"Nueve días en bartolina es un curso intensivo para entender la triste realidad y ver el lado oscuro del país. Así, cualquiera sale curado de la inocencia, que tal vez le hizo tragarse los cuentos de propaganda que se manejan en la diáspora."
El audio en la voz del autor: Ley-seca.mp3
Publicado en MAS! y EL DIARIO DE HOY, JUEVES 9 enero 2025
Amigo:
Ya todos conocemos lo que te pasó a vos, Mariano Fernando Herrera Duarte. Siendo salvadoreño con pasaporte de Estados Unidos, no te dejaste cuando te detuvieron y te zamparon en una bartolina, supuestamente por violar la Ley Seca de cero alcohol al volante. No te dejaste al momento de la detención y del alcotest. Te negaste a firmar el acta que levantaron. Hablaste a tu consulado. Protestaste, porque para ustedes no vale este juramento que Nayib Bukele les tomó a sus súbditos de tragarse las medicinas amargas y nunca quejarse. Esta actitud rebelde les cayó mal a los agentes del la PNC y del VMT, así que te llevaron preso, aunque no tenían ninguna prueba que habías tomado alcohol.
La versión de ellos es que te negaste a soplar. Si fuera así, te hubieran tenido que llevar que te hagan la prueba de sangre. Nunca lo hicieron. Tu dices que soplaste tres veces y siempre marcó cero. En ambos casos resulta que no tenían ninguna prueba. Por tanto, tu detención fue ilegal.
No te dejaste, cuando a los 9 días te presentaron al juzgado (aplicándote las reglas del régimen de excepción, porque si no, te hubieron tenido que presentar a las 72 horas máximo). Diste declaraciones a quienes te pusieran un micrófono y una cámara, acusaste a los agentes de arbitrarios, denunciaste las condiciones en la bartolina, e hiciste un llamado a la gente en Estados Unidos, gringos como salvadoreños, de no viajar a un país donde los tratan mal y valen madres las leyes. De repente fuiste el hombre más conocido en el país y en las redes sociales.
Si te hubieras ahuevado y callado, no te habrían liberado. Hubieras ido al bote, pasaporte gringo o no. Y no sólo para 9 días.
La lección de esta historia: No hay que ahuevarse. No hay que callarse. No hay dejarse intimidar. No hay que aguantar injusticias. Los tímidos terminan en el bote. Los valientes y aventados también pueden terminar en Mariona, pero algunos logran defender su libertad. Y su dignidad.
No sé qué pensaste de la situación en El Salvador antes de tu viaje. Me imagino que viniste a pasar las vacaciones en tu país, porque querías ver qué ondas, Querías ver con tus propios ojos si es cierto lo que te han afamado del ‘país más seguro’, o si tienen razón los otros que dicen que está paloma, que la gente vive con miedo de que los enchuchen. Bueno, te costó un solo día para darte cuenta que esto de la seguridad es una cosa de dos filos: Ya no te joden los pandilleros, pero ahora hay que tener miedo a los policías, los fiscales y los jueces – a menos que uno tenga buena suerte en la mala suerte, como vos, y se topa con una jueza decente, que no hace caso a los cuentos de los policías y fiscales.
Nueve días en bartolina es un curso intensivo para entender la triste realidad y ver el lado oscuro del país. Así, cualquiera sale curado de la inocencia, que tal vez le hizo tragarse los cuentos de propaganda que se manejan en la diáspora.
Que bueno que, encachimbado como saliste de esta travesía, vas a hablar también en voz alta en Estados Unidos, con los medios, con congresistas - y sobre todo con la comunidad salvadoreña.
Algunos aquí -y seguramente también en Estados Unidos- dicen que seguramente te habías echado tus tragos. La cosa es que nadie te lo ha podido comprobar. Para que aquí en El Salvador una jueza te deje libre y absuelto, tiene que haber habido un trabajo de la policía y la fiscalía hecho con la patas.
