viernes, 14 de diciembre de 2007

Columna transversal: DESAYUNO DULCEAMARGO

Tengo ganas de no suspender mi suscripción al periódico El Mundo. Sería lo correcto. Hay varias razones fuertes para hacerlo. Sin embargo, voy a seguir leyendo El Mundo, por una sola –y no muy digna- razón: el morbo.

Este es el dilema: No quiero ser el único en no darse cuenta de los chambres que a diario publica El Mundo sobre la clase política. Pero detesto el chambre impreso. No hay nada mal con el chambre que te cuentan en el cafetín, en la tienda del barrio, donde el peluquero, en el gimnasio. Es la sal en la sopa insípida que a veces es la vida. Pero el chambre producido por periodistas, el que se hace pasar por información, es un atentado a la ética profesional. Es chuco, venenoso y barato.

El truco es: publicar lo que no es publicable. Aplicando las reglas básicas no sólo del periodismo sino de la decencia humana, no se puede publicar lo que alguien ha contado confidencialmente. Cualquier información que empieza con “dicen que…” es inadmisible para un periódico serio. Claro, no dicen nombres, pero el personaje siempre es identificable.

Si yo escribo: “Dicen que un periodista nicaragüense y otro de Costa Rica, que antes trabajaron juntos en otra empresa mediática…” –y de ahí empiezo a hablar que están ligados a “un grupo de inteligencia, pero que aparece en el organigrama del Estado, pero sí tiene relaciones con funcionarios del Estado…” -- ¿quién no va entender de quienes hablo y te qué cosa los acuso? Sin embargo, ante cualquier reclamo de mi amigo Lafitte Fernández, yo le voy a decir: “Pero Laffo, ¿quién dice que estoy hablando de vos? Además, a mi no me consta nada, sólo que alguna gente menciona….”

Dije que las razones de no leer El Mundo son múltiples, no sólo la tal columna de chambres. Es un periódico con muy poco información interesante. Y cuando es interesante, es poco confiable. Tiene una tendencia de agarrar llave con algunos personajes. Todo contra Orlando Mena se vale. O contra Rodolfo Parker. Los pocos reportajes y crónicas que produce El Mundo, a veces rayan a la ficción. No necesariamente para joder a alguien, sino simplemente para contar algo sin haberlo investigado bien. Muy pocas veces vale la pena leer las columnas, y nunca los editoriales.

Suficientes razones para no leer este periódico. Si no fuera por los malditos chambres de ellos y por el gusanito del morbo. Por esto, todas las mañanas abro El Mundo, y todas las mañanas me siento un poco sucio. Y un poco culpable.