Antes este pueblo al norte de San Miguel se llamaba Cacahuatique, como
el cerro que lo guarda, lo provee de los mejores cafés del país, y que
durante la guerra fue teatro de batallas campales. El Ejército defendía a
capa y espada el estratégico centro de comunicaciones militares en la
cima, y las guerrillas que controlaban a los pueblos al otro lado, en
Morazán, lo destruyeron dos veces, pero siempre tuvieron que compartir
con sus enemigos el control de esa montaña. El que escribe estas líneas,
al escuchar Cacahuatique sólo se recuerda de las docenas de veces que
tuvo que subir y bajar sus cuestas odiosas.
Desde 1913, cuando fue
declarado ciudad, este pueblo se llama Ciudad Barrios, en honor al
general y presidente liberal Gerardo Barrios, uno de sus dos hijos
importantes. El otro es monseñor Oscar Arnulfo Romero.
Pero hoy
esta ciudad de 25 mil habitantes no es notoria por sus dos hijos
ilustres, sino porque es sede del penal donde están concentrados 2,500
pandilleros de la mara Salvatrucha.
Cómo en un penal tan pequeño,
construido para 800 reclusos y nunca ampliado, duermen, comen, reciben
visitas, matan el tiempo 2,500 hombres, no lo entiende ni el director de
esta institución, Félix Ruiz Antonio Soto: "Como hacen los hasta 150
hombres para dormir en celdas diseñadas para 40, sólo ellos pueden
entender".
Los reos me enseñaron cómo lo hacen: se inventaron
camas colgantes, hechas unas de trapos, otras de tablas, tendidas por
alambres o lazos trenzados de ropa vieja, en tres o cuatro pisos una
encima de la otra. Surge la siguiente pregunta: ¿Cómo hacen, en galeras
donde no hay ninguna instalación para luz eléctrica, para subir y bajar a
estas camas colgantes en total oscuridad y sin escaleras? "La vida te
enseña más que el circo, papá", contesta Tiberio "El Spider", mi guía en
este recorrido.
Lo de la luz eléctrica -o su ausencia total en
todo el penal, menos la administración- me lleva a la conclusión que no
sólo el hacinamiento es responsable de las condiciones infrahumanas en
este penal. El hacinamiento ha sido permanente en los últimos 10 años,
desde que el plan Mano Dura empezó a llenar las cárceles. Tampoco el
lamentable estado del penal se explica solamente por la combinación
fatal de sobrepoblación y la falta sistemática de un mínimo
mantenimiento, ni hablar de ampliaciones que nunca ha hecho el Estado, a
pesar de que año por año meten más hombres a este infierno. Lo que a
este penal (y a todos, me imagino) le dio el resto es la aplicación
estricta y necia de dos políticas de Estado que gobierno tras gobierno
ha venido radicalizando y que apenas en los últimos meses, tras la
llegada nada menos de un general del Ejército al mando del Ministerio de
Seguridad y tras el surgimiento de la llamada 'tregua pandillera' ha
venida a revisarse: primero el concepto de seguridad carcelaria, y
detrás de ésta el meollo del asunto, la filosofía de la mano dura.
El
concepto de seguridad carcelaria es, viendo el penal de Ciudad Barrios,
a todas luces destructivo. O sea, es directamente responsable de la
sistemática destrucción física de las instalaciones que albergan a 2,500
'enemigos': todas las láminas de los techos de las galeras, de los
pasillos, casi de todo el penal, están destruidas principal y
sistemáticamente por la manera salvaje de efectuar las requisas y
cateos. Cada vez que hay requisa, deja atrás la huella de un huracán o
un terremoto, quebrando láminas, tuberías, camas, ropa, zapatos... Este
concepto de seguridad destructiva también es responsable de la ausencia
total de iluminación: para evitar que los reos usen cargadores para
celulares, se ha desmantelado el sistema de instalaciones eléctricas en
todo el penal.
