lunes, 11 de enero de 2010

Mi padre en el museo de los Ortega Murillo

En una de las siete paredes en círculos del nuevo “Museo de las Victorias”, frente al Estadio Nacional, me encuentro con la fotografía emblemática de mi padre, Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, caminando sobre los escombros de Managua. Dan ganas de llorar verlo allí sin poder defenderse, ni opinar en ese lugar símbolo de lo que con su vida combatió.

Paradójicamente está allí por ser periodista asesinado en su indoblegable lucha contra la corrupción e incesante búsqueda de la democracia con justicia social, una profesión ahora perseguida por los Ortega Murillo, dueños de la historia en ese espacio espejo de sus ambiciones. Sin duda, a mi padre lo pusieron en ese lugar porque está muerto y no puede decir que lo mataron no sólo por ser periodista, sino porque encarnaba todo lo contrario al somocismo, el que ahora encarnan Ortega y su familia.

Daniel Ortega aparece allí de visita en todos los frentes de guerra, pero al lado de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal luce totalmente vencido por el poder absoluto, por la corrupción de los negocios estado-familia, la abolición de la institucionalidad junto con Alemán, vencidos por el nepotismo, el abuso del poder y las ambiciones familiares dinásticas con que imponen su voluntad sobre Leyes y Constitución.

Mi padre en esos escombros del danielismo es la figura del ciudadano firme en su reclamo por la República de Nicaragua. En cambio Ortega, se parece más a su predecesor Anastasio Somoza Debayle, a quien imita hasta en la sonrisa de las fotografías rosadas que empapelan Managua, la Plaza de la Revolución y la entrada a este recinto en el que la familia presidencial organiza el olvido de la lucha contra la dictadura y pone en práctica el famoso principio franquista de aplaudir la muerte y matar la inteligencia.

Son así porque Ortega y Murillo, en su proceso de conversión de revolucionarios a millonarios autócratas, necesitan deshacerse de sus anteriores vestiduras y de cualquier antecedente que desafíe sus pretensiones dinásticas. En ese lugar la pareja confirma cumplir con una ley histórica que dice que quienes olvidan su pasado están condenados a repetirlo. Efectivamente, la visión de los Ortega Murillo da una de esas risas que produce el dolor de verlos pretender ser dueños del futuro queriendo cambiar un pasado de lucha contra un sistema dictatorial y corrupto como en el que ellos ahora se reproducen.

Ese recuerdo de unidad por la democracia ahora los irrita, los ofende y los lleva al ridículo de mutilar en el pabellón del Frente Occidental, la fotografía de la comandante Dora María Téllez que dirigió la toma de León. La cortaron por la mitad del cuerpo, le quitaron la cabeza y sólo dejaron sus piernas afuera de otro retrato que le pusieron encima y que por cierto es una toma de Masaya y no de occidente. Purgas así se han producido en todas las versiones de regímenes totalitarios y el común denominador es el deseo de liquidar completamente a los adversarios no sólo políticamente, sino anímica y psicológicamente.

En la toma de Estelí que se luchó por semanas no aparece ningún dirigente, solamente “El Zorro”, porque igual que mi padre está muerto y no puede volver a rebelarse ante el nuevo Somoza engendrado por su propio partido. Seguro, por esa misma razón es que sí pusieron la foto de Camilo Ortega, hermano caído del Presidente. Sin embargo, en el caso de su otro hermano, el General de Ejército Humberto Ortega (1979-1994), según la historia oficial no participó en la insurrección contra Somoza, porque no aparece por ningún lado.

En este espejo gráfico del poder absolutista y excluyente de Ortega y Murillo, sandinistas, no sandinistas como mi padre, y toda una generación unida por la democracia en la lucha contra la primera dinastía, volvemos todos juntos a ser víctimas del atropello diario a la dignidad de un pueblo que quisieran dejarlo hasta sin memoria para desarticular el poder de crítica en las nuevas generaciones y así perpetuarse en el poder.

La respuesta a ese regreso al pasado es la Unidad Nacional, como la que levantó el sacrificio de PJChC hace treinta y dos años contra Somoza y veinte años después mi madre, Violeta Chamorro, de frente contra Ortega. Los Ortega Murillo pueden aplaudir la muerte de los que no podrían volver a rebelarse, pero no matar las ideas de un Pedro Joaquín Chamorro quien hoy se encarna en la unidad nacional de la sociedad civil que asume su compromiso con el mandato de que “Nicaragua volverá a ser República”.

(La Prensa/Nicaragua. La autora es periodista.)