domingo, 12 de junio de 2011

El apostol de los indignados

Nació en 1917 en medio de los horrores de la Primera Guerra Mundial, y fue combatiente de la resistencia francesa contra el nazismo en la Segunda. Prisionero de guerra, fue enviado por la Gestapo al campo de concentración de Buchenwald. Dado que su vida se puede leer como una novela de suspenso, es pertinente consignar que logró escapar 48 horas antes del día de su ejecución.

Con tan prolongada y singular historia, cualquiera estaría resignado al retiro confortable. A los 93 años de edad, no obstante, Stéphane Hessel se ha convertido en el apóstol de los indignados. Nacido en Berlín, fue criado desde niño en Francia, y esto explica su participación en la resistencia. Para completar el perfil del personaje, baste anotar que fue uno de los 12 redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por Naciones Unidas en la Asamblea General celebrada en París, en 1948.

Un pequeño panfleto de 50 páginas, editado en varios idiomas, se ha convertido en una especie de biblia de los indignados que, en varias ciudades europeas, protestan contra las banalidades del debate político. No todo es obra de Hessel, desde luego, pero sus brevísimos textos pasan de mano en mano y parecen estimular o justificar a quienes acampan en la Puerta del Sol en Madrid y en otros lugares del Viejo Mundo.

El pequeño panfleto lleva por título ¡Indígnate! La edición que leo, Destino 2011, tiene prólogo del español José Luis Sampedro, también nacido en 1917, también indignado. Al terminar de leer los siete brevísimos textos de Hessel, la pregunta es obvia: ¿por quién doblan las campanas? Doblan contra la indiferencia, contra la pasividad, contra la resignación.

El primer capítulo se titula "Indígnate", y es como una autobiografía mínima pero intensa del personaje. Hessel no necesita demasiadas palabras. Leamos: "Noventa y tres años. Es algo así como la última etapa. El final ya no está muy lejos. ¡Qué suerte poder aprovecharlos para recordar lo que fueron los cimientos de mi compromiso político: los años de resistencia y el programa elaborado hace 66 años por el Consejo Nacional de la Resistencia".

Stéphane Hessel mira al pasado con absoluta confianza.

O mejor, con orgullo. Reivindica los principios sustentados y sostenidos entonces, cuando la democracia se contraponía al totalitarismo de Adolfo Hitler. Entre esos postulados, el de una prensa independiente era una condición indispensable para la democracia. "La resistencia ­anota Hessel­ propuso una organización racional de la economía que garantice la subordinación de los intereses particulares al interés general, libre de la dictadura profesional instaurada a imagen de los Estados fascistas".

Protagonista de su siglo, para él no fueron ajenas las tormentas políticas e ideológicas que florecieron a partir de la posguerra. Un dilema tras otro ponía a prueba a los demócratas franceses, vinculados con la izquierda. Primero la resistencia, que no planteaba dudas. Luego la independencia de Argelia. Y en lugar no deleznable, las relaciones o simpatías con la URSS.

Llegó un momento en que este dilema fue resuelto: "Desde que tuvimos noticia de los grandes procesos estalinistas de 1935, y aunque hacía falta un oído atento al comunismo para contrarrestar el capitalismo estadounidense, la necesidad de oponerse a esta forma insoportable de totalitarismo se impuso de manera muy clara".

Otros capítulos rezan: "La indiferencia, la peor de las actitudes". "Mi indignación a propósito de Palestina". "La no violencia, el camino que debemos aprender a seguir". Y, finalmente: "Por una insurrección pacífica".

La cuestión de la lucha pacífica enfrentó en un momento a Stéphane Hessel con su amigo Jean Paul Sartre. En un momento, el autor de Las manos sucias simpatizó con ciertas prácticas terroristas, pero terminó aceptando que eran a la larga totalmente contraproducentes. Ningún recurso es más poderoso que la rebelión pacífica.

Al criticar los excesos de la sociedad contemporánea, lo que llama las políticas del "siempre más", Hessel reivindica el pasado. No alienta el nihilismo en su pensamiento ni en su actitud frente a la vida. Ni porque tenga 93 años y vislumbre el final de la aventura. Mira el mundo de 1948, cuando trabajó en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y anota los progresos y las grandes conquistas. Veamos algunos episodios: la descolonización, el fin del apartheid, el derrumbe del imperio soviético, la caída del Muro de Berlín. En la primera década del siglo XXI, el autor de ¡Indígnate! advierte retrocesos: la presidencia de George W. Bush, el 11 de Septiembre, etc. Y concluye: "Nos hemos encontrado con esta crisis económica, pero no hemos aprovechado la ocasión para iniciar ninguna nueva política de desarrollo".

En suma, indignarse, sí, pero no basta indignarse. Es preciso saber por qué nos indignamos, y también preguntarnos por qué somos o hemos sido indiferentes. La biblia de los indignados también los interroga. Para indignarse no bastan los gestos. Moraleja: Nadie espere que otros le saquen las castañas del fuego.
 
(El Nacional/Venezuela; el autor es subdirector de El Nacional. Como cancillero venezolano fue protagonista de los Acuerdos de Paz de El Salvador)