Han concluido las honras fúnebres dedicadas a Héctor Silva. Desde su repentina muerte hasta la fecha mucho se ha dicho y escrito para honrar su memoria de hombre de bien en muchos sentidos, siendo uno de ellos el de funcionario público que abogaba por la credibilidad para el gobierno actual mediante el ejercicio de la administración pública con honestidad, con honradez. Héctor era médico, político y administrador social y conjugó esas tres condiciones durante su vida con bastante consistencia.
La frase que seleccioné para titular esta columna, era una de sus preferidas en determinadas circunstancias. Debió haberla pronunciado muchas veces durante las árduas discusiones que eran sostenidas entre las organizaciones democráticas y las organizaciones revolucionarias, confrontadas ambas con el gobierno militar demócrata cristiano sostenido por el gobierno estadounidense, hace poco más de treinta años, cuando se trataba de distribuir los fondos que provenían de la solidaridad internacional, o bien de asumir alguna posición o misión importante, y alguno de los interlocutores se quería pasar de listo o abusar de la confianza del resto.
Debe recordarse que Héctor formó parte de la primera comisión que realizó una gira internacional emprendida por las organizaciones de oposición en 1980, integrada también por Enrique Álvarez Córdova (†), Rafael Menjívar Larín (†), José Napoleón Rodríguez Ruiz, Juan Chacón (†), Luis Buitrago, Farid Handal (†) y otros que no recuerdo, para obtener la solidaridad de los pueblos latinoamericanos, estadounidense, canadiense y europeos con la lucha del pueblo salvadoreño por la democratización del país.
Me voy a referir en esta nota a varias iniciativas que evidencian el grado y la calidad del compromiso que asumió Héctor en determinados momentos.
Pero volviendo brevemente a lo anecdótico, ¿cuál era el fondo de su famosa frase: “entre gitanos no nos leemos las manos”? Probablemente, que en el ámbito salvadoreño –desde siempre- nos conocemos casi todos y que tarde o temprano nos daremos cuenta de nuestras motivaciones positivas o negativas, lo que podría extenderse al espacio centroamericano por lo menos. Quiere decir que no tratemos de engañarnos porque no tardaremos en conocer la verdad. No nos preguntemos cómo, pero de alguna manera se llega a saber el trasfondo verdadero de algunas acciones, particularmente cuando pronunciando frases altruistas se esconden propósitos egoístas, o cuando hablando de la transparencia se enmascara la corrupción, o cuando detrás de prédicas sobre excelencia académica, la salvación eterna o el patriotismo se ocultan ilusiones, puros negocios o intereses creados.
Realmente, en el contexto del conflicto armado interno que tuvo lugar en nuestro país por más de una década, atizado por fraudes electorales en los años 70 y derramamientos de sangre como los de 1980, las organizaciones llamadas democráticas se encontraban en franca desventaja respecto de las denominadas revolucionarias, en cuanto a la cantidad y amplitud de sus estructuras al interior del país o al exterior de éste. Sin embargo, las organizaciones democráticas poseían una significativa fortaleza basada en su prestigio y sus relaciones internacionales, de las cuales provenía una buena parte del apoyo político, diplomático, material y financiero para sostener la guerra contra el gobierno de turno y su poderosísimo aliado. Las organizaciones democráticas poseían credibilidad y ese fue uno de sus aportes al movimiento.
Efectivamente, las principales organizaciones políticas democráticas que conformaron el Frente Democrático Revolucionario original (MPSC y MNR) no recurrieron nunca, dada su naturaleza, a acciones de hecho o armadas para obtener financiamiento y sufragar sus actividades políticas.
Fue en esas circunstancias que surgieron diferentes entidades encargadas de solicitar y administrar las donaciones de fondos para sostener el cabildeo (lobbyng) internacional, la propaganda, así como las acciones en el plano político diplomático. Dicho trabajo abarcó, en doble sentido, gobiernos, partidos políticos, instituciones nacionales extranjeras, entidades multinacionales, fundaciones, sindicatos; agrupaciones de partidos, juventudes y mujeres, especialmente de filiación socialdemócrata y socialcristiana, pero también liberaldemócratas; movimientos de ecologistas y de religiosos luteranos, católicos romanos, anglicanos o episcopales, etc.
Espero que no me falle la memoria, pero Héctor junto a Farid y otros compañeros fundaron una entidad llamada más o menos así: Desarrollo de Áreas de Desplazados – Proyectos de Autogestión Zonal, cuyas siglas DAD-PAZ cobran vigencia actualmente y particularmente durante las festividades de fin de año. Mediante esta iniciativa puso en práctica su sentido de solidaridad con cientos o quizá miles de desplazados y refugiados salvadoreños, quienes huyendo del terror se refugiaban en otros sitios de El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica principalmente.