Pero la raíz profunda de toda esta destrucción se
encuentra en la filosofía de mano dura, que ha regido todo el sistema
carcelario durante 10 años, incluyendo los primeros dos y medio del
gobierno de izquierda. La aplicación de esta filosofía al sistema
penitenciario se puede resumir un una frase fatal: Por más hecho mierda
que tengamos a los reos, más vamos a quebrarlos. Esto se refleja
físicamente, por ejemplo, en el estado de los baños, que en otros lados
serían declarados no aptos para el uso humano por el Ministerio de
Salud. Igual se refleja en medidas ridículas y arbitrarias como no dejar
entrar al penal a los hijos de los reos ni periódicos ni radios o
televisores para informarse o distraerse. Desde hace pocos días a Ciudad
Barrios entran cada día 20 periódicos, ¡para 2,500 lectores! El día de
nuestra visita llegaron mientras estábamos en el penal, y pudimos
observar cómo los diarios cuidadosamente pasaron de mano en mano, fueron
leídos en voz alta, para luego pasar a otro grupo...
No hay mejor
lugar para convencerse que esta filosofía de mano dura, diseñada para
quebrar a los enemigos del Estado y de la sociedad, fracasó
rotundamente. Basta pasar un par de horas con los pandilleros de Ciudad
Barrios para darse cuenta que no están quebrados, ni en su autoestima,
ni en su disciplina interna, ni en su capacidad de organización. La mano
dura los ha hecho más duros. Uno de sus líderes, el Diablito, lo
describe así: "No dejarme ver a mis hijos durante años me ha endurecido
el corazón. Ahora que me dejan ver mis hijos, me siento más humano y me
da más motivación de seguir adelante en nuestro compromiso de reducir la
violencia que tiene jodida al país".
Platicando con el director
del penal, se confirma esta impresión: se ve el otro lado de la misma
medalla. Desde que existe la tregua y llegaron a Ciudad Barrios los
principales líderes, antes recluidos en régimen de aislamiento en
Zacatecoluca, el penal ha cambiado radicalmente: No hay violencia ni
pleitos, ni entre los internos ni con los custodios; no ha habido
intentos de fuga -el director y su personal ahora viven sin estrés-. Dos
mil personas han entrado al penal de visita en los últimos dos meses,
rigurosamente registrados, y sólo cuatro personas han sido detenidos por
el intento de introducir ilícitos (chips, marihuana, cigarros, etc.).
¿"Guantes de seda"?
En
el país entero se discuten apasionadamente las "concesiones" que los
reos supuestamente han arrancado al Estado para comprar la voluntad de
los pandilleros de reducir la tasa de homicidios de un promedio de 15 a
uno a cinco diarios. Se habla de que el nuevo ministro está permitiendo
"que los pandilleros tomen control del penal", cuando es obvio que en un
penal en estas condiciones de hacinamiento, con o sin mano dura, no hay
manera que la administración tenga control adentro de la cárcel y
siempre los reos se han autogobernado. Se habla de que los penales están
convirtiéndose en "hoteles de 3 estrellas" y que ahora tratan a los
reos "con guantes de seda"...
Veamos cuáles son los cambios en el
régimen carcelario que desde la existencia de 'la tregua' ha efectuado
el sistema: Se han instalado cinco televisores, uno por sección y uno en
la sala social. Los periódicos reportaron el "privilegio de tener
plasmas", pero no mencionaron que cada película o noticiero lo tienen
que ver entre 100 y 300 personas, los que quepan en el lugar respectivo.
Entran en turnos de dos horas y los que no están en las primeras filas,
no escuchan nada y casi no ven nada.
El cambio con más impacto es
que desde principios de mayo permiten a los reos que reciban la visita
de sus hijos. Según el director Soto y su personal, es el cambio más
positivo que ha visto en su carrera. "Ahora ya no piensan todo el día en
cómo seguir delinquiendo, sino en qué les van a decir sus hijos y cómo
les van a mirar a los ojos", dice uno de los custodios. Cualquier
psicólogo carcelario les hubiera podido explicar este impacto a los
respectivos directores de centros penales y ministros. Sólo que
psicólogos no hay. Los que más se acercan a psicólogos penitenciarios en
Ciudad Barrios son los líderes trasladados desde Zacatecoluca que han
concebido y mantienen funcionando 'la tregua' (Vea el texto de las
conversaciones con ellos)...