Algunos asumen que todos los que vienen del Norte son patanes, y vienen sólo para chupar y hacer desmadres. Hay que decir algo: Si en tu caso fuera cierto y te tomaste alguna cerveza con tu cena de bienvenida, ¿cuál es el pinche problema?
De todos modos es una aberración que por una cerveza te quieren meter al bote, aunque sea por 9 días. Nadie merece esto. Además, la tal Ley Seca todavía no estaba vigente el 28 de diciembre, cuando te detuvieron, apenas este día se publicó en el Diario Oficial.
Habrán muchos casos como el tuyo, muchísimos, y ojala que siempre haya alguna gente que no se deje.
Salud,
Siempre cuando estoy en Cuba, aprovecho para ir a Alamar y quedarme unos días con las bichas. También esta vez, luego de salir de Ciudad Sandino. Tengo más de 2 años de no ver a Kharis, María y Charito —y estando en el monte pensé mucho en estas niñas de la guerra exiliadas en Cuba. Me preguntaba si estaban bien o si los traumas de la guerra las seguían persiguiendo. Sentía un vínculo con ellas, lo más cercano a una familia en este tiempo de guerra. Kharis y María habían perdido a su padre en 1983, lo asesinó la Policía Nacional de una forma atroz, a golpes y tortura. Dijeron que se suicidó, pero nadie les creyó. También había caído presa Carla, su mamá, y las dos niñas y su hermano Nelson terminaron en un hogar para hijos de mujeres presas en Ilopango. Hubo todo un trabajo persistente, de mucha gente, para sacarlos de este hogar. Los acogieron en casa de sus abuelos paternos. Cuando Carla salió libre en un canje de prisioneros, se fue a Cuba y al rato sus hijos se unieron con ella. Les dieron un apartamento en el complejo de Alamar, frente al mar, donde vivían docenas de familias de exiliados latinoamericanos.
Yo conocí a esta familia en diciembre del 1984, cuando fui al Festival de Cine de La Habana. Fui a Alamar para ver cómo estaba Charito, otra hija de la guerra, que había conocido en Managua, donde llegó luego de que su madre Gina, brigadista de salud de la guerrilla, muriera durante la ofensiva de enero 1981. Su madre había hecho jurar a sus compañeros que, en caso de que algo le pasara a ella, ellos iban a hacerse cargo de su hija de 2 años. No quería que sus padres la criaran, y tampoco su padre, del cual estaba separada por diferencias políticas. Los compas lo tomaron muy en serio, y al terminar la ofensiva secuestraron a la niña y la llevaron a Managua. Ahí la conocí, en una casa de seguridad del ERP: un angelito que todo el mundo adoraba, pero nadie tuvo idea de qué hacer con ella. Toda la gente del ERP en Managua estaba de paso, nadie sabía cuál iba a ser su futuro. El angelito no cabía en este mundo. Decidieron mandarla a Cuba, viajando junto con una pareja de señores ya de edad, que todo el mundo llamaba los Tíos Inter —y que tampoco tenían cabida en ese mundo de incertidumbre de la Managua de los salvadoreños de paso.
En aquel viaje de 1984, encontré a Charito en Alamar, en el apartamento de los Tíos Inter, pero era evidente que no estaba feliz la niña, ni tampoco los tíos. Me dolió verla tan triste. Ya tenía 4 años, y me contó que preferiría vivir con sus amigas, las hijas de Carla, que vivían en otro apartamento cercano. Así conocí a Carla, Kharis, María y Nelson. Sabía de su historia, incluso había conocido a sus abuelos, los padres de su papá asesinado, y les había hecho algunos contactos para que les ayudaran a sacar a los tres niños del país. Les planteé la petición de Charito, y las bichas inmediatamente dijeron que sí, querían adoptar a Charito. Carla estaba de acuerdo, y así se hizo.
Desde entonces, de alguna manera me sentí responsable de las tres niñas, mis bichas en Cuba. Cada vez que llegaba a la isla, les llevaba regalos, las visitaba, pasamos horas con juegos de mesa o de naipes. Luego me fui para Morazán, por dos años, y no hubo forma de saber de ellas. Y ahora, en 1986, voy para Alamar para verlas...
