Publicado en MAS!y EL DIARIO DE HOY, 23 noviembre 2019
Mis amigos, críticos, adversarios:
En enero 2020 voy a cumplir 39 años de vivir en El Salvador y hace 11 años me juramenté como ciudadano salvadoreño, sabiendo que mi país natal Alemania me iba a retirar el pasaporte porque no acepta que sus ciudadanos acepten otra nacionalidad.
Lo hice para adquirir en el país donde vivo y trabajo, donde nacieron mis hijos, donde vi a amigos morir por la libertad, el derecho de ejercer todos los derechos de un ciudadano, sobre todo el derecho irrestricto de expresar mis ideas y críticas y de participar en política.
Me hice parte de un país, en el cual estalló una guerra civil por la restricción sistemática de estos dos derechos, pero que al terminar la guerra lo hizo con un consenso nacional amplio y sólido de garantizarlos por siempre y para todos.
Me hice parte de un país en el cual ya no existía la vieja práctica del destierro, de obligar a los opositores demasiados críticos a dejar atrás su tierra y vivir en el exilio.
A pesar de todo esto, cada vez que una de mis columnas o cartas toca un punto sensible de quienes actualmente gobiernan, las redes sociales se llenan de amenazas de sacarme del país y de invitaciones de abandonarlo “antes de que sea tarde”. Este regreso de la intolerancia en gran parte es resultado de la contaminación de las redes sociales con troles. Digamos que los troles le dan volumen a esta nueva intolerancia, pero solo son los altavoces de mensajes que provienen, de manera sistemática y planificada, de los propagandistas profesionales que se dedican a proteger al presidente, su gobierno, su partido y sus aliados de la crítica y del escrutinio público.
Esto es lo que vuelve esta nueva intolerancia sistemática un fenómeno que requiere atención. El mero hecho de que algunos propagandistas como Walter Araujo o Ernesto Sanabria están tratando de intimidarme a mí con mensajes de odio es tan irrelevante como son sus autores como personas. Se vuelve relevante porque no son unos locos que tratan de compensar sus traumas y frustraciones emitiendo mensajes de odio. Son funcionarios del Gobierno, algunos, y otros son personajes muy ligados al movimiento gobernante, asumiendo papeles de cheerleaders.
El resto que no estamos en este negocio de la difamación, intimidación y de echar excrementos al ventilador, sino que nos dedicamos al debate político, a la crítica o la construcción de propuestas políticas, debemos tener un sumo cuidado de no dejarnos contaminar por la intolerancia y la violencia verbal que se está promoviendo, pero tampoco de dejarnos intimidar y abstenernos de la crítica necesaria en una sociedad democrática.
Podemos representar corrientes de pensamiento diferentes, podemos disentir mutuamente en nuestros planteamientos, podemos incluso criticarnos de manera dura, pero siempre con argumentos y con respeto a la dignidad del otro, aunque sea adversario intelectual o político.
Yo pego fuerte en mis cartas y no tengo ningún problema con que me critiquen de la misma manera. Así generamos debate, que es el combustible de la democracia. Si un funcionario y líder político, en este contexto de un debate franco, me quiere decir “pluma pagada”, que por lo menos no sea para luego pasarse a insultos que por su carácter lesivo rompen el diálogo.
Pero quiero dejar una cosa clara: Digan lo que digan en redes sociales, no van a lograr intimidarme. No fui a una guerra luchando por la libertad de expresión para luego dejarme intimidar o callar por gente armada de iPhones.
Saludos,