martes, 10 de febrero de 2015

Venezuela, de La Salida al Cambio; por Fernando Mires

Para quienes intentamos entender la historia de la oposición venezolana parece obvio que entre el momento que surgió del llamado hacia La Salida, en febrero de 2014, y el que aparece después del llamado conjunto de los líderes de oposición hacia El Cambio, hay un período. O dicho de modo más preciso: hay un período dentro de un período (el del gobierno Maduro). Y parodiando al teórico de las teorías sistémicas, Niklas Luhmann, quien afirma “todo sistema es un subsistema”, podríamos decir todo período es un subperíodo.
Período o subperíodo, lo importante es que entre La Salida (febrero 2014) y El Cambio (enero 2015) tuvo lugar un proceso político de enorme importancia para la historia reciente de Venezuela.
1. La Salida: origen y fracaso. Como es sabido, La Salida (“Maduro vete ya”) proclamada por la troika Ledezma, López y Machado, fue precedida por protestas estudiantiles en universidades andinas que fueron respondidas con suma violencia por el régimen.
Los objetivos de La Salida nunca fueron precisados con exactitud. De modo que una parte, sobre todo estudiantil, la entendió como un llamado insurreccional, y otra como una movilización destinada a elevar el nivel de la protesta pública, la que llegó durante algunos momentos a ser masiva.
La Salida demostró que en la oposición venezolana existía ansia de protesta frente a un gobierno arbitrario e ineficiente. Incluso la MUD, ausente en la convocatoria, acompañó durante un tiempo a los manifestantes, pero distanciándose de propuestas maximalistas e intentando encauzarlas en contra de objetivos concretos como la eliminación de los grupos paramilitares.
Sin embargo, no pocos voceros y columnistas de la oposición más radical entendieron a La Salida como una alternativa insurreccional en un sentido doble: en contra del gobierno y en contra del “electoralismo” de la MUD. No fue esa, hay que reconocer, la actitud pública de López, Ledezma y Machado. Ninguno se pronunció abiertamente en contra de la MUD. Tampoco ninguno llamó a ejercer violencia ni mucho menos a un golpe de Estado.
Hecho objetivo fue, sin embargo, que La Salida surgió al margen de la MUD, razón por la cual muchos pensaron que había surgido en contra de la MUD y más aún, en contra de Henrique Capriles. No haber planteado de modo explícito que eso no era así, fue uno de los más grandes errores cometidos por la troika. Ese silencio abriría las puertas a tentaciones divisionistas la que en las condiciones prevalecientes solo podían ser fatales para el conjunto de la oposición.
Una protesta maximalista como La Salida no debió haber sido excluyente, menos en las condiciones determinadas por la existencia de un gobierno militar. Pues La Salida no nació sumando ni multiplicando sino —hay que decirlo de una vez— restando y dividiendo. Más todavía, no interpelaba ni al campo chavista potencialmente disidente, ni al campo de los indecisos políticos. Su mensaje solo estaba dirigido a la oposición más dura: A los ya convencidos.
En ese error había, sin embargo, cierta lógica. La Salida fue una acción heroica y épica, personalista y voluntarista. Pero a su vez equivalente con el tenor predominante en muchos movimientos sociales latinoamericanos, sobre todo estudiantiles. Fue, si se quiere, una acción si no “foquista”, por lo menos vanguardista. Partía de la premisa de que si se desataba una movilización en torno a líderes como Machado y López, el pueblo y probablemente los soldados, iban a sumarse a la insurgencia desatándose así una marea que debería llevar a la caída del régimen.
Ahora bien, para que una alternativa del tipo propuesto por La Salida hubiera sido posible, se requería de ciertas mínimas condiciones de tiempo y lugar.
Las condiciones de tiempo no estaban dadas. No me refiero a que la crisis económica y el nivel de descontento estaban lejos de alcanzar las profundidades que muestran al comenzar el año 2015. Me refiero, sobre todo, al hecho de que la oposición venía recién saliendo de una derrota electoral, la de las municipales del 8D.