La calidad humana de la persona ahora fallecida también se manifestó en su preocupación por la aplicación y el respeto a las normas del Derecho Internacional Humanitario, por parte de las fuerzas enfrentadas en el conflicto armado interno salvadoreño. En efecto, me parece que en ese estudio y la consecuente gestión ante el respectivo organismo de Naciones Unidas en Ginebra, le acompañaron los doctores Fabio Castillo Figueroa y Héctor Oquelí Colindres (†), a fin de lograr mediante la respectiva presión política que, tanto las tropas y mandos del ejército como los comandos guerrilleros, respetaran las vidas de civiles desarmados y de heridos en combate, quienes tenían derecho a la protección y a la asistencia médica humanitaria, por entidades oficiales y no gubernamentales.
Posteriormente se puso al servicio de la sociedad salvadoreña bien fuere como diputado por la Convergencia Democrática o como promotor de servicios de salud a través de la Fundación Maquilishuat. Pero lo que le hizo más notable ante el conglomerado de San Salvador, fue haber competido por la Alcaldía de esta ciudad promovido por la Iniciativa Ciudadana, propuesto por ésta ante diversos partidos y agrupaciones y finalmente respaldado por varias de ellas, lo que se evidenciaba en la composición pluralista de su Concejo Municipal. La Administración Municipal de Héctor Silva, por más que se diga, ha sido la mejor junto con la Alcaldía dirigida por el Ing. José Napoleón Duarte (†), y tuvo como su principal y gratuito detractor al actual Alcalde Municipal de la ciudad capital. Baste mencionar la descentralización administrativa, la construcción del primer relleno sanitario del país, la recuperación de plazas y parques emblemáticos con el apoyo de diversas empresas privadas, el reordenamiento de ventas en las calles y en los mercados municipales, la actualización razonable mediante negociaciones directas de las tarifas de arbitrios y tasas municipales, y sobre todo, la rendición de cuentas y el presupuesto participativo, como los avances más importantes para beneficio de la ciudadanía.
En dos períodos se transformó San Salvador, que pasó a ser Mejor con Héctor Silva Alcalde. Sus logros no fueron sostenidos adecuadamente por las administraciones que le siguieron, pero él se fijó una nueva meta, en la que desafortunadamente le falló la lectura de manos, al afiliarse al FMLN para optar por la candidatura presidencial, sin evaluar en profundidad que los sectores más radicales de este partido no se identificarían nunca con él, ni con sus principios socialcristianos. Era bueno para Alcalde, aunque cada vez con más reservas, pero no lo era para Presidente, según esos sectores. Después vendría la candidatura presidencial por una coalición muy débil y lo demás es historia conocida, pues también fracasó en ese empeño la candidatura del principal líder del FMLN.
Esa percepción de Héctor y la frase que la ilustra ha recuperado vigencia en la actualidad. En el último zipizape que enfrentó al gobierno con los gremios de empresarios, probablemente su preocupación iba por el rumbo de la credibilidad de las instituciones del Estado, desde la Presidencia de la República, pasando por la Asamblea Legislativa, la Corte Suprema de Justicia, Fiscalía, Procuradurías, Ministerios, Alcaldías y Gobernaciones, Instituciones Autónomas como la que él presidía, hasta el último puesto de Policía, Salud o Educación, dado que la credibilidad solamente se logra con honestidad, decencia, responsabilidad e información clara y oportuna demostradas día a día, en todas las dependencias, independientemente de su nivel en la escala del aparato estatal.
Y es que lo que ahora se denomina transparencia no es privativa del sector público, sino que comprende también al sector privado en su conjunto, abarcando tanto a comerciantes individuales, sociedades y empresas mercantiles, como a organizaciones no gubernamentales sin fines aparentes de lucro pero con diferentes mecanismos alternativos de beneficio. Dentro de estas últimas se ubican asociaciones, fundaciones y corporaciones, sindicatos, cooperativas, etc.,
Se trata de que aquellas y estas entidades privadas tengan como primera responsabilidad social la de contribuir a sostener el funcionamiento del Estado a su servicio, en proporción a sus ingresos o beneficios que, sin lugar a dudas, han sido socialmente generados, y que como contrapartida, los encargados de administrar el aparato gubernamental y los asuntos del Estado, cumplan con sus deberes haciendo realidad la racionalidad y la austeridad en las finanzas públicas.
Ese es el aspecto esencial a considerar dentro del sistema económico en que se desarrolla El Salvador, asumir el compromiso de contribuir de acuerdo a las capacidades de cada quien para que la riqueza generada por la sociedad salvadoreña beneficie a toda su población, con justicia y solidaridad, y que dicha contribución, bien administrada por funcionarios y empleados ejemplares, se traduzca en desarrollo, democracia y paz.
Así mi modesto homenaje a la memoria de Héctor Silva, el amigo a quien recordaré con reconocimiento mientras me sea posible. Que el año que está comenzando sea mejor para la población salvadoreña en todo aspecto, son mis deseos.