Amigos y colegas de El Faro:
Me preocupa que ustedes adoptan el lenguaje de los  pandilleros. Dándole legitimidad a un lenguaje que no solo es mentiroso,  sino además es parte de su esquema de toma de control. Ustedes cayeron  en la trampa que las pandillas tienden al apoderarse de términos que no  les pertenecen, sino que los roban a sus verdaderos dueños. Pervirtiendo  los contenidos y las connotaciones. Dejando a la sociedad sin palabras.
Ustedes titulan la serie de reportajes 'El barrio roto' - y  describen la ruptura de la pandilla 18. Al fracturarse la pandilla, no  es que se rompió el barrio. El barrio se rompió mucho antes,  precisamente cuando los pandilleros se apoderaban de él. Se apoderaron  geográficamente: controlándolo, corrompiéndolo, destruyendo su tejido  social; y lingüísticamente: convirtiendo un término positivo que  significaba vecindad, tejido urbano, solidaridad… en nombre de una  pandilla que destruye el barrio.
Barrio, en nuestra memoria ya casi nostálgica, es: niños  jugando en el pasaje, jóvenes juntándose en el parque, hombres y  adolescentes tomando cerveza en la tiendita, vecinos cuidando a los  hijos de sus vecinos, señores que de noche sacaban sus sillas a la acera  para platicar, chavos enamorando a las chavas en las esquinas, mujeres  ayudando a las vecinas, los viejos regañando a los chavos…
Este tejido social de vecinos fue destruido por los  pandilleros. Por su siembra del miedo y de la desconfianza. Los viejos  ya no le dicen nada a los bichos, porque podrían sacarles un cuchillo o  una pistola. En las noches hay toque de queda en los barrios. Las  puertas, antes abiertas hasta que la gente se acostara, permanecen  cerradas todo el día, con rejas y candados. Los únicos que circulan en  la noche son traficantes y pandilleros. Y para más joder se hacen llamar  'El Barrio'. Y ustedes reproducen esta trampa lingüística, asumiendo y  legitimando el lenguaje de ellos…
"El Hamlet, por ejemplo, tuvo alguna vez el respeto y la experiencia para ser alguien en el Barrio" (Barrio Roto III, El Faro)
Lo que necesitamos es con contrario: Así como hay que  recuperar el barrio, hay que recuperar las palabras. Hay que quitarles a  los pandilleros las palabras que robaron a sus vecinos. Palabras como  'barrio', pero también la palabra 'mara'. 'Mara' era una palabra  positiva: el tropel de amigos que se juntaron para vagar, para tomar  cervezas prohibidas, para cometer las imprudencias de la adolescencia,  para ir al cine, para molestar a las chavas. Hoy los que nos robaron  esta linda palabra siguen molestando a las chavas, pero violándolas, no  con palabras y piropos, sino con cuchillos y machetes. No tienen derecho  de llamarse 'mara', y los medios y los antropólogos no tienen derecho  de legitimar esta usurpación del vocabulario del vecindario. No es  justo.
Aceptar y reproducir que los pandilleros se llaman 'El  Barrio' o 'mara' es como aceptar y reproducir el lenguaje de las FARC o  de Sendero Luminoso y referirse a ellos como 'guerrilla', 'luchadores  sociales', 'freedom fighters', cuando en realidad son narcos que  mantienen secuestrados estos términos para legitimarse.
Ustedes pueden contar las historias de los pandilleros, si  consideran que la sociedad necesita conocer los fenómenos que la  destruyen. Pero desde más distancia, sin caer en sus trampas, sin  legitimar su lenguaje y sus mitos.
Los pandilleros de la 13 y de la 18 necesitan, internamente y  frente a la sociedad, mantener viva la leyenda que ellos defienden sus  barrios. Hay que buscar una forma de contar sus historias sin confirmar  esta mentira. Sin aportar a sus leyendas, sus mitos, su subcultura. Si  no, los escritores nos hacemos cómplices. Me interesa lo que ustedes  logran investigar y contar sobre los pandilleros en su proyecto 'Sala  Negra', pero me incomoda la forma, el lenguaje. Está bien que traten de  acercarse a los pandilleros para entender y para hacernos entender, pero  no está bien que pierdan la distancia crítica, al extremo que adopten  su lenguaje y les ayuden a tejer la mitología que les da cohesión. 
Ustedes se meten en temas y lugares donde el periodismo no ha  llegado. Es un mérito, un aporte valioso al periodismo. Quiere valor y  persistencia, y una apertura que los medios nunca han fomentado. Pero,  por favor, reflexionen sobre la forma, tengan cuidado de las trampas que  les tienden quienes necesitan legitimarse para seguir recibiendo apoyo  popular. Mientras los pandilleros se manejan como 'mara', 'el barrio', y  mientras no son desenmascarados como lo anti-barrio, anti-mara,  anti-social que son en la práctica, les resulta más fácil a los  familiares y vecinos a justificar su colaboración, su complicidad, su  falta de resistencia, su silencio.
Sigan con 'Sala Negra', escriban sobre los barrios y la  violencia, pero recuperen la distancia crítica que necesita el  periodismo investigativo.
Saludos, Paolo Lüers
(El Diario de Hoy)