miércoles, 4 de diciembre de 2024

Carta a los jueces: Midan sus pasos y no traicionen la ética judicial. De Paolo Luers (+ capítulo 19 del libro 'Doble Cara')

 

"Todo lo mal actuado por cualquier juez quedará registrado. Y en su momento, será revisado por una justicia en proceso de recuperar su independencia y sus bases éticas."

El audio en la voz del autor: JUECES.mp3


Publicado en MAS!  EL DIARIO DE HOY, jueves 5 diciembre 2024

Letrados:

Observen bien el caso del Juzgado Segundo de Instrucción de San Salvador. En enero del año 2022, removieron a la titular, una jueza reconocida por su profesionalidad, pero que resultó demasiado independiente para manejar satisfactoriamente casos de carácter político y de gran interés para el señor fiscal general y los poderes detrás de él. La sustituyeron por otra jueza, que prometía tener menos escrúpulos par avanzar con los juicios, pero resultó que estaba muy insegura en sus decisiones. Decretaba dos veces orden de detención para una semana después revocarla y exigir a la fiscalía continuar investigando. Tuvieron que sustituirla. Encontraron a un profesional joven con ansiedad de avanzar su carrera, a quien consideraban material moldeable, un tal Haroldo Iván Córdova Solís. Una vez instalado en el Juzgado, se encontró con dos papas calientes en sus manos: el caso Jesuitas, donde su misión era mandar a juicio a dos prominentes políticos que el presidente tenía en su mira: el expresidente Alfredo Cristiani y el exdiputado Dr. Rodolfo Parker; y el caso que se trata de presuntas negociaciones tanto del FMLN como de ARENA con las pandillas para manipular la elección presidencial del 2014. Aquí su misión era llevar a juicio a dos exministros del FMLN, pero sobre todo a Neto Muyshondt, el exalcalde arenero de San Salvador y preso político principal de Bukele - y a este servidor, uno de los críticos más incómodos al gobierno.

 

Estas eran las dos papas calientes que heredó el juez. Los dos casos no habían avanzado, porque no había forma de mandar a todos los acusados a juicio sin violar leyes y reglas del debido proceso. El nuevo juez, sabiendo para qué lo habían puesto en este Juzgado y además con su ambición de convertirse en el próximo presidente de la Corte de Cuentas, sabía perfectamente qué se esperaba de él: mandar a todos a juicio, sobre todo a las figuras políticamente relevantes, admitiendo incluso las pruebas y los testimonios menos admisibles. Así procedió, primero en el caso Jesuitas, mandando a juicio a Cristiani y Parker, aunque no hubo base legal para hacerlo por reglas de prescripción y por ser acusados ausentes. Lo mismo hizo, días después, en el otro caso, consciente que tenía que archivar el caso contra mi persona, porque la ley penal vigente en el 2014, aplicable en este caso, no permite enjuiciar a acusados ausentes.

 

De esta manera el juez salvó su carrera. Por ahora. No tomó en cuenta que con sus decisiones violatorias a la ley en algún momento iba a enfrentar la acusación de prevaricato. Es el delito que comete un juez cuando toma decisiones que violan la ley. No puede alegar que no lo hizo a sabiendas que cometió un delito contra la administración de justicia, porque fue advertido en varias ocasiones. Tal vez no tomó en cuenta que su actuación iba ser registrada, documentada y, en su debido momento, denunciada y perseguida.

 

Nuestro joven y ambicioso juez pensaba que podrá salir del dilema simplemente pasando las papas calientes a la siguiente instancia. Que vean otros como lidiar con el dilema entre el oportunismo sumiso y la ética profesional. Pero esto no le exime de la responsabilidad de haber violado leyes para pasar las papas caliente a otros colegas. Era su responsabilidad como juez de instrucción determinar cuáles de las acusaciones, pruebas y testimonios admitir y mandar a la vista pública. No lo hizo, lo que constituye prevaricato.  

 

De ahí, estimados letrados, se desprende una conclusión que todos ustedes deberían reflexionar  con mucha seriedad. ¿Vale la pena caer en la trampa del prevaricato, sólo para salvar sus carreras a corto plazo, pero desempeñar su buen nombre como juzgadores apegados a la ley y arriesgar futuras consecuencia penales?

 

Tengan claro que hay instituciones independientes que se dedican a observar, registrar y documentar cada paso ilegal, que los jueces y fiscales dan en estos tiempos difíciles para la justicia del país. Esto abarca delitos tanto por acción como por omisión. Se hacen cómplices de las serias violaciones, incluyendo torturas y hasta muertes cometidos en el sistema penitenciario, incluso los jueces que firman cartas de libertad pero no ejercen su deber y no hacen valer su autoridad para garantizar que sean cumplidas por las autoridades carcelarias. 

