viernes, 19 de junio de 2009

La paradoja de la socialdemocracia

Resulta una llamativa paradoja, como señalaba Antonio Estella el pasado día 9, que, en un momento en el que las ideas neoliberales se encuentran ante un fuerte descrédito, las elecciones europeas se hayan traducido para los socialdemócratas en un notable retroceso de casi seis puntos respecto a 2004, mientras que el Partido Popular Europeo ha cedido menos de un punto. Parece que esto exige una explicación, y que achacar el retroceso al crecimiento de la abstención no es suficiente, ya que no nos permite saber por qué la abstención ha perjudicado sobre todo a la izquierda.

La primera cuestión, al menos en lo que se refiere a estas elecciones, es que la quiebra de las ideas neoliberales no se ha producido en Europa, a diferencia de Estados Unidos, junto con unas elecciones históricas, y así lo que ha sucedido es que los gobiernos conservadores han cambiado de política sin asumir los costes de sus anteriores planteamientos. A Sarkozy, por ejemplo, no se le puede presentar como un representante del supuestamente desacreditado neoliberalismo, pese a que en su momento sus proclamas para adelgazar el Estado y aumentar la productividad fueran por ahí. El Gobierno (conservador) francés ha puesto en marcha un paquete de estímulo, basado en las obras públicas y en las ayudas a los sectores con problemas, tanto en el sistema financiero como en la industria, sin temor al crecimiento del déficit. Además, el presidente Sarkozy aparece ante la opinión pública, por su actuación durante el semestre de presidencia francesa de la UE, como el adalid de la respuesta europea a la crisis. Dicho de otra forma, la derecha francesa no ha mantenido la agenda neoliberal, sino que ha hecho suya la respuesta socialdemócrata a la crisis, mientras los socialistas de ese país no lograban articular un discurso propio alternativo.

Enfrentados a una crisis clásica, los gobernantes conservadores se han olvidado de la ideología (más o menos neoliberal) y han adoptado políticas bastante pragmáticas de intervención en la economía y de estímulo de la demanda. Hemos vuelto a ser todos keynesianos -excepto el PP de Mariano Rajoy y, quizás, el Partido Democrático de Albania-, aunque nadie haya abjurado públicamente de sus antiguas creencias. A juzgar por las políticas que se están aplicando, no es fácil hablar de crisis de las ideas socialdemócratas: más bien parece que la derecha se las ha apropiado.

Sin embargo, las elecciones europeas se deciden en el terreno nacional, y por tanto en los resultados han sido decisivos los ciclos políticos nacionales. En los malos resultados obtenidos por la socialdemocracia europea han tenido un peso importante los retrocesos del laborismo británico y del socialismo francés que se explican, sobre todo, en clave de política nacional. El PS francés no ha logrado resolver sus divisiones internas y presentar cara al hiperactivo presidente Sarkozy, y el laborismo atraviesa su propio viacrucis, acelerado por el escándalo de los gastos de los diputados, pero consecuencia del malestar ante la crisis y de que ya hace 12 años que es el partido de gobierno.

¿Se puede hablar de una crisis de la socialdemocracia como tal? Si aceptamos que cada país tiene su propia historia y su peculiar ciclo político, resulta muy arriesgado afirmarlo, aunque la socialdemocracia haya tenido malos resultados en las elecciones europeas. Curiosamente, es en Estados Unidos donde podría decirse que se da en estos momentos el principal ejemplo de vigencia de las ideas socialdemócratas, hasta el extremo de que algunos orates conservadores acusan al presidente Obama de ser un socialista que busca destruir el capitalismo.

