Tratando de entender cómo un movimiento insurgente pudo haberse pervertido como las FARC, me vienen a la mente las discusiones que se armaron en uno de los campamentos guerrilleros del ERP en Morazán, cuando yo exhibí un video que había traído de México, con un discurso del jefe de la guerrilla colombiana M-19, Jaime Bateman, en un campamento en algún lugar remoto de la selva de su país.
Había una concentración de más de mil guerrilleros, bien uniformados, bien armados, bien barbudos, bien machos. A nivel de imagen una muestra de fuerza, comparable con el acto de juramentación de la Brigada Rafael Arce Zablah del ERP que filmamos en el 1983 en Agua Blanca, Morazán.
La reacción de nuestros combatientes, cuando vieron el video del M-19 era asombro, admiración, orgullo, optimismo. Se identificaron con sus homólogos, porque los vieron fuertes.
Empezó a hablar Bateman. Uno de los hombres más carismáticos que he escuchado hablar. El arquitecto de acciones guerrilleras audaces como el secuestro de la espada de Simón Bolivar y la toma del Palacio de Justicia.
Bateman habló del crecimiento del M-19, de sus armas, de sus victorias. Aplausos, entusiasmo, consignas – en las dos audiencias, en Colombia y en Morazán. En el punto del clímax del fervor revolucionario –en la selva colombiana y en Morazán- Jaime Bateman grita sus preguntas claves: “¿Están orgullosos de ser guerrilleros?” – “¡Sí!”, contestan miles de combatientes en los dos campamentos. “¿Quieren ser guerrilleros?” – “¡Sí!”
“¡Esto es nuestro problema!”, grita Bateman, “por esto no podemos ganar. Así vamos pudrirnos en esta selva de mierda. Los revolucionarios no quieren ser guerrilleros sino profesores, médicos, ingenieros. Los revolucionarios del M-19 quieren cambiar el país, no quieren controlar un pedazo de selva....”
Silencio en el campamento selvático. Silencio en el campamento en el Cerro Gigante en las afueras de la ciudad de Perquín. Poco por poco, aplausos. Poco por poco, los combatientes colombianos y salvadoreños se pararon, levantaron el puño y empezaron a corear: “¡A cambiar el país!”
En este momento crucial de la historia de la guerrilla colombiana –y también de la nuestra-, Jaime Bateman supo conducir a sus guerrilleros a salir de la selva, a negociar la paz, a convertirse en fuerza política, a cambiar el país. El comandante Tirofijo de las FARC hizo lo contrario. Él y sus FARC aun están en la selva. La vía de Bateman resultó ser la más difícil, la más audaz, la más sacrificada, pero también la más efectiva: Él y cientos de otros dirigentes de M-19 murieron en el camino de la selva a la ciudad, de la guerra a la política. Más que de las FARC que se atrincheró en las selvas, en el narcotráfico y en la industria de los secuestros. Pero hoy, los ex-guerrilleros del M-19 constituyen una fuerza política del cambio formidable.
Cuento esta historia, porque me parece que en esta disyuntiva de la guerrilla colombiana, que describió Bateman en su discurso en la selva, las FARC tomaron el camino equivocado.
En Morazán, aquel día del año 1985 cuando vimos el discurso de Bateman, hubo la primera discusión de fondo, entre combatientes y comandantes del ERP, sobre la dialéctica de guerra y negociación, sobre la responsabilidad del guerrillero de cambiar el país, sobre guerra popular prolongada e insurrección... Creo que Jaime Bateman, el gran guerrillero colombiano, aportó un poquito a la madurez de la guerrilla salvadoreña que supo hacer la guerra y también supo hacer la paz, siempre para cambiar el país.
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Publicamos la semana pasada un artículo de Joaquín Villalobos sobre las FARC de Colombia y sus rehenes. En vez de terminar una columna mía sobre el tema, preferí reproducir la posición muy controversial, pero también muy competente, de un ex-líder guerrillero.
Leyendo los cientos de opiniones que sobre el tema han salido en estos días en Colombia, Venezuela y otras partes, tomo conciencia que la política de secuestros de las FARC y la manera como Hugo Chávez está explotando el problema nos obligan a reflexiones muy de fondo sobre la ética de la izquierda. Sobre todo de la izquierda armada. Tal vez la ética no importe tanto mientras ser de izquierda es cuestión discurso, pero en el momento que es cuestión de vida o muerte, enfrentar los problemas éticos de la política es indispensable.
