jueves, 12 de diciembre de 2013

Columna transversal: Empate en Venezuela

La oposición venezolana no perdió las elecciones municipales, pero sí el plebiscito contra Maduro en que ella misma había decidido convertirlas.
Para ganar un plebiscito oficial se necesita alcanzar una mayoría de 50% más 1 de los votantes. Pero para convertir unas elecciones rutinarias en un plebiscito simbólico contra el presidente se necesitaría alcanzar una mayoría clara o aplastante. Esto no lo logró la oposición. De ahí la sensación de derrota que embarga a muchos de mis amigos y fuentes que contacté en estos días. Los chavistas lograron 50%, y el otro 50% les negó su voto. El empate favorece a Maduro. Este presidente sumamente débil sólo necesitaba no perder votos. Y lo logró.

Para la oposición, no haber logrado ganar mayoría de votos a nivel nacional en una elección municipal, sino “solamente” empatar, puede ser decepcionante, pero no constituye una derrota. Sobre todo cuando los opositores lograron mantener y consolidar su mayoría en la población urbana, no sólo de clase media y alta, sino igualmente entre los pobres urbanos. El pasado 8 de diciembre la oposición ganó en 4 de los 5 municipios que constituyen la ciudad de Caracas – y también la carrera por la Alcaldía Mayor, que coordina las 5 alcaldías capitalinas. La Mesa de Unidad Democrática (MUD) ganó en Maracaibo, la capital de Zulia; en Valencia, capital de Carabobo; en Mérida, capital del estado del mismo nombre; Barquisimeto, capital de Lara, y en las ciudades cabeceras de 6 estado más. Lo que más le dolió al chavismo es el hecho que la oposición les arrebató la alcaldía en la ciudad de Barinas, capital del estado donde nació Hugo Chávez y donde en la casa del gobernador se ha establecido una dinastía de la familia Chávez.

Estas elecciones han reafirmado una división muy tajante del país: entre una Venezuela rural, muy deprimida económicamente y atrasada en cuanto a cultura, educación y comunicación, donde se ha fortalecido el control político del gobierno y su partido oficial. Estos son, en su gran mayoría, el 80% de alcaldías que ganó el chavismo. Y la Venezuela urbana, donde conviven una amplia clase media y una enorme cantidad de sectores populares, ambos muy golpeados por la creciente paralización de la actividad productiva y comercial. Esta Venezuela urbana, con mucho más acceso a cultura, educación, comunicación, y con expectativas mucho más altas, vota mayoritariamente por un cambio democrático. Las elecciones del 8 de diciembre consolidaron esta tendencia.

Todo esto no huele a derrota. Lo que sí constituye una derrota de la oposición es no haber podido ganar el reto del plebiscito que lanzaron a Maduro. Retrospectivamente se sabe que fue un error tratar de convertir unas elecciones locales en un plebiscito no oficial para debilitar al presidente Maduro. Subestimaron el control que el oficialismo sigue ejerciendo sobre casi todas las zonas rurales, donde hacen mayoría las familias que dependen del gobierno para subsistir: o son empleados del gobierno o sus empresas, o reciben becas, subsidios, vivienda gratis. Además, son las zonas donde por más de 10 años no hay actualización ni auditoría del padrón electoral...

La dirigencia opositora también subestimó el creciente cansancio de sus bases. Hay una frustración que hace difícil cada rato movilizar a otra elección, y siempre salir con el mal sabor de la impotencia contra un régimen que controla todo y que usa todos sus recursos para favorecer a los candidatos oficialistas.

El plebiscito declarado y no ganado provoca en el seno de la oposición nuevas discusiones sobre estrategia, sobre el carácter de su proyecto político, y también sobre el liderazgo. Es obvio que el hasta ahora indiscutible líder de la multifacética oposición, el gobernador Henrique Capriles, es el más afectado. Él fue el candidato presidencial que dos veces no pudo imponerse, primero contra el moribundo Hugo Chávez, luego contra su sucesor Maduro. Él fue quien declaró que fue víctima de fraude, pero a los días suspendió las movilizaciones populares ante la escalada de represión por parte del régimen. Él fue el jefe nacional de campaña en las elecciones municipales del 8 de diciembre.


Claro que todo esto le causa desgaste. Y cuestionamientos y debates, que de todos modos son necesarios. Entre todas las fuentes consultadas había muchos que insistieron en la necesidad de una revisión crítica de la estrategia y de los mecanismos de decisión de la oposición. Pero no encontré a nadie que cuestionaba el liderazgo de Capriles. O que planteaba sustituirlo, por ejemplo por Leopoldo López, la otra figura carismática de la oposición. Se dibuja un consenso que hay que reforzar una dirigencia más inclusiva y colectiva. Muchos quieren ver un rol más decisivo, pero a la par de Capriles, de Leopoldo López, quien con su partido Voluntad Popular ha aportado mucho al avance de la oposición en las áreas urbanas e incluso algunas rurales. López aboga por una estrategia más ofensiva contra los abusos del gobierno, apostando ofensivamente a la organización de activistas y la movilización de calle. El futuro de la oposición dependerá de su capacidad de reinventarse sin divisiones, sino abriéndose aun más hacia la ciudadanía, los movimientos sociales, sindicales y estudiantiles. Henrique Capriles va a tener que dedicarse mucho más a la tarea de convertir a su gobierno estatal de Miranda en el modelo de una nueva gestión, y Leopoldo López debería asumir mucho más liderazgo en la construcción de nuevas alianzas y estrategias. Como yo escribí hace 4 años, cuando estos dos hombre aun eran competidores más que aliados: “Juntos estos dos serán invencibles.”
(El Diario de Hoy)