miércoles, 12 de noviembre de 2008

Intervención en el mercado, ¿lo indispensable o lo más que se puede?

Necesitamos un Estado más fuerte. Sobre esto hay consenso. Estado fuerte para regular al mercado donde el abandono de la regulación ha llevado al caos al mercado.

El peligro es que intervenga y regule un Estado que no sepa hacerlo, con instrumentos inapropiados. Peor aun que intervengan y regulen gobiernos que quieren regular e intervenir lo más que se puede, dirigidos por partidos y políticos que tienen años o incluso décadas de esperar que haya una situación que les permita intervenir en el mercado. Hay una gran diferencia entre estar deseoso de intervenir y sentirse obligado a intervenir. Es una gran diferencia que intervenga un Estado conducido por gente que desconfía de un exceso de intervención del Estado en el mercado -- o un Estado conducido por gente que siempre ha desconfiado del mercado. El primero va a intervenir lo estrictamente necesario, pero lo menos posible. El segundo va a buscar aprovechar la actual crisis para implementar la máxima intervención estatal posible. Para el primero, la nacionalización sería el último recurso, para el segundo la opción preferencial.

No es una cosa hipotética. En la cumbre iberoamericana en San Salvador las voces más altas que exigieron más Estado en la economía eran precisamente los gobiernos que sueñan con la crisis final del sistema capitalista -- crisis que durante décadas han anunciado y que al fin vuelva a poner en la agenda al socialismo. La discusión sobre el capitalismo provocada por los jefes de Estado de Nicaragua, Ecuador, Argentina, Bolivia, Guatemala y Honduras no sólo mostró que bajo la influencia de Cuba, Venezuela y los petrodólares se está formando un bloque de países latinoamericanos que no tiene ningún interés que los mecanismos y organismos del sistema financiero internacional se reformen y se vuelvan eficientes. También mostró un preocupante grado de incapacidad de los demás jefes de Estado de enfrentar esta tendencia. Con pocas excepciones, la cumbre desnudó el bajo –en algunos casos pésimo- nivel de liderazgo y capacidad de debate, análisis y propuesta de los gobernantes de América Latina.

Había muy pocas excepciones: la chilena Bachelet, el brasileño Lula, el español Rodríguez Zapatero, el colombiano Uribe y el mexicano Calderón. Todos los demás, o brillaron por discursos cargados de ideología trasnochada o por incapacidad de responder. Lograr que esta cumbre lograra algunos resultados y no termine en un gran fracaso, es resultado de una excelente y encomiable labor del presidente anfitrión.

Para que la receta de más Estado y más regulación funcione y para que la medicina no sea más dañina que la enfermedad, primero hay que construir Estado. Parece que Estados Unidos, el país clave para el sistema financiero mundial, está haciendo precisamente esto con el ascenso de los demócratas al poder: reconstruir el Estado que bajo la presidencia de Bush ha perdido la capacidad de intervenir adecuadamente en crisis económicas, financieras e incluso naturales.

“Regular el funcionamiento de los mercados globales, sin la tentación de confiar en la autorregulación de la ‘mano invisible’, tampoco debe llevarnos a lo contrario, con un exceso de intervencionismo del Estado o de los Estados concertados. Necesitamos Estados modernos, fuertes y ágiles, que sean ellos mismos transparentes, eficaces y previsibles. Regular el mercado no es sustituirlo, sino enmarcarlo en su función correcta. Por eso es la hora de la política como gobierno de los intereses de los ciudadanos en el espacio que compartimos, desde lo local nacional hasta lo global, pasando por integraciones regionales como la Unión Europea, capaces de ordenar el sistema financiero y los flujos comerciales,” escribió Felipe González en El País.

En la cumbre iberoamericana, los que más intervención del Estado promovieron, eran los que presiden sobre los estados menos transparentes, menos eficaces, menos previsibles y menos democráticos: Venezuela, Cuba, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Argentina.

El debate constructivo de cómo repensar las relaciones entre Estado y mercado no nace en estos lados. Nacerá en la nueva administración demócrata en Washington y sus debates y negociaciones con líderes como el francés Sarkozy, la alemana Merkel, el británico Brown, el español Rodríguez Zapatero, y el brasileño Lula. Las nuevas formas mundiales de regulación saldrán de un debate que no es entre capitalismo y socialismo. Es entre los que están construyendo Estados verdaderamente democráticos, unos con criterios más conservadores, otros con criterios más liberales, otros con criterios socialdemócratas.

En El Salvador, los candidatos a la presidencia tienen que decir con claridad cómo piensan construir un Estado e instituciones capaces de relacionarse con el mercado, para hacerlo más efectivo y evitar abusos, desequilibrios y crisis incontrolables, y sin ponerle trabas. Anunciar que el próximo gobierno va a generar “más empleo” o “más justicia”, sin decir cómo, con qué institucionalidad, y con qué instrumentos regulatorios es una falacia que ya no hay que dejar pasar a ningún candidato.

(El Diario de Hoy, Observador Electoral)