En su paso por el Hay Festival el escritor peruano habló con María Isabel Rueda sobre su obra, Uribe y el presidente venezolano.
Como se lo deben haber dicho muchas veces, maestro Mario Vargas Llosa, no le pido que me crea que entrevistarlo era uno de mis grandes sueños de periodista. (Risas).
Pues eso me halaga y me ruboriza.
¿Le importa que en esta entrevista no toquemos el tema de su maravillosa e inacabable obra literaria?
¡Sobre todo inacabada!
Cosa que nos alegra mucho. ¿Qué se trae entonces entre manos?
Estoy terminando una novela que probablemente se llamará El sueño del celta. Está inspirada en un personaje histórico irlandés que se llamó Roger Casement.
Y fíjese que tampoco voy a hablarle de erotismo, aunque siempre creí que eso sería de lo que hablaríamos cuando lo tuviera enfrente.
¡Menos mal! Ya me estaba sobresaltando con ese prolegómeno.
En esta entrevista le voy a hablar solamente de política. ¿Tengo su permiso?
¡Qué remedio! Ya estoy acostumbrado, porque a los escritores les hacen más preguntas políticas que literarias.
Pero lo hago con confianza, porque particularmente usted ha dicho siempre que un escritor no puede abstenerse de interesarse y participar en el debate de los problemas cívicos y políticos de su entorno...
Si no, no tiene derecho de abrir la boca para protestar, para quejarse. Al mismo tiempo creo que hay un riesgo de que el escritor se involucre mucho en política y se eclipsen las fronteras entre lo que es el trabajo literario y la acción cívica. Muchos talentos literarios han naufragado por confundir esas fronteras.
Y también viceversa...
Desde luego. Pero esta reflexión es importante en estas épocas en las que sobre todo entre los escritores jóvenes hay un gran desprecio hacia la política, porque piensan que para mantener su categoría, su independencia, deben darle la espalda a la política.
Hace 20 años usted fue candidato presidencial en el Perú. ¿Hoy está retirado de la política activa?
Estoy retirado de la política profesional. Yo no soy candidato a nada. Pero no estoy retirado de la participación política como escritor. Escribo sobre política, opino, eso lo he hecho siempre. Y bueno. Nací como escritor en una época en la que era impensable que un escritor le diera la espalda a la política. En los años 50, cuando yo comencé a escribir, estaban de moda las ideas de los existencialistas franceses. Camus, Sartre... Y con la literatura uno podía influir en la historia. Me acuerdo siempre de lo que decía Sartre: "Las palabras son actos". Escribiendo, uno puede hacer una marca en su tiempo para la historia. El escritor no debe vivir como si estuviera fuera de la historia, del tiempo. Va defendiendo aquello en lo que cree, criticando lo que le parece criticable, entonces yo nací con la idea de que con la literatura se podía cambiar la realidad, se podía modificar la vida, y esas ideas hoy en día parecen ingenuas. Pero yo no creo que la literatura sea gratuita. La literatura deja de todas maneras un sedimento que influye en la historia. Hay un tipo de literatura que refleja esa convicción y creo que yo la he practicado toda mi vida y voy a seguir practicándola.
Inevitablemente nos ha llegado la hora en esta entrevista de entrar en el tema colombiano. ¿Qué nos recomienda hacer en esta disyuntiva política en la que nos tiene el presidente Uribe con su segunda reelección?
No creo que tenga nada que recomendarles a los colombianos, ustedes saben muy bien lo que tienen que hacer. Pero vamos a situar el tema colombiano en el contexto latinoamericano. Para comenzar, Colombia no es un país que va mal. Va bien. Mal va Venezuela, mal va Ecuador, mal va Nicaragua. Y creo que es la primera vez, desde que tengo uso de razón, que digo que el gobierno del Perú va bien. Alan García lo está haciendo bien, como lo está haciendo bien Calderón en México, a pesar de todos los problemas. Y Colombia ha dado una batalla exitosa contra el terror, contra el narcotráfico. El presidente Uribe es un gran estadista, que seguiría cumpliendo un papel fundamental precisamente porque sale con una gran popularidad, y además creo que no hay líderes providenciales. Colombia tiene a varias personas que pueden hacerlo perfectamente bien y seguir con esa misma política, pero incorporando gente nueva, joven. Esa es mi modesta opinión, a partir del gran respeto que yo tengo por el presidente Uribe.
