Capítulo 6: Paolo y Carmen (1981)
Todavía andan buscando al tal Paolo. Igual que a Hernán Vera. Ya no es noticia principal, pero no se han olvidado de la ‘célula de los seudoperiodistas’ del ERP. Pero como no pasa nada y nadie pregunta por mí, ya no me preocupo. A menos de un mes de estar en el país, yo asumo esta actitud tan típica de los salvadoreños de no afligirse de las cosas antes de tiempo, sobre todo cuando lo que va a pasar no está bajo el control de uno. Ya tengo arreglado mi viaje para Managua, pero no para evadir algún peligro, sino para sentarme con los compas y rehacer el plan de mi misión. Ya no estoy viviendo en el Camino Real, sino en la pensión La Pradera, a una cuadra de ‘la embajada’, como llaman aquí a la sede de los gringos. Convivo con Renato y Ana María, y aunque no me gusta su visión sectaria del mundo, por lo menos hay con quienes se puede hablar —y un poco bajar la guardia. Las respectivas militancias nunca se tematizan, pero siempre están presentes. Uno sabe muchas cosas, el otro sabe que uno sabe, y esto es la base de la relación.
He invitado a ambos a desayunar en el Camino Real, también están Harry Mattison, John Hoagland y otros colegas. Estamos hablando de Hernán. Uno de los periodistas, Marcelo, pregunta: “¿Y dónde estará este tipo?” Mattison, quien perfectamente sabe que Hernán está en La Guacamaya en Morazán con la Venceremos, dice: “Seguramente ya salió del país, igual que Paolo…”
Precisamente en este momento, John Hoagland baja su taza de café y fija su mirada en la entrada del restaurante. Todos le seguimos la mirada. Parado en la entrada está un hombre alto, narizón, con varias cámaras colgadas y un maletín. “Fuck!”, dice Mattison, “Paolo Bosio…”
Bosio nos ve y llega a la mesa. “Huevones, sentados en el Hotel, hay que tomar fotos, caballeros.”
“¿Qué putas estás haciendo aquí? Estás loco, cabrón, ¿no sabes que te están buscando?”
“Algo me dijeron, ¿pero cómo me van a buscar a mí, si yo estuve en Managua durante todo este desmadre. Me perdí toda la acción, pero ahora ya estoy aquí. Tengo mucho que hacer. ¿Adónde está la acción hoy en día?”
Los colegas le explican todo lo que ha pasado: la captura de Nelson Arrieta, la noticia de la ‘célula venezolana’, la aparición de su nombre. “Tienes que salir ya del país, te van a fregar,” dice el chele Marcelo, un camarógrafo italiano.
“No voy a irme sin antes encontrar a Carmen. Marcelo, ¿adónde está Carmen, la has visto?” Resulta que Carmen es su novia, salvadoreña, activista de las Ligas Populares. Ya me la habían mencionado, siempre con este estupor que las mujeres bellas causan en los hombres.
Yo, en todo esto, no sólo me quedo callado, sino que trato de hacerme invisible en mi silla.
Marcelo le dice que nadie sabe nada de Carmen. Nadie la ha visto luego del 10 de enero. “Seguramente se fue a su casa en Ahuachapán, esperando que la situación se calme.” Y le cuentan a Paolo Bosio de la ola de asesinatos de estudiantes, sindicalistas y activistas que se desató luego de la ofensiva. “Tal vez se fue con los compas. Muchos se han ido al monte...”
Bosio insiste que va a ir a Ahuachapán para buscar a Carmen. Marcelo y los demás insisten que esto es un suicidio. Yo callado. Al fin Marcelo dice: “Vos te vas ahora mismo a la embajada italiana, para que te saquen del país. Yo me hago cargo de buscar a Carmen.”
Al fin, Bosio acepta. Casi llora. Va con Marcelo a la embajada. Entre todos me explican que esto de Carmen y Paolo es una opereta italiana, de amor y pleito. Pero amor italiano. Me siento una mierda.
Una semana después estoy en Managua. Antes de este viaje, la situación se puso tensa: el COPREFA y los medios hablan de qué el tal Paolo tal vez no sea italiano, sino alemán. Yo soy el único periodista alemán en El Salvador, aparte de Ana María. Decido mejor adelantar mi viaje a Managua. Aprovecho la caravana de periodistas al aeropuerto para despedir a Olivier Rebbot, fotógrafo francés herido en fuego cruzado en San Francisco Gotera, la cabecera de Morazán, donde acompañaba a una patrulla militar. Entre los periodistas, este caso provocó una gran discusión: unos denunciando al ejército, otros tomando el caso como punto de reflexión sobre los riesgos que toman los fotógrafos al exponerse a situaciones difusas de combate y fuego cruzado.
