Publicado en EL DIARIO DE HOY, 11 septiembre 2019
Hay tres maneras de ver los primeros cien días de una presidencia. Una, la que está más de moda en este momento, es verlos como un período para el cual los candidatos hacen promesas como muestra de lo rápido que van a actuar una vez en el poder. Cuando pasa el período la gente contrasta esas promesas con los resultados que el candidato ganador ha logrado. Esto da una idea de hasta cuánto el nuevo presidente logra cumplir con sus promesas, lo cual es un indicador de cuánto logrará de lo que prometió para su periodo completo. Visto desde esta perspectiva, lo que se puede esperar del equipo presidencial al final del período son muchos esfuerzos para argüir frente a la población que el nuevo presidente ha cumplido con todas sus promesas para los primeros cien días.
Otra manera de ver los primeros cien días es considerarlos como el período de la luna de miel, en el cual todo se perdona y se ve con gran optimismo. Visto de esta manera, el fin de este periodo marca el momento en el que el nuevo presidente puede esperar un cambio de humor en la población, que va a comenzar a ver su administración con un ojo más crítico.
La tercera manera es verlos como un periodo razonable de ajuste, en el cual las nuevas autoridades conocen en detalle los problemas del estado, dan un diagnóstico, y dan forma a una estrategia y se integran con el servicio civil para poder resolverlos. En esta manera de verlo, el final de este período debe ser un momento de reflexión para considerar los aciertos y los errores inicialmente cometidos y para realizar un ajuste de las ideas y de las personas para poder enfrentar el resto del período presidencial.
En la realidad, aunque últimamente se da mayor importancia a la primera interpretación de los primeros cien días, el gobierna haría bien en realizar que estos tienen algo de cada una de las tres maneras de verlos. Especialmente, debe darse cuenta de que dan una oportunidad de calibrar sus planes y sus expectativas de lograrlos dadas las limitaciones que inevitablemente la realidad impone. Dada la especial tolerancia de esos primeros cien días, la oportunidad es de oro, porque todavía el gobierno no está inmerso en uno de los procesos que pueden ser más destructivos para una administración: las cadenas que errores previos van estableciendo para acciones subsecuentes si estos errores iniciales no son reconocidos, y más bien se trata de justificarlos o negarlos. A través de estos procesos de justificación y negación, estos procesos se convierten en multiplicadores exponenciales de los errores iniciales, o de cualquier error en el camino, de tal manera que un error que pudiera haberse corregido en un instante, termina desviando al fracaso proyectos, programas o el accionar del gobierno entero.
Por eso, los gobernantes sabios siempre se han cuidado de mantener abiertos sus canales de comunicación, de tal manera que pueda conocer las opiniones buenas y malas, las alabanzas y las criticas que sus acciones están provocando en la población, y así, identificar los errores apenas se cometen. Saben que esto es sano no sólo porque estas críticas les permiten calibrar mejor sus políticas y acciones, sino también porque dan una salida segura y moderada a los sentimientos de descontento. Todo el mundo sabe que cuando esas salidas no existen los descontentos no desaparecen sino que revientan de pronto en resultados no esperados en las elecciones.
Pero hay otras tres razones por las cuales los gobernantes sabios dejan que la crítica y las confrontaciones con la realidad fluyan sin impedimentos. Como en el caso de poder corregir errores, estas tres razones actúan como mecanismos de defensa para la presidencia misma. Son defensas esenciales para mantener el poder en el funcionario que ha sido electo, evitando su captura sicológica por grupos cercanos a él. Los ejemplos de estos peligros pueden tomarse de toda la historia universal.
Las guardias pretorianas
Es de todos conocido que cuando hay un funcionario que detenta poder (digamos, el Presidente), mucha gente siente la tentación de rodearlo no solo para ir compartiendo el poder con él sino también para írselo arrebatando poco a poco y trasladándolo a lo que en El Salvador se ha llamado históricamente “la rosca”. Lo esencial en ese proceso es aislar al presidente de toda influencia externa a la rosca, con lo cual le controlan toda la información que le llega y toda la gente que se le acerca. Controlarle la información lleva inevitablemente a controlarle sus acciones y decisiones.
En este punto es esencial notar que cuando se habla de la sabiduría de mantener la libertad de información esta es más importante para el Presidente que para el pueblo. Al fin y al cabo, el pueblo tiene infinitas maneras de mantenerse informado aún en los regímenes más tiránicos. El que fácilmente se puede aislar cuando se reprime la libertad de expresión es al Presidente mismo, que no tiene manera de contrastar lo que le dice su rosca.
