martes, 14 de febrero de 2017

Carta a todos: No estamos preparados para otro terremoto

Estimados ciudadanos, empresarios, políticos, académicos:
Esta no es una carta para joder, como a veces me gusta escribir. Esta es en serio. Dead serious, como dicen los gringos, quienes a veces tienen expresiones que nos hacen falta en español. En nuestro caso es literalmente: serio de muerte

Hoy es otra aniversario del terremoto del 13 de febrero 2001, el último que nos hizo pedazos al país. Aquí siempre dicen: Nos toca un terremoto cada 15 años. Ojalá que no sea cierto, porque hoy ya pasaron 16 años, y cada vez que tiembla me pregunto: ¿Estamos como país preparados para el siguiente?

La respuesta es contundente: No. No estamos preparados, y el país así como está, con un gobierno que improvisa todo y prioriza nada; con una sociedad fragmentada; endeudado hasta el cuello – ¿cómo va a aguantar un terremoto? Ni pensarlo…

No quiero minimizar los esfuerzos de consolidar Protección Civil, uno de los pocos logros del Estado durante los dos gobiernos del FMLN. Son palpables y loables, ya que antes no existía nada. Pero esto no es suficiente, porque el país no ha cambiado con las experiencias del 1986 y 2001. No lo hemos cambiado. Los asentamientos vulnerables en zonas de alto riesgo, ahí están, igualitos. El cierto, el MOP ha hecho inversiones en la mitigación de algunos taludes y barrancos y cárcavas – ¿pero los demás asentamientos en quebradas y cerros?

Todos vimos el terrible impacto que los terremotos del 2001 han tenido sobre docenas de pueblos, siempre golpeando a los que todos modos vivían al borde de la miseria. Yo sí vi muy de cerca todas las existencias destruidas en enero y febrero del 2001, porque pasé dos meses documentando los estragos. Me aterra la idea que tarde o temprano tendré que hacer otro viaje igual por todo el país.
Hemos medio reconstruido las iglesias, escuelas y viviendas – pero no hemos sido capaces de lanzar un Plan Marshall a transformar los barrios y comunidades precarias para protegerlos del impacto de los próximos desastres que inevitablemente nos van a tocar. Si lo hubiéramos hecho, no sólo el país estaría en mejores condiciones para resistir el siguiente desastre natural, sino también nos hubiéramos ahorrado caer en este gran hoy negro de violencia en que vivimos. Porque el hecho que buena parte de nuestra población vive en guetos y al margen del desarrollo, no sólo la hace vulnerable frente a desastres naturales, sino igualmente frente al desastre de la delincuencia y violencia.

Les pido, en este aniversario del terremoto del 13 de febrero, acordarse de cómo este día quedaron ciudades como Cojutepeque y San Vicente, para hacerse una reflexión: ¿Cómo podemos redefinir las prioridades de este país, su gobierno y su sociedad entera? Ahora no hay prioridades. Lo que reina es el principio de la regadera: dar a todos los sectores y regiones algo para que no se frustren con la política, con el gobierno, con todo el sistema político. Es el esquema populista de las subvenciones y de un Estado cuya prioridad es no definir prioridades sino darle a todos un poquito. Es el esquema de Una Obra por Día, en vez de focalizar las inversiones donde transformen las ciudades y el país. Y cuando digo transformar me refiero a hacer el país menos vulnerable a desastres naturales y sociales, incluyendo a todos en el desarrollo.

Pónganse a pensar: Los últimos tres gobiernos han gastado en subvenciones un promedio de 800 millones de dólares. En diez años son 8,000 millones que se regaron para subvencionar agua, electricidad, gas, transporte, y regalar uniformes escolares, etc.

Si la mitad de esto (4000 millones) lo hubiéramos invertido en un Plan Marshall de transformación de barrios, comunidades y cantones expuestos a desastres naturales y sociales (como la violencia), hoy tuviéramos un país más unido y menos vulnerable frente a ambos desastres. Incluyendo al inevitable próximo terremoto.

No podemos seguir aceptando que cada desastre natural se convierta en desastre social, en más marginación y más violencia. Hay que cortar el círculo vicioso. Tenemos los fondos para hacerlo, sólo que los (mal)gastamos de manera dispersa y corrupta.


Piénsenlo. Saludos,


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(MAS!/El Diario de Hoy)