miércoles, 2 de julio de 2025

¿Somos los periodistas oposición? Columna Transversal de Paolo Luers

 

"Así es, lamentablemente, en nuestro país. Los periodistas que siguen actuando bajo los compromisos de la ética profesional se convierten de facto en opositores, porque el gobierno los trata como opositores. No es que nos convirtamos en activistas partidarios, tratando de llevar al poder a otra fuerza política. Se trata de defenderse de -o sea oponerse a- un régimen que restringe nuestros derechos y libertades, incluyendo la libertad de expresión". 



Publicado en El DIARIO DE HOY, miércoles 2 julio 2025

 

Es una pregunta que tenemos que hacernos los comunicadores en todo el mundo, pero obligadamente en países bajo regímenes autoritarios que atentan contra la libertad de expresión y el Estado de Derecho. Voy a adelantar de un solo mi posición: En países democráticos, la prensa y los periodistas son instrumentos de escrutinio crítico del poder. En países bajo dictadura, al seguir asumiendo esta función, automáticamente se convierten en opositores. Y así los tratan los gobiernos autoritarios. 

 

El gran periodista alemán Carl von Ossietzky nunca se proclamó opositor, pero al llegar al poder Hitler en 1933 continuóeditando su periódico ‘Die Weltbühne’ criticando sin miedo ni piedad la conversión de Alemania en una dictadura represiva y el militarismo que conducía a una nueva Guerra Mundial. En consecuencia, terminó en un campo de concentración, donde murió en 1938, luego de haber recibido el Premio Nobel de Paz del 1936. Ossietzky no escogió el título de opositor, la dictadura se le concedió, como a todos los periodistas, intelectuales, artistas, sindicalistas y religiosos que continuaron resistiendo a la dictadura, cada uno según su rol en la sociedad.

 

Y así es, lamentablemente, en nuestro país. Los periodistas que siguen actuando bajo los compromisos de la ética profesional se convierten de facto en opositores, porque el gobierno los trata como opositores. No es que nos convirtamos en activistas partidarios, tratando de llevar al poder a otra fuerza política. Se trata de defenderse de -o sea oponerse a- un régimen que restringe nuestros derechos y libertades, incluyendo la libertad de expresión. Bajo estas condiciones deja de ser periodismo el que que no sigue asumiendo su rol crítico, a pesar de que lo convierta en oposición y en en blanco de persecución política y jurídica.

 

Los decenas de periodistas que nos vimos obligados de ir al exilio para seguir haciendo nuestra labor, somos ejemplos de este dilema que enfrenta toda la sociedad civil: uno o se  calla ante la injusticia y el desmontaje del Estado de Derecho, o se convierte en opositor de facto y será tratado así por el poder. Igual que los periodistas, los abogados defensores de las personas acusadas sin derecho a un debido proceso no escogen ser opositores. Pero si siguen cumpliendo su labor bajo las normas éticas de su profesión legal, también se convierten en opositores de facto. Ni hablar los activistas de organizaciones de derechos humanos, o los sindicalistas que no aceptan abandonar la lucha por la justicia social; o los académicos, artistas y dirigentes religiosos que siguen poniendo en práctica la ética de sus respectivas profesiones. Todos ellos, al no callarse y supeditarse, son tratados como opositores por el régimen autoritario. O sea, pueden terminar presos o obligados al exilio. No es que todos estos sectores, todos juntos, formen una organización opositora para derrocar un gobierno y asumir ellos el poder. No hacen otra cosa que seguir haciendo lo que en democracia era simplemente una labor crítica, un trabajo de consciencia, un correctivo, un  elemento más en la diversidad plural de la sociedad, y no un rol opositor. Pero bajo un régimen totalitario, se convierte en oposición.

 

Así que está mal enfocada la discusión, que tenemos en el gremio, incluyendo en este medio de comunicación, y en la opinión pública si nos seguimos preguntando si la ética periodística es compatible con un rol de oposición. Está mal enfocada, cuando ya no vivimos en democracia sino en una situación donde no oponerse a una dictadura equivale a conformarse a vivir sin libertad y con miedo a expresarse libremente. 

 

Que nadie se equivoque: desde que en contra de la Constitución que lo prohíbe tajantemente se reeligió el presidente, todos estamos obligados por el artículo 88 de la Carta Magna a ejercer resistencia para restablecer el orden constitucional. O sea, ejercer oposición. Esto es válido para todos, para periodistas igual que para sindicalistas, curas, militares, empresarios y ciudadanos en general. Para resistir cada uno va a seguir actuando responsable según su rol en la sociedad, haciendo lo que le dicta la ética de su profesión o su posición social. Nadie, ni los militares, están convocados a hacer uso de las armas ni para organizar golpes de estado, ni a conspirar y preparar acciones violentas. Todos estamos convocados a defender la democracia, aunque nos ponga en posición de opositores, con todos los riesgos que conlleva. 

 

Los periodistas no podemos ser la excepción y seguir dándonos paja que ejercemos una profesión incompatible con un rol opositor. Si seguir actuando con independencia y criterio crítico nos convierte en opositores, hay que asumirlo, a toda honra. Cada uno como puede. Si para protegernos de la persecución juramos que somos periodistas, pero jamás opositores, no nos servirá de nada – a menos que estemos dispuestos a traicionar nuestro compromiso con la ética periodística. El periodismo tiene que ser veraz, pero no neutral o imparcial. 