Y con ese mismo respeto recibimos su opinión. ¿Usted cree que el problema arrancó con la primera reelección del presidente Uribe, que también se hizo cambiando las reglas del juego, o estuvo bien que se hiciera reelegir una vez?
No creo que se puedan cambiar las reglas del juego cuando uno está montado sobre el caballo. Ellas se pueden cambiar hacia el futuro, si es necesario, pero no se pueden cambiar en beneficio de uno mismo. Eso lesiona el principio básico de la cultura democrática. El principio de la alternancia es una cosa fundamental de las democracias, porque garantiza su renovación. Un Presidente, un sistema, un partido no puede enquistarse en el poder sin que el poder empiece a dañar el sistema mismo. El caso de Colombia es muy interesante. Es un país en que a pesar de haber experimentado una cosa tan terrible como una guerrilla feroz, poderosa, no se destruyó la sociedad, no se destruyeron las instituciones, ha habido libertad de prensa, ha funcionado la justicia, seguramente de manera deficiente pero ha funcionado. Normalmente en un país latinoamericano agobiado por la guerrilla, los narcotraficantes, eso hubiera terminado en una dictadura. En Colombia no ocurrió. Porque hay una tradición legal, institucional, que es un maravilloso activo para este país. Eso hay que preservarlo, no hay que deteriorarlo, porque cuando empieza a deteriorarse, no para. Es una bola de nieve. No queremos que Colombia se convierta en Venezuela, en Ecuador o en Bolivia. ¿No es cierto?
A pesar de que usted, como muchos colombianos, cree que el presidente Uribe ha sido un magnífico gobernante, estamos muy solos en el contexto latinoamericano. Eso se debe... ¿a qué?
A que Colombia ha vivido un problema de guerrilla, una guerrilla que tiene una extraordinaria maquinaria de propaganda internacional, que funciona muy bien en el extranjero, y esa es la verdad. Pero pese a todo ello yo creo que la realidad ha empezado a imponerse. Los reveses que han sufrido las Farc y el Eln, el rescate de rehenes, todo eso ha ido cambiando un poco esa imagen estereotipada de los guerrilleros heroicos, románticos, idealistas, que luchan contra gobiernos autoritarios. Eso, afortunadamente, y es obra de Uribe, ha ido cambiando en los últimos años. Y cuando se hace el balance país por país, Colombia es uno de los que están mejor, y eso es un gran progreso. Algo que también se puede decir del Perú, de verdad. Hay problemas enormes pero por lo menos el rumbo es el que conviene. Hay una economía que está creciendo gracias a esa fórmula virtuosa que es la única que trae progreso, que es la democracia política y la libertad de mercado. No hay otra forma.
¿Cree fundados los temores de que Chávez pueda atacar a Colombia?
Sí. De Chávez se puede esperar cualquier cosa. Es un demagogo, tiene una visión completamente megalómana de sí mismo como el salvador, el redentor, del Bolívar revivido. Es una persona que está destruyendo a su país. Ha llevado a Venezuela a una situación absolutamente crítica, tiene la inflación más alta de América Latina, ha tenido que hacer una devaluación del 50 por ciento, con lo que eso significa para la clase trabajadora, una especie de cataclismo. El país se le está deshaciendo, la oposición está activa y fuerte pero por desgracia no unificada, sin un líder, pero es una oposición muy grande. Para tratar de recrear artificialmente la unidad nacional, él puede hacer todo. Incluso, la locura de invadir a Colombia. Y nosotros, los países donde hay democracia, donde se está justamente prosperando en la legalidad y la libertad, tenemos que defendernos de alguien que no solo es un peligro nacional sino también continental. Porque además es una persona que utiliza los recursos venezolanos para sobornar gobiernos, subvencionar grupos terroristas, es un factor de desestabilización sistemática continental. Entonces, todo lo que se haga para frenarlo y contenerlo es positivo.
¿Usted echa de menos, como los colombianos, un papel más protagónico en defensa de la democracia del presidente Lula da Silva?
