Alternabilidad, alternancia..., palabras mayores en estos días. Con razón, se trata de la esencia de la democracia: Todos tienen la posibilidad de llegar al poder, siempre y cuando el pueblo así lo decida en elecciones.
Pero esto no significa que todos tienen derecho a gobernar. En la democracia no hay ninguna regla que diga: Hoy le toca el turno a quien nunca ha gobernado. Hay quienes nunca van a gobernar, porque nunca van a ganar elecciones, Por suerte. ¿O queremos que le toque el turno nuevamente al PCN? Y esto, que algunos nunca van a gobernar, es inherente al concepto de la alternabilidad democrática.
El simple “hoy me toca a mí” no es argumento. No hay turnos que reclamar.
El hecho que en El Salvador ARENA esté gobernando de manera permanente, no es muestra de la falta de alternabilidad. Más bien de la falta de alternativa. La culpa no tiene ARENA, sino la izquierda que es incapaz de proyectarse como alternativa viable.
En democracia, la aspiración de quedarse en el gobierno –incluso por quinta vez- es tan legítima que la aspiración de la oposición de llegar al poder.
Además hay otro malentendido: que sólo desde el ejecutivo se puede poner en práctica las ideas programáticas de su partido. Esto es así mientras la concepción de oposición es obstrucción. Pero en una cultura política donde oposición incluye propuesta, concertación, negociación y niveles de corresponsabilidad, gobernar no es la única forma de producir cambios, reformas y avances.
Hay otra palabra que todos usan: cambio. Viene el cambio, dice el FMLN, mientras Arturo Zablah y el FDR hablaron de construir una alianza para el cambio. En la cual querían que participe otro partido que incluso adoptó la codiciada palabra y marca en su nombre: Cambio Democrático.
Palabras como el cambio son putas, no son amantes leales. Van con cualquiera. No tienen dueños. Esto ya lo tuvo que aprender Schafick Handal, quien pensaba que la palabra cambio fue inventada para o por él. Gran sorpresa, cuando un señor arenero le quitó la bandera anunciando: ¿Cambio quieren? Pues,¡que bueno, el cambio soy yo!. Y ganó.
Hoy, aun más que en el tiempo de Schafick, la gente demanda cambios. Todas las encuestas lo confirman. Y nuevamente hay quienes se confunden y piensan que quien más y más alto grita “¡cambio!”, convence a los ciudadanos que quieren cambio. Afortunadamente, no es así. Los ciudadanos que quieren cambio, esta masa crítica de la sociedad, no pregunta quién promete más cambio, sino quién tiene capacidad de producirlo. No es la cantidad y radicalidad de cambios prometidas que gana votos, sino más bien la factibilidad de los cambios que le gente ve que alguien puede producir.
La izquierda -cierta clase de izquierda- tiende a adolecer de una enfermedad que afecta de manera misteriosa su capacidad de análisis: la enfermedad de sentirse asistido por la historia. Antes en los manuales del marxismo producidos por Moscú esta locura de creer que la historia es de mi lado, por tanto el cambio, la transformación, siempre va a favorecer a la izquierda, se llamaba ‘materialismo histórico’. Siempre ha sido y sigue siendo un error fatal que lleva a estrategias y políticas equivocadas.
Los cambios se dan cuando la sociedad lo demanda. Y si una fuerza política no es capaz de producirlos –por más que lleve la palabra ‘cambio’ en su discurso-, lo va a hacer la otra. Simplemente porque la sociedad lo exige. Y si esta otra fuerza política es conservadora –de derecha-, en esta situación histórica se va a convertir en fuerza transformadora. El peronismo argentino es un ejemplo clásico de una fuerza de derecha que produce los cambios sociales que la izquierda es incapaz de producir. En México, cuando se agotó el régimen del PRI, el PAN tuvo que asumir las reformas democráticas porque el PRD no estaba listo para gobernar.
