Una paradoja: no abundan los trabajos reflexivos sobre la naturaleza del oficio periodístico y las consecuencias de su crisis actual en medios de comunicación masivos. O bien porque resultan extensos y cada día existe menos capacidad para publicar debates. O bien porque los editores se encuentran demasiado angustiados con los recortes financieros, la caída de la circulación y la desaparición de la publicidad, como para pensar en lo que deberían estar pensando.
En Letras Libres, raro oasis mexicano en el magma de las revistas latinoamericanas, dirigida por el ingeniero e historiador Enrique Krauze, apareció un artículo de esos que ya rara vez se suelen publicar. Lo firma Paul Starr, profesor de comunicaciones y asuntos públicos en la escuela Woodrow Wilson, de la Universidad de Princeton. Y posee un título sugestivo: "Adiós a la era de los periódicos: bienvenida la nueva era de corrupción".
Especialista en medios y periodismo, autor del libro Freedom's Power (Basic Books, 2007), Starr confirma la siguiente especie: "Entre más baja resulta la circulación de periódicos en un país, más alta es la posición de dicho país en el índice de corrupción".
Esta no es idea que Starr pone en circulación porque le parece ocurrente: es una reflexión central en su interesante y cautivador trabajo que se apoya en un estudio de 2003 realizado por The Journal of Law, Economics, & Organization, por Alicia Adsera, Carles Boix y Mark Payne, en donde rastrean la relación entre corrupción y libre circulación de periódicos.
Como agrega Starr, una prensa financiera comprometida es más susceptible de ser una prensa éticamente comprometida. Ahí es donde está el detalle. Los diarios se encuentran en el mundo entero en crisis. Pocos han superado esa primera conmoción que implica ver disminuidas sus plantas de periodistas, o recortados los sueldos para sobrevivir la hecatombe financiera. Menos aún han logrado entender que si no se adaptan a los desafíos que impone la red, desaparecerán como los dinosaurios.
Existe demasiada rabia en la sociedad contra los medios como para justificar esta crisis con estas palabras: "Lo merecían, dejemos que sean ellos los que sufran ahora". Pero semejante reclamo es lo que llaman alegría de tísico.
Lo que perdemos todos es algo que vale demasiado como para hipotecarlo con un resentimiento pasajero. La investigación que siempre ha desvelado a los corruptos, porque pone en evidencia sus chanchullos con el Estado y con la empresa privada, para engordar sus alforjas con sobreprecios y otros negocios turbios.
Quiérase o no, los medios constituyen una parte esencial de cualquier sociedad.
Han sido los ojos de la comunidad frente a malos desempeños públicos, la posibilidad de controlar a los abusadores, una suerte de sistema cívico de alarma, como lo llama Paul Starr. En Venezuela el tema posee una vigencia alarmante: no sólo porque la crisis económica afecta la calidad del periodismo que podría servir de auditor social. Sino porque el gobierno de Hugo Chávez, con su naturaleza autoritaria, desea arrodillar a la profesión.
RCTV perdió la concesión; Venevisión optó por el nicho de las comiquitas; Globovisión pende de un hilo porque tubearon al Estado informando sobre un sismo; Unión Radio ha sido visitada por funcionarios del Estado con grabaciones puntuales de programas que el Gobierno considera incómodos. Los medios impresos, que marcaban la agenda con grandes investigaciones sobre casos de corrupción o ineficiencias del Gobierno, sufren los embates de la crisis económica y en algunos casos son adquiridos por grupos que desean enfocarse en el negocio (no se sabe de quién).