Hay muchos en la izquierda salvadoreña quienes critican de traidor a Joaquín Villalobos por su dura posición contra las FARC. El hecho que Villalobos intervino en la política colombiana, no como asesor de “los hermanos de las FARC” (como se expresan Daniel Ortega y Hugo Chávez), sino del gobierno colombiano, es interpretado como muestra que ha cambiado de bando. Como si hubiera un bando que comprende a toda la izquierda del continente, sobre todo la izquierda relacionada con luchas armadas – y otro bando opuesto que incluye a todos los gobiernos que no son de izquierda.
Joaquín Villalobos entrega la mala -y para muchos incómoda- noticia que no existe este mundo de dos bandos. Y por lo tanto, no existe ninguna lógica ni mucho menos obligación ética para todos que nos entendemos como gente de izquierda de tratar con complacencia o incluso solidaridad a las manifestaciones perversas, reaccionarias, autoritarias e inhumanas de movimientos o gobiernos que se declaran de izquierda (o antiimperialistas, como en el caso de Irán).
Por lo contrario: Para la izquierda hay una obligación moral y un compromiso político-ideológico de criticar, enfrentar, combatir los crímenes y abusos a los derechos humanos cometidos por guerrillas, movimientos o gobiernos de izquierda. Para mi, como hombre de izquierda, no hay crímenes que más me duelen y que más me siento obligado a condenar e intentar de evitar que los crímenes cometidos a nombre de la izquierda.
La manera cómo las FARC toman, mantienen, maltratan y explotan comercial y políticamente a cientos de rehenes cabe en esta categoría de crímenes. Frente a esto, la posición consecuente de izquierda es la de Villalobos, no la de Hugo Chávez. Al haber logrado la libertad de dos rehenes, el paso siguiente obligatorio, desde cualquier perspectiva ética, no era premiar a las FARC y quitarles la etiqueta de terrorista e criminal, sino denunciar que siguen con la misma práctica inhumana y exigir la inmediata liberación de todos los demás rehenes. Incluyendo a los militares y policías. Incluso si fueran considerados prisioneros de guerra, no pueden ser tratados así. Si las FARC quieren ser reconocidas como fuerza beligerante, lo primero que tendrían que hacer es someterse a las reglas establecidas en la Convenciones de Ginebra.
Las prácticas de las FARC atentan contra la credibilidad de la izquierda. Hay que pararlas. Esta es la posición de la izquierda democrática en Colombia y Venezuela. Complacencia y falsa solidaridad son traición, no la crítica.
Había una concentración de más de mil guerrilleros, bien uniformados, bien armados, bien barbudos, bien machos. A nivel de imagen una muestra de fuerza, comparable con el acto de juramentación de la Brigada Rafael Arce Zablah del ERP que filmamos en el 1983 en Agua Blanca, Morazán.
La reacción de nuestros combatientes, cuando vieron el video del M-19 era asombro, admiración, orgullo, optimismo. Se identificaron con sus homólogos, porque los vieron fuertes.
Empezó a hablar Bateman. Uno de los hombres más carismáticos que he escuchado hablar. El arquitecto de acciones guerrilleras audaces como el secuestro de la espada de Simón Bolivar y la toma del Palacio de Justicia.
Bateman habló del crecimiento del M-19, de sus armas, de sus victorias. Aplausos, entusiasmo, consignas – en las dos audiencias, en Colombia y en Morazán. En el punto del clímax del fervor revolucionario –en la selva colombiana y en Morazán- Jaime Bateman grita sus preguntas claves: “¿Están orgullosos de ser guerrilleros?” – “¡Sí!”, contestan miles de combatientes en los dos campamentos. “¿Quieren ser guerrilleros?” – “¡Sí!”
“¡Esto es nuestro problema!”, grita Bateman, “por esto no podemos ganar. Así vamos pudrirnos en esta selva de mierda. Los revolucionarios no quieren ser guerrilleros sino profesores, médicos, ingenieros. Los revolucionarios del M-19 quieren cambiar el país, no quieren controlar un pedazo de selva....”
Silencio en el campamento selvático. Silencio en el campamento en el Cerro Gigante en las afueras de la ciudad de Perquín. Poco por poco, aplausos. Poco por poco, los combatientes colombianos y salvadoreños se pararon, levantaron el puño y empezaron a corear: “¡A cambiar el país!”
