A veces hay que ver las cosas desde cierta distancia para poder distinguir las formas, identificar los patrones, descubrir las lógicas. Así también en historia. La misma situación, ya no vista como problema político actual, sino como tendencia histórica, puede cambiar de sentido.
En 1993, antes de las primeras elecciones después de los Acuerdos de Paz -las primeras a las cuales se presentó la ex-guerrilla salvadoreña-, en el seno de la izquierda se discutió dos opciones estratégicas, dos visiones diferentes de la transición, de las cuales se derivaron dos diferentes opciones de alianza e incluso de candidaturas.
Detrás de la propuesta de lanzar como candidato de la izquierda a Abraham Rodríguez, fundador de la Democracia Cristiana, estaba la idea de formar una alianza grande entre izquierda y sectores de la Democracia Cristiana, y la visión que se necesitaba una fase de transición democrática, con un gobierno de transición, para madurar y fortalecer el proceso democrático iniciado por los Acuerdos de Chapultepec. Detrás de la propuesta de formar una alianza de este tipo, con un presidente Abraham Rodríguez, estaba la tesis que en estas primeras elecciones no se trataba de medir fuerzas entre las dos partes que habían firmado el fin de la guerra; o sea, que no se trataba de ver las elecciones del 94 como la batalla política para definir lo que la guerra no definió, sino verlas como la posibilidad de formar una alianza que trascienda las divisiones entre las fuerzas beligerantes y administre la transición y la reconciliación.
La otra propuesta –y la que al final se adaptó- era usar las elecciones del 94 para medir fuerzas entre derecha e izquierda. Definir la correlación. Establecer al FMLN como partido, como fuerza política-electoral, ponerlo en el mapa, consolidarlo, darle identidad y cohesión. Para hacer esto, se necesitaba una alianza izquierda-izquierda, con un candidato como Rubén Zamora. Nada de contaminación democratacristiana o centrista. Una alianza con sectores de centro no iba a permitir la limpia medición de fuerzas. En esta concepción, más importante que ganar –y ganar obviamente era más factible con Abraham que con Rubén; más fácil con una alianza grande que con una chiquita- era consolidarse y cohesionarse como izquierda.
Los que dentro del FMLN propusieron la candidatura de Abraham Rodríguez, sobre todo Joaquín Villalobos, querían ganar. Querían ser partícipes de la fase de transición democrática. Lo de la cohesión partidaria, para ellos era secundario, o incluso sospechoso.
La izquierda perdió las elecciones de 1994, pero logró consolidar al FMLN como fuerza. Para unos, la pérdida de una oportunidad, para otros un triunfo político. En 1994, el FMLN se enrumbó en su camino de priorizar su coherencia ideológica por sobre su capacidad de hacer alianzas. En última instancia, por encima de su capacidad de ganar y gobernar. Los que estaban convencidos de la estrategia adoptada para el 1994, no sintieron ninguna derrota. Perdieron las elecciones, pero ganaron la batalla por la concepción de partido. De las batallas del capítulo 1993-1995, el cual terminó con a salida de Joaquín Villalobos y Fermín Cienfuegos del Frente, salió el FMLN como partido centralizado, vertical, no plural. Con sus contratiempos y resistencias, por supuesto, que fueron resueltos con la sucesiva salida de los sectores que cuestionaban este modelo del partido. Y que eran los mismos que, cada vez que se acercaba la siguiente elección, propusieron alianzas y candidaturas para ganar.
Segundo capítulo: Antes de las elecciones de presidenciales del 1999 se repitió el mismo conflicto, con otros actores y otras modalidades, pero básicamente la misma disyuntiva. Nuevamente había un candidato que teóricamente podía ganar: Héctor Silva. Pero la candidatura de Silva, para ser exitosa, hubiera significado transformar al FMLN de fuerza antisistema en una fuerza reformista, en última instancia socialdemócrata. La misma disyuntiva que en el 1994: priorizar la oportunidad de ganar, gobernar, reformar – o la pureza ideológica del partido, mantener su capacidad de hacer la revolución. Los conservadores en el FMLN vetaron la candidatura de Silva y boicotearon la de Facundo Guardado. Nuevamente, perdieron las elecciones, pero ganaron la batalla por la concepción del partido: Retomaron el control, ahora absoluto, y tanto Silva como Guardado se fueron. Quedó un partido sin tendencias, monolítico, unificado, bajo el mando de Shafick Handal. Y un tercer presidente de ARENA, un tal Francisco Flores Pérez, quien perfectamente hubiera podido ser derrotado por Héctor Silva a la cabeza de una izquierda plural, deliberante, abierta...