Es cierto que la votación alcanzada por la oposición el 8D fue excelente, sobre todo en los centros más poblados del país. Pero también es cierto que el objetivo de convertir las municipales en plebiscito no fue alcanzado.
Bajo esas condiciones, la MUD y Capriles hicieron lo que hay que hacer después de una derrota: pasar a un repliegue táctico, agrupar fuerzas, redoblar el trabajo social y, ayudados por la crisis económica desatada por el gobierno, preparar condiciones para una próxima batalla. Pero en ningún caso intentar una huída hacia adelante.
Las condiciones de lugar tampoco estaban dadas, sobre todo si se tiene en cuenta que una alternativa como La Salida supone la existencia de organismos en condiciones de sustentar movilizaciones durante un tiempo prolongado y discontinuo. Léase sindicatos obreros y campesinos, asociaciones profesionales y agrupaciones civiles. Pero en Venezuela hay muy poco de eso.
Al llegar a ese punto hay que tomar en cuenta que Chávez no logró crear un nuevo orden social, pero sí logró destruir el orden social prevaleciente y con ello a la columna vertebral de la sociedad venezolana. Una de las pocas fuerzas orgánicas civiles que logró sobrevivir fue la estudiantil. Pero todos sabemos que el ritmo acelerado de las movilizaciones estudiantiles no es compatible con el resto del organismo social. Así, el movimiento que desataría La Salida no tenía donde, como, ni en qué apoyarse. Nada que no fuera la retórica y la capacidad de escenificación de sus líderes. La Salida fue un llamado a la multitud, mas no a las organizaciones sociales porque, entre otras cosas, estas casi no existen.
Por si fuera poco, la troika tampoco estaba muy unida. Mientras López desde la prisión llamaba a una Asamblea Constituyente, Machado concentraba sus energías en un Congreso Ciudadano y Ledezma intentaba cambiar el curso de la MUD “desde dentro”. En fin, La Salida no solo fue unilateral, además fue tri-lateral. Cada caudillo andaba por su lado.
La Salida evidenció que la movilización no puede ser un objetivo en sí. Eso indujo a que muchos la hubieran entendido como una ruptura con la MUD y –pese a que ninguno de los convocadores así lo manifestó— como una negativa radical a la lucha electoral. Sin embargo, hubo un hecho que sí demostró que no hay ninguna contradicción –mas bien un complemento— entre movilización social y objetivos electorales. Me refiero a las elecciones municipales que tuvieron lugar el 25 de Marzo en San Diego y San Cristóbal.
San Diego y San Cristóbal son un ejemplo en dimensión micro de lo que podría suceder en dimensión macro en las elecciones parlamentarias de 2015. En ambos lugares las esposas de los alcaldes convertidos en presos políticos, Rosa Brandonisio de Scarano y Patricia Gutiérrez, mostraron como las movilizaciones podían ser canalizadas en perspectiva unitaria y electoral. El triunfo de ambas mujeres fue aplastante (87,69% y 73,69%, respectivamente)
Para decirlo en una fórmula ya sugerida en otros escritos, San Diego y San Cristóbal demostraron que una elección acompañada de una fuerte movilización social puede ser exitosamente ganada. Pero a la inversa, que una movilización social sin una perspectiva electoral está destinada a estrellarse frente al aparato represivo del régimen. Eso último fue lo que sucedió en el resto de Venezuela. El saldo fue terrible: decenas de jóvenes asesinados a quemarropa, cientos de heridos, enormes cantidades de prisioneros, entre ellos, el líder de Voluntad Popular, Leopoldo López.
Obviamente, quienes llamaron a La Salida no contaban con una reacción tan violenta del régimen. Tal vez pensaron que todavía bajo Maduro se vivían los tiempos de Chávez. No supieron, por lo tanto, evaluar el momento. Tampoco supieron darse cuenta de que bajo Maduro había tenido lugar un cambio radical en el carácter político del régimen. En términos más exactos: no captaron que el populismo chavista había terminado, quizás para siempre. En su lugar había aparecido un gobierno militar, militarizado y militarista que prescinde de la lógica populista propia a Chávez y al chavismo.