Así, pues, la regla número uno para evitar la usurpación del poder es mantener la libertad de prensa. La número dos es estar al día con la critica y las observaciones allí expresadas.
Así, pues, la regla número uno para evitar la usurpación del poder es mantener la libertad de prensa. La número dos es estar al día con la critica y las observaciones allí expresadas.
La segunda razón adicional para dejar que fluya la crítica para evitar la usurpación del poder se orienta a cortar uno de los mecanismos principales usados por las roscas para dominar al que tiene el poder legítimamente —aunque haya libertad de prensa.
Memento Mori
Este mecanismo es la adulación, que puede ser tan fuerte como un muro de piedras para aislar del contacto con la realidad a cualquier líder legítimamente electo. Es tan fuerte que puede funcionar aun con libertad de prensa. Es tan fuerte que solo personas con mucho carácter y seguridad en ellos mismos lo pueden controlar, y eso solo haciendo esfuerzos muy conscientes para apartarse de la dulce tentación de la soberbia. Es bueno que lo hagan porque la adulación es el camino más fácil para arrebatarle el poder a alguien que lo tiene.
Los romanos, que conocían mucho las debilidades humanas, tenían métodos muy propios para combatir la adulación. Cuando sus generales tenían un triunfo decisivo para Roma, les dedicaban un “Triunfo”, en el que el general del caso desfilaba por la ciudad con su guardia y los tesoros y prisioneros que había conquistado, mientras toda la población lo vitoreaba. La impresión de cientos de miles de personas vitoreándolos, enmarcados en la grandeza de Roma, con las águilas doradas brillando al sol, era capaz de sacar a cualquiera de sus cabales. El homenajeado confrontaba esto en una cuadriga en la que solo iba él con un hombre atrás que le decía continuamente, Memento Morí (recuerda que eres mortal). Ese mensaje era para beneficio de él, para que no se perdiera en las selvas sin salida de la vanidad.
Este no es el primer artículo en el que menciono Memento Mori. Lo he usado un par de veces como advertencia a personajes y partidos salvadoreños que se sintieron invencibles cuando yo estaba escribiendo estos artículos y que, por sentirse así, fueron vencidos. Todo el mundo ha visto pasar esto, no una sino varias veces, en nuestro país, y todos los que lo entienden saben que ellos no hubieran perdido como han perdido como partidos y como personas si no se hubieran cegado por la adulación. No hay remedio más bueno contra la adulación que la libertad de prensa.
Las defensas institucionales
La tercera razón adicional para apoyar la libertad de prensa en términos del poder presidencial es que la mejor defensa de este, cuando ha sido obtenido legítimamente, está en todas las instituciones constitucionalmente establecidas del estado. El poder lo da el pueblo no directamente, sino a través de la Constitución, condicionado en el juramento de la presidencia al cumplimiento de ella. Sabiamente, la Constitución defiende la libertad de prensa. Subvertirla es subvertir la fuente misma de la legitimidad de la presidencia. Es abrir la puerta para los usurpadores. Sin la legitimidad de las instituciones, cualquiera puede usurpar el poder.
La Reflexión
Estos son temas sobre los que el Presidente Nayib Bukele puede reflexionar ahora que sus primeros 100 días han terminado, con algunos resultados prometedores —como la reducción de los asesinatos y las desapariciones, como el nuevo ambiente positivo para la inversión y los negocios, como la reorientación positiva de la política exterior—, con algunos no tan prometedores y con una perspectiva ominosa: los ataques que han recibido la crítica, la oposición y la libertad de prensa en estos primeros 100 días. Estos ataques se han encarnado no sólo en la prohibición de entrada de dos medios opositores a una importante conferencia de prensa del Presidente sino también en la actitud agresiva contra cualquier persona que exprese aún dudas sobre lo que el Gobierno está haciendo.
Los primeros 100 días no son determinantes. La presidencia Bukele todavía tiene frente a sí una página en blanco. Es crucial que vea su experiencia en estos primeros 100 días, acentúe sus éxitos, corrija sus errores y mantenga maduramente el mandato que legítimamente le ha dado la población, protegiendo los derechos de ésta y su propio derecho de conocer la realidad.