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lunes, 2 de noviembre de 2009

Ilegitimidad y cobardía

La denuncia dada a conocer ayer por la Comisión Permanente de Derechos Humanos de que el gobierno de Ortega está creando bandas para agredir a dirigentes de la sociedad civil, revela la naturaleza patológica, ilegítima y cobarde que caracteriza al presente régimen.

El hecho de que mi nombre esté en esa lista destinada a aterrorizar a un grupo de mujeres que somos voceras de organizaciones ciudadanas, tales como Doña Vilma Núñez de Escorcia, (un verdadero monumento nacional), Luisa Molina, de la Coordinadora Civil, Violeta Granera, del Movimiento por Nicaragua, Juanita Jiménez y Azalea Solís, del Movimiento Autónomo de Mujeres, me ubica en una compañía que me honra, pues son personas de reconocida integridad, inteligencia y coraje, que hoy por hoy representan la reserva moral y política de este país.

La estatura de estas mujeres nos permite valorar la pequeñez humana y la miseria de espíritu de quienes como gran “estrategia política” pretenden agredirlas. Con esta lista, se proponen ejecutar un “feminicidio político”, vapuleando, asaltando o matando como los más degradados delincuentes, a mujeres que representan la conciencia crítica de la nación. Ahí están para comprobarlo el caso de Leonor Martínez, del movimiento juvenil, emboscada y vapuleada casi frente a su casa en días recientes por denunciar el asalto a la Constitución, así como la insólita situación de la periodista independiente María Mercedes Urbina, sometida a abusos por el poder judicial, por investigar irregularidades del gobierno local en Nagarote.

Todo ello muy a tono con la personalidad y el ejemplo del Presidente y su consorte, que tienen el dudoso honor de estar registrados para la historia como emblemas de las pavorosas cifras que sobre abusos y delitos cometidos contra las mujeres se registran en el país.

Y es que el Orteguismo y su expresión partidizada como FSLN, representan un grupo que manifiesta el denominado “Trastorno de la Personalidad Antisocial” (TPA). Se trata pues de un colectivo de sociópatas, cuya condición se caracteriza por conductas persistentes de manipulación, explotación o violación de los derechos de los demás; conducta a menudo implicada también en comportamientos criminales. Un sociópata es un individuo engañoso, manipulativo y narcisista, que carece de remordimiento y empatía. Por eso, suelen deshumanizar a sus víctimas y mostrar irresponsabilidad por las consecuencias de sus actos, siendo irritables y agresivos.

El grave cuadro de personalidad antisocial que presenta el Presidente y sus seguidores, les hace rehuir las normas establecidas y se niegan a adaptarse a ellas, por eso, aunque saben que están haciendo un mal al país o a determinadas personas o sectores, actúan por impulso para alcanzar lo que desean, sin importarles nada. Un rasgo común entre los sociópatas es la distorsión de la autoestima, que suele expresarse en el egocentrismo -creer que sus propias opiniones e intereses son más importantes que las de los demás-, y en la megalomanía. Fíjense nomás en los discursos del Presidente y los delirios místicos e impositivos (por considerarse portadora de una verdad que revelar) de su consorte, así como en el comportamiento de sus más obsecuentes paniaguados: magistrados, diputados, líderes sindicales, presentadores oficialistas, capos de partido y jefes de rotondas.

Tal vez la expresión más palpable son las gigantografías que nos asaltan en cada cuadra con la imagen del Ciudadano-Pueblo Presidente-Daniel que lo anuncian como el “rey de los pobres” y como cornucopia de la abundancia en salud, comida y trabajo, con cifras incomprobables y por lo demás, mentirosas. La megalomanía está asociada con delirios de grandeza, poder u omnipotencia, que dan cuenta de la extravagancia de sus actuaciones y la parafernalia del poder con la que se rodean. Pero principalmente a una obsesión compulsiva por tener el control de todo, que es el mal que aqueja comúnmente a los dictadores, puesto que temen y sospechan de todo aquello que quede fuera de su mando. Cuanto más borrachos de poder están, más recelan de la lealtad de aquellos que le rinden culto, lo que explica por qué suelen despedir inopinadamente hasta a los más abyectos de sus seguidores.