Venezuela, de La Salida al Cambio; por Fernando Mires 640X278
2. Un régimen cambia su carácter político. Ocioso sería discutir si el cambio de carácter político del gobierno habría tenido lugar o no durante Chávez. Lo importante es que mientras el chavismo de Chávez se caracterizó por la apelación a la fuerza militar como una segunda instancia, para el chavismo de Maduro la acción militar precede a la acción política. Maduro, en efecto, parece regirse por la máxima “primero disparo y después hablamos”.
El cambio de carácter político del régimen tiene su origen en la pérdida de apoyo popular evidenciada por Maduro desde cuando, en dudosas elecciones, derrotó a Capriles por muy estrechas cifras. Maduro dilapidó así el enorme capital electoral legado por Chávez. Hecho decisivo: para que un gobierno sea populista debe ser popular y Maduro no lo es ni lo será. Bajo esas condiciones, Maduro, en lugar de apoyarse en movilizaciones populares, no encontró más alternativa que hacerlo en militares y para-militares. Hecho que no conduce al fin del gobierno de Maduro pero sí al fin de su condición populista. Eso significa que el de Maduro no es la continuación del gobierno de Chávez. Es “otro tipo” de gobierno.
La transición que se da entre un gobierno populista militar y un gobierno puramente militar ya ha sido consumada. Diversos capítulos del gobierno Maduro así lo demuestran.
El primer capítulo fue la convocatoria a un diálogo nacional destinado a encontrar soluciones para la pacificación del país (26 de Febrero). El diálogo, convocado a instancias del propio Vaticano, no podía ser eludido ni por el gobierno ni por la MUD. Capriles insistió con razón en llamarlo debate. Tampoco lo fue. El dialogo no pasó de ser un conjunto de monólogos.
Los principales enemigos del diálogo estaban en el gobierno, pero también en la oposición. Diosdado Cabello y su fracción se encargaron de dinamitarlo desde el primer momento. Así Maduro perdió una oportunidad para elevarse a la condición de interlocutor político. Quizás la razón fue que si continuaba el diálogo, el chavismo se habría dividido más aún de lo que ya estaba. Lo mismo –eso no lo entendió Maduro— habría podido pasar dentro de la oposición.
Un segundo capítulo fue la ruptura del chavismo militar con el chavismo social. Símbolo de esa ruptura fue la dimisión forzada del ministro Jorge Giordani (17 de Junio) seguida de una carta de protesta publicada por el mismo en contra de Maduro (18 de Junio) a quien acusó de falta de liderazgo y de proteger a la corrupción del gobierno.
La de Giordani no fue una dimisión cualquiera. El ministro había sido la eminencia gris de Chávez en materias económicas. En cierto modo la ruptura con la economía de Chávez –inducida por la caída del precio del petróleo— fue hecha en nombre de Chávez pero en contra de un ministro de Chávez. Esa ruptura no ha sido traducida sin embargo en un cambio de modelo económico.
Maduro rompió con el modelo distributivo de Chávez pero sin sustituirlo por otro. Su modelo es, si se quiere, la ausencia de modelo. Esa es la razón por la cual en lugar de un plan económico ha impuesto una economía de guerra (no otra cosa es la guerra económica). De este modo, así como Maduro durante las protestas militarizó a la lucha política, ha terminado, además, por militarizar a la economía. Las consecuencias no pueden ser más catastróficas. La producción del país se encuentra prácticamente paralizada, la inflación es la más alta del mundo, las manifestaciones multitudinarias de Chávez han sido sustituidas por las colas más multitudinarias de Maduro.
