Para ganar un plebiscito oficial se
necesita alcanzar una mayoría de 50% más 1 de los votantes. Pero para convertir
unas elecciones rutinarias en un plebiscito simbólico contra el presidente se
necesitaría alcanzar una mayoría clara o aplastante. Esto no lo logró la
oposición. De ahí la sensación de derrota que embarga a muchos de mis amigos y
fuentes que contacté en estos días. Los chavistas lograron 50%, y el otro 50%
les negó su voto. El empate favorece a Maduro. Este presidente sumamente débil
sólo necesitaba no perder votos. Y lo logró.
Para la oposición, no haber logrado ganar
mayoría de votos a nivel nacional en una elección municipal, sino “solamente”
empatar, puede ser decepcionante, pero no constituye una derrota. Sobre todo
cuando los opositores lograron mantener y consolidar su mayoría en la población
urbana, no sólo de clase media y alta, sino igualmente entre los pobres
urbanos. El pasado 8 de diciembre la oposición ganó en 4 de los 5 municipios
que constituyen la ciudad de Caracas – y también la carrera por la Alcaldía
Mayor, que coordina las 5 alcaldías capitalinas. La Mesa de Unidad Democrática
(MUD) ganó en Maracaibo, la capital de Zulia; en Valencia, capital de Carabobo;
en Mérida, capital del estado del mismo nombre; Barquisimeto, capital de Lara,
y en las ciudades cabeceras de 6 estado más. Lo que más le dolió al chavismo es
el hecho que la oposición les arrebató la alcaldía en la ciudad de Barinas,
capital del estado donde nació Hugo Chávez y donde en la casa del gobernador se
ha establecido una dinastía de la familia Chávez.
Estas elecciones han reafirmado una
división muy tajante del país: entre una Venezuela rural, muy deprimida
económicamente y atrasada en cuanto a cultura, educación y comunicación, donde
se ha fortalecido el control político del gobierno y su partido oficial. Estos
son, en su gran mayoría, el 80% de alcaldías que ganó el chavismo. Y la
Venezuela urbana, donde conviven una amplia clase media y una enorme cantidad
de sectores populares, ambos muy golpeados por la creciente paralización de la
actividad productiva y comercial. Esta Venezuela urbana, con mucho más acceso a
cultura, educación, comunicación, y con expectativas mucho más altas, vota
mayoritariamente por un cambio democrático. Las elecciones del 8 de diciembre
consolidaron esta tendencia.
Todo esto no huele a derrota. Lo que sí
constituye una derrota de la oposición es no haber podido ganar el reto del
plebiscito que lanzaron a Maduro. Retrospectivamente se sabe que fue un error
tratar de convertir unas elecciones locales en un plebiscito no oficial para
debilitar al presidente Maduro. Subestimaron el control que el oficialismo
sigue ejerciendo sobre casi todas las zonas rurales, donde hacen mayoría las
familias que dependen del gobierno para subsistir: o son empleados del gobierno
o sus empresas, o reciben becas, subsidios, vivienda gratis. Además, son las
zonas donde por más de 10 años no hay actualización ni auditoría del padrón
electoral...
La dirigencia opositora también subestimó
el creciente cansancio de sus bases. Hay una frustración que hace difícil cada
rato movilizar a otra elección, y siempre salir con el mal sabor de la
impotencia contra un régimen que controla todo y que usa todos sus recursos
para favorecer a los candidatos oficialistas.
El plebiscito declarado y no ganado
provoca en el seno de la oposición nuevas discusiones sobre estrategia, sobre
el carácter de su proyecto político, y también sobre el liderazgo. Es obvio que
el hasta ahora indiscutible líder de la multifacética oposición, el gobernador
Henrique Capriles, es el más afectado. Él fue el candidato presidencial que dos
veces no pudo imponerse, primero contra el moribundo Hugo Chávez, luego contra
su sucesor Maduro. Él fue quien declaró que fue víctima de fraude, pero a los
días suspendió las movilizaciones populares ante la escalada de represión por
parte del régimen. Él fue el jefe nacional de campaña en las elecciones
municipales del 8 de diciembre.
Claro que todo esto le causa desgaste. Y cuestionamientos y debates, que de todos modos son necesarios. Entre todas las fuentes consultadas había muchos que insistieron en la necesidad de una revisión crítica de la estrategia y de los mecanismos de decisión de la oposición. Pero no encontré a nadie que cuestionaba el liderazgo de Capriles. O que planteaba sustituirlo, por ejemplo por Leopoldo López, la otra figura carismática de la oposición. Se dibuja un consenso que hay que reforzar una dirigencia más inclusiva y colectiva. Muchos quieren ver un rol más decisivo, pero a la par de Capriles, de Leopoldo López, quien con su partido Voluntad Popular ha aportado mucho al avance de la oposición en las áreas urbanas e incluso algunas rurales. López aboga por una estrategia más ofensiva contra los abusos del gobierno, apostando ofensivamente a la organización de activistas y la movilización de calle. El futuro de la oposición dependerá de su capacidad de reinventarse sin divisiones, sino abriéndose aun más hacia la ciudadanía, los movimientos sociales, sindicales y estudiantiles. Henrique Capriles va a tener que dedicarse mucho más a la tarea de convertir a su gobierno estatal de Miranda en el modelo de una nueva gestión, y Leopoldo López debería asumir mucho más liderazgo en la construcción de nuevas alianzas y estrategias. Como yo escribí hace 4 años, cuando estos dos hombre aun eran competidores más que aliados: “Juntos estos dos serán invencibles.”
(El Diario de Hoy)