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Pasé en Costa Rica por un mes, visitando a mi esposa, conociendo la costa caribeña, y observando la campaña electoral en su recta final. No había mucho que observar, me sorprendió la tranquilidad, la falta de angustias y agresiones, la ausencia de barras armadas de banderas. Vaya, pensé: Estos ticos no sufren de esta enfermedad nuestra de siempre, ante cualquier elección, sentir que todo está en juego y en peligro, que el país se va al barranco cuando gane el otro…
Había
13 candidatos a presidente, pero todos sabían que era una carrera entre
cuatro: los candidatos de los dos partidos de la tradición
bipartidista; el candidato del partido sorpresa que en última elección
le había arrebatado el poder al bipartidismo; y un candidato ‘bully’
predicando la antipolítica mezclada con mano dura y su cruzada contra la
corrupción, que tenía a medio mundo asustado. No mucho, porque todos me
decían: incluso si este ‘bully’ llegara a colarse en la segunda ronda,
todos se van a unir contra él, y nada esencial va a cambiar. Con los
partidos institucionales, que en vez de dos ahora son tres (el
gobernante Acción Ciudadana, de centroizquierda; más Liberación Nacional
y los Socialcristianos, que marcan dos versiones de centroderecha) no
puede haber cambios radicales.
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Y en Costa Rica, el país pluralista de la
civilidad y tolerancia, este predicador evangélico fue catapultado al
estrellato y terminó ganando la primera ronda. Por lógica, el otro
candidato que creció, y quien también llegó a la segunda ronda, fue el
que representa la posición opuesta, respaldando la sentencia. Los otros
tres candidatos, teniendo posiciones wishi-washi, de “sí, pero no” y
“no, pero sí”, se hundieron. El tema del matrimonio gay con todas las
pasiones religiosas que despierta, había desplazado el tema central de
Costa Rica, su crisis fiscal, y catapultó a la “pole position” para la
carrera final a un predicador ultra radical, quien no habla de finanzas
públicas ni economía, sino solo de “restauración” nacional y de valores
tradicionales.
Ahora viene una campaña final que
obviamente será entre conservadurismo religioso y cultura liberal de
tolerancia y pluralidad. Ahora les toca a los ticos, en vez de buscar
consensos sobre como resolver su crisis fiscal, buscar una mayoría para
defender sus tradiciones democráticas contra un retroceso político y
cultural. Las cúpulas de los partidos de centroderecha tienden a
negociar un pacto con el predicador, aspirando a llenar ellos el vacío
de gobernabilidad de un gobierno dirigido por un predicador sin partido.
Los jóvenes, los intelectuales, los artistas, independientemente de sus
tendencias ideológicas-políticas, van a movilizarse para defender las
libertades culturales sin los cuales no podrán respirar. Lo que viene no
será una batalla entre izquierda y derecha, sino entre dos culturas,
una abierta y liberal y la otra cerrada y autoritaria.
Y de repente, contra todos los pronósticos, sí está en juego la esencia de Costa Rica. Estado laico versus fundamentalismo religioso.
(MAS! / El Diario de Hoy)