Parece que sí. La noticia era sobre un incidente en Polonia: El gobierno conservador-nacionalista de Polonia removió al historiador Papel Machcewicz de la dirección del Museo de la Segunda Guerra Mundial en Gdansk. El conflicto detrás de la noticia: Machcewicz inauguró el museo con una exposición sobre el Holocausto cometido por los alemanes contra los judíos polacos durante la ocupación nazi de Polonia – y en esta exposición también documenta el antisemitismo polaco. Esto, según el ministro de cultura, “no corresponde a la ‘política de historia’ del gobierno. Machcewicz tuvo que ir y el museo cerró sus puertas, hasta que adapte la exposición a la historia oficial…
Polonia no es el único país, donde el gobierno y el partido oficial quieren escribir una ‘historia oficial’, aunque creo que no hay muchos gobiernos tan descarados como para inventar el concepto de una ‘política de la historia’, que sirve para censurar exposiciones y otras expresiones culturales o académicas, y para justificar el despido de un director de museo u otros funcionarios académicos.
En otros lados, igual que en Polonia, en este mismo contexto, se habla de la ‘cultura de memoria’ – o de ‘la memoria histórica’, por ejemplo aquí en El Salvador. No hay nada mal de hablar de ‘cultura de memoria’ o ‘memoria histórica’, siempre cuando nadie trate de uniformar y reglamentarlos. La memoria, por definición es subjetiva y depende del punto de vista y la experiencia particular de los individuos y grupos. No puede haber una memoria única o una que reclame representar ‘la verdad’ – y mucho menos puede pasar esto por decreto, desde el estado o gobierno. La memoria o es diversa y plural, o es un constructo de engaño.
La historia parece un asunto más objetivo, no tan subjetivo que la memoria. Pero tampoco existe ‘la historia’. Para acercarse a la verdad, siempre tienen que existir y estar en comunicación varias maneras de ver la historia. Y la única a la cual no hay que hacer caso es la que viene vestida de ‘historia oficial’.
Nosotros que vivimos en la posguerra (por más que algunos quieren reclamar que esté cerrado este capítulo), nos topamos con este problema todos los días. Por ejemplo en la actual discusión sobre la amnistía. Aparecen quienes hablan a nombre de ‘las víctimas’, pero es obvio que no representan a todas las víctimas. Obviamente en una guerra entre dos partes beligerantes, hay víctimas de ambos bandos y de civiles. Hay víctimas que sufrieron violencia de ambas partes, hay víctimas organizadas que reclaman justicia, hay víctimas que nunca se organizaron y no se sienten representados por nadie y para reclamar nada a nadie. Cada grupo de victimarios tiene sus ‘memorias’ y su historia, igual que cada grupo de víctimas. Hay que escucharlas todas.
La política oficial polaca puede escribir una historia oficial, en la cual el antisemitismo polaco no existe – pero siguen existiendo las víctimas de ataques racistas cometidos por compatriotas, no solo por la fuerza invasora nazi. Y si existen las víctimas, existe su memoria y su historia, tenga espacio en la historia oficial o no.
Igual aquí. Cuando se habla de ‘las víctimas’, uno piensa en los campesinos de El Mozote masacrados por el Atlacatl, o en los padres jesuitas, masacrados por el mismo batallón 8 años más tarde. Pero también existen los familiares de los campesinos de San Vicente, masacrados no por la Fuerza Armada sino por las FPL en su paranoica fiebre de erradicar ‘desviaciones ideológicas’. Y también existen las víctimas de secuestros y atentados de a guerrilla. Hay de todos: víctimas que no quieren amnistía para nadie, y víctimas que no quieren negarle amnistía a nadie. Las historias de todos ellos son parte de la memoria histórica.
Los diputados, al legislar para llenar el vacío legal y la incertidumbre que dejó la suspensión de la amnistía del 1993 por parte de la Sala, tiene que tomar en cuenta a toda la historia y escribir una ley de Reconciliación que haga justicia a todas las víctimas. Y a los que critican con tanto absolutismo el borrador existe para esta ley, les recomiendo que lo lean entero, o por lo menos el artículo 2, donde dice que en la amnistía quedan excluidos los crímenes de lesa humanidad y de gravedad.