo hacer sostenible la tregua y abrir camino para un verdadero proceso de paz e inclusión social? La tregua solamente es una ventana de oportunidad, que habrá que saber aprovechar. Para darle sostenibilidad a este proceso, hay que atacar los problemas en la raíz de la violencia. Pero para esto se necesitan fondos, inversiones en las comunidades, creación de oportunidades para los jóvenes, voluntad política para una reforma penitenciaria, inversión focalizada en las escuelas en las zonas marginadas, y compromisos de la sociedad civil, las iglesias, las ONG, la empresa privada. Pero el gobierno no está dispuesto a cambiar sus prioridades de inversión social y a focalizarla para dar sostenibilidad a este frágil proceso de paz. A los 10 alcaldes que se han metido en el proceso, estableciendo pactos locales de reducción de violencia, el gobierno los deja colgados de la brocha: sin fondos, sin seguridad jurídica, y expuestos a ataques y amenazas de parte del fiscal general, Luis Martínez, de los medios, de muchos políticos.

Sin recursos y sin lograr involucrar activamente a la sociedad civil para poder transformar la situación de las comunidades y las condiciones infrahumanas en las cárceles, sólo nos queda recurrir a la provocación de hechos simbólicos, para sostener el ánimo y la disposición de los pandilleros, pero también de los mediadores locales y los alcaldes, a seguir en el camino abierto por la tregua. A puro discurso no se logra nada, y desde el principio los mediadores nos negamos a hacer promesas que no podíamos cumplir. No confiamos en sermones y promesas, y mucho menos los pandilleros. ¿Qué se ofrece que tenga esta fuerza simbólica? ¿Religión, arte, golpes comunicacionales? 


Ejemplos de eventos e imágenes de gran impacto que pusieron 
la tregua en la agenda del país:
El nuncio apostólico celebrando misa en el penal Ciudad Barrios

El secretario general de la OEA saludando al Viejo Lyn
en el panel Mariona. Foto: Paolo Luers


Entrega de armas de las pandillas a la OEA enfrente de la Catedral
de San Salvador, con participación de autoridades, policías y pandilleros




El impacto que tuvo el evento con el Teatro del Azoro en Ciudad Barrios nos confirmó́ que el arte podría ser un recurso poderoso. Cuando llegamos a otra reunión en Ciudad Barrios, pocos días después del espectáculo, Tiberio y su equipo de administración de la población interna nos presentaron un plan, que incluso, con pocos recursos, ya están poniendo en marcha: cambiar todos los grafitis en el penal, muchos de ellos representativos de la cultura de violencia propia de las pandillas, por ‘mensajes positivos’. Ya han borrado varios grafitis al clásico estilo de las pandillas y están comenzando a sustituirlos. Todos los nuevos motivos son religiosos. Yo me burlo diciendo que “ahora parece iglesia aquí́...” —y se arma una discusión con ellos, como nunca había tenido con nadie fuera de este penal, sobre ¿qué diablos son mensajes positivos? Mientras tanto, están copiando retratos de monseñor Romero y pintando consignas que contienen la palabra paz... 


Penal Cojutepeque: murales religiosos

Penal Ciudad Barrios: Mural religioso

Les trato de explicar que al arte no se limita a esto, que tienen que buscar formas para expresar y procesar su experiencia, su realidad, sus anhelos. “¿Pero cómo se hace esto, Chele?”, me pregunta uno de los artistas del spray. No tengo respuestas a la mano. Quedamos que vamos a traer artistas, muralistas, diseñadores gráficos para que trabajen con ellos. Suena bien, pero ya es previsible que no va a funcionar. En la situación tensa que se ha creado alrededor de la tregua, no vamos a encontrar ni un solo artista dispuesto a meterse en este penal y trabajar con los pandilleros. 

Les explico a los artistas que estos hombres están buscando redefinir su rol en la sociedad, que están abriendo sus mentes, que están desesperadamente buscando como expresarse de manera diferente, ‘positiva’, como lo llaman, entre ellos y con la sociedad. Pero a nadie de los artistas que buscamos se le enciende el foco que esto podría ser una oportunidad incluso para ellos. 

