Para todos es claro que hay que tener una fuente que genere ingresos para poder funcionar dentro del sistema. Para unos pocos (bien pocos) es un negocio, para la gran mayoría esta fuente se llama empleo. Pero en El Salvador, el panorama laboral es malo y no muy alentador para las nuevas generaciones. Según el estudio de FUNDE sobre el desempeño económico y el empleo en El Salvador, había 6.8% de desempleo abierto en el año 2004. Así mismo, del porcentaje empleado había casi un 50% de trabajadores del sector informal, un 35% de subempleo y un 56% sin Seguro Social.
En palabras menos técnicas se puede decir que actualmente las fuentes de generación de ingresos --o como dicen por ahí, “las oportunidades de mejoramiento”-- están fuera de la ley. Estas posibilidades se encuentran en: el sector informal, que por definición está fuera de lo legal en un sistema de mercado, ya que no hay declaración de impuestos, se usurpa la vía pública, etc.; la migración, otra oportunidad que salvo ciertas excepciones, no es legal; y por último, los ilícitos, como los robos, las extorsiones, la venta de drogas, la prostitución, etc.
Ante esta tendencia cabe la pregunta: ¿Qué hacer? El esfuerzo gubernamental desde la administración de Francisco Flores está orientado a aumentar el nivel educativo de la población, es más, el lema del Ministerio de Educación era: “Educación es la solución”. Un buen slogan, pero debe ser entendido con cuidado, porque la educación, por sí sola, no es la solución, pero sí es una parte fundamental.
Se sabe que las sociedades que han logrado desarrollarse son aquellas que han invertido y apostado por la educación de sus ciudadanos. Es decir, como país que busca salir del subdesarrollo, necesitamos llegar a ser una sociedad educada, esto es, con conocimientos y habilidades que nos permitan tener trabajadores productivos, buenos padres y ciudadanos responsables. Esto quiere decir que la educación se divide en dos, una que llamaré cívica y la otra técnica.
La educación cívica es aquella que nos enseña a ser ciudadanos, nos enseña valores y normas, por tanto, es un gravísimo error dejar la responsabilidad de la educación cívica solamente al sistema de educación. La educación en valores es responsabilidad del Estado –es decir, de todos los actores sociales, donde está incluido usted- porque esta educación no solo se recibe en la escuela o el colegio, se recibe en el diario vivir. El problema radica en que nuestros hijos se están educando en la pura barbarie, En nuestra sociedad se aplaude, por ejemplo, la corrupción, está bien vista. Es “el mundo al revés” del que habla Eduardo Galeano, donde todo lo que nos hace ser seres humanos hoy se desprecia y lo que nos hace ser bestias es justamente el modelo a seguir.
En nuestros días se potencia la competición, pero una competición por el afán de tener dinero. El lema es “tanto tienes, tanto vales”. Aristóteles nos dijera que una sociedad que promueve como valor la competición ilimitada por el dinero, es una sociedad desquiciada, una sociedad codiciosa, en la cual es imposible vivir en armonía o en “paz social”, porque rompe los vínculos sociales. Ojo, la convivencia armónica de la sociedad salvadoreña no se va a lograr con machacarnos todos los días lemas en vallas publicitarias, en medios de comunicación, en calcamonías en carros y autobuses, etcétera. Para llegar a la convivencia armónica tenemos que plantear bien el problema, con toda la complejidad que implica revisar los fundamentos que constituyen nuestra sociedad.
En cuanto al aspecto técnico de la educación, también es importante tener una sociedad educada, porque entre más alto es el nivel académico de la población se tienen más opciones de desarrollo de país. No es lo mismo ser un país que maquile ropa que un país que maquile microprocesadores; además, la remuneración es proporcional al nivel de estudios. De esta manera, una sociedad con altos niveles de estudio tendrá salarios más elevados en comparación con una sociedad de menor nivel académico, por tanto, la primera estará más desarrollada que la segunda.
Así dicho, la educación solo trae beneficios, pero ¿como hacer que un joven se motive para seguir estudiando? Por ejemplo, un niño de una comunidad marginal que estudia su educación primaria en un centro escolar público. A los trece años, y si aún continua en el sistema educativo, pasa a la educación media (7°, 8° y 9°). Para este joven existen varios caminos: Uno de ellos es la mara, que además de un sentido de pertenencia le satisface los sentimientos de rebeldía característicos de la edad y las ansías de comerse el mundo. La mara le brinda una posibilidad de sobrevivir, ciertamente, cometiendo varios delitos.
Otro camino es dejar los estudios y comenzar a trabajar, ya sea de ayudante de construcción, en un taller de reparación de autos, en un supermercado, en una bodega, etcétera. Son empleos que de alguna manera aportarán dinero a la economía familiar, pero no son una posibilidad de mejora en la calidad de vida, simplemente ayudan a sobrevivir con esfuerzo y sacrificio, en comparación con la relativa facilidad con que se puede obtener un poco de dinero estando en la mara.