 

Todo lo mal actuado por cualquier juez quedará registrado. Y en su momento, será revisado por una justicia en proceso de recuperar su independencia y sus bases éticas.

 

Saludos, estimados letrados. Me encantaría poder decir: “En El Salvador todavía hay jueces”, en alusión a un juez de Berlin, quien protegió a un humilde molinero en contra de los abusos del rey Federico el Grande.  

 


Posdata:

Como ya anuncié, cuando el caso llegue a vista pública, 

no voy a defenderme ante una justicia despojada de independencia, sino de cara a la opinión pública, así como corresponde 

en un caso de carácter político y mediático. 

Siempre daré la cara por mis actuaciones.





* * *
El libro Doble Cara ahora está agotado en las librerías de la  UCA, en el campus y en Cascadas/Soho. Pero será disponible antes de navidad. También lo pueden pedir Amazon.com, o desde México en amazon.com.mx

Ahora puede leer el libro, en tres entregas cada semana, en este blog. Disfrútenlo.






Capítulo 19: La diputada alemana (1985)


A principios del 85 comienzo a planificar en serio mi entrada al frente en Morazán, ahora no para una visita, sino para un tiempo largo. He andado todo el año 84 brincando entre México, San Salvador, Managua, New York, Alemania con muy pocos y cortos contactos con Morazán. No me quiero quedar amarrado al trabajo internacional, de levantar fondos, de contactos con los movimientos de solidaridad, de dirigir la oficina de producción audiovisual en México y nuestra oficina en New York, el Salvador Media Project. Todo esto es importante y encaja en mi cargo de coordinar el proyecto de cine —pero, ¿cómo voy a coordinar la producción de cine sin comunicación con los que están filmando en los frentes? Quiero ir a Morazán.

En Alemania me he conectado con los Verdes, el nuevo partido que ha recogido buena parte de los restos del movimiento antiautoritario del 68. Varios de mis viejos compañeros de lucha que no terminaron en sectas maoístas están ahí y tratan de construir una nueva opción política. Ahora ingresaron, por primera vez, al Parlamento. Y entre los diputados verdes se encuentra Gaby Gottwald, a quien conozco por su trabajo en el movimiento de solidaridad con Nicaragua y El Salvador. Y la última vez que estuve en Alemania, Gaby me dijo que quería ir a conocer El Salvador, a lo mejor en una zona guerrillera.


Gaby Gottwald

Surge el plan de combinar mi entrada a Morazán con la visita de Gaby. A los compas de la dirección del ERP, fiel a su tendencia a acciones audaces, les encanta la idea de meter a una diputada alemana a Morazán y convertirla en embajadora nuestra. 

El encuentro es en la ciudad de México. De ahí íbamos a volar a San Salvador y allá se iba a organizar la entrada al Frente Nororiental. Pero hay un cambio de planes. De repente aparece en México Memo, uno de los jefes de la logística del ERP. Lo había conocido como comandante de campo en Morazán, pero luego de que saliera herido en combate asumió nuevas responsabilidades, obviamente importantes. Y Memo me dice: “Sabés qué, te tengo un carro para tu viaje a San Salvador con la diputada...”

Me huele algo raro. ¿Por qué Memo se preocupa de mi viaje? Lo más probable: El carro que me presta, tendrá embutido algo que Memo necesita que llegue a San Salvador. Es de las cosas de los cuales no se habla. No se hace preguntas. 

Cuando recojo el vehículo, resulta que no es un carro, es una casa rodante montada sobre uno de estos monster pickupsgringos. Es un vehículo en el cual puedes esconder un mortero o varias ametralladoras. Pero ,e imagino que igual lo saben en las fronteras de Guatemala y El Salvador, y lo más probable es que lo van a desmontar para buscar algún encargo clandestino. Memo se ríe cuando le digo que porqué no me ha conseguido de un solo un trailer...

Comienzo a disfrazar la casa rodante con todas las parafernalias de la prensa. Grandes rótulos: Prensa Internacional. Cámaras, cables, casetes, grabadoras. Supuestamente somos un equipo de la Televisión Alemana, con credenciales y todo, para reportear desde Centroamérica. Sería la primera vez que vean un equipo de TV en una casa rodante...

En la primera frontera, de México a Guatemala, el problema que causa nuestra casa rodante se pudo resolver a la mexicana: con una mordida. Cuando entramos a Guatemala, nadie ni siquiera voltea a ver nuestro vehículo. Cuando nos acercamos a Las Chinamas, paso fronterizo a El Salvador, le digo a Gaby: “Okay, ahora hay que mostrar la máxima calma. Nada de nervios.” 

