Y otra vez todo el mundo dirá: Malditos partidos, malditos diputados, nunca se ponen de acuerdo cuando el interés del país lo exige, y miren cómo se ponen de acuerdo, en dos horas de alta noche, cuando sienten que están en juego sus propios intereses.
Esta unanimidad, con la cual los partidos quieren protegerse (más bien blindarse) contra las reformas electorales demandadas por la Corte, no es la unidad nacional tan deseada por los ciudadanos.
Es más bien la complicidad sinvergüenza de las burocracias partidarias de todos los colores políticos -y sus diputados- para defender el status quo contra una reforma que les quitaría a las direcciones el control sobre la selección de diputados, y al mismo tiempo obligaría a los diputados a rendir cuentas a sus electores. Porque su reelección no dependería de la voluntad de sus direcciones, sino de la satisfacción de sus electores.
Porque la parte importante en el conflicto entre Corte y Asamblea no son las candidaturas independientes, sino la parte de la cual menos han hablado: La ruptura con la mala práctica que los votantes sólo podemos votar por la bandera de un partido que presenta su lista de candidatos en orden preestablecido.
La decisión importante de la Corte es que podamos votar por el diputado que nos convence, independientemente de la posición en que su partido lo haya puesto en la lista.
Quiere decir, si alguien quiere votar por un candidato de ARENA, pero por ninguno de los nombres que encabezan la lista, podrá hacerlo. Uno ya no votaría por un partido sino por un determinado diputado.
El hecho que los diputados de todos los partidos estén absolutamente en contra de esta reforma mandada por la Sala Constitucional de la Corte, se entiende. Saben con certeza que, al poner en práctica esta reforma, muy pocos de ellos tendrían posibilidades de reelegirse.
Pero las direcciones de los partidos deberían tener una visión más amplia, y deberían haber intervenido en el debate, exigiendo a sus diputados a actuar en el interés del fortalecimiento de la democracia (y de sus partidos), y no en sus mezquinos intereses personales.
Las futuras elecciones las va a ganar el partido que se convierte en el motor de las reformas que favorecen la institucionalidad, la transparencia y la confianza de la ciudadanía en los poderes del Estado. De esto nos vamos a encargar, a partir de este momento, los creadores de opinión pública en los medios y en la sociedad civil.
La ciudadanía va a castigar a los partidos que se oponen a este proceso indispensable, que incluye una ley de partidos políticos, transparencia del financiamiento de las campañas, el derecho de los votantes de votar por su diputado en vez de marcar una bandera para avalar una lista preestablecida por la partidocracia. De esto también nos vamos a encargar...
No hay que dejarse confundir. Los partidos están tratando de llevar la batalla a un campo de importancia secundaria: las candidaturas independientes. A mi tampoco me parece conveniente permitir candidaturas independientes. Pero ambas opciones -permitirlas o no permitirlas- no afectan de fondo el carácter democrático de nuestro sistema político.
El poder indebido de las argollas partidarias, que urge romperlo para democratizar y fortalecer los partidos políticos, no reside en el hecho que no hay candidaturas fuera del ámbito partidario. Reside en su capacidad de asegurar siempre que los diputados y sean leales a la dirección partidaria y sus intereses como sector.
Por esto el conflicto realmente importante es sobre el mecanismo de elección de los diputados. Es en este punto que no podemos tolerar que la Asamblea, en una conspiración entre todos los partidos, se oponga a la reforma electoral que exige el fallo de la Sala Constitucional.
Posdata: Un saludo a todos los colegas en el día del periodista. ¡Hagamos mejor nuestro trabajo!
(El Diario de Hoy)