Si en Estados Unidos hay una nueva mayoría a favor de la intervención del Estado y de las políticas sociales necesarias para garantizar la cohesión social -incluyendo la asistencia sanitaria universal- es porque allí se han hecho manifiestos los límites del modelo neoliberal de una forma mucho más clara que en Europa. Aquí, pese a la alarma sembrada sobre crisis y retroceso del Estado de bienestar, las políticas sociales no han retrocedido significativamente: en un sentido fundamental se ha mantenido el consenso sobre el modelo de sociedad creado en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Cuando se habla de crisis de la socialdemocracia europea se plantean dos cuestiones. Una se refiere a los cambios sociológicos de los últimos 30 años, que habrían erosionado las bases sociales de apoyo a las políticas socialdemócratas, lo que se ha llamado a veces la coalición keynesiana. La otra cuestión se refiere a cambios culturales, comenzando por un fuerte individualismo alejado de los planteamientos corporativos de la socialdemocracia clásica, y culminando con una visión competitiva y consumista de la existencia social, muy lejos de la ética del trabajo y de la solidaridad.

Sobre los cambios sociológicos, sin embargo, se han invertido los términos respecto a los planteamientos de hace 20 años. Entonces se decía que el aumento del peso de las clases medias en la sociedad -frente a la clase obrera industrial- había dejado anticuados los fines y los medios de la socialdemocracia. Ahora, en cambio, se nos dice que el problema es que la clase media se ha polarizado entre una clase media clásica -de la que forma parte la hoy acomodada generación del 68- y una nueva clase de mileuristas sin posibilidades de repetir el ascenso social de la generación anterior, y muy próxima en términos de salario y falta de oportunidades a los outsiders del sistema, y que no tiene razones para confiar en las políticas de la socialdemocracia.

Curiosamente estos dos enfoques contradictorios describen hechos reales. La nueva clase media de los años 80 se alejó de la socialdemocracia clásica en términos de valores -liberalismo social, igualdad de género y respeto al medio ambiente- y también de intereses: renuencia a pagar impuestos altos y apuesta por el acceso a través del mercado a lo que antes eran servicios públicos, supuestamente deteriorados por su masificación. Pero el nuevo modelo de crecimiento ha provocado esa polarización de la clase media y ha creado la escisión dentro de ella entre acomodados y mileuristas.

Volviendo a EE UU, la capacidad de la campaña de Obama para movilizar a los jóvenes sugiere que sí se puede contar con los mileuristas para impulsar un proyecto de corte socialdemócrata. (Krugman señalaba recientemente que el hecho de que la ultraderecha republicana acuse a Obama de "socialista" indica que ya no confía en descalificarlo describiéndolo como un "liberal" en el sentido estadounidense -socialdemócrata-, porque ese término ya no tiene la fuerza denigratoria que había adquirido desde Reagan).

La cuestión es saber qué políticas puede proponer la socialdemocracia europea para reconstruir su coalición social de apoyo. De nuevo, el paralelismo con EE UU es revelador: las políticas impulsadas por Obama no son distintas a las que en su momento impulsó Zapatero, pese al empeño de la derecha -y de algunos socialistas del antiguo testamento- por negar tales similitudes. Se trata de combinar los derechos sociales con una nueva visión de los derechos individuales, por un lado, y de recuperar el papel del Estado como inversor, para impulsar un nuevo modelo de crecimiento, y como regulador de los mercados.

El problema real no son las políticas, sino la construcción de liderazgos creíbles y de peso en el escenario europeo: la socialdemocracia europea, en su mayor parte, tiene pendiente un relevo generacional. Pero, además, hay que contar con la complejidad institucional de la UE. El intento de llegar a un consenso mínimo en política migratoria condujo a la aprobación de la Directiva de Retorno, el intento de evitar quiebras en un momento delicado por la aprobación pendiente del Tratado de Lisboa está llevando a varios gobiernos socialistas a apoyar la continuidad de Durão Barroso al frente de la Comisión.

Sin entrar a valorar estas decisiones, es evidente que desdibujan la identidad ideológica de la socialdemocracia en la UE. Y sin un liderazgo creíble y un perfil ideológico claro, no sirve de mucho que los tiempos, a consecuencia de la crisis, sean favorables a las ideas de la socialdemocracia.


(El País, Madrid; el autor es uno de los principales intelectuales de la izquierda española)