Me ve con ojos de sorpresa: “¿Por qué, hay algún problema?” 

“No, no. Nada. Tranquila.”

Y no hay problema. Medio revisan el carro, no desmontan nada. Funciona la fachada de periodistas cheles. En la oficina de migración están colgados dos fotos grandes, uno de Joaquín Villalobos, el otro de Jorge Meléndez (Jonás). Ofrecen 50 mil colones por Villalobos y 25 mil por Jonás. Cinco mil 700 dólares por el estratega de la guerrilla, la mitad por el jefe del Frente Nororiental —que baratos son. Yo sabía que Joaquín había pasado varias veces por esta frontera, también en un vehículo de prensa, y nadie lo reconoció. Me da risa imaginarme como habrá escondido su gran quijada...

Vamos felices dirección a San Salvador. Pasado El Congo, siento un fuerte golpe atrás. Me paro y veo que la casa rodante está a punto de caerse del pickup. Ya se ha movido medio metro para atrás. Me imagino lo que pasaría si vamos con este vehículo a un taller y comienzan a desmontarlo... Pero no es necesario, se para otro pickup con unos trabajadores de la compañía eléctrica. Entre todos levantamos la casa, la ponemos en su lugar, y ellos hasta tienen las herramientas necesarias para socar bien los pernos que la fijan en la cama del pickup

En San Salvador nos registramos en el Hotel Novo, y el día siguiente entrego el vehículo en un taller que me ha indicado Memo. Otra misión cumplida. 

 

No fue la primera de este tipo. Desde Managua me habían mandado varias veces a viajes extraños a Tegucigalpa, siempre con carros nuevos y plantosos. Una vez junto con un tipo con una pierna postiza, que me contó que era exmilitar. Bruno Navarette, teniente coronel. Lo que no me contó fue que cuando todavía tenía ambas piernas también había sido seleccionado nacional de fútbol. De esto me di cuenta cuando entramos a Honduras, y el sargento a cargo en la frontera, también exfutbolista, lo reconoció y lo saludó con mucho entusiasmo. Platicando los dos futbolistas, de repente el sargento hondureño dice: “Y dicen que vos te fuiste con los subversivos. ¡Qué paja! Cuidate, hermano.”

“Tal vez hubiera sido mejor que me hubieras contado,” le reclamo cuando seguimos el viaje hacia Tegucigalpa. 

“¿Para qué? Sólo te hubieras puesto nervioso.”


 

En el hotel Novo, donde estoy con Gaby, se vuelve sospechoso que durante varios días nunca salimos. Me quedo pegado al teléfono, esperando que me contacten para organizar la entrada a Morazán. Tampoco quiero dejarme ver en la ciudad, ni siquiera con mis amigos periodistas. A los tres días me habla el compa y me dice que necesitan unos días más. Me dice que mejor vayamos al puerto La Libertad, donde sería menos sospechoso estar sin hacer nada. Me da la dirección de un hotel en Punta Roca. Cuando llegamos y pedimos dos cuartos, la encargada me ve raro y me pregunta dos veces si realmente necesitamos dos cuartos. Luego me di cuenta que es un motel para parejas, normalmente rentan por horas... 

 

De repente todo va muy rápido. Un compa nos recoge en el Puerto y nos lleva a San Miguel. Allá adornamos nuevamente el carro con rótulos de prensa internacional. Igual como en otras ocasiones, salimos tipo medianoche y pasamos sin retenes hasta llegar al puente del Torola cerca de Osicala. Pasamos a pie con todos los bultos, y al otro lado nos esperan los compas. Resulta que ahora la zona es ‘liberada’, bajo control de la guerrilla del ERP. Ya se puede circular libremente en la calle Negra. Justo para el desayuno, estamos sentados con la diputada en el campamento de la Venceremos.


 

Cuenta Gaby: Del helicóptero sólo quedaba la parte trasera. El resto era chatarra. Fuimos los primeros extranjeros que pudieron fotografiar los restos del aparato donde murió Domingo Monterrosa, jefe militar de la Zona 3. Hacía dos años que ningún forastero había entrado en el norte de Morazán, una zona controlada por la guerrilla del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), en el este de El Salvador. Lo que vi allí en las tres semanas de estancia es el resultado de una guerra de cuatro años, que sobre todo causó víctimas entre la población civil. Aldeas destrozadas por las bombas y el fuego, testigos mudos de una estrategia que los militares salvadoreños llaman "lucha contra la rebelión". Torola, San Fernando, Arambala, en otro tiempo centros económicos de la región, se han convertido en pueblos fantasmas, cuyos habitantes llevan una vida penosa, y con frecuencia cruel, en los campos de refugiados de Honduras o en el sureste de El Salvador. Desde la última gran ofensiva de los militares —Torola 4 y Torola 5—, en octubre de 1984 y enero de 1985, los restos de escombros sólo sirven de campamento para la guerrilla.