En este momento crucial de la historia de la guerrilla colombiana –y también de la nuestra-, Jaime Bateman supo conducir a sus guerrilleros a salir de la selva, a negociar la paz, a convertirse en fuerza política, a cambiar el país. El comandante Tirofijo de las FARC hizo lo contrario. Él y sus FARC aun están en la selva. La vía de Bateman resultó ser la más difícil, la más audaz, la más sacrificada, pero también la más efectiva: Él y cientos de otros dirigentes de M-19 murieron en el camino de la selva a la ciudad, de la guerra a la política. Más que de las FARC que se atrincheró en las selvas, en el narcotráfico y en la industria de los secuestros. Pero hoy, los ex-guerrilleros del M-19 constituyen una fuerza política del cambio formidable.
Cuento esta historia, porque me parece que en esta disyuntiva de la guerrilla colombiana, que describió Bateman en su discurso en la selva, las FARC tomaron el camino equivocado.
En Morazán, aquel día del año 1985 cuando vimos el discurso de Bateman, hubo la primera discusión de fondo, entre combatientes y comandantes del ERP, sobre la dialéctica de guerra y negociación, sobre la responsabilidad del guerrillero de cambiar el país, sobre guerra popular prolongada e insurrección... Creo que Jaime Bateman, el gran guerrillero colombiano, aportó un poquito a la madurez de la guerrilla salvadoreña que supo hacer la guerra y también supo hacer la paz, siempre para cambiar el país.
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Publicamos la semana pasada un artículo de Joaquín Villalobos sobre las FARC de Colombia y sus rehenes. En vez de terminar una columna mía sobre el tema, preferí reproducir la posición muy controversial, pero también muy competente, de un ex-líder guerrillero.
Leyendo los cientos de opiniones que sobre el tema han salido en estos días en Colombia, Venezuela y otras partes, tomo conciencia que la política de secuestros de las FARC y la manera como Hugo Chávez está explotando el problema nos obligan a reflexiones muy de fondo sobre la ética de la izquierda. Sobre todo de la izquierda armada. Tal vez la ética no importe tanto mientras ser de izquierda es cuestión discurso, pero en el momento que es cuestión de vida o muerte, enfrentar los problemas éticos de la política es indispensable.
Hay muchos en la izquierda salvadoreña quienes critican de traidor a Joaquín Villalobos por su dura posición contra las FARC. El hecho que Villalobos intervino en la política colombiana, no como asesor de “los hermanos de las FARC” (como se expresan Daniel Ortega y Hugo Chávez), sino del gobierno colombiano, es interpretado como muestra que ha cambiado de bando. Como si hubiera un bando que comprende a toda la izquierda del continente, sobre todo la izquierda relacionada con luchas armadas – y otro bando opuesto que incluye a todos los gobiernos que no son de izquierda.
Joaquín Villalobos entrega la mala -y para muchos incómoda- noticia que no existe este mundo de dos bandos. Y por lo tanto, no existe ninguna lógica ni mucho menos obligación ética para todos que nos entendemos como gente de izquierda de tratar con complacencia o incluso solidaridad a las manifestaciones perversas, reaccionarias, autoritarias e inhumanas de movimientos o gobiernos que se declaran de izquierda (o antiimperialistas, como en el caso de Irán).
Por lo contrario: Para la izquierda hay una obligación moral y un compromiso político-ideológico de criticar, enfrentar, combatir los crímenes y abusos a los derechos humanos cometidos por guerrillas, movimientos o gobiernos de izquierda. Para mi, como hombre de izquierda, no hay crímenes que más me duelen y que más me siento obligado a condenar e intentar de evitar que los crímenes cometidos a nombre de la izquierda.
La manera cómo las FARC toman, mantienen, maltratan y explotan comercial y políticamente a cientos de rehenes cabe en esta categoría de crímenes. Frente a esto, la posición consecuente de izquierda es la de Villalobos, no la de Hugo Chávez. Al haber logrado la libertad de dos rehenes, el paso siguiente obligatorio, desde cualquier perspectiva ética, no era premiar a las FARC y quitarles la etiqueta de terrorista e criminal, sino denunciar que siguen con la misma práctica inhumana y exigir la inmediata liberación de todos los demás rehenes. Incluyendo a los militares y policías. Incluso si fueran considerados prisioneros de guerra, no pueden ser tratados así. Si las FARC quieren ser reconocidas como fuerza beligerante, lo primero que tendrían que hacer es someterse a las reglas establecidas en la Convenciones de Ginebra.
Las prácticas de las FARC atentan contra la credibilidad de la izquierda. Hay que pararlas. Esta es la posición de la izquierda democrática en Colombia y Venezuela. Complacencia y falsa solidaridad son traición, no la crítica.