Los pandilleros siguen pintando Romeros cómo y a adónde pueden. A las semanas todo el penal de Ciudad Barrios, sus patios, sus muros, están llenos de pinturas de carácter religioso. Se han conseguido un libro con pinturas sacras y las están copiando. Pero no surge un nuevo lenguaje visual que exprese su situación. Parece Hallmark versión grafiti. Pero sí, las clásicas imágenes y consignas de la pandilla han desaparecido. En varios municipios, los mismos pandilleros despintan sus grafitis llenos de amenazas y mensajes de violencia. Nunca hubo tantos retratos de monseñor Romero en los barrios pobres.

Surge otro proyecto en Ciudad Barrios. A Borromeo le han traído desde Los Angeles unas camisetas, hechas por pandilleros salvadoreños en un proyecto llamado Homeboy Industries, dirigido por un cura, para resocializar a pandilleros. Tienen el estilo visual de los clásicos grafitis de las gangs, pero nada violento. Están muy bien hechas, tanto el diseño como la confección. El estilo y os motivos parecen auténticos, hablan de la vida en el barrio. “Aquí́ en el penal podemos diseñar camisetas, chumpas y gorras a nuestro estilo, podemos crear una línea gráfica propia, tal vez incluso producirla aquí́ en el penal —y nuestras familias la pueden vender afuera o armar sus propios talleres. Homeboy Industries – me llega esta locura.”



Le damos taller a esta idea, porque no sólo se trata de un proyecto económico, sino de una oportunidad de encontrar un medio de expresión de su identidad cultural, de comunicarla y de separarla de la violencia. Pero no se materializa: Cuando al fin logramos desarrollar el concepto del proyecto, el gobierno comienza a cerrar y aislar nuevamente las cárceles. Tratamos de armar el proyecto en una comunidad, pero tampoco el clima político y la operatividad policial lo permiten. Empresarios que al principio estaban dispuestos a apoyar el proyecto se retiran. Me siento derrotado.

 


Siguiente entrega, jueves 27:

Capítulo 11:  La religión

domingo, 23 de marzo de 2025

What the Venezuelans Deported to El Salvador Experienced / Lo que los venezolanos deportados a El Salvador vivieron. De Philip Holsinger

 








On the night of Saturday, March 15, three planes touched down in El Salvador, carrying 261 men deported from the United States. A few dozen were Salvadoran, but most of the men were Venezuelans the Trump Administration had designated as gang members and deported, with little or no due process. I was there to document their arrival. 

For more than a year, I have been embedded throughout El Salvador’s society, working on a book chronicling the country’s transformation. From the huts of remote island fishermen to the desk of the President, from elite homicide detective units to elementary school classrooms, I have interviewed government officials and everyday people, collecting stories that would shock Stephen King. I’ve stood in classrooms full of happy students which not long ago were empty, because children here once learned early that schools were places to be raped or recruited. I’ve interviewed killers in prison and sat with them face-to-face.


As I stood on the tarmac, an agent with the U.S. Department of Homeland Security's ICE Special Response Team told me that some of the Venezuelans had weakly attempted to take over their plane upon landing. It wasn’t unusual for detainees to try to make a last stand, the agent said, guarding the doorway to the plane at the top of the gangway stairs. “They began to try to organize to overthrow the plane by screaming for everyone to stand up and fight. But not everyone was on board,” the agent said, cautioning me to be careful because some of the Venezuelans would fight once they were offloaded. 


La noche del sábado 15 de marzo, tres aviones aterrizaron en El Salvador, transportando a 261 hombres deportados desde los Estados Unidos. Unos cuantos eran salvadoreños, pero la mayoría de los hombres eran venezolanos que la administración de Trump había designado como miembros de pandillas y deportado, con poco o ningún debido proceso. Yo estaba allí para documentar su llegada.

Durante más de un año, he estado inmerso en la sociedad de El Salvador, trabajando en un libro que narra la transformación del país. Desde las chozas de pescadores en islas remotas hasta el escritorio del Presidente, desde unidades élite de detectives de homicidios hasta aulas de escuelas primarias, he entrevistado a funcionarios gubernamentales y a personas comunes, recopilando historias que sorprenderían incluso a Stephen King. He estado en aulas llenas de estudiantes felices que no hace mucho tiempo estaban vacías, porque aquí los niños aprendían desde pequeños que las escuelas eran lugares donde podían ser violados o reclutados. He entrevistado asesinos en prisión y me he sentado cara a cara con ellos.

