El paradigma de la conservación de la naturaleza nos plantea retos que tenemos que abordar como país. Hay dos elementos centrales que han ido más o menos disociados a lo largo de la historia de la gestión de los recursos naturales: la biología de la conservación y la ecología de la conservación. En la primera visión normalmente se han centrado en la idea de conservar la vida silvestre y de ahí es que han surgido las grandes campañas como salvemos al panda, el tigre o las ballenas, para mencionar las más publicitadas. Esta idea parte de que existen elementos de la biodiversidad que, debido a alteraciones antropocéntricas, merecen medidas extraordinarias para conservarlas. De esta noción nace el servicio de parques nacionales y vida silvestre de Estados Unidos o muchos departamentos de vida silvestre de los ministerios de medio ambiente de Europa o Latinoamérica.
Por otro lado, la nueva corriente mundial es la ecología de la conservación Esta, más que centrarse en elementos de la biodiversidad, trata de enfocarse en funciones. Tratando de que los ecosistemas no rompan su resilencia (equilibrio), no importa tanto si es el panda el que come bambú, siempre y cuando haya algún elemento (especie) que se ocupe de esa función. Esto implica la creación de un sistema integral de conservación, que pueda articular distintas ramas de los gobiernos, de manera que las políticas de desarrollo de un país o una región no causen estrés en los ecosistemas. Así podemos conservar grandes paisajes y la vida que en ellos habita, sin que necesariamente conozcamos todo lo que exista. El ministerio de ecología francés es el que lleva la cabeza en este sentido, funcionando como un supraministerio, que pueda supervisar e influir en las decisiones de las políticas de Estado en general. En otras partes, como en nuestro país, estas nociones no han sido desarrolladas.
Parte de la estrategia de la ecología de la conservación es tener zonas de uso espacial para la conservación, como los parques nacionales o las áreas naturales protegidas en general. Aquí aun hay que desarrollar un sistema de conservación. Nuestro sistema de áreas naturales protegidas es incompleto y huérfano, hay muy poco apoyo para esa rama del gobierno, siendo esta una de los pilares para poder montar este sistema de conservación. La mayoría de áreas protegidas de El Salvador son regalos que han hecho algunas personas, y el resto son remanentes de la reforma agraria; así que, como se imaginarán, tenemos pequeños parches dispersos de bosque que se deberían de articular para formar el sistema, misión casi imposible, y aun así se ha caminado en ese sentido.
Desde la aprobación de la Ley de Áreas Naturales Protegidas poco se ha avanzado en la conservación legal de territorios. Durante mucho tiempo solo hemos contado con el Parque Nacional El Imposible, Montecristo y el área natural protegida Laguna de El Jocotal. A esto muy recientemente se han agregado otras 21 propiedades que conforman algunas áreas. Estas por fin, después de un tortuoso camino, el consejo de ministros las ha asignado al Ministerio de Medio Ambiente para su administración. Eso significa que de las 118 áreas identificadas solo esas tienen algún tipo de protección legal. Muy vulnerable está nuestro sistema de áreas protegidas, con esfuerzos dispersos del gobierno central, alcaldías y ONGs. Estamos muy lejos de ser un sistema real de áreas protegidas, y ni soñar con tener en El Salvador un sistema de conservación.
El otro instrumento administrativo y legal son los planes de manejo. Este es un instrumento que permite ordenar las acciones que se van a realizar dentro de un área. Establece zonas para distintos usos y en general reglamenta los posibles usos de ese territorio. En la actualidad existen muy pocos planes, algunos de ellos muy bien elaborados, pero sin financiamiento para ejecutarlos. Todas las áreas deberían de contar con estos instrumentos; si no, difícilmente se pueda consolidar el sistema.
La conservación de tierras privadas debería de ser otro punto central en este sistema. Ya que el sistema estatal es incompleto, se tiene que fomentar y consolidar estrategias para que los privados conserven, por lo menos debería de darse mayores incentivos monetarios y de otras índoles para tener un sistema privado de áreas protegidas. Esto pudiera fortalecer unos de los mejores esfuerzos que se han hecho en el país, como “La Montañona”, “Cinquera” y “Río Sapo”. Esto no debería de ser un trabajo circunstancial y paralelo, sino central.
Hay más elementos que deberían de cambiarse para tener un sistema de conservación, pero hay pasos importantes que no deberían de dejarse de lado, la descentralización por ejemplo. Es imposible que el gobierno central por si solo se encargue de crear el sistema. Por tanto, la colaboración y el incentivo de la participación privada y municipal es esencial.
Las soluciones son complicadas, pero pasan por tener imaginación y sentido común, un poco más de presupuesto del gobierno central, pero sobre todo siendo creativos con los recursos existentes. Hay pasos claros que deberían de darse y que podrían poner a El Salvador a la cabeza de la región, no compitiendo con grandes extensiones de terreno como en Guatemala u Honduras, pero sí teniendo un sistema que integre las áreas protegidas, la protección de las especies, la protección de los recursos hídricos en un entramada de políticas y acciones de desarrollo que pongan al país donde merece estar.