Un tercer camino es seguir estudiando hasta donde las condiciones familiares lo permitan. Imaginemos que sólo puede terminar el noveno grado, la pregunta siguiente es: ¿Qué tipo de empleo ofrece el mercado para jóvenes, que han cursado su educación media? Salvo ciertas excepciones, el tipo de empleo que se puede obtener es bastante similar a los que obtendría si deja los estudios a la mitad. Será cargador en una bodega, con suerte mensajero, etcétera. Es claro, si para un joven el estudiar no está asociado a un buen empleo, no tendrá mayor motivación por seguir en el sistema educativo.
No es de sorprender que tantos jóvenes alrededor de los trece años se retiren del sistema de educación para entrar a una mara, he aquí una de las razones del porque tenemos altos índices de violencia y delincuencia. Por falta de oportunidades reales de mejoramiento de la calidad de vida; en pocas palabras, por falta de empleo.
Examinemos pues si la motivación puede estar en que prosiga sus estudios de bachillerato e incluso universitarios (le recuerdo, el joven vive en una comunidad marginal y solo con mucho esfuerzo y sacrificio logrará obtener un título universitario). Hace muchos años, el salir del bachillerato representaba una opción real para optar a un empleo que permitía ir mejorando la calidad de vida. Posteriormente fueron los profesionales los que, con un grado grande de certeza, tenían el futuro asegurado con una carrera universitaria. En años más recientes, han sido los profesionales con títulos de master los que tenían la garantía de obtener un empleo remunerado.
En nuestros días, el tener un título universitario ha dejado de ser una garantía de tener una vida asegurada, mucho menos de obtener un empleo que permita sobrellevar el día a día. Tener una maestría tampoco representa una ventaja competitiva, ya que buena parte de profesionales cuentan con una. De esta manera, la especialización no es garantía de nada, ante la oferta reducida de empleo calificado y la alta demanda de trabajo.
En resumen, no hay una motivación real para que los jóvenes en El Salvador estudien; más bien, es el sistema el que los impulsa a salirse de las escuelas, los impulsa a la desidia, la apatía, donde su camino natural es entrar a una mara, o los impulsa a salir del país y emigrar.
Lo cierto es que el panorama trazado no es muy alentador, pero esa es la realidad que estamos viviendo. Recordemos que si queremos resolver el problema del subdesarrollo, el primer paso es plantearlo bien, con toda su complejidad. En conclusión, un plan educativo solo no solucionará los problemas estructurales del país, pero la solución pasa por la educación, sin olvidar la generación de empleo a todo nivel. Ciertamente, el tema no queda agotado en estas pocas líneas, pero es una primera aproximación al problema del subdesarrollo en El Salvador.
En palabras menos técnicas se puede decir que actualmente las fuentes de generación de ingresos --o como dicen por ahí, “las oportunidades de mejoramiento”-- están fuera de la ley. Estas posibilidades se encuentran en: el sector informal, que por definición está fuera de lo legal en un sistema de mercado, ya que no hay declaración de impuestos, se usurpa la vía pública, etc.; la migración, otra oportunidad que salvo ciertas excepciones, no es legal; y por último, los ilícitos, como los robos, las extorsiones, la venta de drogas, la prostitución, etc.
Ante esta tendencia cabe la pregunta: ¿Qué hacer? El esfuerzo gubernamental desde la administración de Francisco Flores está orientado a aumentar el nivel educativo de la población, es más, el lema del Ministerio de Educación era: “Educación es la solución”. Un buen slogan, pero debe ser entendido con cuidado, porque la educación, por sí sola, no es la solución, pero sí es una parte fundamental.
Se sabe que las sociedades que han logrado desarrollarse son aquellas que han invertido y apostado por la educación de sus ciudadanos. Es decir, como país que busca salir del subdesarrollo, necesitamos llegar a ser una sociedad educada, esto es, con conocimientos y habilidades que nos permitan tener trabajadores productivos, buenos padres y ciudadanos responsables. Esto quiere decir que la educación se divide en dos, una que llamaré cívica y la otra técnica.
La educación cívica es aquella que nos enseña a ser ciudadanos, nos enseña valores y normas, por tanto, es un gravísimo error dejar la responsabilidad de la educación cívica solamente al sistema de educación. La educación en valores es responsabilidad del Estado –es decir, de todos los actores sociales, donde está incluido usted- porque esta educación no solo se recibe en la escuela o el colegio, se recibe en el diario vivir. El problema radica en que nuestros hijos se están educando en la pura barbarie, En nuestra sociedad se aplaude, por ejemplo, la corrupción, está bien vista. Es “el mundo al revés” del que habla Eduardo Galeano, donde todo lo que nos hace ser seres humanos hoy se desprecia y lo que nos hace ser bestias es justamente el modelo a seguir.