Mientras estaba en la pista, un agente del Equipo de Respuesta Especial de ICE del Departamento de Seguridad Nacional de EE. UU. me dijo que algunos de los venezolanos habían intentado débilmente tomar el control del avión al aterrizar. No era inusual que los detenidos intentaran una última resistencia, dijo el agente, custodiando la puerta del avión en la parte superior de las escaleras. “Comenzaron a tratar de organizarse para tomar el avión gritando que todos se levantaran y lucharan. Pero no todos estaban de acuerdo”, dijo el agente, advirtiéndome que tuviera cuidado porque algunos de los venezolanos podrían pelear una vez que fueran bajados del avión. 

(Traducción con ChatGtp)





Even if not fighting, almost all the detainees came to the door of the plane with angry, defiant faces. It was their faces that grabbed me, because within a few hours those faces would completely transform.

The Venezuelans emerging from their plane were not in prison clothes, but in designer jeans and branded tracksuits. Their faces were the faces of guys who in no way expected what they first saw—an ocean of soldiers and police, an entire army assembled to apprehend them.


Incluso si no peleaban, casi todos los detenidos llegaron a la puerta del avión con rostros enfurecidos y desafiantes. Fueron esos rostros los que me impactaron, porque en pocas horas se transformarían por completo.

Los venezolanos que salían de su avión no vestían ropa de prisión, sino jeans de diseñador y chándales de marcas reconocidas. Sus rostros eran los de tipos que de ninguna manera esperaban lo que vieron primero: un mar de soldados y policías, un ejército entero reunido para capturarlos.




One of the alleged organizers of the attempted overthrow fought the U.S. agents on the plane, cursing the Americans, the Salvadorans, President Nayib Bukele himself. El Salvador’s Minister of Defense, René Merino, who had been standing on the tarmac at the bottom of the gangway, rushed aboard, dragged the guy to the gangway himself, and flung him into the waiting hands of black-masked guards.


Uno de los supuestos organizadores del intento de motín luchó contra los agentes estadounidenses en el avión, maldiciendo a los estadounidenses, a los salvadoreños y al propio presidente Nayib Bukele. El Ministro de Defensa de El Salvador, René Merino, que había estado de pie en la pista al pie de la escalera, subió rápidamente a bordo, arrastró al hombre hasta la escalera él mismo y lo lanzó a las manos de los guardias enmascarados de negro que esperaban.



The transfer from the plane to the buses that would carry them to prison was rapid, yet it might as well have been the crossing of an ancient continent. I felt the detainees’ fear as they marched through a gauntlet of black-clad guards, guns raised like the spears of some terrible tribe. I walked the line of buses waiting to depart, photographing faces. A guard noticed one of the detainees turned toward the window and wrenched his head back down into his chest.


El traslado desde el avión hasta los autobuses que los llevarían a prisión fue rápido, pero bien podría haber sido como cruzar un antiguo continente. Sentí el miedo de los detenidos mientras marchaban a través de un pasillo de guardias vestidos de negro, con las armas levantadas como las lanzas de alguna tribu aterradora. Caminé junto a la fila de autobuses esperando para partir, fotografiando rostros. Un guardia notó que uno de los detenidos se giraba hacia la ventana y le empujó la cabeza hacia abajo, obligándolo a mirar al suelo.



Around 2 a.m., the convoy of 22 buses, flanked by armored vehicles and police, moved out of the airport. Soldiers and police lined the 25-mile route to the prison, with thick patrols at every bridge and intersection. For the few Salvadorans, it was a familiar landscape. But for a Venezuelan plucked from America, it must have appeared dystopian—police and soldiers for miles and miles in woodland darkness.

The Terrorism Confinement Center, a notorious maximum-security prison known as CECOT, sits in an old farm field at the foot of an ancient volcano, brightly lit against the night sky. I’ve spent considerable time there and know the place intimately. As we entered the intake yard, the head of prisons was giving orders to an assembly of hundreds of guards. He told them the Venezuelans had tried to overthrow their plane, so the guards must be extremely vigilant. He told them plainly: Show them they are not in control.