Alamar, el Este de La Havana, donde en los años 80 vivían muchas familias de combatientes salvadoreños y de otros movimientos insurgentes de América Latina |
Las encuentro grandes. Ya tienen entre 8 y 12 años. A esa edad las niñas cambian mucho. Pero por otra parte son las mismas: Me saludan con el mismo cariño, me cuentan todo lo que ha pasado en sus vidas: de la escuela, de sus amigos, de su mamá... Kharis, siempre muy expresiva, muy emocional. María, reservada, manteniendo su distancia. Charito, cariñosa. Les traigo una caja con diferentes juegos de mesa, y tenemos que probarlos todos. Tengo tanto tiempo de no escuchar tantas risas y recibir tanto cariño. Hasta ahora me doy cuenta cuánto esto me ha hecho falta en todos esos años.
Salí de Morazán con un dolor feo de muela. Creo que necesito que me saquen dos. Pero no estoy seguro si lo quiero hacer en Cuba. Mientras tanto, sufro. Kharis se da cuenta y me dice: “Tenés que ir al dentista, ya.” Le digo que tal vez mejor lo haga en México. Y me dice: “¿Cómo es posible que no tenés miedo a la guerra, pero sí al dentista? No puede ser. Yo te llevo mañana a una doctora que es muy buena. Aquí mismo en Alamar.”
No tengo cómo zafarme. Caminando por la playa al consultorio dental, Kharis me agarra de la mano y me dice: “No tengás miedo, Paolito. Yo voy a estar contigo. Yo te cuido.” Resulta que la dentista cubana no es muy sofisticada, ni sus instrumentos tampoco. Sacarme las dos muelas resulta una carnicería. Una se quiebra y le cuesta agarrar el resto con sus tenazas que me parecen más bien de mecánico. Kharis está a la par mía, dándome ánimo. Se pone pálida, pero no suelta mi mano. Hasta que se desmaya.
Saliendo del matadero, agarramos camino a la casa, otra vez por la playa. Estoy medio mareado. Nos sentamos en una lanchita volteada que yace en la arena. Y comienza una de las pláticas más extraordinarias que he tenido en mi vida. Una de esas que te cambian la vida. Kharis nunca, con nadie, ni siquiera con su madre, ha podido hablar de lo que pasó el día de la captura de su mamá y luego de su papá. Carla dice que hay una barrera que no le permite a la niña hablar de esto. Está preocupada que su hija tiene un trauma que le va a afectar toda la vida si no lo puede procesar.
La playa de Alamar |
Sentada encima de la lancha volteada, en esta playa cubana, Kharis comienza a contarme toda la historia. Sin introducción. Sin rodeo. Comienza a contar y no para.
En el 1983, su papá Nelson fue con ella al Centro Comercial Metrosur. Tenían una cita con Sonia Aguiñada, en la guerrilla conocida como Galia, para los niños ‘la tía’. Era miembro de la dirigencia del ERP, y la familia de Carla, su esposo Nelson y los tres hijos le servían como base de apoyo en San Salvador. Iban a llevar a Galia a esta casa de seguridad, en los Planes de Renderos. Al parquearse el carro en Metrosur, Kharis vio que dos vehículos se les pusieron al lado, uno de ellos un microbús. Vio un montón de hombres armados bajarse. Rodearon el vehículo, en el cual estaba sentada y sacaron a punta de pistola a su papá. Kharis sabía: Esto no es la policía, es un escuadrón de la muerte, civiles armados con fusiles y pistolas. Los niños de la guerra sabían estas cosas. Ella vio como entre varios estaban golpeando duro a su papá. Ella, sentada todavía en el carro, abrió una ventana y comenzó a pedir auxilio a gritos. Toda la gente que pasaba caminando, ni siquiera se pararon para ver. Nadie quería ver y nadie quería verse involucrado. Así era San Salvador en esos años. La única persona que se acercó, cuando escuchó los gritos de Kharis, fue Galia. Cuando Kharis la vio acercándose, gritó: “¡No tía, váyase!” Ella sabía que los hombres no la conocían, no la hubieran reconocido, si no se acercaba. “Si no hubiera gritado, tal vez mi tía se da la vuelta y desaparece...”, dice Kharis. Pero la agarraron y la golpearon. Los hombres sacaron a Kharis del carro y la metieron en el microbús. Sola. A su papá y su tía Galia los metieron en el otro vehículo que llevaron, pero Kharis pudo ver cómo a su papá le pusieron la pistola en la sien. Lo van a matar, pensaba, llorando. “¿Dónde queda tu casa? ¿Adónde iban a llevar a esta terrorista?”, le gritaron los escuadroneros, repetidamente. Ella contestó que no sabía. Le habían inculcado nunca decir nada a nadie, mucho menos a un policía, un oreja o cualquier hombre armado. “Mirá a tu papá,” le gritó el hombre. Ella volteó a ver. Su papá todavía tenía una pistola en la sien, igual su tía, ambos tenían la cara ensangrentada. “¿Quieres que matemos a tu papá? O nos dices dónde queda tu casa, o los matamos a los dos.”
