Yo entiendo el escepticismo de mucha gente. Los partidos han asumido las reformas electorales obligados por la Sala de lo Constitucional, de mala gana. Las cúpulas partidarias no querían el voto por persona. El FMLN se quedó trabado en su campaña del voto por la bandera, y hoy no encuentra cómo salir del berrinche que armó. Y ARENA, aunque apoyó la reforma cuando vio que era inevitable, en el fondo siguió (igual que el FMLN) apostando al voto tradicional por la bandera: colocó a todos sus diputados actuales en los primeros puestos de su lista, y puso de relleno a algunas caras nuevas y algunos candidatos con ideas frescas y posiciones abiertamente críticas al trabajo de la Asamblea Legislativa, incluyendo su propia fracción.
Los partidos hubieran salido con la suya, dejando sin efecto el nuevo derecho ciudadano al voto por persona, si la Sala no hubiera puesto paro a esta maniobra. Pero los magistrados se pusieron claros: no eliminaron el voto por bandera, pero sí prohibieron que los votos por bandera sean abonados a los candidatos privilegiados que los partidos colocaron en "puestos seguros". De repente, ya no hay puestos seguros ni candidatos privilegiados, y todos los aspirantes tienen la misma oportunidad. Cada uno tiene la obligación de convencer al votante: con su trayectoria, con sus propuestas, con su voluntad de cambiar la manera cómo trabaja la Asamblea y cómo se hacen leyes.
Hay muchas razones de mantenerse escéptico. Las reglas han cambiado, pero los partidos no. Pero la nueva modalidad del voto por persona nos da una oportunidad histórica: usar el voto para impulsar la renovación y la democratización de los partidos.
Ya no hay pretextos. Ya no se puede tomar la posición cómoda y decir: De todos modos, los partidos hacen lo que quieren, y los diputados siempre serán los mismos. Esto ya no vale. Si serán los mismos ya no depende de los partidos, sino está en manos del votante. Los partidos pueden tratar de conseguir que al fin, aun con las nuevas reglas, salgan electos los mismos, pero nosotros, haciendo uso inteligente del voto por persona, podemos renovar la Asamblea, los partidos y la manera cómo se hace política.
Posiblemente entre los cientos de candidatos de todos los partidos no existen 84 que tengan la voluntad y la capacidad de revolucionar la Asamblea. Pero incluso en las listas de los partidos más cerrados a la reforma hay candidatos críticos que tienen la disposición de acabar con la corrupción y que apuestan a una Asamblea transparente. La tarea de los votantes es identificar a los candidatos que tienen voluntad de deshacer los escandalosos privilegios, que se han recetado generaciones de diputados de todos los colores; que se comprometen a poner fin al abuso de viáticos, camionetas de lujo, turismo político, guardaespaldas convertidos en personal de servicio de la familia...
Nuestra tarea es obligar a los candidatos que dejen de esconderse detrás de banderas y programas partidarios y que se destaquen con propuestas concretas y compromisos comprobables.
Si la mayoría de votantes privilegia con sus votos a los candidatos que muestran más independencia, preparación y valor necesarios para renovar a sus propios partidos y a la Asamblea, el país avanza. Si los votantes castigan a los diputados más corruptos, ineptos y oportunistas de todos los partidos, eliminando a los artífices de los pactos oscuros en las últimas Asambleas, el país avanza.
Si en estas elecciones los candidatos más críticos, más capaces, mejor preparados, salen ganando con mucho más votos personales que los diputados grises, cuya principal virtud ha sido la obediencia ciega a sus direcciones, los partidos van a cambiar. Son los ganadores de estas elecciones que van a marcar el rumbo y el ritmo de renovación en cada uno de los partidos. Tal vez no van a tomar el control inmediatamente, pero ya no los podrán ningunear ni marginar dentro de sus partidos. Sobre todo cuando su éxito electoral sea resultado de una nueva forma de campaña: el debate franco con una sociedad que se pone exigente.
Por esto ya no vale la abstención, ni la indiferencia, ni la resignación. Hoy vale la pena votar porque podemos escoger.
(El Diario de Hoy)