La carta de Giordani evidenció que el madurismo padece de profundas divisiones internas. Aunque esas divisiones no siempre trascienden, todos saben que el campo chavista se encuentra trizado. El PSUV, de partido monolítico y unitario ha pasado a convertirse en un nido de alacranes donde los “recuperacionistas” de Marea Socialista son solo un ejemplo entre varios. Si la oposición llegara a obtener una victoria en las elecciones parlamentarias del 2015, la desbandada será general. Siempre ha sido así; todos los ejemplos históricos lo demuestran.
Un tercer episodio ocurrió después del asesinato del joven diputado chavista Robert Serra. Pese a que Cabello intentó culpar sin pruebas a la oposición, los acontecimientos que siguieron al homicidio permitieron que apareciera en la superficie el papel de los colectivos armados –hampa y lumpen militarmente organizados- los cuales, como en películas de gángsteres, dirimían sus rivalidades en la vía pública a punta de balas.
La ejecución de cinco personas pertenecientes a los llamados colectivos ordenada por el general Miguel Rodríguez Torres fue evidentemente un intento frustrado del ejército por subordinar y dominar a los estamentos para-militares. Pero el hecho de que los para-militares lograran la renuncia del general chavista, mostró una vez más que Maduro no tiene el control sobre sus fuerzas. El régimen no solo está militarizado. Además está para-militarizado. Bajo esas condiciones Maduro no puede ser un interlocutor político de confianza.
El propio encarcelamiento de Leopoldo López señaliza hasta que punto ha sido degradada la contextura política del régimen post-chavista. Porque en verdad, López, menos que un preso político es un rehén de guerra. Por eso mismo Maduro lo mantendrá en prisión hasta que llegue el momento de canjearlo. O lo liberará si para él resulta necesario bajar la presión política en su contra, en caso de sentirse muy amenazado.
López es un rehén de guerra en una guerra que solo existe para Maduro. En ese contexto, a quien más interesa la polarización política existente, es al mandatario. Mientras más aguda sea esa polarización, mayores serán sus posibilidades de mantener la política bajo hegemonía militar. Por la misma razón, si es que hay un peligro de golpe de Estado, este solo puede provenir de las huestes oficialistas y de ninguna otra parte.
3. Desde la crisis de la oposición hacia El Cambio. La MUD, la oposición en general, vivieron después del fracaso de La Salida uno de las peores crisis de su historia. Los grupos más radicales, por razones que también podrían ser explicadas de modo psíquico (autoagresión), enfilaron su artillería en contra de Henrique Capriles y de Ramón Guillermo Aveledo, secretario ejecutivo de la MUD. Desde diversas columnas ambos han sido insultados y ofendidos más que cualquier representante del gobierno.
Aveledo, el máximo forjador de la unidad, no pudiendo soportar la presión en su contra, hubo de renunciar. En ese momento pareció que un trabajo sistemático forjado en años iba a venirse al suelo. El régimen estaba, según la opinión pública, en sus niveles más bajos pero la MUD, atacada desde dos fuegos, no estaba en condiciones de capitalizar políticamente el descontento general.
Sin embargo, cuando gobierno y ultra radicales se regocijaban, dando a la MUD por muerta, surgió casi de la nada un verdadero milagro. A fines de Septiembre fue nombrado secretario ejecutivo de la MUD, Jesús (Chúo) Torrealba.
La designación de Torrealba fue el resultado de un consenso y de un compromiso. Al igual que Aveledo, Chúo es partidario de la unidad. Pero no tiene ningún problema en manifestar su solidaridad con Leopoldo López. Eso no le impide favorecer una estrategia encaminada a lograr un triunfo en las próximas elecciones parlamentarias. Además es hombre de diálogo. En todos los puntos coincide con la línea de Aveledo. Pero adicionalmente ha logrado imprimir a la MUD ese mínimo de mística que le faltaba para enclavar más hondo entre los sectores populares.
Chúo no rehuye a la calle; incluso le gusta. Ha llamado a dos movilizaciones las que seguro no han sido las más grandes de la historia del país, pero ha devuelto a la unidad esa confianza que las acciones desafortunadas del pasado reciente le habían quitado. En fin, Chúo ha sabido entender que la movilización popular debe ser encaminada hacia un objetivo común el que por el momento no puede ser sino electoral. Los resultados no se han hecho esperar. A fines de año las encuestas mostraron por primera vez que la MUD tenía más partidarios que el chavismo.
