lunes, 12 de enero de 2009

Soy plumífero, con orgullo

Según la Real Academia Española, un plumífero es una “persona que tiene por oficio escribir.” Todos somos plumíferos: los escritores, los poetas, los reporteros, los columnistas.

Para muchos, la palabra ‘plumífero’ es negativa. La Real Academia Española anota que muchas veces es “usada en sentido despectivo.” Claro está, los plumíferos caemos mal a los poderes fácticos, a los burócratas, a los dogmáticos de derecha e izquierda. Lo que hace caer mal a los plumíferos es el uso de la crítica, la independencia, la terquedad de insistir en las contradicciones y en el derecho (o deber) a la disidencia.

La aceptación negativa es genérica. El desprecio es al oficio, no sólo a los escritores malos, a los escritores de izquierda o derecha, respectivamente. Es a todos, al gremio.

Por esto, no extraña escuchar la palabra ‘plumífero’ en la boca de políticos, empresarios, ministros, activistas políticos. Es normal. Nos tildan de ‘plumíferos’, de ‘sesudos’, de ‘intelectualoides’, de ‘escribanos’, porque los incomodamos.

Extraño, verdaderamente extraño, es que un periodista, un profesional de la pluma, exprese su desprecio a ciertos colegas con la palabra ‘plumífero’. En este sentido, sólo en este, vale la pena leer el editorial de Carlos Dada en El Faro.

Escribe Dada: “El clima social para este 2009 se ha tensado gracias a la gran cantidad de políticos, funcionarios, militantes, seguidores, analistas, plumíferos y voces irresponsables que tratan de ilustrar esta elección como si se tratase de competencias entre el bien y el mal.”

Y más adelante, otra mención al oficio que orgullosamente comparto con Carlos Dada: “La mayoría de líderes políticos, de funcionarios públicos, de analistas y de plumíferos (...) sólo amenazan, sólo tensan, sólo continúan tratando de impulsar su particular democracia basada en el miedo.”

No sé si Carlos Dada quiere expresar duda si ciertos columnistas realmente son escritores iluminados o tal vez propagandistas infiltrados en el medio periodístico. No sé si quiere establecer una distinción entre verdaderos escritores como él, que tienen la verdad de su lado, y ‘plumíferos’ que irresponsablemente siembran miedo, como yo. Porque yo sí tengo miedo de lo que puede pasar con El Salvador a partir del 1 de junio. Yo sí siento que la situación es tensa. Y lo expreso.

¿Y cuál es el problema con expresar el miedo que se genera en tiempos electorales? ¿Acaso no hay nada que temer? A los ciudadanos de Venezuela les hubiera convenido tener miedo al teniente coronel Hugo Chávez antes de votar por él. Si los alemanes hubieran tenido más miedo a Hitler, tal vez no hubieran votado por él y hubieran ahorrado al mundo la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto nazi.

Aquí en El Salvador, el miedo sano de los ciudadanos nos ha ahorrado las consecuencias de un presidente Roberto D’Aubuissón, así como de un presidente Schafick Handal.

Cualquier psicólogo nos explica que el miedo es un mecanismo necesario de protección. Sólo los tontos no tienen miedo.

¿Decir esto me convierte en ‘plumífero’ en las categorías de Carlos Dada? No. Somos ‘plumíferos’ todos y de todas maneras. Es nuestro oficio, tengamos la razón o no. Somos hombres de la pluma y de la crítica. Esto no significa, para nada, que siempre tengamos razón. Los plumíferos corremos riesgo de equivocarnos, va con el oficio.

Los escritores y críticos no tenemos ninguna razón de asumir el lenguaje de los poderes que nos detestan, tengamos razón o no, como ‘plumíferos’. No tenemos por qué avergonzarnos de nuestro oficio de usar la pluma y la crítica. No tenemos por qué aceptar y validar la distinción que los poderes hacen entre ‘plumíferos’ y ‘verdaderos’ periodistas. Somos plumíferos y tomamos el riesgo de hablar, que incluye el riesgo de equivocarse. Gente que prefiere callarse tenemos más que suficiente.

Aparte sea dicho, Carlos Dada, que ninguna de las voces irresponsables que usted menciona recomienda no reconocer el triunfo electoral de quien obtenga la mayoría. A lo mejor ni resultan tan irresponsables los plumíferos. Pelean duro para que gane el candidato de su preferencia, pero todos aceptarán el resultado electoral. Bueno, algunos más que otros, porque hablar de antemano de fraude en caso de no ganar, llega algo cerca a no reconocer los resultados...

El editorialista del honorable El Faro está preocupado porque “tratan de ilustrar esta elección como si se tratase de competencias entre el bien y el mal”. Ahí sí estoy de acuerdo: No se trata de una competencia entre el bien y el mal, sino entre males, donde hay que votar por el mal menor. Pero hay que escoger. Y para poder escoger, son necesarios los ‘plumíferos’ que hablan de las cosas que hay que temer.

(Publicado en El Faro)