Una personalidad narcisista como la de Ortega, supone que él es la guía y medida para todo el mundo y que sus verdades son irrebatibles. En el fondo el pobre diablo narcisista se emborracha con sus propias palabras y necesita admiración y adulación permanente, para remendar la falta de autoestima que padece. Para compensarla, se rodea de un círculo de sociópatas aduladores que le hace la corte y que, como el espejo de la reina de Blancanieves, lo reafirma diciéndole que es el más bonito, el mejor, el único, el imprescindible. Ahora le gritan: ¡No te vas, te quedás! Y un grupo de seis seudo-magistrados, escriben la sentencia ordenada para perennizarlo en el poder.

Así las cosas, no debe extrañarnos que su poder esté fundado en la ilegitimidad y la cobardía, puesto que se sostiene en la “bóveda del miedo” que controla a los sumisos miembros del FSLN, orientándoles perseguir a quien es crítico o no le rinde pleitesía. En la marcha de León, en septiembre del año pasado, pude ver cara a cara a estos sociopatas que pretendieron agredirme: blandiendo garrotes, lanzándome insultos, empujones, líquidos inmundos y pedradas. Eran casi todos funcionarios públicos, algunos conocidos. Hombres que olían a sudor y miedo: un grupo de “valientes” que agredían a mujeres y chavalos desarmados, pero que son eunucos ante el poder.

La enfermedad moral que aqueja al Orteguismo se llama narcisismo maligno. Para esto no hay cura ni terapia posible, ni Constitución, ni leyes ni normas que valgan. Por el carácter de esta enfermedad colectiva, los individuos sólo son capaces de profesar lealtad al grupo específico que los contiene, pero no a toda la sociedad. Cualquier intento de razonamiento, discernimiento, debate democrático, llamado al sentido de la responsabilidad o a la ética política, es inútil. Para ellos no existe Nicaragua ni la sociedad, pues son un grupo cerrado y autoreferenciado en su locura. Viven en una burbuja esquizofrénica que los separa de la realidad y del resto de nosotros, ciudadanos comunes y silvestres que nos damos cuenta de que el rey anda desnudo.

Por ello, el desalojo del poder es necesario e inevitable, por la sanidad de la nación y para detener el asalto totalitario, el caos económico y el terror contra los ciudadanos. Hoy somos un grupo de mujeres las amenazadas por el terror. Mañana será toda la sociedad. Hay que actuar ahora. Ya todo mundo sabe lo que toca hacer con las dictaduras.

(El Nuevo Diario, Managua/Nicaragua)

sábado, 11 de julio de 2009

¿Y con el golpista de Nicaragua qué va a hacer la OEA?

Viendo por la tele la maratónica sesión realizada por los presidentes y cancilleres de América Latina convocada en respuesta al golpe de Estado en Honduras, una no sabía si echarse a reír o a llorar. Toda la solemnidad y seriedad que imponían las circunstancias se fue por un tubo, nomás observar los gestos y oratoria de los dos personajes del día: el depuesto Mel Zelaya y Hugo Chávez. El primero contaba una y otra vez su drama y clamaba por la democracia, la legalidad y la legitimidad, como si alguna vez hubiese estado a favor de ellas. El otro, habló interminablemente como si estuviera en una transmisión de su Aló Presidente.

Era impresionante contemplar como la diatriba de Chávez iba de lo ridículo y anecdótico, a la retórica cuartelaria y al injerencismo: amenazó con declarar la guerra e invadir Honduras, ir a dejar él mismo al “hermano” Mel a Tegucigalpa; hablar contra los golpistas y los “gorilettis”, cuando él mismo es uno, llamar a la insurrección del pueblo hondureño, cuando reprime violentamente a quienes critican su mesiánico autoritarismo.

Viendo las caras de los ahí presentes, una se preguntaba qué estarían pensando realmente de lo que Chávez decía: Había sonrisas sardónicas y discretas del presidente de Costa Rica, la cara impávida del presidente de México, las cejas alzadas entre asombradas y divertidas del secretario general de la OEA, la cara adormilada y resignada del presidente de Bolivia, la cara asustada del presidente de Guatemala y la actitud distante del presidente de Panamá. Daniel miraba bobaliconamente a Chávez, mientras que en la silla de atrás la primera dama de Nicaragua mascaba intensamente un chicle y hablaba por celular. El cuadro estaba abigarrado de gente, banderas, discursos, plantas y flores y hasta en la pantalla daba asfixia.