Tercer capítulo: 2004. Esta vez la disyuntiva entre abrirse para ganar o cerrar filas para consolidar no existe: Ningún candidato del FMLN –ni Shafick Handal, ni Oscar Ortiz, ni Mauricio Funes- tenía oportunidad real de ganar en 2004. Sin embargo, la historia sigue el padrón de los capítulos anteriores: Con Oscar Ortiz, el Frente hubiera por lo menos abierta la puerta para futuras oportunidades. Sin embargo, el partido -sobre todo su aparato dirigencial- optó por Shafick, por la pureza ideológica del partido. Ya parece estribillo: Perdieron las elecciones, pero ganaron la batalla final por el control, la coherencia ideológica, la pureza del partido. Llega Tony Saca a Casa Presidencial, con un caudal de votos sin precedentes, pero el FMLN logra depurar de sus filas los últimos disidentes.
Ahora, en septiembre del 2007, estamos al inicio del cuarto capítulo – y la historia se repite, sin mucha fantasía por parte de los guionistas. La oferta de Arturo Zablah de formar una gran alianza por el cambio se parece en mucho a la idea de quienes en el 1994 propusieron la candidatura de Abraham Rodríguez. Nuevamente alguien pone en el horizonte del FMLN la idea de ganar, pero no para tomar el poder, sino para facilitar una transición – y ser partícipe de ella.
No estoy diciendo que Arturo Zablah, encabezando una alianza como él la propone -incluyendo al FMLN, pero no dirigida por el FMLN-, podría ganar las elecciones del 2009. Pero por lo menos, sería pensable. En cambio, la otra opción del FMLN –la de siempre, la de cerrar filas y defender la cohesión ideológica del partido- no tiene la más mínima posibilidad de ganar. Para esta opción, el candidato ideal para el Frente es Mauricio Funes. Nadie espera de él ganar la presidencia, sino su papel será devolverle cohesión, entusiasmo, liderazgo, ilusión a las bases del FMLN. La decisión ya está tomada. Como siempre, el FMLN prefiere cerrar filas, en vez de formar parte de una alianza plural, abierta al debate. Saben que sólo así podrían aspirar a ganar, pero temen que el pluralismo, aunque lo adopten solamente como táctica en una alianza electoral, sea contagioso. Saben que sólo así podrían ganar las elecciones, pero temen que así corren peligro de perder todo lo que ganaron en las batallas de 1994 en adelante: el control del partido y la pureza ideológica.
¿Cómo dicen siempre? Quien no entiende su historia, está condenado a repetirla…
En 1993, antes de las primeras elecciones después de los Acuerdos de Paz -las primeras a las cuales se presentó la ex-guerrilla salvadoreña-, en el seno de la izquierda se discutió dos opciones estratégicas, dos visiones diferentes de la transición, de las cuales se derivaron dos diferentes opciones de alianza e incluso de candidaturas.
Detrás de la propuesta de lanzar como candidato de la izquierda a Abraham Rodríguez, fundador de la Democracia Cristiana, estaba la idea de formar una alianza grande entre izquierda y sectores de la Democracia Cristiana, y la visión que se necesitaba una fase de transición democrática, con un gobierno de transición, para madurar y fortalecer el proceso democrático iniciado por los Acuerdos de Chapultepec. Detrás de la propuesta de formar una alianza de este tipo, con un presidente Abraham Rodríguez, estaba la tesis que en estas primeras elecciones no se trataba de medir fuerzas entre las dos partes que habían firmado el fin de la guerra; o sea, que no se trataba de ver las elecciones del 94 como la batalla política para definir lo que la guerra no definió, sino verlas como la posibilidad de formar una alianza que trascienda las divisiones entre las fuerzas beligerantes y administre la transición y la reconciliación.
La otra propuesta –y la que al final se adaptó- era usar las elecciones del 94 para medir fuerzas entre derecha e izquierda. Definir la correlación. Establecer al FMLN como partido, como fuerza política-electoral, ponerlo en el mapa, consolidarlo, darle identidad y cohesión. Para hacer esto, se necesitaba una alianza izquierda-izquierda, con un candidato como Rubén Zamora. Nada de contaminación democratacristiana o centrista. Una alianza con sectores de centro no iba a permitir la limpia medición de fuerzas. En esta concepción, más importante que ganar –y ganar obviamente era más factible con Abraham que con Rubén; más fácil con una alianza grande que con una chiquita- era consolidarse y cohesionarse como izquierda.
Los que dentro del FMLN propusieron la candidatura de Abraham Rodríguez, sobre todo Joaquín Villalobos, querían ganar. Querían ser partícipes de la fase de transición democrática. Lo de la cohesión partidaria, para ellos era secundario, o incluso sospechoso.
