Publicado en MAS! y EL DIARIO DE HOY, martes 22 marzo 2022
Estimados colegas:
Escribí en mu última Columna Transversal titulada “Sobre héroes y ciudadanos valientes” que “No tengo uso para héroes. Lo que hay en Ucrania son ciudadanos ordinarios que hacen frente a los desafíos que les pone la historia.” Esto también es válido para los reporteros que nos informan con fotos, videos y relatos sobre la guerra. Son profesionales que ejercen su oficio con responsabilidad y valentía.
Escribo esta carta a los colegas reporteros en Ucrania, luego de leer el testimonio de Mstyslaw Chernov, reportero de la AP, sobre las semanas que él, junto con su colega Evgeniy Maloletka, fotógrafo de AP, quedaron en la ciudad portuaria de Mariupol, cuando ya todos los demás periodistas se habían ido, para documentar el asedio y los bombardeos de los rusos y la manera como los habitantes resistieron, sobrevivieron o murieron.
Reproduzco este reportaje extraordinario en mi blog Siguiente Página, para que mis lectores lo pueden ver con sus propios ojos. Agregué la traducción al español.
El reportaje comienza con estas palabras: “Mariupol, Ucrania (AP) — “Los rusos nos están cazando. Tienen una lista de nombres, incluido el nuestro, y se acercan...” Parece novela, pero es la triste realidad de Ucrania y del periodismo.
Me evoca recuerdos de los grandes reporteros que durante la guerra salvadoreña me introdujeron al oficio del periodismo de guerra: John Hoagland, fotógrafo que pagó su valentía con la vida en 1984, en la Calle Nueva a Suchitoto; Susan Meisalas, fotógrafa que fue herida por una mina en la calle entre Aguilares y Suchitoto; Harry Mattisson, otro fotógrafo extraordinario, mi mentor principal, quien tuvo que salir del país cuando le talonearon los escuadrones de la muerte; Epigmenio Ibarra, el camarógrafo-reportero-narrador orquesta mexicano, quien se metía a zonas de combate con guerrilleros y comandos de los batallones de contrainsurgencia. Solo menciono a los que conocí de cerca y que me adoptaron en esta hermandad de reporteros. Ninguno de ellos se comportó como héroe, hablaron muy poco de sus hazañas, sus relatos eran atenuantes. Tomaron los riesgos, no para sentirse superiores, sino por un sentido de responsabilidad profesional. “Alguien tiene que documentar lo que pasa, y es nuestro trabajo.”
Verse “cazado” por los comandos rusos en misión de erradicar a una ciudad ucraniana y su resistencia es cosa sería. Como era cosa seria verse casado en San Salvador por escuadroneros o la Policía de Hacienda, o en Morazán por los comandos del Batallón Arce. Recuerdo bien el razonamiento que uno se hacía en este momento: ¿Es mi deber seguir tomando fotos y contar relatos de los que está pasando, aunque me pone en peligro? Había que aprender a dejar ir una foto y desplegarse. Y había que aprender a superar el miedo y seguir trabajando. Algunos pagaron con su vida, otros tuvimos más suerte.
Aunque muchos han denunciado con cierta ligereza que todos los periodistas que murieron en la guerra en El Salvador fueron víctimas de asesinato, en muchos casos no fue así. Fueron víctimas de la guerra, víctimas de la mala suerte, víctimas de un descuido, víctimas de su sentido de responsabilidad, víctimas de su curiosidad, y a veces de su machismo.
No fueron mártires. Si digo que no tengo uso para héroes, menos para mártires. Admiro lo que los dos reporteros de AP han hecho en Mariupol. Sí es importante que alguien se quedó ahí, a pesar de los peligros, para que la barbaridad del ataque ruso a esta ciudad no quede oculta y el mundo pueda reaccionar. Que los dos reporteros de Mariupol sean periodistas nacionales, ciudadanos ucranianos, que se sienten no solo observadores, sino parte de la resistencia de toda una nación, le da una importancia especial a su trabajo.
Mi respeto y admiración para ellos y todos los demás, nacionales y extranjeros, que reportan desde Ucrania.
Saludos, Paolo Luers