En el club del Alba, Chávez es quien lleva la voz cantante y todos los demás repiten. Es una voz estentórea, grosera e irrespetuosa, que ofende la inteligencia de quienes no lo siguen. Un poco más y según Chávez, Mel Zelaya era un cruce de Mahatma Ghandi y Mandela. Esta bien rechazar el golpe de Estado y respaldar al socio depuesto, pero desde todo punto de vista la exaltación de la oscura y cuestionada figura de Zelaya fue todo un despropósito, tanto como el de Fidel Castro que ha llegado al colmo de compararlo con Salvador Allende!

Como sea, para los nicaragüenses vale la pena aplicar al gobierno de Daniel Ortega la declaración de los miembros del Alba destinada a los golpistas de Honduras, que le cae como anillo al dedo a propósito de sus constantes violaciones a la Constitución y a las leyes, así como el golpe perpetrado contra el pueblo de Nicaragua con el fraude electoral. El artículo de la Cn. Hondureña que los presidentes del Alba hacen suya dice textualmente: “Nadie debe obediencia a un gobierno usurpador, ni a quienes asuman funciones o empleos públicos por la fuerza de las armas o usando medios o procedimientos que quebranten o desconozcan lo que la Constitución y las leyes establecen. Los actos verificados por tales autoridades son nulos. El pueblo tiene derecho a recurrir a la insurrección en defensa del orden constitucional”. Nunca mejor dicho.

Es justa y necesaria la invocación que tanto Ortega como Chávez han hecho de la Carta Democrática Interamericana para enfrentar la crisis en Honduras y el golpismo, aunque solo unas semanas antes se deshacían en improperios contra la OEA y sus instrumentos.

Sin embargo, algo de lo que deben tomar nota los nicaragüenses, la propia OEA y la comunidad internacional, es que no debe haber un doble standard para tratar a los golpistas. Daniel Ortega no tiene en contra aquí a los otros poderes del Estado como en Honduras, porque dio el “golpe” del pacto desde el año 2000 que lo ha llevado al poder sobre la base de componendas y violaciones a la Constitución. Aún no está claro si efectivamente ganó las elecciones del 2006, pues al día de hoy el Consejo Supremo Electoral no rinde cuentas de un 8% de los votos, mismos que pudieran hacer toda la diferencia y que lo convertiría en un usurpador. Por si faltara más, ahí están todas las denuncias y pruebas de todos los atropellos al orden democrático institucional y del fraude electoral mejor documentado de América Latina.

Así las cosas, lo que es bueno para Honduras, es también bueno para Nicaragua: la OEA debe activar el artículo 21 y 22 de la Carta Democrática Interamericana para ambos países y matar dos pájaros de un tiro:
El artículo 20 de la misma, de manera textual señala: “En caso de que en un Estado Miembro se produzca una alteración del orden constitucional que afecte gravemente su orden democrático, cualquier Estado Miembro o el Secretario General podrá solicitar la convocatoria inmediata del Consejo Permanente para realizar una apreciación colectiva de la situación y adoptar las decisiones que estime conveniente.

Por su parte, el artículo 21 de la norma dice que: “cuando la Asamblea General, convocada a un período extraordinario de sesiones, constate que se ha producido la ruptura del orden democrático en un Estado Miembro y que las gestiones diplomáticas han sido infructuosas, conforme a la Carta de la OEA tomará la decisión de suspender a dicho Estado Miembro del ejercicio de su derecho de participación en la OEA con el voto afirmativo de los dos tercios de los Estados Miembros. La suspensión entrará en vigor de inmediato.

Se supone que una vez que la OEA toma la decisión de suspender a un gobierno, debe mantener sus gestiones hasta el restablecimiento de la democracia en el Estado miembro afectado. Esta es una necesidad no sólo para Honduras sino también para Nicaragua. Así, la OEA puede respaldar los derechos de los ciudadanos y no sólo de presidentes electos, que no gozan de legitimidad.

Ni la OEA ni el resto de la comunidad internacional pueden mandar el mensaje de que sólo están para respaldar a autoridades civiles versus militares golpistas, sino también para defender a los ciudadanos de violaciones al orden democrático tanto por los unos como por los otros. De lo contrario, habrá que tomarle la palabra a la Declaración del Alba, que ha llamado a los ciudadanos de Honduras (y a lo cual se siente convocado todo mundo en Nicaragua) a insurreccionarse contra los usurpadores, mientras la OEA se habrá quedado defendiendo la legalidad sin legitimidad.

(Confidencial, Nicaragua)