'Galia', Sonia Aguiñada Carranza, de joven guerrillera, al final de la guerra, y como diputada en la postguerra |
“Los llevé a nuestra casa, en los Planes de Renderos. ¿Cómo iba a permitir que mataran a mi papá? Aunque en el fondo sabía que de todos modos lo iban a matar, que no lo iba a ver nunca más.” Kharis, con sus ojos llenos de lágrimas, me mira y agrega: “Pero capturaron a mi tía, por mi culpa, por no quedarme callada. ¿Pero cómo iba a quedarme callada si estaban golpeando a mi papi? Le cayeron a nuestra casa, por culpa mía. Capturaron a mi mamá, por mi culpa, insultaron a mi abuelita, la Mamá Chola, se llevaron a mi hermana y a mi hermanito, todo por culpa mía...”
Le explico que no fue culpa de ella, que ella fue una niña de 8 años, asustada, temiendo por la vida de su padre; que no tenía otra opción. Que seguramente la policía podía averiguar la dirección de la casa de otra manera. “No te sintás culpable, mi amor,” le digo una y otra vez y la abrazo. Siento como si en este momento se está creando un vínculo muy fuerte entre nosotros, una cercanía imborrable. La sigo abrazando, mientras ella me cuenta que siempre revive este momento, la cara de su papá, la pistola, las voces y caras brutales de los hombres. Y que nunca pudo hablar con nadie, porque tenía miedo que la culparan.
Cuando llegamos a la casa, Kharis ya está más tranquila, aunque con cara seria. Se encierra en su cuarto. Salgo con Carla para contarle lo que pasó en esta playa. No puede creer que su hija al fin haya logrado hablar de este momento traumático. “Ella te ama, Paolo, te confía, y la muestra la tienes ahora. Increíble.”
En la noche, las tres niñas me sientan a la mesa del comedor. La que habla es Kharis: “Hemos tomado una decisión entre las tres. Queremos que vos seas nuestro papi.”
Incapaz de reaccionar adecuadamente a esta situación, hago una broma: “¿Quieren que me case con su mamá? No estoy buscando mujer.”
María dice: “No se trata de ella, sino de nosotras. Te necesitamos.”
“Pero yo voy a salir de Cuba en unos días, la guerra sigue, ni siquiera sé dónde voy a estar en el futuro...”
“No importa. No se trata de que estés todo el tiempo con nosotras. Pero algún día vamos a regresar a nuestro país, y queremos saber que hay alguien que se siente responsable de nosotras,” dice Kharis. Y Charito, la más pequeña, sólo se levanta y me abraza.
Vaya, tengo tres hijas. No tengo la más mínima idea qué significa esto en concreto, en el futuro, para mí, para ellas. Pero no les puedo decir que no quiero ser su padre. Digo que sí, signifique lo que signifique.
Siguiente entrega: sábado 11 enero 2025