Esa es una buena pregunta. Mire. El caso del presidente Lula es también muy positivo. Hace unos años, cuando apenas era candidato, tuve oportunidad de escucharlo en una reunión de líderes políticos y a mí se me pusieron los pelos de punta de solo pensar que ese señor pudiera ser presidente del Brasil. Porque su visión de la historia y de la sociedad era absolutamente primaria y si hubiera intentado ponerla en práctica desde el poder, habría arruinado al Brasil. Y una de las mejores cosas que le ha sucedido al Brasil es la transformación de Lula. Comenzó un poco antes de subir a la presidencia, pero ya en el poder, en lo que se refiere a la política interna ha sido un modelo de democracia política, de libertad de mercado, de apertura de fronteras, de gran impulso a la empresa privada. Ahora: su política internacional es absolutamente criticable, porque no se compadece con los enjuagues en los que ha estado con el señor Chávez, con el señor Fidel Castro. Él compensa su política socialdemócrata interna con una semi política revolucionaria internacional. Ahí veo una incoherencia. Hay que aplaudirlo en su política interna pero criticarlo en su política internacional, porque una cosa no es compatible con la otra. Por desgracia en América Latina suele ser muy frecuente. Buenos gobernantes dentro de sus países, pero hacia fuera tratan de ganar bazas frente a la izquierda, que siempre los aterroriza. Siguen el viejo consejo francés de que no hay que tener enemigos a la izquierda (pas des ennemies a gauche). Entonces, esa es una inmoralidad, y es sobre todo una traición con los países que están sometidos al populismo, a la demagogia, que están luchando por tener una democracia moderna, una democracia sensata. Vamos a ver qué pasa en estas elecciones en Brasil. Va a ser muy interesante. Hay un candidato de oposición que fue brazo derecho de Cardoso,un magnífico presidente. Serra es una persona de coherencia democrática impecable.
Usted dijo hace un momento que Colombia tiene muy buena clase política. Contamos en este momento con varios líderes que están esperando un turno para gobernar. ¿Usted conoce a alguno de los actuales candidatos a la Presidencia?
Conozco a varios.
¿Cuál le gusta?
Es que me han jalado tanto las orejas por ir a apoyar a Sebastián Piñera en Chile, que temo que si le contesto, me las van a jalar aquí también.
Haga un esfuerzo. Es para orientarnos...
(Risas). Bueno. Estoy de acuerdo con la premisa de la pregunta. Creo que tienen muy buenos dirigentes políticos, de profundas convicciones democráticas, que van a continuar con lo que ha sido lo mejor de la política del presidente Uribe. Ustedes han tenido a un magnífico Ministro de Defensa, por ejemplo, que le ha dado golpes contundentes a la guerrilla. Está también Noemí Sanín, que estoy seguro de que sería una magnífica presidenta de Colombia y que no haría ninguna concesión a los temas centrales. Yo creo que Colombia tiene suficientes líderes para una renovación política que no limite, sino que refuerce el sistema democrático.
Finalmente, no me quedo sin hacerle esta pregunta. ¿La política tiene algo de erotismo?
No es el tipo de erotismo que a mí me gustaría practicar (risas). Yo prefiero más el erotismo de tipo tradicional y ortodoxo. Pero sí hay políticos que gozan sexualmente de la política. No solo intelectualmente, culturalmente, sino sexualmente. Hay una especie de encandilamiento sexual con el poder. Pero generalmente no son los líderes democráticos los que tienen esos espasmos eróticos con el poder. La democracia los premia, los controla, les pone muchas cortapisas, les impone contrapoderes. Pero imagínese un hombre como Trujillo, en el que soy casi un especialista. Gozaba mucho con el poder. Era casi una relación que excitaba todos sus sentidos, sus instintos. Sin ninguna duda participaba la líbido en su relación con el poder y sobre todo en su posición de dominio sobre una sociedad a la que amaestraba, organizaba, desorganizaba, sorprendía. Era la relación de un amante dominador con una amante sometida.
Me deja una inquietud. ¿No será que lo del presidente Uribe con el poder es también un espasmo erótico?
No. Tengo la impresión de que en lo que se refiere al erotismo, el presidente Uribe es modesto, prudente, años luz de un hombre como Trujillo. ¡O como Chávez!
(El Tiempo/Colombia)