Harry Mattison, muy amigo de Oliver, le acompaña a Miami. Yo entro al aeropuerto y paso migración con esta comitiva, y nadie se fija en mí. Agarro el avión a Managua.
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Harry Mattison auxiliando a su colega Oliver Rebot, herido en San Francisco Gotera, Morazán (15 de enero 1981)
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Fotos: Benoit Gysembergh |
En el COMIN, en el kilómetro 13 ½ de la Carretera Sur de Managua, todos los compas me bombardean con preguntas sobre la ofensiva y la situación en San Salvador. Me doy cuenta que esperan cuentos de heroísmo y victorias. Les cuento lo que yo logré ver, y no les gusta. Hablo de la ola de represión, de los asesinatos, y de la sensación de derrota que percibí en San Salvador.
El día siguiente la comandancia me llama a una reunión. Una especie de debriefing. No está Luisa, sino otra mujer que me hace un interrogatorio, en el cual comienzo a sentirme incómodo y casi culpable. Repito varias veces lo que pasó en la noche del 10 de enero, lo poco que sé desde mi perspectiva de encerrado en la casa de Melitón.
“¿Por qué Yderín se fue a la casa de Clelia?”
“No tengo idea, acababa de llegar, no entendí nada.”
“¿Crees que Yderín los llevó a la casa de Clelia, y que le siguieron?”
“No tengo la más mínima idea. A mí nadie me explicó nada.”
“¿Cómo se movilizó Yderín esa noche? ¿Usó el carro?”
“No, el carro estaba guardado en la cochera de la casa. Lo sacamos el día siguiente para ir a Santa Rosa de Lima.”
“¿Fue en taxi?”
“No sé.” Y así, repitiendo las preguntas, como si quisieran confundirme. Pero es difícil confundir a alguien que no sabe nada.
“Hablemos del viaje a Santa Rosa. ¿Quién lo autorizó?”
“Nadie. No teníamos contacto. Y tuvimos que salir, porque era lógico que le iban a caer a la casa. De hecho, cayeron ese mismo día.”
“¿Pero quién tomó las decisiones?”
“Lo decidimos nosotros, o más bien Gustavo y Hernán.” ¿Qué iba a opinar yo, que había llegado ese día?
En algún momento voy a la ofensiva: “¿Cómo se les ocurre mandarme a mí a este desmadre, sin la mínima instrucción, sin mecanismos de contacto, así a la loca? Si trabajan así, no me extraña que nos hicieran mierda en esa ofensiva...”
Silencio. Como si hubiera dejado ir un pedo en misa.
Sigue el debriefing. Mi visita al Alameda. La salida de Gustavo. Raúl Beltrán. Harry Mattison. La Pradera. Los compas de las FPL. ¿Quién sabe de mi vinculación con el ERP? ¿Cuál es mi relación con Paolo Bosio? Los compas en las minas de San Sebastián. La casa de los familiares de Gustavo en San Miguel.
Salgo de este interrogatorio deprimido, confundido, enojado, humillado. ¿No será mejor suspender esta locura y dedicarme a reportear, sin amarre con nadie, independiente? ¿O incluso regresar a Alemania? ¿Y quién es esta mujer que me interrogó, qué se cree?
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Mariana
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Me salva Luisa. Al fin aparece. Otra larga plática, pero ella no me interroga, me escucha. Incluso las dudas y los reclamos. Me explica que el rol de Mariana, como jefa de inteligencia del ERP, es este: desconfiar, investigar, buscar fallas. Con Luisa también discuto el hecho de que todo el mundo aquí tiene otra percepción de la situación en San Salvador. Me da la razón, pero también me dice que difícilmente veo el conjunto, el big picture. Me da un informe de todo lo que pasó en enero, en todo el país —no sé qué tan completo y objetivo, pero exhaustivo. Me habla de la radio, del reagrupamiento, de Jonás, de Guazapa, de Usulután, de Morazán. “Okay, Luisa, mándame a Morazán.” Se ríe: “Paciencia, niño, todo en su momento. Primero vamos a analizar cómo es tu situación en San Salvador, si estás quemado o no. Mariana está trabajando en eso. Si no estás en peligro, prefiero que antes de ir a Morazán sigás un tiempo más en la capital. Es muy valioso tu trabajo allí.”
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Luisa, la jefa de Radio Venceremos |
Encuentro a Paolo Bosio en la casa de Leo Gabriel, un periodista austríaco, que reside en Managua. La primera pregunta que me hace Bosio es: “¿Sabés algo de Carmen?”