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martes, 1 de julio de 2025

Carta a Jeff Bezos: No Kings!. De Paolo Luers

 

"Lo que te cuestiono es tu manera como exhibes tu fortuna, armando una boda de reyes. ¿O piensas acaso que cuando en 2000 lugares de Estados Unidos salieron a la calle con la consigna ‘No Kings!’ (¡Ningún Rey!) sólo estaban gritando a Donald Trump? No, fue el pueblo gritándole a políticos y a oligarcas..."

Publicado en MAS!  y El DIARIO DE HOY, martes 1 julio 2025

Dear Jeff:

Tu boda en Venecia fue un gesto obsceno. Una muestra de decadencia. Un lujo exhibido de manera insultante. Por esto los venecianos te mostraron su indignación. Sintieron que habías comprado su ciudad. No estaban de acuerdo que Venecia, que aparte de ser herencia cultural de la humanidad y destino turístico es su ciudad, su comunidad, su hábitat y vecindario se convierta en escenario de una exhibición de arrogancia, derroche y poder de una élite de extraterrestres... 

 

El hecho que tu boda haya costado, como dicen, unos 30 millones de dólares no ha sido para los venecianos -ni para mi- el meollo del asunto. Es la arrogancia, con la cual negociaste con un alcalde corrupto, en contra de la voluntad de los vecinos, que toda una ciudad, con toda su infraestructura, su sistema de seguridad y de transporte se pusiera en función del ego de un oligarca. 

 

Que nadie entienda que estoy abonando a la tendencia populista de envidia contra los ricos. Yo sé -y siempre he admirado- lo que has logrado construyendo Amazon. Soy cliente de tu tienda digital, veo películas en Amazon Prime, leo libros de todo el mundo en Kindle, publico mis libros en el fantástico servicio de auto publicación de Amazon. El hecho que con todo esto te hayas convertido en uno de los hombres más ricos del mundo no me molesta. Por nada. Lo que te cuestiono es tu manera como exhibes tu fortuna, armando una boda de reyes. ¿O piensas acaso que cuando en 2000 lugares de Estados Unidos salieron a la calle con la consigna ‘No Kings!’ (¡Ningún Rey!) sólo estaban gritando a Donald Trump? No, fue el pueblo gritándole a políticos y a oligarcas...

 

También te cuestiono cómo últimamente estas usando el poder político que te da tu poder económico. Cuando en el año 2013 adquiriste, con $250 millones de tus fondos personales, el Washington Post para mantener vivo uno de los periódicos más importantes, independientes y democráticos de Estados Unidos (y del mundo), los periodistas lo reconocimos como el aporte de un empresario exitoso a robustecer la libertad de prensa y su rol de vigilar del poder. Durante más de una década vimos que cumpliste tu promesa de respetar y fortalecer la independencia editorial y política del Post, preservando la tradición del medio que había investigado y revelado el escándalo de Watergate que terminó con la renuncia del presidente Nixon. Observamos al Post jugar un papel crucial de escrutinio crítico de la primera presidencia de Trump. Pero en 2024, cuando se perfiló que Trump podría ganar un segundo mandato, usaste tu poder económico para ordenar a la redacción del Washington Post a no publicar el pronunciamiento aprobado por el consejo editorial que llamaba a los lectores a votar contra la implementación del “Proyecto 2025” del candidato republicano de una democracia iliberal y autoritaria.

 

De repente apareciste también en la fila de oligarcas de la industria tecnológica que, encabezados por Elon Musk, hicieron cola en el Club Mar-a-lago de Trump para ofrecerse de socios en su proyecto autoritario. En la fiesta de inauguración de Trump formaste, junto con tu ahora esposa Lauren Sánchez, parte del pelotón de los magnates más ricos del mundo demostrando su lealtad al nuevo poder. Y medio año después, ¿quién era la estrella más brillante entre las docenas de estrellas invitadas para invadir Venecia a celebrar tu boda real? Ivanka, la hija de Donald Trump, por supuesto.

 

Para describir la absurda escena voy a citar a Franz Josef Wagner, mi colega alemán quien inventó el formato de cartas que yo estoy imitando de mi manera desde hace 17 años en otro país y otro idioma. En su columna ‘Coreo de Wagner’ del 26 de junio, escribió bajo el titulo ‘Querido rey de Amazonia’: “Docenas de jets privados aterrizan. Se bajan Ivanka y las Kardashian y otras celebridades. En el puerto se mese el yate del Rey de Amazonia. 130 metros de largo, 500 millones dólares invertidos. Su yate está acompañado de un barco que trae su helicóptero y en su panza sus carros preferidos.  Sus invitados se hospedan en suites que cuestan 8 mil euros la noche. Me gustaría saber de qué hablan los súper ricos. ¿Quéquieren olvidar celebrando así?”

 

En otra de sus cartas, Wagner le habla a Trump sobre su visita a Holanda a la cumbre de la OTAN, donde todos los presidentes le dan trato de rey. La carta termina así: “Pero al final el rey perdió su compostura e insultó a la prensa internacional. Nos llamó ‘Abschaum’, escoria. Entonces, qué clase de rey tenemos? O mejor nos preguntemos: ¿Qué clase de súbditos somos?”

 

Esta es la pregunta correcta que tenemos que hacerse también quienes consumaron con admiración tu boda real en Venecia.

Saludos, 




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