La izquierda perdió las elecciones de 1994, pero logró consolidar al FMLN como fuerza. Para unos, la pérdida de una oportunidad, para otros un triunfo político. En 1994, el FMLN se enrumbó en su camino de priorizar su coherencia ideológica por sobre su capacidad de hacer alianzas. En última instancia, por encima de su capacidad de ganar y gobernar. Los que estaban convencidos de la estrategia adoptada para el 1994, no sintieron ninguna derrota. Perdieron las elecciones, pero ganaron la batalla por la concepción de partido. De las batallas del capítulo 1993-1995, el cual terminó con a salida de Joaquín Villalobos y Fermín Cienfuegos del Frente, salió el FMLN como partido centralizado, vertical, no plural. Con sus contratiempos y resistencias, por supuesto, que fueron resueltos con la sucesiva salida de los sectores que cuestionaban este modelo del partido. Y que eran los mismos que, cada vez que se acercaba la siguiente elección, propusieron alianzas y candidaturas para ganar.
Segundo capítulo: Antes de las elecciones de presidenciales del 1999 se repitió el mismo conflicto, con otros actores y otras modalidades, pero básicamente la misma disyuntiva. Nuevamente había un candidato que teóricamente podía ganar: Héctor Silva. Pero la candidatura de Silva, para ser exitosa, hubiera significado transformar al FMLN de fuerza antisistema en una fuerza reformista, en última instancia socialdemócrata. La misma disyuntiva que en el 1994: priorizar la oportunidad de ganar, gobernar, reformar – o la pureza ideológica del partido, mantener su capacidad de hacer la revolución. Los conservadores en el FMLN vetaron la candidatura de Silva y boicotearon la de Facundo Guardado. Nuevamente, perdieron las elecciones, pero ganaron la batalla por la concepción del partido: Retomaron el control, ahora absoluto, y tanto Silva como Guardado se fueron. Quedó un partido sin tendencias, monolítico, unificado, bajo el mando de Shafick Handal. Y un tercer presidente de ARENA, un tal Francisco Flores Pérez, quien perfectamente hubiera podido ser derrotado por Héctor Silva a la cabeza de una izquierda plural, deliberante, abierta...
Tercer capítulo: 2004. Esta vez la disyuntiva entre abrirse para ganar o cerrar filas para consolidar no existe: Ningún candidato del FMLN –ni Shafick Handal, ni Oscar Ortiz, ni Mauricio Funes- tenía oportunidad real de ganar en 2004. Sin embargo, la historia sigue el padrón de los capítulos anteriores: Con Oscar Ortiz, el Frente hubiera por lo menos abierta la puerta para futuras oportunidades. Sin embargo, el partido -sobre todo su aparato dirigencial- optó por Shafick, por la pureza ideológica del partido. Ya parece estribillo: Perdieron las elecciones, pero ganaron la batalla final por el control, la coherencia ideológica, la pureza del partido. Llega Tony Saca a Casa Presidencial, con un caudal de votos sin precedentes, pero el FMLN logra depurar de sus filas los últimos disidentes.
Ahora, en septiembre del 2007, estamos al inicio del cuarto capítulo – y la historia se repite, sin mucha fantasía por parte de los guionistas. La oferta de Arturo Zablah de formar una gran alianza por el cambio se parece en mucho a la idea de quienes en el 1994 propusieron la candidatura de Abraham Rodríguez. Nuevamente alguien pone en el horizonte del FMLN la idea de ganar, pero no para tomar el poder, sino para facilitar una transición – y ser partícipe de ella.
No estoy diciendo que Arturo Zablah, encabezando una alianza como él la propone -incluyendo al FMLN, pero no dirigida por el FMLN-, podría ganar las elecciones del 2009. Pero por lo menos, sería pensable. En cambio, la otra opción del FMLN –la de siempre, la de cerrar filas y defender la cohesión ideológica del partido- no tiene la más mínima posibilidad de ganar. Para esta opción, el candidato ideal para el Frente es Mauricio Funes. Nadie espera de él ganar la presidencia, sino su papel será devolverle cohesión, entusiasmo, liderazgo, ilusión a las bases del FMLN. La decisión ya está tomada. Como siempre, el FMLN prefiere cerrar filas, en vez de formar parte de una alianza plural, abierta al debate. Saben que sólo así podrían aspirar a ganar, pero temen que el pluralismo, aunque lo adopten solamente como táctica en una alianza electoral, sea contagioso. Saben que sólo así podrían ganar las elecciones, pero temen que así corren peligro de perder todo lo que ganaron en las batallas de 1994 en adelante: el control del partido y la pureza ideológica.
¿Cómo dicen siempre? Quien no entiende su historia, está condenado a repetirla…