En nuestros días se potencia la competición, pero una competición por el afán de tener dinero. El lema es “tanto tienes, tanto vales”. Aristóteles nos dijera que una sociedad que promueve como valor la competición ilimitada por el dinero, es una sociedad desquiciada, una sociedad codiciosa, en la cual es imposible vivir en armonía o en “paz social”, porque rompe los vínculos sociales. Ojo, la convivencia armónica de la sociedad salvadoreña no se va a lograr con machacarnos todos los días lemas en vallas publicitarias, en medios de comunicación, en calcamonías en carros y autobuses, etcétera. Para llegar a la convivencia armónica tenemos que plantear bien el problema, con toda la complejidad que implica revisar los fundamentos que constituyen nuestra sociedad.
En cuanto al aspecto técnico de la educación, también es importante tener una sociedad educada, porque entre más alto es el nivel académico de la población se tienen más opciones de desarrollo de país. No es lo mismo ser un país que maquile ropa que un país que maquile microprocesadores; además, la remuneración es proporcional al nivel de estudios. De esta manera, una sociedad con altos niveles de estudio tendrá salarios más elevados en comparación con una sociedad de menor nivel académico, por tanto, la primera estará más desarrollada que la segunda.
Así dicho, la educación solo trae beneficios, pero ¿como hacer que un joven se motive para seguir estudiando? Por ejemplo, un niño de una comunidad marginal que estudia su educación primaria en un centro escolar público. A los trece años, y si aún continua en el sistema educativo, pasa a la educación media (7°, 8° y 9°). Para este joven existen varios caminos: Uno de ellos es la mara, que además de un sentido de pertenencia le satisface los sentimientos de rebeldía característicos de la edad y las ansías de comerse el mundo. La mara le brinda una posibilidad de sobrevivir, ciertamente, cometiendo varios delitos.
Otro camino es dejar los estudios y comenzar a trabajar, ya sea de ayudante de construcción, en un taller de reparación de autos, en un supermercado, en una bodega, etcétera. Son empleos que de alguna manera aportarán dinero a la economía familiar, pero no son una posibilidad de mejora en la calidad de vida, simplemente ayudan a sobrevivir con esfuerzo y sacrificio, en comparación con la relativa facilidad con que se puede obtener un poco de dinero estando en la mara.
Un tercer camino es seguir estudiando hasta donde las condiciones familiares lo permitan. Imaginemos que sólo puede terminar el noveno grado, la pregunta siguiente es: ¿Qué tipo de empleo ofrece el mercado para jóvenes, que han cursado su educación media? Salvo ciertas excepciones, el tipo de empleo que se puede obtener es bastante similar a los que obtendría si deja los estudios a la mitad. Será cargador en una bodega, con suerte mensajero, etcétera. Es claro, si para un joven el estudiar no está asociado a un buen empleo, no tendrá mayor motivación por seguir en el sistema educativo.
No es de sorprender que tantos jóvenes alrededor de los trece años se retiren del sistema de educación para entrar a una mara, he aquí una de las razones del porque tenemos altos índices de violencia y delincuencia. Por falta de oportunidades reales de mejoramiento de la calidad de vida; en pocas palabras, por falta de empleo.
Examinemos pues si la motivación puede estar en que prosiga sus estudios de bachillerato e incluso universitarios (le recuerdo, el joven vive en una comunidad marginal y solo con mucho esfuerzo y sacrificio logrará obtener un título universitario). Hace muchos años, el salir del bachillerato representaba una opción real para optar a un empleo que permitía ir mejorando la calidad de vida. Posteriormente fueron los profesionales los que, con un grado grande de certeza, tenían el futuro asegurado con una carrera universitaria. En años más recientes, han sido los profesionales con títulos de master los que tenían la garantía de obtener un empleo remunerado.
En nuestros días, el tener un título universitario ha dejado de ser una garantía de tener una vida asegurada, mucho menos de obtener un empleo que permita sobrellevar el día a día. Tener una maestría tampoco representa una ventaja competitiva, ya que buena parte de profesionales cuentan con una. De esta manera, la especialización no es garantía de nada, ante la oferta reducida de empleo calificado y la alta demanda de trabajo.
En resumen, no hay una motivación real para que los jóvenes en El Salvador estudien; más bien, es el sistema el que los impulsa a salirse de las escuelas, los impulsa a la desidia, la apatía, donde su camino natural es entrar a una mara, o los impulsa a salir del país y emigrar.
Lo cierto es que el panorama trazado no es muy alentador, pero esa es la realidad que estamos viviendo. Recordemos que si queremos resolver el problema del subdesarrollo, el primer paso es plantearlo bien, con toda su complejidad. En conclusión, un plan educativo solo no solucionará los problemas estructurales del país, pero la solución pasa por la educación, sin olvidar la generación de empleo a todo nivel. Ciertamente, el tema no queda agotado en estas pocas líneas, pero es una primera aproximación al problema del subdesarrollo en El Salvador.