jueves, 5 de mayo de 2011

Columna transversal: Espejito, espejito

Los gobernantes se miran en el espejo todos los días: Espejito espejito, ¿quién es el más popular en el país?

El espejito es la encuesta. Por esto mandan a hacer sondeos de la opinión pública a cada rato.

Así como la reina manda a hacer un espejo especial para verse más delgada (o más "hermosa", dependiendo del ideal de belleza vigente), los presidentes quieren ver reflejados en las encuestas su liderazgo, su eficiencia, su lucha contra la corrupción, su opción preferencial con los pobres --dependiendo de lo políticamente correcto del momento...).

A los días de haber recibido en San Salvador a Obama, a Funes le endulzan la dura vida de viajero frecuente con los resultados de la última encuesta. Y mire el milagro: El espejito refleja que el destacado visitante le dejó al anfitrión unos puntitos de popularidad.

Y Obama anunció un domingo la muerte de Osama, y el martes el New York Times publica el nuevo rating del presidente: "El apoyo a Obama ha aumentado significativamente luego de que fuerzas americanas mataran a Bin Laden. Cuenta ahora con una mayoría aprobando los resultados generales de su presidencia..."

Todo esto se entiende. Vanidades aparte, los gobernantes necesitan saber cuáles de sus acciones y posturas reciben rechazo en la población. De ahí que tomen las decisiones correctas --populares o impopulares-- es otra cosa.

Lo importante no es tanto hasta qué punto nuestros gobernantes se enredan en el jueguito de espejito espejito y se vuelven dependientes de la droga del rating. Lo importante es: ¿Entienden los ciudadanos el poder que les otorga esta alta dependencia que tienen los gobernantes de sus espejitos?

Por más informada la ciudadanía, por más crítica la opinión pública, más poder tiene el ciudadano para influenciar la política. Una de las armas del ciudadano es la encuesta. Cada rato nos preguntan si estamos de acuerdo con las políticas, cómo evaluamos en una escala de 0 a 10 a los funcionarios, qué pensamos del presidente, y por quién pensamos votar.

En El Salvador pasa algo realmente raro, casi inexplicable: En casi todas las encuestas salen mal evaluados los resultados de la gestión gubernamental, pero sale bien parado el principal responsable de esta gestión: el presidente. No es una declaración de amor a Mauricio Funes como persona, es más bien una exagerada confianza en el presidente como institución. Es el miedo de reconocer que estamos desprotegidos. Por esto los niños aman incluso al padre que los golpea, viola o abandona. Tony Saca se benefició igualmente de este fenómeno.

Entonces, en el espejito nos salen malos gobiernos conducidos por presidentes altamente populares. Algo está mal con este espejo.

Probablemente hay encuestas manipuladas, pero la mayoría son bien hechas. El problema principal no son las técnicas ni la honestidad de las encuestas. El problema reside en los ciudadanos, en la opinión pública. Reside en que la gente no tiene conciencia de que si no les dicen a los gobernantes que van mal, jamás van a cambiar sus políticas.

Aparte del voto cada dos años, el arma principal de la ciudadanía es la opinión pública. Si tuviéramos una opinión pública más crítica --en los medios de comunicación, en las redes sociales, en las universidades, en la calle, en los cafés-- las encuestas saldrían muy diferentes. Más críticas, más radicales, más sinceras. Y nuestros gobernantes se asustarían al desayunar con encuestas que les dicen peladamente lo que la gente piensa de ellos.

Si los medios, la opinión pública, y por consiguiente las encuestas se quitaran los guantes (o sea, este extraño beneficio de la duda a favor del presidente de turno), pronto se tomaría conciencia del poder que tiene una ciudadanía crítica. Más aún cuando los presidentes son mediáticos, como Mauricio Funes, y no tienen una sólida base social ni partido en el cual confiar.

Estamos ante el fenómeno de una población mayoritariamente descontenta (no sólo con el estado de las cosas, sino explícitamente con su gobierno y sus políticas), pero que se niega a perder la confianza en el presidente, en sus buenas intenciones, en "el cambio".

Me pregunto: ¿Y cuál es la responsabilidad que los medios, los informadores, los creadores de opinión tenemos en este dilema?

Hay un dicho bien feo: Cada pueblo tiene los gobernantes que merece. No me gusta. Tiene que decir: Cada pueblo tiene los gobernantes que tolera.

(El Diario de Hoy)