A    los viejos dictadores    de la década de los cincuenta, y a los del Cono Sur que en los  setenta    llevaron a cabo sus guerras genocidas Pinochet, los generales    argentinos y brasileños, los caracterizó el denominador común de su    persecución contra los periodistas. Nada los perturbaba más que la    libertad de expresión, y la combatieron a sangre y fuego.
   
   Germán Arciniegas escribió por aquellos años Entre  la  libertad y el miedo,    un libro ya clásico entre las historias de la época, que retrató    personajes como Somoza, Trujillo y Pérez Jiménez. Los primeros    integraron la "Internacional de las espadas", eran como una "fratellanza"    diabólica que perseguía a sus adversarios donde quiera que  estuvieran,    mientras paralelamente se conjuraban contra los regímenes  democráticos.    Fueron los soldados de plomo del imperio, en los confusos tiempos de  la    Guerra Fría. Exterminaron a sus adversarios, vulneraron los derechos    humanos e impusieron la más brutal censura de prensa. Para denunciar    sus crímenes y sus desmanes financieros era preciso arriesgar la  vida.
   
   Los dictadores de los setenta actuaron en otros contextos, pero  emularon a sus   predecesores en brutalidad. 
   
   Fueron, unos y otros, déspotas conservadores, llamados de "derecha",    impusieron el silencio en sus países en nombre de la soberanía. Nadie    podía criticarlos porque eran "soberanos", y así aislaron sus países    mientras reprimían y acallaban a los pueblos.
   
   O sea, bajo la invocación de Torquemada, los generales restablecieron    el Santo Oficio, y sus opositores o simples disidentes corrieron el    mismo destino de los herejes españoles del siglo XV. Si no fueron    quemados en la hoguera, les dieron el mar por sepultura, porque los    lanzaban desde helicópteros sin identificación, como sucedió en    Argentina.
   
   El mayor crimen del Santo Oficio de los dictadores militares fueron  los    "delitos de opinión". Que se difundieran sus políticas de exterminio,    sus manejos secretos de los dineros públicos, sus conspiraciones y  sus    conjuras, sus alianzas inconfesables, equivalía a graves "violaciones    de la soberanía nacional". Los tiranos y sus aparatos de represión    apelaron a todos los sofismas para acallar a la gente.
   
   Los déspotas latinoamericanos de los cincuenta y los setenta fueron    combatidos de frente por la izquierda democrática y por sectores    sociales de distinto signo. En Venezuela enfrentamos a los dictadores    de otros países y derrotamos la autocracia de Pérez Jiménez, y cuando    se restableció la democracia, el país se convirtió en asilo de    perseguidos.
   
   La historia registra ahora una tergiversación obscena. Del término    "izquierda" se apoderaron los impostores, y, como si fuera poco,    partidos a los cuales no podría negárseles esa condición, se han    convertido en los nuevos epígonos del Santo Oficio.
   
   Un episodio reciente ilustra esta trágica mueca de la historia.  Apenas    24 horas después de presentar su programa de gobierno, la candidata a    la Presidencia de Brasil por el Partido de los Trabajadores se vio    precisada a retirarlo porque había firmado cada una de sus 50 páginas    sin leerlas, los estrategas del PT habían abusado de su confianza e    incluyeron en el programa puntos no aptos para la "publicidad". Eran    las cartas bajo la manga.
   
   Un punto consagraba la "licencia" para que los Sin Tierra pudieran    ocupar zonas privadas, y la otra, una declaración de guerra a los    medios independientes. Incluir asuntos tan polémicos en un programa  de    gobierno más que una temeridad fue un juego sucio que sorprendió a la    candidata de Lula. De ahí que Dilma Rousseff no dudó en rectificar el    programa, pero la desconfianza de las cartas ocultas oscilará en la    campaña. ¿Es que, acaso, no hay otro método de resolver el problema  de    la tierra que no sea la ocupación violenta, después de ocho años de    gestión de Lula y del PT? Y, en cuanto a la libertad de expresión,  ¿se    afiliará a las corrientes antidemocráticas de los impostores? Vale la    pena preguntarnos, ¿también Brasil entre los vicarios del Santo  Oficio?    Porque algo diferente son los impostores que apelan a la etiqueta de    "izquierda" para cohonestar sus proyectos reaccionarios o  anacrónicos.
   
   Los países de la Alianza Bolivariana, Venezuela y Ecuador, como la    Argentina de los millonarios Kirchner, no cesan en su guerra contra  los    medios. En la tierra del que dijo que la imprenta era la artillería  del    pensamiento lo que se pretende es que se elimine el pensamiento y    predomine la artillería: la hegemonía comunicacional que ahoga y    aniquila la libertad de expresión. El Centro de Estudio Situacional  de    la Nación es el más reciente intento de regimentar la opinión  pública.    No importa que la Constitución prohíba la censura, primero están los    designios del proyecto que pretende convertir la nación en conejillo  de    Indias.
   
   Ahogar el espíritu crítico de las sociedades en el mar muerto de la    censura fue siempre el denominador común de todas las dictaduras.    También las identifica el fracaso.
(El Nacional/Venezuela; el autor es historiador, fue canciller de Venezuela y actualmente es parte del directorio de El Nacional)
