Publicado en MAS! y EL DIARIO DE HOY, sábado 23 abril 2022
Queridos amigos:
Miro la foto de unas niñas jugando en el paisaje industrial de una fábrica de acero en Mariupol - y veo las niñas a las cuales tomé fotos en 1981 en el abandonado beneficio de Colima, jugando debajo de un laberinto de tuberías y tanques.
Miro la foto de una madre ucraniana con 5 niños y una anciana, cargando sus peroles y bultos en una carreta, huyendo del Donbas - y escucho los relatos de mi madre: la huida con toda nuestra familia (yo recién nacido) de la ciudad de Poznan, en noviembre 1944, horas antes de que la ciudad fuera tomada por las tropas soviéticas; el viaje en una carreta de dos caballos, y luego en un tren que fue bombardeado 5 veces y tardaba 3 días para llegar a Berlin.
Miro imágenes de mujeres y hombres ucranianos buscando enseres en los escombros de su casa bombardeada - y lo que veo son las fotos que tomé en El Mozote, en enero 1982. Siento el olor a carne quemada.
Miro la fachada que quedó de una hermosa casona, situada a la orilla de un rio ucraniano, sin techo, abandonada - y es exactamente como mi abuela siempre nos describió la casa de la hacienda en Estonia, que tuvo que abandonar, junto con sus 6 hijas, en la revolución rusa, y la que nunca volvió a ver. Veo ante mis ojos el paraíso perdido de la infancia de mi madre...
Miro la foto de un combatiente a la par de un caído - y me vienen recuerdos, que durante años he logrado reprimir, de una escena igual, donde el que llora a su camarada fui yo, en los combates de Arambala.
Miro fotos de bellezas rubias, con rostros tristes, pero al mismo tiempo sonrientes y decididas, retratándose en una zona elegante de Kiev con sus Kalashnikov, antes de unirse a las fuerzas de defensa de los suburbios de la capital - y lo que escucho son las risas de las bellezas morenas de la Brigada Rafael Arce Zablah que retraté en Perquín, antes de su salida a tomar la ciudad de San Miguel.
Me recuerdo de dos fotos, que vi en un noticiero: un hombre posando con su violín frente a la filarmónica de Kiev; y la otra, del mismo hombre, convertido en miliciano, vigilando un tanque ruso abandonado - y entiendo que a esta gente no la van a derrotar.
Miro las fotos de las masas de civiles hambrientos refugiados en una fábrica de acero en la ciudad asediada de Mariupol - y me recuerdo de fotos similares de la guerra civil española, de campos de concentración nazi en Polonia, de aldeas bombardeadas en Vietnam. Y de los cientos de fotos que tomé de los campesinos de Morazán refugiados en los campamentos de Colomoncagua en Honduras.
No hay manera de mirar todas estas fotos y no ver el trasfondo. Nos desafían, nos inquietan, nos enfurecen. No hay manera de cerrar los ojos y pensar que lo que vemos no tiene que ver con nosotros, nuestra vida, nuestro futuro.
Las fotos que diariamente nos llegan -algunas hechas por periodistas ucranianos e internacionales, otras por ciudadanos o soldados anónimos, algunas con imágenes horribles, otros de gran belleza- nos hablan directamente al alma.
Las primeras guerras extensamente televisadas, fotografiadas y reportadas fueron las de Vietnam y El Salvador. Luego las de Irak y Siria, con aun más cobertura. El mundo se dio cuenta y reaccionó. Pero no en tiempo real, como ahora, en el caso Ucrania. Es un progreso. El régimen ruso -campeón mundial en el arte de la desinformación- no puede ocultar ni manipular su agresión, sus crímenes de guerra. El periodismo nunca ha jugado un papel tan importante en un conflicto bélico. Las redes sociales nuevamente muestran su enorme poder, cuando los ciudadanos las adoptan como sus armas de defensa.
Gracias a los reporteros y los ciudadanos que diariamente mandan miles de fotos al mundo, todos somos testigos. Y podemos ser actores.
Gracias, fotógrafos. Saludos,