“No, Paolo. Nadie sabe nada. Marcelo fue a Ahuachapán y nadie le dice nada…”
El hombre está inconsolable. Amenaza con ir otra vez a El Salvador y buscarla. Me cuenta cómo la conoció: en una manifestación de las Ligas que cubrió. “La mujer más bella que he visto en la vida.” Se hicieron novios. Paolo trató de sacarla del país, le ofreció matrimonio, con tal que viva con él en Managua. Carmen dijo que no: la familia, los compañeros, la lucha, el sindicato, las Ligas…
“Mamma mia, ¿y quién es este maldito Paolo que andan buscando en El Salvador? ¿Quién putas asumió mi nombre? Y ahora no puedo ir a buscar a Carmen…”
“Fui yo, Paolo. Yo soy el Paolo que buscan.”
No pude resistir: Tuve que decirle la verdad a este hombre de corazón roto. Rompo todas las reglas de compartimentación y le cuento todo. Le explico que no tenía idea que existía otro Paolo. Le digo: “Vos me salvaste, sin querer. Si no fuera por el hecho que existís, seguramente me hubieran descubierto y arrestado…”
Salgo de este encuentro, que luego de mi confesión termina en un mar de Flor de Caña y lágrimas, con el compromiso de hacerme cargo de encontrar a Carmen y llevarla a Managua, cueste lo que cueste. Es mi penitencia para merecer el perdón de Paolo Bosio. Ya me dio el perdón, pero todavía siento que tengo que ganármelo.
Lo único que tengo es un papelito con el nombre de una amiga de Carmen. Trabaja en el mercado de Santa Ana.
Me vuelve a citar Mariana. Esta vez sonriente, me dice: “Buenas noticias. No tenés problema en San Salvador. No estás quemado. Ellos se dieron cuenta que Paolo Bosio entró al país y salió el día siguiente. Ahora están convencidos de que es él a quien están buscando. Puedes regresar a San Salvador y seguir trabajando.”
“¿Y no iba a entrar a Morazán?”
“Lo discutí con Luisa. Ella tomó la decisión. Te estamos preparando los contactos, ella te va a dar las instrucciones. Suerte.”
“Una pregunta, Mariana: ¿Cómo sabés que no tengo líos en San Salvador? ¿Cómo puedes saber?”
“Es mi trabajo saberlo. Y a veces, hacemos bien nuestro trabajo. De paso sea dicho: Todos los reclamos que me hiciste en la primera entrevista… tuviste razón. Pero estamos aprendiendo.”
Luisa me explica que necesitan que me quede en San Salvador. Quieren que trabaje con los corresponsales, que siga mandando informes diarios vía Frankfurt, tanto periodísticos como políticos. Que ellos me van a organizar una entrada a Morazán, pero no para quedarme, sino para sacar fotos y reportajes, regresar a San Salvador y publicarlos.
Ahora recibo alguna instrucción sobre cómo preparar reuniones clandestinas y cómo usar frases claves. Me explican que a las citas hay que llegar a la hora acordada en punto, nunca antes, tampoco tarde. Que no me toca a mí llegar antes para ver si el lugar está limpio, sino que otros se harán cargo. Si llego al lugar y siento que me están observando, simplemente hay que seguir caminando. Que para cada cita hay una de reposición, mismo lugar, día siguiente, pero una hora más tarde.
Me dan dos contactos donde puedo dejar recados, pero el Hotel Alameda ya no está incluido. Ya con esto, y con nuevos sellos en mi pasaporte, nuevamente de Costa Rica, puedo regresar a San Salvador. No le cuento a nadie lo de la ‘misión Carmen’, porque sé que me la vetarían.
Antes de salir de Managua paso un par de días en casa de Walter Schütz, el representante de ‘Medico International’ en Centroamérica. Cómplice en docenas de conspiraciones, Walter es un aliado leal, pero cuando tiene críticas a los sandinistas o al ERP, nunca las esconde. Consigue medicinas, equipos de cirugía, y un montón de otras cosas urgentes, y ayuda incluso a meterlos a Honduras para que de ahí lo recojan los compas y los lleven a Morazán.
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Walter Schütz, Representante de Medico International en Managua |
En la casa de Walter, siempre abierta para visitas, están hospedadas dos chicas de Frankfurt, colaboradoras de algún Comité de Solidaridad con algún proyecto en Nicaragua. Me conocen de nombre, de la campaña Armas para El Salvador, ahora se enteran que me fui para San Salvador. Una de ellas me gusta, bastante. Sobre todo su risa siempre lista para dispararse, su manera de escuchar, de preguntar, o cuando es necesario, dejar de preguntar. También su figura de deportista.
Decidimos enamorarnos por dos días, que son los que me quedan en Managua. Ambos sabemos, sin mencionarlo, que no nos volveremos a ver. Yo no quiero estar solo, y ella, creo, adivina esto. Pasamos 2 días enteros en la cama, solo salimos para comer. En largas noches solitarias en San Salvador y luego en Morazán, soñaré con sus senos increíblemente firmes.
