lunes, 14 de diciembre de 2009

Un juego de palabras

Lo que les irrita es darse cuenta de que, cada vez más, se parecen demasiado al pasado.

Tanto que el grito de "¡No volverán!" suena absurdo. Ahora, la mayoría de los venezolanos sabemos que, en realidad, jamás se fueron. No son tan distintos. Son parte de lo mismo.

Ni siquiera se demoraron diez años en convertirse en la nueva élite depredadora del Estado. Lo que no soportan es verse así, al descubierto. Tan clásicos, tan típicos, tan crisis bancaria, tan doce apóstoles, tan Blanca Ibáñez, tan nuevos ricos y tan yo no fui. El líder que denunciaba indignado que antes Miraflores era un centro de negocios ahora no sabe dónde esconder la lengua. La historia también puede ser un espejo.

Tratan de esquivarlo, de disimularlo, de disfrazarlo, pero es imposible. Promover la tesis de que Chávez despertó una mañana y, de pronto, se dio cuenta de que algo olía podrido debajo de sus sábanas, puede ser, a corto plazo, contraproducente. Refuerza un cortocircuito que tal vez siga horadando la fe de sus seguidores. El poder refuerza y distribuye, día a día, un personaje mayúsculo, omnipresente ¿Cómo es posible que el superhéroe de Sabaneta no se haya dado cuenta de nada? Porque Chávez está en todas partes. Él mismo lo dice, lo hacer sentir... Sabe más de la realidad que sus propios funcionarios. Regaña en público a sus ministros. A él no se le escapa nada, está al tanto hasta del más mínimo detalle. Cuidado y agarra a alguno fuera de base y le pregunta cosas muy concretas en la televisión. Lee libros, libros gordos, pesados. Conoce lo que ocurre en todo el planeta. Aquí y allá, siempre le recuerda sus deberes a los demás. También conoce perfectamente los planes de sus enemigos. Sabe dónde se reúnen la oligarquía y el imperialismo, sabe qué planean, qué dicen. Chávez todo lo ve, todo lo escucha. A veces hasta se disfraza y se cuela en los lugares más increíbles, bien camuflajeado, para estar al tanto de lo que ocurre ¿Y entonces? ¿En dónde estaba? ¿Cómo carajo nunca se enteró de todos estos guisos, de toda esta apabullante corrupción? Resulta demasiado difícil de tragar que alguien como Chávez, que incluso pretende meterse a dirigir la oposición y a proponer al candidato que debe ser su adversario, sea un bolsa a la hora de relacionarse y supervisar los manejos de su entorno, las conexiones financieras de su gobierno. La idea de que el Presidente puede, de pronto, padecer de repentinos ataques de ingenuidad es artificial, poco verosímil. Quien vive de la confrontación, juega con astucia y en las sombras, se maneja sin escrúpulos frente al oponente, no puede salir después a decir que es Heidi, la huerfanita, que a veces abusan de su candidez.

No cuadra. No pega. Son dos versiones de un mismo personaje que estallan al tocarse, que producen un raro injerto.

Incluso para el militante más devoto, Chávez no puede ser inocente ante todo lo que ocurre. Traicionaría lo que es.

Lo convertiría prácticamente en un imbécil, en alguien al que es demasiado fácil engañar, estafar. La lógica de las representaciones suele ser contundente: si Chávez no sabía nada, entonces Chávez no es Chávez.

Lo mismo podría pasar con todo el proceso judicial que se ha iniciado. ¿Cuánto tiempo durará detenido Arnés Chacón? ¿Qué pasará ahora con su hermano? Tampoco el gobierno bolivariano ha logrado construir un sistema de justicia transparente y eficaz, independiente. Todo lo contrario. No sólo se parece, también, demasiado a lo que ya existía en la cuarta república. Probablemente sea mucho peor. Los ejemplos sobran. Desde el caso de Danilo Anderson, mártir de una revolución que es incapaz de esclarecer su asesinato y hacer justicia, hasta el caso del maletín del gordo Antonini. ¿Dónde está ahora Lina Ron? ¿Goza ella de libertad mientras Richard Blanco está preso? ¿Qué pasó con las supuestas denuncias contra Juan Barreto? ¿Se abrirá acaso una investigación contra el hermano Adán?... La justicia, también, parece haberse puesto al servicio de la nueva élite. La justicia es una complicidad: un método de premiación o de persecución política y económica. No importan los términos, las definiciones. Sea lo que sea, al final la culpa será del capitalismo, de la burguesía, de los otros. El poder siempre es inocente.

Chávez enfrenta hoy un desafío actoral: pasar agachado y, al mismo tiempo, seguir predicando. No es sencillo.

Quien busque en las páginas de la prensa en los tiempos de los gobiernos de la maldecida cuarta república podrá por fin entender el mensaje bolivariano: el hombre nuevo es igualito al corrupto de ayer. La diferencia está en las maneras, en el nombre. De eso se trata. El nombre nuevo. Nada más. La revolución es un juego de palabras.

(El Nacional, Venezuela. Alberto Barrera Tyszka es guinista de cine y TV, analista político y escritor)