Aunque en Ciudad Barrios parece que
el personal de custodia rápidamente ha superado la filosofía de mano
dura, viendo el impacto positivo de los pequeños cambios sobre la
convivencia en su penal, no parece ser así en la dirección de centros
penales. En el parqueo en Ciudad Barrios están apilados cientos de
láminas nuevas, listas para la reparación de los techos. También están
listos los internos para instalarlos ellos mismos, ante la presencia del
invierno y la ausencia de los trabajadores que iba a mandar Centros
Penales. El director tiene estrictamente prohibido permitir a los
internos que hagan estos trabajos. Lo mismo con la urgente reparación de
los baños y de todas las tuberías de agua y aguas negras, ni hablar de
restablecer el sistema eléctrico, hoy que están funcionando los
bloqueadores a la perfección y de nada les servirían a los pandilleros
los cargadores de celulares... Parece que en Centros Penales siguen
hombres de escritorio que continúan pensando que proteger a los reos de
enfermedades sería hacerles concesiones que atentan contra lo que desde
hace años está definido como el último y único fin del sistema
carcelario: tener a los reos lo más jodidos posible para destruir su
energía criminal.
Lo absurdo
Hablando de enfermedades: la
asistencia médica es casi nula en Ciudad Barrios. El médico responsable,
según los internos, es invisible y cuando aparece, no tiene
medicamentos contra las enfermedades más comunes: neumonías,
tuberculosis, VIH/Sida, parásitos y hongos... Y el director tiene una
larga lista de espera para los enfermos de gravedad que necesitan
consultas en hospitales, porque no tiene el personal para custodiar los
traslados.
Pero todas las mejoras –las pocas que se han hecho y
las muchas que tendrían que hacerse- las cambiarían los reos por una
sola que ellos privilegian por sobre todas las demás (excepto la visita
de sus hijos): a gritos exigen el derecho de trabajar. "Lo que realmente
nos mata, es el ocio carcelario", dice el Spider. Lo más absurdo que
hemos encontrado en Ciudad Barrios es esto: existen tres salones o
galeras grandes designados a talleres productivos. Pero como no hay
talleres, excepto una carpintería y una panadería donde trabaja un total
de tal vez 40 reos y una sastrería que dispone de 2 (¡dos!) máquinas
que funcionan para unos 300 que saben el arte de la sastrería, estas
naves de producción están cerradas vacías. Nadie puede entrar. Y son los
únicos lugares secos, donde no entra la lluvia, porque tienen techos de
loza. Algún burócrata ha decidido que, a pesar del hacinamiento y del
terrible ocio carcelario, ahí nadie puede ni trabajar ni tampoco dormir.
Y a pesar de que en el penal no hay comedor y todos comen en el piso,
en estas áreas cerradas tampoco pueden instalarse comedores. Vaya
lógica...
Ni trabajo ni escuela
En estas tres galeras
podrían instalarse fácilmente, con muy poca rehabilitación de
infraestructura, puestos de trabajo para 300 personas. Trabajando en
tres turnos, ahí podrían trabajar, producir y aprender oficios 900 de
los 2,500 internos.
Así como no hay trabajo, no hay escuela. Así
como no hay biblioteca, no hay sala de computación. Así como no hay
médico, no hay psicólogo. Así como no hay luz, no hay más de 80 sillas
para sentarse y comer. Un reo, que en otra vida fue bombero certificado,
explica que si en este penal, y de noche, cuando los dormitorios se
encuentran cerrados, hubiera un incendio, no habría manera de evitar que
se mueran cientos de hombres calcinados: no hay ni un solo extinguidor,
no hay mangueras, pero tampoco hay agua. Lo que hay en cada dormitorio
es combustible para 10 fuegos: la ropa, las colchas, los colchones de
150 hombres...
Si es cierto que este proceso de 'la tregua' y de
la paulatina reducción de la violencia vive de gestos 'humanitarios' que
se van dando paso por paso por parte de ambos lados, pandilleros y
Estado, y además de la sociedad civil (Iglesia, ONG, empresariado), no
tiene porque quedarse sin combustible que lo mantenga vivo. Hay mucho
que cambiar en esta cárcel (y en las otras), antes de que las condenas
que cumplen los pandilleros pierdan su carácter punitivo. Lejos de
convertirse en hoteles, como muchos piensan y algunos quieren hacernos
creer, nuestras cárceles todavía son un infierno.
El Diario de Hoy