En El Salvador está abierto quién es la fuerza que producirá los cambios. De esto se trata de aquí al 2009.
Pero esto no significa que todos tienen derecho a gobernar. En la democracia no hay ninguna regla que diga: Hoy le toca el turno a quien nunca ha gobernado. Hay quienes nunca van a gobernar, porque nunca van a ganar elecciones, Por suerte. ¿O queremos que le toque el turno nuevamente al PCN? Y esto, que algunos nunca van a gobernar, es inherente al concepto de la alternabilidad democrática.
El simple “hoy me toca a mí” no es argumento. No hay turnos que reclamar.
El hecho que en El Salvador ARENA esté gobernando de manera permanente, no es muestra de la falta de alternabilidad. Más bien de la falta de alternativa. La culpa no tiene ARENA, sino la izquierda que es incapaz de proyectarse como alternativa viable.
En democracia, la aspiración de quedarse en el gobierno –incluso por quinta vez- es tan legítima que la aspiración de la oposición de llegar al poder.
Además hay otro malentendido: que sólo desde el ejecutivo se puede poner en práctica las ideas programáticas de su partido. Esto es así mientras la concepción de oposición es obstrucción. Pero en una cultura política donde oposición incluye propuesta, concertación, negociación y niveles de corresponsabilidad, gobernar no es la única forma de producir cambios, reformas y avances.
Hay otra palabra que todos usan: cambio. Viene el cambio, dice el FMLN, mientras Arturo Zablah y el FDR hablaron de construir una alianza para el cambio. En la cual querían que participe otro partido que incluso adoptó la codiciada palabra y marca en su nombre: Cambio Democrático.
Palabras como el cambio son putas, no son amantes leales. Van con cualquiera. No tienen dueños. Esto ya lo tuvo que aprender Schafick Handal, quien pensaba que la palabra cambio fue inventada para o por él. Gran sorpresa, cuando un señor arenero le quitó la bandera anunciando: ¿Cambio quieren? Pues,¡que bueno, el cambio soy yo!. Y ganó.
Hoy, aun más que en el tiempo de Schafick, la gente demanda cambios. Todas las encuestas lo confirman. Y nuevamente hay quienes se confunden y piensan que quien más y más alto grita “¡cambio!”, convence a los ciudadanos que quieren cambio. Afortunadamente, no es así. Los ciudadanos que quieren cambio, esta masa crítica de la sociedad, no pregunta quién promete más cambio, sino quién tiene capacidad de producirlo. No es la cantidad y radicalidad de cambios prometidas que gana votos, sino más bien la factibilidad de los cambios que le gente ve que alguien puede producir.
La izquierda -cierta clase de izquierda- tiende a adolecer de una enfermedad que afecta de manera misteriosa su capacidad de análisis: la enfermedad de sentirse asistido por la historia. Antes en los manuales del marxismo producidos por Moscú esta locura de creer que la historia es de mi lado, por tanto el cambio, la transformación, siempre va a favorecer a la izquierda, se llamaba ‘materialismo histórico’. Siempre ha sido y sigue siendo un error fatal que lleva a estrategias y políticas equivocadas.
Los cambios se dan cuando la sociedad lo demanda. Y si una fuerza política no es capaz de producirlos –por más que lleve la palabra ‘cambio’ en su discurso-, lo va a hacer la otra. Simplemente porque la sociedad lo exige. Y si esta otra fuerza política es conservadora –de derecha-, en esta situación histórica se va a convertir en fuerza transformadora. El peronismo argentino es un ejemplo clásico de una fuerza de derecha que produce los cambios sociales que la izquierda es incapaz de producir. En México, cuando se agotó el régimen del PRI, el PAN tuvo que asumir las reformas democráticas porque el PRD no estaba listo para gobernar.
En El Salvador está abierto quién es la fuerza que producirá los cambios. De esto se trata de aquí al 2009.