Henrique Capriles, casi exiliado en Miranda, entendió el nuevo momento. A fines de Enero del 2015, sorprendiendo a sus enemigos endógenos, llamó a la movilización general por El Cambio. Con grandeza, Machado y Ledezma secundaron su propuesta. Lo mismo Freddy Guevara. Esa foto en donde todos los líderes aparecen juntos era la que más quería ver la oposición venezolana. No importa que ellos no estén de acuerdo en algunos puntos; tampoco es deseable que así sea. Lo importante es que si no una unidad, pueda ser concertada una alianza: La gran alianza para El Cambio.
La diferencia entre unidad y alianza es importante. Mientras la unidad suprime diferencias, una alianza las conserva, siempre y cuando ninguno de los aliados pierda de vista el objetivo común. Ese objetivo común es El Cambio.
¿El Cambio es una nueva La Salida? En ningún caso. Mientras La Salida desunía más que unir, El Cambio une más que desunir. Es política de todos, no de algunos.
Ni Capriles ni Torrealba han cambiado. Lo que ha cambiado es la situación objetiva. La economía de Venezuela se encuentra en su punto más bajo. La desesperación de las multitudes en su punto más alto. Si los dirigentes políticos no hubieran llamado a la movilización, habrían aparecido espacios vacíos para que aventureros de ambos lados pudiesen desatar una locura colectiva. El fantasma del Caracazo sigue penando y debía ser aventado cuanto antes.
El Cambio es defensivo y ofensivo a la vez. Cubre espacios sociales pero al mismo tiempo moviliza hacia un nuevo espacio político. Ese nuevo espacio tendrá que ser –así lo han formulado los principales dirigentes políticos de la oposición—: democrático, constitucional, pacífico y electoral.
Democrático, porque supone amplia participación, más allá de cualquiera diferencia ideológica. Supone, además, que las decisiones serán tomadas a través de acuerdos en conjunto y no al margen, como ocurrió con La Salida.
Constitucional, porque la propia Constitución —chavista en sus orígenes pero aprobada por mayoría popular— ha llegado a ser, frente a las continuas violaciones a que ha sido sometida, un patrimonio de la oposición democrática. Es mapa político y guía de acción a la vez. En sus páginas están indicados uno a uno los pasos que llevarán a El Cambio. No hay ningún motivo para apartarse de ella.
Pacífico, porque la oposición no tiene armas ni ejércitos. Pacífico quiere decir, también, asumir una radical actitud antigolpista, venga el peligro de donde venga.
Electoral, no solo porque las posibilidades electorales están más cerca que nunca, no solo porque no hay otra alternativa posible, sino también, y quizás sobre todo, porque un futuro gobierno que no surja de un procedimiento electoral nunca podrá obtener para sí el principio de la legitimidad.
Torrealba, Capriles, López, Machado, Borges, Ledezma y tantos otros, saben que recorren un camino minado. Un gobierno militar y militarizado, para-militares enloquecidos, personajes siniestros dispuestos a cometer cualquiera “dioscabellada”, tribunales mercenarios de justicia, tribunales electorales parcializados, prensa y televisión en manos del gobierno. Todo eso no da, ni mucho menos, una garantía definitiva para el triunfo.

****

Este artículo de Fernando Mireses parte de una serie titulada "Venezuela, una Mirada desde afuera", publicada por el sitio venezolano Prodavinci
Las otras aportaciones son:  
En democracia caben todos, de Fernando Sabater
La tormenta perfecta, por Sergio Ramírez
Más vale un mal acuerdo que un buen pleito, por Joaquín Villalobos

De los cuatro enfoques sobre Venezuela, el más lúcido es el que aquí reproducimos, del sociólogo y historiador chileno Fernando Mires, quien es catedrático en la universidad Oldenburg en Alemania.