Los restos del helicóptero de Monterrosa,
exhibidos en el Museo de la Revolución en Perquín

El Ejército salvadoreño combate la guerrilla rural dirigiendo sus ataques contra la población civil, que, según el viceministro de seguridad, Reinaldo López Nuila, debe ser considerada en la zona controlada por la guerrilla como soldados logísticos, contra los que también hay que luchar.

Represiones aparentemente arbitrarias tienen un objetivo concreto: sembrar el miedo y el terror en las bases sociales y políticas de los rebeldes. Quemar las casas para que se vayan; una política de expulsión. En una región sin población, la lucha guerrillera ni tiene sentido ni es posible. Durante nuestras marchas por el norte de Morazán, un territorio de unos 600 kilómetros cuadrados, encontramos continuamente campos quemados, tierra arrasada. "Los cuilios", así llaman en forma despectiva a los soldados, "nos queman los cultivos y le pegan fuego a la cosecha de maíz", me dijo un campesino. "Al compañero Rodolfo le quemaron sus dos vacas cuando la operación Torola 4".

La mayor parte de los 15.000 habitantes del norte de Morazán vive hoy en las montañas, los cantones, que están cubiertas de bosque. La mayoría son campesinos pobres que viven de su vaca o del cerdo, o del cultivo de maíz. Su única riqueza son los numerosos hijos, de los que muchos luchan en la guerrilla. Los compas de la guerrilla vienen a las chozas de los campesinos en busca de agua o a comprar por unos colones tortilla y frijoles. Los conocen y se intercambian informaciones recientes sobre los cuilios, o simplemente se lamentan de los dolores de una pierna, que dificulta las marchas por la montaña.

La guerra también se gana con los pies. Para la guerrilla no es problema, porque la mayoría son campesinos. Para el Ejército es una desventaja logística. Con frecuencia a los soldados les falta resistencia, no conocen bien el terreno y caen en las emboscadas guerrilleras. Los aviones norteamericanos de espionaje, que casi cada día y cada noche sobrevuelan la región, no tienen posibilidades en los bosques tupidos. Sus aparatos, provistos de detectores infrarrojos que registran el calor humano, captan movimientos de grupos de gente.

Cuando se aproxima un avión de espionaje, los guerrilleros permanecen inmóviles. Francisco Mena Sandoval, uno de los jóvenes oficiales del Ejército salvadoreño que dirigió el golpe progresista del 1979, comentó que "a pesar de su alta capacidad técnica en la dirección de la guerra, son poco efectivos, si se tiene en cuenta el esfuerzo empleado". Mena Sandoval añadió: "Aunque sus aviones descubran grandes unidades de los nuestros, nos queda tiempo suficiente para cambiar de lugar antes de que realicen el ataque con bombas y cohetes. La mayor parte de las víctimas de los bombardeos se producen entre la población civil, porque reacciona de forma equivocada al intentar huir".


Francisco Mena Sandoval, ex capitán del ejército,
luego 'comandante Manolo' del ERP

A Mena Sandoval hoy le llaman Manolo. En 1980, tras la caída de la junta militar de Majano, se pasó a la guerrilla. Hoy día, por sus extraordinarios conocimientos sobre el Ejército salvadoreño, está encargado de la formación militar en La Escuela de la Revolución. La escuela, el orgullo de la guerrilla, es un lugar en el corazón de Morazán, por el que pasan todos los guerrilleros. No sólo para recibir una formación militar, sino también para aprender a leer y escribir. Casi ninguno de los chicos y chicas fue a la escuela. También los altos mandos militares tienen que pasar los cursos de alfabetización, porque la mayoría de los comandantes son campesinos sin formación.

En la escuela tuve que dormir con zapatos toda la noche. Durante horas nos sobrevolaban dos aviones y la guerrilla dio la voz de alarma. Los objetos más importantes habían sido ya enterrados. A lo lejos se sentía el ruido sordo de los morteros y cohetes, que explosionaban contra el suelo y esparcían en un amplio círculo la metralla.

Cambiamos de lugar y corrimos hacia Joateca, que está a unas seis horas de distancia. La semana anterior había estado tomada por el Ejército. Cinco habitantes perdieron la vida por presunta colaboración con la guerrilla. María, una propietaria de una tienda de comestibles, de unos 40 años, fue una de las siete personas que fueron detenidas. "Si vendo alimentos a los muchachos la próxima vez, me matarán", decía María.