Mi primer viaje a Santa Ana. Voy con Marcelo. Llegamos al mercado, preguntamos por el nombre de la amiga de Carmen. Nadie sabe nada, o nadie quiere decir nada. Difícil de saber. Cuando ya queremos salir, nos alcanza un niño y nos lleva a una venta de frutas. Ahí está la amiga. Le contamos que venimos de parte de Paolo, que él está en Managua, que no puede llegar al país, que Paolo nos pidió contactar a Carmen. “¿Usted nos puede poner en contacto?”
“Ya escuché que a Paolo lo andan buscando. Por eso Carmen tuvo que desaparecer. ¿Pero cómo saber que ustedes están diciendo la verdad?” No sé cómo la convencimos. Le contamos la historia de amor, y parece que como amiga de Carmen, la historia le convenció. Salimos del mercado con un croquis para encontrar a la tía de Carmen en el mercado de Ahuachapán. “Pero no vayan hoy. Vayan hasta mañana, yo le tengo que avisar a la tía…”
Regresamos a San Salvador. Marcelo tiene un compromiso el día siguiente, me va a tocar ir solo a Ahuachapán.
No encuentro el lugar. No me sirve el croquis. Tengo que preguntar. La misma historia que en Santa Ana: Nadie quiere hablar. Un chele en el mercado de Ahuachapán llama la atención. Todo el mundo se cuida. Decido sentarme en un comedor y esperar que la tía, que ya tiene que saber que la ando buscando, me contacte. Así pasa: Esta vez es una niña que me recoge y me lleva a un lugar enfrente del mercado. Entramos a una sala oscura, llena de verduras, frutas y cereales. En el fondo hay una pared hecha de estantes y cortinas de plástico.
La tía me hace contar todo nuevamente. Sobre todo de Managua, lo que dijo Paolo Bosio, como lo dijo. Me metió en toda una discusión sobre Bosio, si era un hombre serio o un mentiroso, si sus sentimientos por Carmen eran auténticos o si era un Casanova.
Contesto todo y al final concluyo: “Mire señora, este hombre está locamente enamorado, dice que sin Carmen no puede vivir.”
“¿Y a qué viene usted? ¿Qué quiere?”
“Llevar a Carmen a Managua. Que se encuentren y ahí decidan qué quieren hacer de su vida.”
“¿Pero qué hay para usted en todo esto?”
“Usted puede pensar que es una trampa para entregar a Carmen. Así que para que me crea, le voy a contar la historia, para que entienda porqué se lo debo a Paolo.”
Y por segunda vez rompo todas las reglas y cuento la historia a una señora que acabo de conocer. Por segunda vez pongo algo sentimental encima de la compartimentación. Si sigo así, no voy a llegar muy lejos…
Cuando casi termino mi historia, y estoy en el encuentro con Paolo en Managua, y su tristeza, se abre la cortina al fondo de la sala, y aparece la mujer más bella que he visto en El Salvador. Hoy sí entiendo a Bosio. Carmen tiene el pelo negro, largo, que parece seda. Piel morena, ojos negros, y los movimientos de una bailarina. Por una mujer con esta cara, y con esta manera de caminar, y con esta manera de sonreír al mismo tiempo de llorar… yo también iría adonde asustan.
“Está bien, tía. Déjame hablar con él”. La tía se va. “¿Entonces, vos sos el pinche Paolo que buscan los cuilios? ¿Y a vos te manda Paolo para buscarme?”.
“Carmen, yo soy el único que tenía una fuerte razón de buscarte. Y a mí no me buscan. Buscan a Paolo Bosio, es por esto que él no pudo venir”.
“¿Y realmente quiere que yo vaya a Managua? ¿Qué putas voy a hacer yo en Nicaragua, cocinarle, planchar-le…?”.
“Carmen, este hombre te ama. Yo también, de paso sea dicho. Yo te llevo a Managua, y si este hijueputa te trata mal, lo mato y me caso contigo”. Intento quitar la tensión con bromas.
Se seca las lágrimas, se ríe y me dice: “Okay, de acuerdo. Pero yo no tengo pasaporte…”.
“Carmen, me tenés que confiar. Yo sé que no debería preguntarte estas cosas, pero si vos querés que te ayude a salir, necesito tu ayuda. ¿Dicen que sos de las Ligas? Me tenés que decir quiénes son tus contactos. Yo les voy a pedir que te consigan papeles.”
Dos semanas después, Carmen está en Managua, en los brazos de Paolo Bosio.
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No tengo fotos de Paolo Bosio. Pongo esta, tomada por él en San Salvador en 1980. Paolo y Carmen se separaron años después. Paolo Bosio murió en Managua. |
En la siguiente entrega, sábado 9 de noviembre:
Capítulo 7: Escuadroneros (1981)