Alrededor de las 2 de la madrugada, el convoy de 22 autobuses, escoltado por vehículos blindados y policías, salió del aeropuerto. Soldados y policías se alineaban a lo largo de los 40 kilómetros hasta la prisión, con patrullas densas en cada puente e intersección. Para los pocos salvadoreños entre los deportados, era un paisaje familiar. Pero para un venezolano arrancado de Estados Unidos, debía parecer algo sacado de una distopía: policías y soldados extendiéndose por kilómetros y kilómetros en la oscuridad del bosque.

El Centro de Confinamiento del Terrorismo, la notoria prisión de máxima seguridad conocida como CECOT, se encuentra en un antiguo campo de cultivo al pie de un volcán ancestral, iluminado intensamente contra el cielo nocturno. He pasado mucho tiempo allí y conozco el lugar a fondo. Al entrar al patio de admisión, el director de prisiones estaba dando órdenes a una asamblea de cientos de guardias. Les dijo que los venezolanos habían intentado tomar el control de su avión, por lo que debían ser extremadamente vigilantes. Se los dijo sin rodeos: Demuéstrenles que no tienen el control.




The intake began with slaps. One young man sobbed when a guard pushed him to the floor. He said, “I’m not a gang member. I’m gay. I’m a barber.” I believed him. But maybe it’s only because he didn’t look like what I had expected—he wasn’t a tattooed monster.

The men were pulled from the buses so fast the guards couldn’t keep pace. Chained at their ankles and wrists, they stumbled and fell, some guards falling to the ground with them. With each fall came a kick, a slap, a shove. The guards grabbed necks and pushed bodies into the sides of the buses as they forced the detainees forward. There was no blood, but the violence had rhythm, like a theater of fear.  


El proceso de admisión comenzó con bofetadas. Un joven sollozaba cuando un guardia lo empujó al suelo. Dijo: "No soy miembro de una pandilla. Soy gay. Soy barbero." Le creí. Pero quizás fue solo porque no se veía como lo que esperaba: no era un monstruo tatuado.

Los hombres fueron sacados de los autobuses tan rápido que los guardias no podían seguir el ritmo. Encadenados de los tobillos y las muñecas, tropezaban y caían, algunos guardias cayendo al suelo con ellos. Con cada caída llegaba una patada, una bofetada, un empujón. Los guardias agarraban los cuellos y empujaban los cuerpos contra los costados de los autobuses mientras obligaban a los detenidos a avanzar. No hubo sangre, pero la violencia tenía ritmo, como un teatro de miedo.




After being shaved, the detainees were stripped naked. More of them began to whimper; the hard faces I saw on the plane had evaporated. It was like looking at men who passed through a time machine. In two hours, they aged 10 years. Their nice clothes were not gathered or catalogued but simply thrust into black garbage bags to be thrown out with their hair.

They entered their cold cells, 80 men per cell, with steel planks for bunks, no mats, no sheets, no pillow. No television. No books. No talking. No phone calls and no visitors. For these Venezuelans, it was not just a prison they had arrived at. It was exile to another world, a place so cold and far from home they may as well have been sent into space, nameless and forgotten. Holding my camera, it was as if I watched them become ghosts.


Después de ser rapados, los detenidos fueron desnudados. Más de ellos empezaron a gemir; los rostros duros que vi en el avión habían desaparecido. Era como mirar a hombres que pasaron por una máquina del tiempo. En dos horas, envejecieron diez años. Su ropa elegante no fue recogida ni catalogada, simplemente la metieron a la fuerza en bolsas de basura negras para ser tirada junto con su cabello.

Entraron en sus frías celdas, 80 hombres por celda, con planchas de acero como literas, sin colchonetas, sin sábanas, sin almohada. Sin televisión. Sin libros. Sin hablar. Sin llamadas telefónicas ni visitas. Para estos venezolanos, no era solo una prisión a la que habían llegado. Era un exilio a otro mundo, un lugar tan frío y lejano de casa que bien podrían haber sido enviados al espacio, sin nombre y olvidados. Sosteniendo mi cámara, era como si los viera convertirse en fantasmas.