Por la mañana, un helicóptero que se aproximaba interrumpió el desayuno. Mientras sobrevolaba el lugar, la gente huía hacia sus casas. El helicóptero dio la vuelta y rodeó un valle situado a unos 500 metros. Durante un cuarto de hora se escucharon las ráfagas de ametralladora y los campesinos llegaron aterrorizados de sus campos. El trabajo se había terminado aquel día.

 

Regreso a la seguridad

Después de una marcha de tres días llegamos a un pequeño lugar desde el que teníamos que abandonar la zona controlada por la guerrilla. Tuvimos que dar rodeos, porque el Ejército había penetrado en algunos puntos de la región. Javier, un modesto tendero, nos llevó con su coche hasta el pueblo más cercano, donde nos montamos en un camión de bebidas que nos llevó hasta San Miguel.

Todo estaba muy cercano. Tan sólo una hora antes habíamos atravesado un pueblo en el que la guerrilla tenía su campamento. Despacio pasamos un control con los soldados en la acera armados con metralletas. Eran muy jóvenes. Algunos llevaban cintas en la frente. Se parecían enormemente a los muchachos. El chófer les saludó con un gesto. Le conocían de su recorrido cotidiano. Para ellos, era el conductor del camión de bebidas. Para la guerrilla, el contacto con San Miguel. Para mí, la garantía de llegar sana y salva a la ciudad. 

(Publicado El País, 30 marzo 1985)

 

Gaby se va y yo me quedo. Regreso al campamento de la Venceremos, que a la vez alberga a la Comandancia. Para adaptarme, decido por un rato incorporarme a la producción radial. Maravilla, Marvin y Santiago me reciben como alguien que llega a casa. También Letty y Ana Lidia, las nuevas locutoras, la primera de San Fernando, la segunda de San Salvador. Ana Lidia acaba de perder a su compañero, quien murió en un combate en Usulután. Está embarazada. Su risa es el soundtrack de la Venceremos. Casi inmediatamente me enamoro de Letty, pero esto nunca pasa de un romance platónico. Nos hacemos buenos amigos, y trato de apoyarla en su tarea como responsable política del equipo de la radio. Pastorear este conjunto de egos y locos es tarea complicada para una chava de San Fernando...


Letty


Maravilla, Gustavo y Augusto

Nos mudamos a Pueblo Viejo, en las afueras de Perquín. Los cafetales de este lugar serán nuestra casa, y solamente salimos de ahí cuando se anuncian grandes operativos del ejército. Cuando la zona está tranquila, la vida en este campamento parece más de boy scouts que de guerreros. En este cafetal hay de todo: talleres, sastrerías, zapaterías, bodegas logísticas, una escuela, centro de comunicaciones, la Comandancia, la RV, un hospital, incluso una especie de sanatorio donde se recuperan, con buena comida, compas que han estado enfermos y heridos. Se llama El Tancredo, en honor a un presidente de Brasil que sólo duró un día y murió. Humor guerrillero. La formación matutina se hace en un antiguo patio para secar café, al que bautizamos Plaza Ho Chi Minh. De ahí se llega a la cocina que incesantemente se preparan tortillas y café, también frijoles, y a veces huevos y muy de vez en cuando carne... 

La radio funciona en un refugio bajo tierra, protegido por troncos de árboles con tierra encima. Alrededor de esta cueva, están las champas donde dormimos. El centro es una vieja casa, donde viven Santiago y Ana Lidia, y donde todos nos reunimos en las noches como si fuera cafetín de universidad. Ahí nos juntamos Maravilla y yo para jugar naipes con Luisa, cosa que a veces enfurece a Joaquín. Y ahí tienen lugar las famosos funciones de cine: Maravilla contando películas. Lo hace de manera magistral. Tiene buena memoria visual, y lo demás lo inventa. Sabe contar películas mediocres de una manera que parecen maravillosas.



La finca de Pueblo Viejo en el cerro Gigante


Perquín


Lo mejor de este campamento es que está a la orilla de Perquín, donde hay tiendas, cigarros, y gente ‘normal’. Ahí está la sede de las Comunidades Eclesiales de Base del padre Rogelio —y está el beneficio de Niña Lola, donde hay un acueducto para ducharse y una cocina donde siempre nos espera Lola con un café, y a veces con unos huevos revueltos con frijoles...


La siguiente entrega, sábado 7 diciembre:

Capítulo 20: Cine móvil con Jaime Bateman (1985)